Quiero que vivas sólo para mí y que tú vayas por donde yo voy. Para que mi alma sea nomás de ti bésame con frenesí…
Hoy, dos de septiembre de 2020, Alberto Domínguez Borrás, compositor y pianista chiapaneco, cumple 45 años de fallecido; para recordarlo, Desmesuradas hace este pequeño homenaje a quien no sólo realizó música para películas como Perfidia y Casablanca, sino que consiguió colocar y mantener obras suyas en el hit parade de Estados Unidos, poniendo en alto el talento mexicano.
Alberto Domínguez Borrás, nació el 5 de mayo de 1906 en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas y falleció en la Ciudad de México el 2 de septiembre de 1975.
Hijo del pianista Abel Domínguez Ramírez y de Amalia Borraz, descendiente de Corazón de Jesús Borraz Moreno, creador de la marimba de doble teclado; Alberto Domínguez no puede negar su vena artística.
Estudió piano en la Escuela Libre de Música, en la Ciudad de México, y posteriormente ingresó al Conservatorio Nacional de Música de México, donde fue alumno de Julián Carrillo, Silvestre Revueltas y Joaquín Amparán, entre otros grandes de la música.
Junto a sus hermanos, Abel y Armando, formó el grupo La Lira de San Cristóbal, iniciando así su carrera musical. Autor de innumerables melodías, su canción “Frenesí”, escrita originalmente para marimba, fue adaptada al jazz y otros géneros musicales, convirtiéndose en un éxito internacional. Ha sido interpretada por artistas como Artie Shaw, Anita O’Day, Betty Carter, Bing Crosby, Cliff Richad, Eydie Gormé, Glenn Miller, Linda Ronstadt, Pérez Prado y Ray Charles.
Lo mismo ocurrió con su composición “Perfidia”, tema utilizado en diversas películas e interpretado por los más diversos cantantes, como Andrea Bocelli, Antonio Molina, Arielle Dombasle, Armando Manzanero, Bruno Lomas, Charlie Parker, Julie London, Laurel Aitken, La Portuaria, Los Panchos, Los Rabanes, Los Sabandeños, Luis Miguel, Nana Mouskouri, Nat King Cole, Pedro Vargas, Plácido Domingo, Sara Montiel, The Shadows y Xavier Cugat.
Otros temas de su autoría son «Mala noche», «Dos corazones», «Humanidad», «Hilos de plata», «Eternamente», «Di que no es verdad», “Pagar es corresponder”, “Mujer sin corazón”, “Inspiración”, “Un momento”, “Te voy a robar” y “Canción criolla”.
Siendo su música conocida en diferentes países, una de sus preocupaciones fue el derecho de autor, por lo que en 1945, fundó junto a sus hermanos Abel y Armando, así como Alfonso Esparza Oteo y otros reconocidos músicos, lo que actualmente se conoce como Sociedad de Autores y Compositores de México.
Fue nombrado Hijo Predilecto del Estado de Chiapas, en 1964 y en 2011, el H. Ayuntamiento de San Cristóbal de Las Casas, creó la medalla al mérito musical “Alberto Domínguez Borrás”.
Disco Alberto Domínguez / Fuente: Web
Frenesí
Bésame tú a mí, bésame igual que mi boca te besó. Dame el frenesí que mi locura te dio.
Quién si no fui yo pudo enseñarte el camino del amor; muerta mi altivez, cuando mi orgullo rodó a tu pies.
Quiero que vivas sólo para mí y que tú vayas por donde yo voy. Para que mi alma sea nomas de ti bésame con frenesí.
Dame la luz que tiene tu mirar y la ansiedad que entre tus labios vi, esa locura de vivir y amar que es más que amor, frenesí.
Hay en el beso que te di alma, piedad, corazón; dime que sabes tú sentir lo mismo que siento yo.
Quiero que vivas solo para mí y que tú vayas por donde yo voy. Para que mi alma sea nomas de ti bésame con frenesí.
Hay en el beso que te di alma, piedad, corazón; dime que sabes tú sentir lo mismo que siento yo.
Quiero que vivas solo para mí y que tú vayas por donde yo voy. Para que mi alma sea nomas de ti bésame con frenesí, bésame con frenesí, bésame con frenesí.
(Música: Alberto Domínguez Borrás Letra: Alberto Domínguez y Rodolfo Sandoval)
Es de tarde, Florencia sube a la combi y se encuentra con la mirada de una chica, quien viste playera morada, pantalón negro y paliacate verde al cuello; ambas sonríen cómplices, se dirigen al mismo lugar.
La joven se baja antes, pasará por otras compañeras.
Texto y fotos: Leticia Bárcenas González
Florencia llega al Parque de la Juventud. Se sorprende de ver tantas mujeres, a diferencia de otros años que habían llegado pocas; la mayoría son jóvenes, en grupos o solas, pero todas esperando la indicación de formar el contingente para iniciar la marcha del #8M, Día Internacional de la Mujer, en Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas, México.
Aún con diferencias teóricas, incluso de organización, todas dispuestas a visibilizar su hartazgo del machismo sistémico y la violencia que se ejerce contra las mujeres. Hay hombres, sí, como espectadores, que están ahí porque son reporteros o son compañeros de las manifestantes, pero a la distancia. La formación, las consignas, las pancartas, la lucha, es de ellas.
Inicia la marcha, las consignas se escuchan: “Vivas se las llevaron, vivas las queremos”; “alerta, alerta, alerta que camina la lucha feminista por América Latina y tiemblen y tiemblen, y tiemblen los machistas que América Latina será toda feminista”; “señor, señora que nos mira indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”; “escucha hermana, hermana, aquí está tu manada”.
Entre los contingentes, hay niñas y niños acompañando a sus madres; muchas de las niñas portan pancartas con mensajes que invitan a la reflexión: “Somos la voz de las que ya no están”; “tener un hijo a los 11 no es una bendición, es una violación”; “marcho porque estoy viva y no sé hasta cuándo”: «todas las niñas merecen respeto y la libertad de elegir qué les gusta».
La gente se detiene y ve con sorpresa a las mujeres que marchan, algunos dan muestras de respaldo, otros por el contrario, sonríen burlonamente o simplemente sacan el celular para tomar fotos. En algunos locales bajan las cortinas con temor.
El feminismo, como movimiento político, cuestiona y busca destruir el poder patriarcal como eje estructural de las relaciones entre hombres y mujeres. Y hoy, Florencia y sus compañeras, exigen un alto a la violencia, violencia física, violencia doméstica, violencia laboral. Violencia por ser mujeres. Piden justicia para las desaparecidas, las asesinadas.
Llegan al zócalo y un grupo sube a un templete. Hablan sobre casos muy específicos de violencia: asesinatos de sus madres, hermanas o hijas, hay un caso de violencia familiar con la sustracción de los hijos por parte del ex marido; la coordinadora de desplazadas de Chiapas también pide justicia para ellas. Florencia escucha atenta y levanta el puño al tiempo que grita las consignas de apoyo: “No están solas, no están solas”. Una representante de las periodistas habla del porqué de su participación en la marcha, no como trabajadoras de los medios nada más, sino como mujeres que exigen un alto a la violencia y respeto a sus derechos.
Escucha atenta cada participación; sin embargo, no puede evitar las lágrimas con las narraciones de las jóvenes que se han atrevido a hablar de sus casos y denunciar a sus violadores, aun cuando sus madres no les han creído. El tío, el padrastro, el maestro, los culpables.
Sin reponerse del todo, observa a las niñas que suben al templete con sus pancartas y también piden un alto a la violencia, alzan su voz para pedir seguridad y que puedan vivir una vida libre de violencia. Imagina el dolor de las madres que no ven regresar a sus hijas, el miedo de que cualquier día sus hijas, hermanas, madres, primas, sobrinas, sean violentadas.
Toca el turno a las mujeres lesbianas, quienes denuncian el acoso que viven por su preferencia sexual, que incluso les afecta en su ámbito laboral, por lo que piden pleno respeto a sus derechos.
Florencia observa a las mujeres del templete, la tarde está cayendo y empieza a oscurecer, el edifico del palacio gubernamental que está frente a ella, se ilumina de color morado, el color de la igualdad. De fondo se oye una voz que nombra a cada una de las desaparecidas y asesinadas de Chiapas. Es hora de marcharse.
Esta primera semana de diciembre del 2019, inició la demolición de lo que fue el Gran Hotel Brindis, con lo que va muriendo una parte de la ciudad para quedarnos en la pura nostalgia del ayer que fue. Se entiende que es una propiedad privada y sus dueños pueden hacer lo que deseen, siempre que cumplan con las normas establecidas por el Ayuntamiento de la Ciudad, pero no deja de hacernos suspirar a los que de alguna forma tuvimos relación con ese inmueble.
Alfredo Palacios Espinosa*
El hotel Brindis competía en preferencia de huéspedes con el hotel Cano que estaba en la esquina de la 1ª Norte y 2ª Poniente. Surgió a partir de los años 40 (del siglo pasado), en los mismos terrenos en que estuvo el hotel Paco. Don José María Brindis Gómez compró el lugar y construyó el Gran Hotel Brindis. Lo administró hasta 1958 en que lo vendió con el empresario Marcial Zebadúa (el mismo que construyó las plazas de toros de Tapachula y Tuxtla). Durante el tiempo que estuvo bajo la administración de don José María, su esposa doña Isaura Riquelme se hizo cargo del restaurante del hotel y la cocinera fue la famosa tía Nati Gómez, quien después se hizo célebre vendiendo el cochito horneado y que supieron darle continuidad sus hermanas, las tías Elena y Felipa, esta última mamá del ingeniero Gustavo Acuña, hombre conocedor de la escena y que alcanzó el premio nacional como director teatral.
Allá por los años 50 y 60 (del siglo pasado) era el hotel del pueblo en clara rivalidad empresarial con el hotel Bonampak –que también ya cayó-. Éste era para la gente de otro nivel económico. Al Bonampak por lo general llegaban a hospedarse personas ajenas a la entidad o chiapanecos que se consideraban fifís (como los llamaría AMLO) y al hotel Brindis llegaba gente de los municipios chiapanecos, principalmente concordeños, fraylescanos y carrancistas y es, precisamente de mis paisanos concordeños y la relación que tuvieron con este hotel de quienes quiero hablarles.
Eran tiempos de confianza colectiva, las habitaciones que daban sobre la 3ª Oriente tenían puertas a la calle, por eso mis paisanos, que hacían el viaje redondo de La Concordia-Arriaga-Tuxtla-La Concordia en los F8, después de dejar la carga de maíz y frijol en los ferrocarriles, en aquella ciudad airosa, regresaban cargados con bolsas de azúcar, galletas (principalmente de animalitos, serranas o marías) aperos de labranza y cervezas, entre otros artículos encargados por las tiendas de la cabecera municipal, estacionaban sus camiones cargados sobre esta calle. En la capital, hacían la última escala para completar su carga con los paisanos que habían llegado para algún trámite burocrático, de salud o simplemente de compras para algún casorio, bautizo o para la fiesta del Cuarto Viernes o la Navidad o con los que vivíamos en Tuxtla, pero íbamos a visitar a los familiares. En la madrugada nos trepábamos sobre los costales o cajas como sobornal en un largo viaje de casi diez horas a La Concordia.
Las habitaciones más solicitadas por mis paisanos y por los agentes viajeros eran las que daban a la 3ª Oriente por tener acceso directo a las habitaciones, creo que mis paisanos por los camiones cargados y los agentes por otras razones muy humanas. Cuentan que un día, a un buen viejo concordeño que se hospedó y estacionó su camión cargado de diversos artículos de mercancía, sin cubrir, una joven que hacía el aseo en las habitaciones le dijo:
─Tío, tenga usted cuidado con sus cosas, pueden robarlas.
─No te preocupés hijita, están contadas –contestó él.
De niño y joven después, iba al hotel Brindis a ver a alguno de mis abuelos que se hospedaban en él: al paterno, de quien llevo su nombre, cuando vivía todavía en Niños Héroes y venía por gestiones como comisariado fundador de ese ejido o a mi abuelo materno Macario Espinosa, que embarcaba reses en Puerto México (Coatzacoalcos) o traía puercos gordos para el rastro de Tuxtla o simplemente por algún trámite del ejido porque también fue comisariado o simplemente alguno de mis tíos; de ambos recibía alguna ayuda económica, que me caía muy bien, más el apetecido paquete de tasajo para que se retorciera en las brasas o de hueso asado para el tsiguamonte concordeño que es comida de dioses y el consabido costalito de frijol nuevo para la casa.
Algunas veces me invitaban a comer en el restaurante del mismo hotel o me llevaban a botanear a las cantinas que existían a la redonda. Todavía recuerdo una serie de cantinas que había alrededor del hotel: El Palacio Chino, en la 1a Norte y la misma 3a Oriente, que regenteaba don Enrique Villanueva a quien le decían El Chino y que nada tenía de chino; El Cairo en la 4ª Oriente, del Sargento Chanona; El Rinconcito, de Nereo Chanona; El Carijos, en la 1ª Norte y 2ª Oriente; El Melón, de Julián Sánchez en la 3ª Oriente, entre 2ª y 3ª Norte; La Estratosfera y Río Escondido, por mencionar algunas.
Las cantinas que estaban a una cuadra del hotel Brindis merecen párrafo aparte: Las Américas, de don Antonio Moya Gabarrón que estaba sobre la Avenida Central y callejón Oriente, también conocido como el Callejón del Sacrificio (atrás de la hoy Catedral) y La Continental de don Rosario Alfaro que se encontraba en la 2ª Oriente y Avenida Central.
A Las Américas iban por la botana pero más por los artistas que frecuentemente se presentaban, patrocinados por La Corona, de las caravanas que traían a las ferias; a La Continental de don Chayo, los paisanos iban por echar andar la Rokola que estaba de novedad por ser la primera cantina que instaló una y por diez centavos la echaban andar para escuchar a las hermanas Águila y a las Jilguerillas o a los cantantes de moda como Pedro Infante, Jorge Negrete o el Charro Avitia, además de echarse un buen caldo de espinazo bien sazonado que preparaban en esta cantina. También se armaban buenas broncas al calor de las copas que el buen Chayo sabía tranquilizar dándole a la policía buenas mordidas, que luego cobraba a los rijosos con todo y consumo y los destrozos ocasionados.
Lejos quedan los recuerdos del hotel Brindis y de los camiones de los Albores, los López, los Guillén, los Abud, entre otros, cargados de mercancía que, por la madrugada esperaban el sobornal humano para partir a La Concordia. Ese era el Tuxtla de ayer y su relación con otros municipios, que poco a poco va muriendo para dar espacio a una nueva Tuxtla, que ojalá sea para bien de quienes habitamos esta ciudad cada vez más individualizada y menos ciudadana.
*La Concordia, Chiapas, 16 de enero de 1948. Escritor, narrador, docente y dramaturgo mexicano.
Porque viste el primero,
esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre
y la gente se junta.
Juan Villoro
Foto: Carla Morales
Por Leticia Bárcenas González y Gabriela Guadalupe Barrios García
Después de los terremotos sufridos en nuestro país, nada es igual. 7 y 19 de septiembre de 2017 son fechas que están ancladas entre nuestros recuerdos más próximos. A poco más de un mes del último terremoto, falta el consuelo ante la pérdida de un ser amado, del hogar, del trabajo, del único patrimonio. Damnificados, rescatistas y voluntarios llevan tatuado en su memoria el sufrimiento vivido por horas en la caótica realidad.
Pero están también las personas que sin pérdidas humanas y materiales que lamentar, han perdido la tranquilidad de sentirse a salvo del todo; existe un miedo latente en la memoria colectiva.
Y a pesar de ser los fenómenos que todos quisiéramos olvidar, sus efectos en nuestras emociones vuelven una y otra vez durante las réplicas, que a veces sentimos o sólo sabemos de ellas porque escuchamos las alarmas sísmicas que, aunque no sintamos movimiento alguno, nos ponen alertas, tensos, angustiados.
Los testimonios que a continuación compartimos, no pretenden más que construir un relato colectivo de esos eternos segundos, en el que el miedo y la sensación de fragilidad se apoderó de nuestro cuerpo y pensamiento. Es a través de estas narraciones que buscamos conocer diversas experiencias, diversas perspectivas y maneras de afrontar un mismo hecho, lo que quizá nos ayude a comprender más al otro.
Gracias a las niñas, niños, mujeres y hombres, que sin inhibiciones nos compartieron su experiencia.
Entre la tierra y el olvido
“¡Hola, Dios enojado!” exclamó sonriendo una pequeña que al salir a la calle, levantó la vista y se encontró con el inquisidor ojo de luna que se asomaba en el cielo, luego de aquel furioso movimiento que sacudiera la tierra, el sueño, el miedo y la serenidad que desde aquel día no volvería más.
Fue la ira de Dios ante los ojos de una niña que, sin duda, fue la primera en obtener una respuesta para lo ocurrido y, al mismo tiempo, fue la primera en contagiar sonrisas de aprobación, temor y desconcierto entre el resto de las personas que apenas alcanzaban a formularse las preguntas para cuestionar eso que los había hecho huir de sus hogares.
Y es que no era fácil encontrar una explicación porque era casi media noche y estaban “a salvo” en casa cuando ocurrió lo impredecible y el miedo buscó escaparse a través de todos los sentidos. Fue entonces cuando el corazón acelerado debió luchar para conservar la calma, la mente cansada debió ser ágil, los ojos adormitados debieron despertar lúcidos, las piernas cansadas debieron caminar a prisa, las manos temblorosas debieron ser firmes, los oídos debieron ignorar los rugidos de la tierra y atender los llamados de ayuda, la boca a punto de explotar debió ser presta y precisa con las palabras. La relatividad del tiempo fue manifiesta, no parecía haber suficientes segundos para salir de casa, pero la espera mientras la tierra calmaba sus ansias fue una eternidad.
El suelo convulso dio una pausa y en medio de la oscuridad y el caos, unos a otros se reconocieron, cada uno había librado una descomunal batalla contra el miedo; el saldo mostraba vencedores y vencidos, pero todos en el mismo bando cuidándose unos a otros.
El paso de las horas y los días vinieron de mano de la duda, ¿Fue Dios, la naturaleza, los seres humanos o el destino? La información daba cuenta de un terremoto, réplicas, derrumbes… muertos; la desesperación por la certeza en medio de lo impredecible parió la desinformación que trajo consigo el pánico, cayendo de golpe palabras como “mega terremoto” y “fin del mundo”; las preguntas sin respuestas definitivas arrojaron la incertidumbre que inmediatamente transformó la cotidianidad. La zozobra, la angustia, el miedo, el insomnio se sentaron a la mesa cada día. Cocinar, darse un baño, dormir pasaron a ser verdaderas proezas.
Pero la verdadera batalla la peleaban quienes lo perdieron todo y despertaron en una pesadilla. Para ellos el miedo fue el menor de los problemas, pues ahora enfrentaban la intemperie, el hambre, la inseguridad, el abandono. La solidaridad llegó poco a poco, intermitente, unos ayudaron, otros pocos continúan la tarea.
Doce días después, la calma parecía volver cuando nuevamente la tierra se estremeció en el centro del país abriendo viejas heridas y mostrando la vulnerabilidad de hombres, mujeres y niños, pero también lo inquebrantable de su espíritu, virtud -con precedentes- que atrajo los ojos del mundo. El miedo, el grandísimo miedo, no fue obstáculo para mostrar los valores que sorprenden sólo a quienes no conocen a los habitantes del ombligo de la luna. Ese ejemplo de unidad dejó postales que quedarán grabadas en la historia y en la memoria ¿Cómo olvidar ese puño en alto conteniendo toda la esperanza en una sola mano?
Fueron vistas las dos caras de la moneda, el caos también sacó a flote témpanos de hielo, máquinas insensibles ante el sufrimiento, impávidos gobernantes y líderes religiosos reaccionando lentamente ante la tragedia, no es posible empatizar con lo que resulta ajeno. Sin embargo, el alma del pueblo dio cátedra de humanidad, y para actuar no fue necesario declarar el estado de emergencia, lo dictó el sentido común.
Hoy, con el transcurso de los días la emoción languidece. El ciclo tiende a repetirse y la esperanza es para el pasado lo que el olvido es para el presente y el futuro. La histeria es fugaz y la conmoción efímera. Lo que se avanza a pasos agigantados se retrocede en pequeñas pisadas.
La mayor tragedia es el olvido, vivir en el olvido, lo cotidiano hecho de olvido. El desafío no es levantarse sino sostenerse, el reto es recordar. No olvides la tierra, la que te alimenta, la que removió sus entrañas; no olvides el agua, la que rodó por tus mejillas, la que ansiabas; no olvides el silencio, en el que orabas, en el que gritabas; no olvides el tiempo, el que era eterno, el que se acababa; no olvides el corazón, el que entregabas, el que lloraba; no olvides los brazos, los que sostenían, los que se cansaban; no olvides los ojos, los que lloraban, los que encontraban; no olvides el miedo, el que te paralizaba, el que derrotabas; no olvides la compasión, por la que sufrías, por la que auxiliabas; no olvides la voz, con la agradecías, con la que buscabas; no olvides la fuerza, la que te abandonaba, la que regresaba; no olvides el dolor, el que te conmovía, el que te dominaba; no olvides el llanto, el que te animaba, el que te desgarraba; no olvides la angustia, la que vivías, la que consolabas; no olvides que un día te importó tanto alguien, a quien desconocías, a quien ayudabas.
Si existe un mensaje cifrado en la naturaleza, si la historia no está condenada a repetirse o si hay un Dios enojado, pequeña, no olvides lo que viviste hoy, no lo olvides nunca.
Indira Trujillo / 36 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
Más amor por la vida
Hubo mucho susto. Salir corriendo a la calle con todos los vecinos y no poder dormir me causó inestabilidad emocional.
Analizándolo bien (con el temblor), aprendí a tomar decisiones para mi bienestar; tengo que vivir feliz. Me nació más amor por la vida.
Roxana Velasco / 40 años / Comitán de Domínguez, Chiapas
Foto: San Cristóbal 7-S / Carla Morales
Que Dios nos protegiera
El día del terremoto, estábamos durmiendo como la mayoría de los mexicanos y pues el estruendo comenzó. El movimiento fue muy fuerte. Abracé a mi esposa fuertemente, le dije que se calmara, que ya iba a pasar; pero en verdad se me hizo eterno. En mi mente le pedía a Dios que cuidara de mi familia, que nos protegiera. Cuando al fin todo terminó, inmediatamente no pararon los mensajes por whatsapp.
Jorge Esteban / 28 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
Tengo miedo aún
Ese día sentía que se me iba a salir el corazón. Estaba muy asustada y quería llorar, tenía muchas emociones juntas y desde ese día no puedo dormir bien. Siento que como a las 12:00 pasará otro, así todos los días. Quedé traumada.
Ahora me siento cansada ya que no puedo dormir bien ni descansar; tengo miedo aún. Creo que hasta el cuerpo te queda temblando porque cuando duermo siento que tiemblo y ya no sé si soy yo o de verdad está temblando.
Cecilia Moreno / 17 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
Se detuvo dejando henchida nuestras almas de miedo
Cuando era pequeña en Tuxtla hubo un sismo muy fuerte, recuerdo que mi padre se quedó con mi hermano y conmigo adentro de la casa, no pudimos salir, tampoco teníamos luz. Sólo escuchaba las cosas caer y a mi padre gritándole a mi madre que no entrara. Aun así no le temo a los temblores, no suelo salir de casa cuando está ocurriendo uno. Pero esa noche fue inusual.
Estaba por dormir, mi hermanita, con quien comparto dormitorio, estaba ya (dirían aquí) en su quinto sueño. Sentí el primer movimiento telúrico, lo que provocó que me sentara en la cama, no pretendía salir. Escuché a mis padres afligidos por salir de casa, imaginé que me pedirían que saliera con ellos, razón por la que desperté a mi hermana, le expliqué que estaba temblando, que debíamos bajar y salir. Mi hermano bajó antes que nosotras, tomé a mi hermana del brazo y descendimos con cuidado las escaleras mientras la casa se movía, a mi mente llegaron las historias del terremoto del 85.
Los temblores no suelen durar tanto, éste era diferente.
Logramos bajar y nos que damos un segundo en el marco de la puerta del baño, al vernos mi padre nos pidió que saliéramos con cuidado, la casa tiene tejas y por el movimiento podían caer sobre nosotras. Estábamos los cinco fuera de casa, ahora, el terremoto no dejaba de sacudir nuestros cuerpos y espíritus.
El ruido tan impresionante del crujir de la tierra, me hizo creer por un momento que ésta se abriría, del mismo modo que en muchas películas hollywoodenses, con sus muchos efectos especiales describen. Poco a poco el meneo se detuvo dejando henchida nuestras almas de miedo, de llanto que no corrió el cause de nuestras mejillas, de los abrazos y los ya pasó, ya pasó.
Comenzaron las reuniones informales de los vecinos, contando de manera relajada lo sucedido, con risas nerviosas y aliviadas de que terminara todo. Regresó a nosotros la memoria de los familiares que tenemos en la ciudad, junto a la pregunta ¿cómo lo habrán pasado? Y esa necesidad desesperada de poder contactarlos en medio de la noche.
Mientras mis padres intentaban comunicarse con nuestros familiares, yo quería saber por los noticiarios, qué tan cerca de nosotros había sido el epicentro y cuánto daño pudo haber causado en la ciudad, de qué magnitud había sido, habría réplicas, etc. Prendí la computadora de escritorio que tenemos, ahí estaba toda la información, la advertencia de tsunami, el enorme 8.2, la palabra terremoto, las entidades que fueron afectadas. A las dos de la mañana, después de llenar mi cabeza con tonterías de facebook, decidí dormir. Puedo decir que, más que miedo, tengo respeto hacia el planeta que habitamos. Que no podemos controlar, ni mucho menos predecir. Pero sí ayudar a las personas que no les fue, por así decirlo, mejor que a nosotros.
Foto: Portada Periódico Milenio. Septiembre 20 2017
Sí, sentí mucho miedo
Todo transcurría normalmente, sin poder evitar que ese día tuviera impregnado un toque de nostalgia, recordé mi niñez, cuando tenía once años; el tema en el desayuno fue el sismo del 85 y cómo nos había marcado a cada uno de nosotros aquella amarga experiencia.
Los relatos entre los que estábamos sonaban como un hecho histórico.
Poco después nos preparamos para el «macro simulacro». Nadie, incluyéndome a mí, teníamos idea de lo que ocurriría dos horas después.
El tiempo siguió corriendo.
13:40, hora de la Ciudad de México. Volvió a sonar la alerta sísmica.
No tuve tiempo en notar la diferencia entre aquel sonido escalofriante y el movimiento que comencé a sentir.
Salí de la oficina de Dirección, del colegio en el que trabajo, en el centro de Coyoacán. Era el momento preciso; alumnos, compañeros docentes y administrativos se concentraban en los patios centrales.
Sí, sentí mucho miedo.
Corriendo llegué al primer grupo de alumnos; había miedo en los rostros de todos nosotros.
Las horas pasaron y nadie regresó a su salón. La comunicación se interrumpió así como la energía eléctrica. Poco a poco comenzaron a llegar los padres de familia. Tuve que disimular mi terror y reír contando uno que otro chiste para transmitir un poco de la tranquilidad, que obviamente carecía.
Cinco de la tarde, el último niño fue recogido por su padre angustiado y agradecido por haber resguardado a su hijo, agradecido ya que «Gracias a Dios» no había pasado nada en el colegio.
Y como es común en estos casos, las noticias corrían como pólvora, la tienda de autoservicio se había desplomado, un colegio perteneciente a la misma delegación había corrido con la misma suerte. Los medios de comunicación no funcionaban, salí rumbo a casa con un nudo en la garganta.
Calles vacías, sin transporte.
Yo, con incertidumbre hasta que mi pareja, familia y amigos lograron comunicarse conmigo. Todos ellos preocupados por mi integridad física: «Se había caído una escuela en Coyoacán».
Desde ese día volvió a surgir en mí esa angustia que había dejado de sentir, ya hace mucho tiempo.
Y las noticias daban los reportes de otro día trágico en mi amada Ciudad de México.
Miguel Ángel / 43 años / Ciudad de México
Pasó una replica y sentí mucho miedo
Estaba durmiendo bien rico en mi cama y entonces empieza todo a moverse y en eso me levanto, me había quedado en la puerta cuando me llegó a traer mi papá y me dijo que nos pusiéramos en una columna cerca del lavadero. Recuerdo que mi mamá estaba llorando y rezando, llorando por mi hermana, por mi padrino, por Santiago, por Genaro, por mi madrina. En eso vi que el árbol se movía de un lado a otro y la lámina de arriba a abajo. Entonces en eso se va la luz, nos quedamos en el poste todavía y mi mamá seguía llorando y rezando. Cuando acabó el temblor entré a mi cuarto y ahí encontré un afocador, lo saqué y nos pusimos a buscar más linternas, mi mamá prendió velas y se puso a rezar en el altar. Se sentó, tomó un té y mi papá y yo salimos. En eso llega mi madrina Edith con Genarito y ella abraza a mi mamá. Salimos otra vez y llega mi padrino Coqui y mi abuelo. Mi padrino Coqui nos abrazó y nos dijo que iba a ir a ver a mi hermana. Mi mamá nos dijo que nosotros también fuéramos a ver a mi hermana para ver cómo estaba. Después volvimos y pasó una replica y sentí mucho miedo. Tuve mucho miedo y pensé que toda la casa se iba a caer y me iba a morir.
Ángel / 10 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
Una nueva oportunidad de disfrutar nuestro aquí y ahora
Hace tiempo no se sentía una removida como la del 7 de septiembre, recuerdo la noche del ’95, cuando el crujir de la tierra me hacía pensar en aquellas películas de acción donde la tierra se separaba, y era más realista aun cuando escuchaba los gritos de quienes se encontraban en la escuela que se ubicaba frente a la casa de mi abuela, donde yo estaba en ese momento.
Ésta vez no fue igual, parecía que la tierra decidió brindar un gran espectáculo, largo, intenso, que incluyó un espectáculo de luces de colores el cual había sido anticipado por la lluvia.
Cada uno lo vivió de diferente manera, hubo quienes decidieron sentirlo a la primera, otros se tomaron su tiempo, en mi caso sólo pensaba en que ya iba a pasar. Me dio tiempo de ponerme mi mejor atuendo, de implorar a todos los santos con un intento de rezo que más bien parecía una mezcla de las pocas oraciones que recuerdo.
Entre decidir salir o quedarme, me daba tiempo de observar todo lo que me rodeaba, en un intento de fotografiar con mi mente cada espacio de mi casa, por si no permanecía igual. Mis pasos inseguros me hicieron caer y a la vez levantarme. Y fue así que cuando decidí salir, la gran sacudida había terminado.
Han pasado los días y entre lluvias y temblores, entre fisuras y formas, estoy tratando de olvidar lo sucedido; sin embargo, parece que la tierra se encarga de que recordemos en nuestro día a día que nos brindó una nueva oportunidad de disfrutar nuestro aquí y ahora.
Carla Morales / 38 años/ San Cristóbal de Las Casas, Chiapas
Él nos da prestada la vida y en cualquier momento nos la quita
El día del terremoto prácticamente todos ya estaban durmiendo. Yo estaba revisando unas cosas en el cel, cuando de repente se comenzaron a mover unas cosas, supuse que sería algo leve. Al momento de ver que no paraba, salimos mi abuelito, mi hermanito y yo. Pero pues aún faltaban mis papás y una tía. Fue allí donde nos preocupamos más.
Mi hermanito tuvo mucho valor y entro a la casa a sacar a mi tía, que estaba muy asustada y no sabía qué hacer, según ella, quería meterse abajo de la cama.
Mi hermanito también fue por mis papás al ver que ellos no salían, porque entraron en pánico. Salimos todos de la casa, al igual que unos tíos vecinos y nos quedamos en el patio. Fue un día lleno de angustias, llantos y oraciones
Fue triste ver que prácticamente la casa se quería caer, tantos años viviendo allí y que de repente todo termine así. Todos estábamos muy nerviosos por la réplica que aun pasaría. Nadie pudo conciliar el sueño, lo único que hicimos fue pedirle a Dios. Si ya era su decisión que ese día fuera el último para nosotros, lo entendíamos, ya que él nos da prestada la vida y en cualquier momento nos la quita.
Como nuestra casa es de adobe pensamos que se caería, los postes tronaban bien feo, algunas paredes están lacradas pero, gracias a Dios, no pasó a mayores, como en otros lugares.
Del terremoto del 19 de septiembre me enteré en Tuxtla Gutiérrez (Chiapas) y no lo sentí. Mi madre me habló por teléfono y me dijo que tembló, que ella lo sintió, y que el epicentro había sido cerca de Puebla. Rápidamente me comuniqué con una amiga que vive en esa ciudad, me comentó que fue sólo el susto, que el hospital donde trabaja fue desalojado pero que todo estaba bien. En eso me empezaron a llegar mensajes de un grupo de Facebook que tengo con compañeros de la universidad, donde muchos de ellos estaban tomando clases, otros saliendo; comentaron que vieron explosiones, que uno de ellos pasó por el Soriana que se derrumbó cerca de Taxqueña, nos envió fotos y a partir de ahí empecé a dimensionar la magnitud del desastre que había ocurrido.
Traté de comunicarme con todos mis conocidos y compañeros que viven en el Distrito Federal; no pude contactarme al instante con todos, de hecho con una amiga que vive en Xochimilco, una de las zonas más afectadas, me pude comunicar hasta el jueves por la tarde. Con otros compañeros también se me dificultó localizarlos porque no había señal de internet, no había línea telefónica, no había luz.
Entré a internet a buscar información; pronto aparecieron los comentarios: se cayó tal edificio en tal lado, se necesita ayuda, y empecé a replicar los mensajes en Facebook. Así estuve martes y miércoles, y seguía tratando de comunicarme con mis amigos hasta que los localicé. El jueves por la tarde salí de Tuxtla Gutiérrez para llegar al Distrito Federal el viernes por la mañana. No tuve ningún contratiempo, el viaje fue normal.
Apenas llegué, fui a checar una zona de desastre que estaba por mi casa, en el metro Lomas Estrella, se derrumbaron dos edificios. Ya no había personas con vida, al parecer, sólo faltaba rescatar dos cuerpos y ya el Ejército estaba tomando el control de la zona, entonces me moví por la tarde hacia la colonia Obrera.
Esa noche del 22 de septiembre entré a los escombros de la fábrica textil que se ubicaba en Bolívar y Chimalpopoca. Se dice que aproximadamente 400 costureras asiáticas, sin papeles migratorios, quedaron atrapadas; entonces se puede deducir que cuando llegué todavía faltaba sacar poco menos de 300 cuerpos, digo cuerpos porque no creo que alguien haya sobrevivido a eso, el edificio estaba compactado, no había espacio en donde alguien pudiera refugiarse. Los autos que igual quedaron debajo de los escombros, estaban compactadísimos, destrozados. Fue muy fuerte la impresión y también fue eso lo que me hizo pensar que no habría sobrevivientes.
En el momento en que entré, lo hice con otros 19 compañeros y compañeras. Nos avisaron quienes estaban coordinando el rescate, que había peligro de derrumbe y en el ambiente se podía percibir olor a gas. Nos estuvimos coordinando con brigadistas que ya habían estado ahí desde la noche del sismo, el día 19. Ellos tenían un poco de experiencia, nos organizaron para sacar los escombros con las manos; nos brindaron todo el equipo, yo ya llevaba un casco, un chaleco y mis botas, ellos me dieron el cubrebocas, guantes y la vacuna contra el tétanos.
Estuvimos sacando rocas por casi dos horas, hasta que encontramos un cuerpo. Fue impresionante ver que se trataba de un cuerpo humano, estaba desfigurado prácticamente. Lo sacaron otros compañeros paramédicos.
En ese momento me encabronó el pensar en la corrupción que hay por parte de las autoridades al permitir ese tipo de construcciones, sin seguridad, con materiales de poca calidad y sin atender las normas de protección civil, justo por el riesgo de sismos. Las autoridades y los dueños de la fábrica, que trabajaba para Liverpool, por cierto, sabían que de alguna manera el edificio no era estable, no era seguro, y aun así estaban trabajando allí.
Quién sabe qué habrá pensado, qué habrá dicho el dueño de la fábrica en el momento del sismo, para no permitir que salieran las trabajadoras. Aquí se pone una vez más en evidencia la naturaleza voraz del capital, el máximo beneficio al menor costo, sin importar quién perezca.
Afortunadamente, la gente se organizó, la gente llegó, era la llamada “sociedad civil” –no me gusta mucho ese término–, prefiero decir que la gente, el pueblo, la organización popular se estaba formando para tratar de recuperar gente con vida y también los cuerpos, antes de que entraran las máquinas a llevarse los escombros, llevarse la evidencia de los malos materiales con que estaba construida la fábrica, etcétera.
Se dijo mucho de esta solidaridad aparente de la gente, pero fue increíble recorrer varios puntos de la Ciudad de México, sobre todo de la Roma, Del Valle, la Condesa, donde efectivamente había mucha gente organizada, tanto en los centros de acopio, los albergues, como en las tareas de rescate en Gabriel Mancera y Eugenia, en Álvaro Obregón, etcétera. Pero también fue impactante ver que se desbordaba la ayuda, había más gente, más herramientas, más víveres de los que se necesitaban, según mi consideración; incluso señoras que aspiran a ser parte de la burguesía, tenían cena preparada para todos los voluntarios, tenían por ejemplo lasaña; y fue muy desgarrador contrastar, cuando me fui acercando más al sur, sobre todo al área de Xochimilco, San Gregorio, Santa Cruz y otras zonas de la misma delegación, donde la ayuda, el acopio, llegó seis días después del terremoto. Fue impactante.
En San Gregorio la iglesia sufrió daños, se cayó una barda, se cayó una casa. Cuando llegué ya habían parado las labores de rescate, incluso ya habían demolido la casa que se había caído cerca de la iglesia, ya había paso. Platicando con la gente, me comentaron que los militares llegaron al siguiente día del terremoto, las autoridades empezaron a llegar un día después y que los soldados y los policías entorpecieron los trabajos de rescate, que sólo se quedaban viendo y que traían armas en lugar de palas, que fueron en realidad pocos los que ayudaron en el rescate y que casi nadie apoyó con víveres. Fue la gente, la organización popular la que se encargó de eso.
Definitivamente, esto fue algo que rebasó las instituciones, pues más que ayudar, entorpecieron las labores. Hasta el día 27 de septiembre en varias zonas de Xochimilco, de Tláhuac e Iztapalapa no teníamos agua. Donde yo vivo, hasta el día jueves 28 nos llegó el agua. En Xochimilco hay varias zonas donde no tienen electricidad todavía. Y hay zonas, como la colonia El Paraíso, que es de las más conflictivas de toda la Ciudad de México, a las que apenas les llegó la ayuda ayer, ocho días después del sismo. Y ya ni se diga en Morelos, en Oaxaca, en Chiapas, y eso fue lo triste.
Lo que me repugna de cierta manera es que se habla de que los mexicanos son muy solidarios y bla, bla, pero en realidad se apoya en donde están las cámaras. Creo que esta solidaridad desbordada en la Ciudad de México fue porque tembló en su casa ¿no?, tembló en el patio de su casa, cayó una bomba ahí, entonces era visible. Se apoyó donde estaban las cámaras, la zona “nice” de la ciudad.
En Xochimilco sí llegó gente, sí llegó ayuda, un día después pero empezó a llegar, sobre todo a San Gregorio; Santa Cruz quedó un poco olvidado. La zona de las trajineras, la zona chinampera está muy dañada, se levantó el suelo. Hay lugares en donde se ve el desnivel.
No es que los mexicanos sean solidarios como tal, porque ¿dónde está la ayuda en Oaxaca?, ¿dónde está la ayuda en Chiapas?, ¿dónde está la ayuda en Morelos? Tardaron en llegar, sí es que ya han llegado. Y lo que hay de acopio y brigadistas, es por la misma gente de ahí y no de la Ciudad de México. Aquí se dio un exceso de voluntarios, de herramientas para el rescate, de acopio porque está sobrepoblado y porque es la capital del país. Oaxaca, Morelos, Chiapas, están relegados y eso me encabrona un chingo, porque como ahí no están las cámaras, como ahí no hay nada aparentemente importante, se olvidan de ellos. Entonces, no es que sean solidarios, es simplemente que les golpeó en su casa.
Este tipo de situaciones saca lo mejor de nosotros como humanidad pero también saca lo más mierda. Gente que no le pasó nada se va a formar tres, cuatro veces, para recibir despensa y acopio.
La impresión que me queda de esto es que sí hay una sobrepoblación y en cada punto de la ciudad en que se solicitaba ayuda, llegaban brigadas, se amontonaron, ocasionando tráfico pero ahora llevando solidaridad. Inundamos las calles, se solicitaba ayuda en un punto y se llevaban herramientas, comida. Y luego en las redes aparecía: ya no más, aquí ya no. Pero esto ocurrió en el centro de la ciudad, había mujeres y hombres con guantes, con cascos y con picos, que se movían en todas direcciones. Había ciclistas con palas en la mochila, cajas, grandes bultos, como se dice por acá “ratoneando” entre los autos para mover los víveres de un lugar a otro, las batas blancas que volaban con el viento por la velocidad de la motocicleta. Los servicios médicos de casa por casa, no se compararon con esta movilidad de los brigadistas.
Después, se convocó a estas brigadas que estaban inundando el centro de la ciudad hacia la periferia, hacia los pueblos a los que ni los medios (de comunicación) han querido llegar. Y llegamos, los voluntarios inundamos las calles, como siempre lo hacemos, pero ahora las cajuelas de los autos estaban llenas de víveres, tiendas, y nerviosismo, ansiedad en las manos por ayudar.
Aquí, sándwiches y tortas es lo que más había de ayuda para los rescatistas, para los brigadistas, quizá un plato de arroz. Un gran contraste con las cenas en el centro de la ciudad y en donde cada 48 horas, más o menos, preguntaban que si la comida que sobraba se podía llevar a otro lado. Tristemente, en Xochimilco la ayuda no llegó a ciertas regiones hasta dos días después. En esas fechas los voluntarios empezamos a ir a los estados aledaños, sobre todo al estado de Morelos, llevando víveres y ayudando a levantar los escombros de la casa de otro, que vivía en un lugar del que nunca habíamos escuchado y que incluso nos costaba trabajo pronunciar.
Había que hacerlo nosotros mismos, la gente, el pueblo, porque no confiábamos en el Estado, no había tiempo para su burocracia ni sus simulaciones fantoches. El pueblo como tal fue el que se movilizó, el que sufrió y el que se solidarizó, tomando el control; por eso fue que los militares que llegaron a estos puntos de apoyo, sobre todo los más mediáticos, lo hicieron justo para aparentar que tenían un control, que más que nada, los militares sirvieron para entorpecer las labores de rescate. Porque no hay duda, hicimos las calles nuestras, rebasamos al Estado y a los medios de comunicación oficiales. Y podríamos decir que sí, aparentemente la gente, el pueblo, se movió no sólo por el terremoto, algo se movió en las conciencias; escuché gente que estaba indignada porque Televisa les volvió a mentir, con eso de la niña Frida Sofía. Al parecer movió (el terremoto) algo y no sé qué tanto vaya a volver a la calma. El Estado nos tuvo miedo y eso es lo que no hay que olvidar.
Antar Hernández / 23 años /Ciudad de México
Pensé que me iba a pasar algo
Mi papá me despertó. Pensé que era un ladrón, lo vi y lo conocí. Entonces, se fue la luz y estábamos arriba y mi mamá estaba abajo con Genarito, no podíamos ver, mi papá buscó una lamparita y pudimos bajar. Después nos fuimos corriendo afuera con la lamparita y a salvo. No sentí cuando estaba temblando. Ya había pasado el temblor cuando me despertó. Después sentí miedo porque pensé que se había ido la luz en la calle y no podíamos ver. Sentí miedo porque pensé que me iba a pasar algo. Y después dijeron que iban a suspender las clases y yo grité ¡he he! Dije voy a ir a jugar maquinitas, es mejor jugar maquinitas que ir a la escuela.
Santiago / 7 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
Juntarse, es la palabra del mundo
Yo sobreviví el sismo del 85. He sobrevivido el del 2017. Soy, pues, un sobreviviente.
Mientras estaba en Facebook, empezó a temblar. Mi hija, embarazada, lo primero que hizo fue tomar a su hijo Mateo y salir corriendo, yo la detuve, porque pienso que las escaleras son lo primero que se caen en un sismo muy fuerte (no sé de dónde lo sé, pero eso es parte de mi creencia sísmica).
Mi otra hija y mi nieta fueron y volvieron de abajo, rumbo a la calle, porque olvidaron las llaves: ya no las dejé bajar, por aquello de las escaleras. En este lapso, mi yerno se nos unió y nos quedamos en la puerta que da al pasillo rumbo a las escaleras y la calle.
Por experiencia, vi que la fuerza era mayúscula, de pronto pensé que “ahora sí, esto se va a caer”, por duración e intensidad. Mientras mi hija embarazada hablaba a gritos, desesperada, y yo retenía a todos para que no salieran corriendo, volteaba a ver la estructura buscando los primeros indicios de fracturas que precedieran a la debacle, lo que no sucedió.
La luz no se fue, tampoco el internet. En cuanto acabó, bajamos a la calle, donde la gente había salido de sus casas y cada quien manejaba su crisis, casi sin vernos. En cuanto nos sentimos seguros, subimos de regreso, asustados, mi hija embarazada en crisis, lo que me preocupaba.
Ella vive en la Ciudad de México, pero vino a Tuxtla a “desembarazarse”. Pensé que era desafortunado el hecho de venir porque le tocó uno de los peores sismos jamás vividos en Chiapas. Sin embargo, se salvó del sismo trágico del 19 de septiembre que devastó a la Ciudad de México. Una ciudad tan cara a mis recuerdos.
En estos días, un amigo ideó que tomáramos cursos de protección civil y comenzamos a hacer las gestiones y a informarnos. Lo que sé ahora es que debemos capacitarnos en muchos rubros. Algo urgente son los planes familiares, porque luego de estos sismos nada será igual, nunca.
Formé parte temporal de un grupo de ciudadanas y ciudadanos que acopiaron víveres y los han estado entregando en varios municipios. Me tocó el primer fin de semana empaquetar víveres y estar en un centro de acopio. Es esperanzadora la gran solidaridad de las personas. Personas que se preocupan por otras personas que no conocen.
Hemos visto la tragedia, pero hemos comprobado que el alma de la gente de este país es gigante, poderosa, amorosa. Eso me da fuerza.
Estoy consciente que la Naturaleza está viva. Viviendo en su superficie estamos expuestos a sus movimientos y a sus modos. Tenemos que armonizar nuestra vida con la de la Tierra.
Entre estos eventos, cuya tragedia no la he vivido tan descarnadamente como otros seres humanos, he vivido la dicha: nació mi quinto nieto, Gael (cuarto varón). Él sólo duerme y llora por hambre. Mi hija está profundamente estresada y deprimida, pero el amor por sus hijos le dan fuerza y ánimo. Todos procuramos atenderla, pero “no muy se deja”. Este fin de semana todos mis nietos estuvieron juntos. Verlos juntos me dio una gran felicidad.
Por mi familia, es tiempo de juntarse, de ser realmente socios en esta aventura del mundo llamada sobrevivencia.
“Juntarse, es la palabra del mundo”, José Martí.
Francisco Gordillo/ 58 años/ Tuxtla Gutiérrez
Me espanté
Estaba durmiendo y que luego me espanté y ya salimos al patio. Luego vino más fuerte y ya salimos. Sentí miedo. Pensé que se iba a caer mi casa.
Aranza / 8 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
Foto: Juchitán 7-S / Alcides Díaz
Dios nunca muere en la tierra de la inmortal sandunga
Actualmente me encuentro radicando en (Santo Domingo) Tehuantepec, Oaxaca; mi mamá con mis dos hermanos, en Matías Romero (Oaxaca), aproximadamente a unos 100 km de Tehuantepec; y el día del terremoto mi papá se encontraba de viaje en Mérida (Yucatán), lugar conocido por su escasa actividad sísmica, pero que en este caso no fue así.
En Tehuantepec vivo con una tía, sus dos hijas y sus dos nietos. Mi tía y una de sus hijas profesan una religión, desconozco cuál sea pero son ajenas a la iglesia católica, y desde mi punto de vista la religión ha cruzado su límite y ha llegado al fanatismo, en ellas.
El 7 de septiembre, después de un “día normal”, eran las 11:20 pm cuando me disponía a descansar, sabedores que antes de dormir uno revisa por última vez su celular para checar redes sociales o culminar charlas e ir a descansar, en esta ocasión no me llevó mucho tiempo, puesto que deje mi teléfono en el buró como a las 11:38 pm.
Apenas estaba logrando conciliar el sueño, se oye un ruido que viene lejos, un temblor supongo (normal en la región), un leve zangoloteo, pero ese leve zangoloteo no paraba e incrementaba su fuerza. Al momento de empezar el sismo el sistema eléctrico se vino abajo dejando a todo Tehuantepec sin energía eléctrica, oscuro y temblando, que pésima combinación; el tiempo se hizo eterno, no paraba el temblor, yo varado en el dintel de la puerta por seguridad, sólo miraba cómo la casa se movía como gelatina. Mi tía intentando abrir la puerta para salir, mi prima con sus hijos en su cuarto intentando pararse.
Por fin se abre la puerta, salimos todos, aterrados, los vecinos afuera; en ese momento no te interesa cómo saliste, algunos descalzos, otros en ropa interior con una media sabana envuelta en el cuerpo, no importa, lo importante es que estamos bien todos. La taquicardia invadió mi cuerpo, nunca en mi vida había sentido un temblor de tal magnitud, además, lejos de mis papás, de mis hermanos, esa sensación de querer comunicarte con tus familiares y que la red telefónica esté sin servicio, ¡es una sensación horrible! Nunca se lo deseo a nadie, a cada rato miraba mi teléfono para ver si ya tenía señal y nada. Varados en el corredor con el temor de otro sismo y de entrar a casa. Mi tía y mi prima empezaron con sus cosas de religión, una imprudencia para ese momento, recuerdo que mi tía decía: “este terremoto lo dijo el hermano fulano, él nos dijo que estuviéramos alerta, porque tuvo una revelación”, mi otra prima exclamando que dejara de aterrar a los niños con sus cosas.
Seguíamos fuera de la casa, sin energía eléctrica, sin telefonía, y con el sonido de las ambulancias de fondo. Yo con la incertidumbre de saber cómo estaban mi mamá y mis hermanos y sin poder hacer nada, ¡aterrador! Mi mente en ese momento pensando cosas malas.
Sentados en el patio sin saber del sismo magnitud, epicentro, nada; de repente llega mi primo, un paramédico, a ver cómo estábamos, y nos trajo todas las malas noticias: “Dos personas muertas hasta ahorita, porque la casa se les vino encima. En Salina Cruz dieron alerta de tsunami, los de la Marina andan alertando”; esas noticias sonaban en la región. De pronto, ¡otro sismo!, todos con miedo de su magnitud. Y así pasamos toda la noche. Sentados en el patio sin dormir, y yo angustiado por no saber algo de mi familia, sólo le pedía al creador que estuvieran bien.
Dieron las seis de la mañana, empezaba a aclarar cuando llegó otro primo con su familia para ver cómo estaba su mamá, y nos dice que toda la carretera Transístmica estaba llena de carros de familias de Salina Cruz; por miedo al tsunami durmieron en sus coches en la carretera. No hay transporte, se respira en el ambiente mucha tensión.
Son las 8:00 horas y mi tía recibe una llamada de sus hijos que viven en Oaxaca; yo enseguida reviso mi celular para poder comunicarme con mi familia, pero no corro con esa suerte, sigo sin servicio. Le pido el teléfono a mi tía para llamarles, entra la llamada: Bueno. ¡¿Flaca están bien?!, ¡bueno!, ¡bueno! La comunicación era pésima. “Sí, estamos bien, ¿y tú?” “¡Sí, lo estoy!, ahorita me voy a Matías (Romero)”, eso fue lo único que pudimos decir.
Transcurrió otra hora, Tehuantepec con un silencio impresionante. Normalmente, a esta hora se oye el murmullo de la gente, los autos que pasan por la carretera Transístmica, los aparatos anunciando vendimias o una fiesta; hoy, están muertos. Con un sentimiento feo, una sensación que ahora que escribo no puedo expresar.
Busco un carro que me dirija a Juchitán, me subo y son pocos los usuarios, todos hablando del temblor, de las noticias locales, es inevitable viajar y ver las afectaciones que causó en Tehuantepec, pero ese no es el problema… el verdadero problema se ve cuando vamos llegando a Juchitán (Oaxaca); desde el famoso Canal 33, una de las entradas a Juchitán, empiezan a notarse las afectaciones, fue impresionante ver cómo tiendas y casas desaparecieron y se transformaron en escombro. Bajo del camión y estoy aproximadamente a una hora de distancia de mi familia, tomo otro carro con dirección a Matías Romero. Ese viaje fue una hora de sueño, mi única hora de sueño. Entrando a Matías, se notan las afectaciones, empiezan a circular imágenes de los daños que ha causado el terremoto y lo más triste, empieza la cuenta ascendente de personas fallecidas.
Llego a casa, veo a mis hermanos y a mi mamá, mi corazón descansa, es un alivio ver que están bien, les pregunto por mi papá, y me dicen que ellos se comunicaron con él desde el terremoto, que se sintió también en Mérida. Mi mamá estaba nerviosa y espantada por no poderse comunicar conmigo o con mi tía o alguna de mi primas; fue una angustia tremenda. Y me empiezan a platicar su experiencia, mi casa es de dos pisos, ellos encerrados en un cuarto de la segunda planta sin poder salir, mi mamá me dijo que tenía mucho miedo, pero tomó valor para que sus hijos no lo notaran y nadie entrara en crisis, solo les decía: “Tranquilos, ya va a pasar, tranquilos, Padre nuestro que estás…”
Me entero que un primo lo perdió todo; en serio no sé cuál fue mi cara cuando me dijeron eso, y pues tenemos que ir a Santo Domingo Petapa, un pueblito pegado a Matías Romero, aproximadamente a unos 15 km, lugar de donde mi madre es originaria, un pueblito muy humilde, lleno de sabor y muchas tradiciones.
Ya eran como a las 3 pm, nos preparamos para ir a visitar y auxiliar a mi primo, en el viaje comentábamos de todas las fotos que circulaban por la red, de lugares, de familias, ¡de todo!
Llegando a Santo Domingo, fuimos a visitar lo que era la casa de mi primo y ver cómo la gente lo ayudaba a sacar las pocas pertenencias que le quedaban, me movió muchas cosas; en serio, ver a jóvenes, señoras y lo que más me conmovió fue ver a un niño de tal vez unos 5 años de edad, ayudando. Sólo saludamos y manos a la obra, a trabajar, a acarrear cosas y acomodarlas en una casa que le prestaron para poder vivir mientras. Llegó la noche, teníamos que regresar a Matías, no hubo platica de cómo fue la tragedia, sólo muchas cosas que acarrear y acomodar.
Llegando a Matías tras un día en el que no dormimos –la verdad tampoco recuerdo haber comido, no tenía estómago para eso-, pero sobre todo tras un día con muchas réplicas, venía la noche y con ella el miedo a que se repitiera, la incertidumbre de entrar a la casa, el temor de que estando dormidos dentro nos agarre otro sismo en la planta alta.
Durmiendo con puertas abiertas y en la sala pasamos la noche, al siguiente día nos dirigimos a Santo Domingo a visitar a mi primo y llevar un poco de víveres, ya estando con ellos platicamos y nos contaron su experiencia sobre el terremoto: “Empezó a temblar, le dije a Lulú, sal, está temblando, yo voy por los niños”, así empezó su narración mi primo, “el pequeño no quería despertar y regresé por él, todos afuera, sin luz, nos abrazamos los cinco y solo deseábamos que parara, y empezamos a escuchar ruidos y más nos abrazábamos, pasó el temblor, sólo escuchábamos ruido de cosas que caían y empezamos a toser por el polvo, en mi mente no imaginaba lo que estaba pasando. Minutos después saco el teléfono y enciendo la lámpara, mi mujer empezó a llorar, también mis hijos, de ver que no teníamos nada, todo estaba destruido”…
Y así pasaron los días en el Istmo, con miedo por las réplicas que aún no paran, ver edificios emblemáticos e históricos que colapsaron. Queda un Matías Romero sin historia, queda un istmo de Tehuantepec dolido por las pérdidas, materiales y humanas, pero ¿sabes algo?, en el istmo la gente es muy unida, porque así como nos vamos a las tan famosas velas donde la mujer porta el hermoso traje regional y el hombre su guayabera y pantalón negro, en la que cooperamos todos para las fiestas, así también saldremos adelante de esto, todos, unidos, apoyándonos unos a los otros. Y como dice una de las canciones características y me atrevo a decir que es el himno de los oaxaqueños, ¡Dios nunca muere, mucho menos en la tierra de la inmortal sandunga!
Cuando fue el terremoto ya estaba dormido, mi mamá estaba apagando la tele, entonces si no me hubieran despertado ni siquiera lo hubiera sentido literalmente, pero mi mamá se levantó, se levantó también mi papá y mi mamá levantó también a mi hermanita y me andaban grita y grita que me levantara, hasta que me levanté. Cuando me levanté tenía mucho sueño pero empecé a sentir cómo se tambaleaba todo el suelo y las láminas se movían. Estaba prendida la luz, se volvió a apagar y seguía el temblor y después de eso mi papá dijo que ya iba a pasar pero siguió, entonces es cuando nos fuimos afuera y todas las vecinas salieron. Después volvió la luz pero sólo en mi casa. A toda la colonia no volvió la luz y toda la colonia estaba afuera de sus casas. Entonces se sintieron más replicas y como las dos de la mañana empezó a llover fuerte y todas las vecinas se metieron en mi casa para quedarse ahí hasta que terminara la lluvia porque tenían miedo de que hubiera una réplica más fuerte. Entonces a mí no me importó y tendí mi cobijita y me dormí hasta las cuatro de la madrugada que ya se habían ido las vecinas y cuando se fueron mi mamá me levantó para que me fuera a dormir al sillón porque mi mamá tenía miedo de que nos fuéramos a dormir de nuevo a los cuartos porque tenía miedo que tuviera un terremoto más fuerte y se cayera la casa y ya.
Ciro Alberto / 11 años/Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
Foto: Sí, todo va a estar bien / Leticia Bárcenas
Parece que fue una eternidad lo que vivimos
Compartir mi experiencia respecto al sismo de 8.2 grados que aconteció en el estado de Chiapas, el 7 de septiembre, me pareció muy interesante e importante, es por ello que se los cuento:
Ya me encontraba durmiendo, por casualidad esa noche dormía junto a mi hija, que ya tiene 16 años. Sentí que empezó a temblar y me despertaron del todo los gritos de mi madre, que vive en el piso de abajo: ¡Chamacos levántense!, ¡Sofi!, ¡Kary! ¡Párense, está temblando!
Párate aquí, Sofiíta, hija, ven. Decía yo, que erróneamente me posicioné en el marco de la puerta de la recámara. Mi madre seguía gritando que bajáramos. Como no paraba de temblar bajamos, lo admito, corriendo. Afuera se escuchaba que tronaban cristales, eran de la casa del vecino de a lado. Nos quedamos cerca de mi madre. Vi a mi hermano salir de una recámara con su hija de tres años, inmediatamente la tomé en mis brazos y busqué la salida; afortunadamente y con la gran bendición de Dios, ese día habían olvidado poner el candado a la puerta principal, jalé el pasador y salimos a la calle, ya que la casa es de dos plantas y no tiene un punto, del todo seguro, para guarecerse.
Mi madre gritaba: ¡la niña está en el cuarto durmiendo! La hija mayor de mi hermano, de nueve años, se había quedado a dormir en la recámara de mi mamá. Mi hermano fue a buscarla, mi cuñada salió de su habitación con su niño, un varón de siete años.
Salí y busqué el lugar menos peligroso para quedarnos, ahora me doy cuenta que la calle tampoco es un lugar adecuado, no esa calle, pero esa noche, en ese momento, era el lugar menos peligroso para quedarnos.
Los postes parecían que se iban a caer, no dejaba de temblar; salieron dos chispas fuertes, eran de los postes de luz que, automáticamente habían “botado” las pastillas, en realidad no sé qué es eso de las pastillas, después comentaron los vecinos, que afortunadamente son automáticas.
Durante el temblor ninguno de ellos salió. Nadie. Sólo nosotros nos encontrábamos afuera. Mi madre gritaba el nombre de una vecina, que tiene 65 años de edad y vive sola, pero no pudo salir porque no encontró las llaves de su casa en ese momento.
Todo pasó tan rápido, pero yo sentía que nunca iba a dejar de temblar, tuve muchísimo miedo. Me da pavor, aunque en esos momentos he sabido controlarme y afortunadamente recuerdo lo poco que he aprendido en protección civil.
Ahora que lo cuento parece que fue una eternidad lo que vivimos; algunos dicen que fue un minuto y segundos, otros que fueron tres minutos, en realidad no lo sé.
Roxy Karina/ 39 años/Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
¡Estaba temblando!
Me acuerdo que estaba a punto de dormirme y de repente empieza a temblar, me paré y todos estábamos en una esquina, como abajo de un avión, en una cadena y todos nos reunimos ahí. Luego mi papá cuando terminó el temblor se fue a buscar a mi abuelita que si estaba bien y a mis tíos, mi tía y de ahí regresó. No dormí, me desvelé. Al siguiente día sólo dormí un poquito, me volví a despertar, hablé con Ángel y ya. Tenía miedo ¡Estaba temblando! Pensé que me iba a morir.
Ángel David / 11 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
En mi interior me invento que este sismo es bueno
Esa noche mi hijo no se quería dormir, tenía tarea pendiente y por no hacerla temprano a penas nos estábamos acostando, eran las 11 cuarenta quizá. Él seguía inquieto, me di la vuelta y le dije: ¡Duerme de una vez! Yo ya tenía sueño y mi hija dormía a mi lado. La cama comenzó con un movimiento leve y me levanté; le dije al niño: «Está temblando» y le pedí que saliera, la intensidad comenzó a ir en aumento y no alcanzaba a mi hija para sacarla de la cama, así que la jalé de los pies sin violencia para no asustarla mientras la fuerza del sismo seguía incrementando. La abracé y mi hermana que estaba cerca abrazó a mi hijo. En medio del patio, mi mamá oraba y ahí nos unimos los cinco. Abrazados veíamos cómo los árboles se sacudían como plumeros y yo pensaba: «De que pase el temblor ¿cómo nos comunicaremos con los demás? Las líneas se bloquean… Todos trataremos de saber si estamos bien… ¿Se caerá nuestra casa? ¿Dónde andan mis hermanos, mi padre? Todo eso pensé mientras la tierra seguía acomodándose y callada abrazaba a mi niña y veía hacia donde estaba mi pequeño.
¡Somos pecadores! – Escuché. ¿Somos pecadores? Me respondí en la mente que sí. Recordé que México está muy sucio, muy cochino por todo lo que no hacemos.
Pobre hombre. Pobres seres minúsculos, indefensos y engreídos. Parece que después de las catástrofes todo cambiará; somos amables, humanitarios por segundos pero, unos segundos más, la voracidad nos vuelve al cuerpo y comienza lo de siempre: La gente roba en las calles y alguno hasta intenta abusar sexualmente de una chica en medio del colapso. Los políticos – los peores – fingen preocupación mientras se soban las manos pensando en cómo robar los recursos destinados a los damnificados. Tiran croquetas al pueblo para sentir que sirven de algo mientras se guardan para sus campañas políticas las donaciones que otros aportan caritativamente.
Durante los temblores, el tiempo es elástico, algunos de pocos segundos te hacen sentir que duran semanas ¿y éste de minuto y medio? Eterno. Siento fascinación de este fenómeno, oigo la tierra rugir y a pesar del miedo siento una poderosa energía transformadora.
No. Nada cambió en el fondo. Somos pecadores. Y yo sola, en mi interior me invento que este sismo es bueno, la tierra se renueva, es bueno porque movió mi cuerpo, sacudió mis hombros para hacerme despertar, es esperanzador, debe serlo, – quiero creer – dentro de mí.
Su contrato con esta hache institución termina hoy. La frase fue dicha proyectando la voz por toda la oficina y con buena dicción. Este podría haber sido galán de radionovela, pensé aún sin darme cuenta bien a bien, de lo que el subdirector de administración y finanzas había dicho. El presupuesto para los programas de cultura fue cancelado. Entonces sí, comprendí que me estaba despidiendo. Aquí está el cheque con su liquidación. Fue una bonita relación laboral. ¿Bonita relación de trabajo? Pero si era la primera vez que lo veía en los tres años que estuve encargada de los proyectos culturales que se transmitían por la radio institucional. Intenté que me diera una explicación porque yo consideraba que mi trabajo estaba bien hecho, había sido, hasta el día de ayer, una empleada puntual con las entregas, responsable con los contenidos, no me salía a fumar cada hora. La respuesta fue la misma: El contrato se terminó, no hay renovación ni presupuesto. Tomé el cheque y salí de la oficina del subdirector y de la hache institución. Miré la calle para un lado y para el otro. Decidí el camino que tomaría. Estaba sin trabajo, pero no derrotada.
Busco empleo / Foto: Patricia Moreno Ocampo
Lo primero que hice fue limpiar mi casa. Con buen ánimo barrí, sacudí, trapeé, lavé vidrios, hasta las telarañas quedaron relucientes. Enseguida, hice un plan de gastos, si administraba bien la liquidación y mis ahorros, ambos raquíticos por cierto, podría estar bien un par de meses, incluso ir al cine una vez a la semana. Después, saqué el disfraz que se requiere para ir a las entrevistas de trabajo y lo mandé a la tintorería, lujo que entraba en el presupuesto de ese mes.
Lo siguiente fue hacer la lista de sitios a los cuales enviaría mi curriculum y manos a la obra: escribir y escribir y escribir y enviar y enviar y enviar correos electrónicos, llenar enormes solicitudes en las agencias de empleo que abundan en internet. No sentía ningún apuro y menos preocupación alguna, nunca había pasado quince días sin trabajo, bueno, quizás un mes, pero no más. Sólo era cuestión de hacer lo que se acostumbra en esos casos y esperar la oferta laboral que me llovería.
Pasaron tres semanas de llenar solicitudes, hacer llamadas, y nada. El segundo mes fue de entrevistas, mi experiencia laboral les parecía “interesantísima”, dijeron algunos; otros, que mi perfil era el ideal para el puesto. Todos terminaban con la frase: Solo hay que esperar a que el presupuesto se destrabe y la llamamos.
El tercer mes, por precaución administrativa cancelé las idas al cine, al teatro ni se diga. Mientras, insistía con las solicitudes y llamadas a quienes habían dejado abierta la posibilidad de emplearme.
Al cuarto mes, ¡por fin un trabajo! Corregir la redacción de guiones multimedia de los cursos en línea de una universidad. La paga era de risa; sin embargo, ya era algo, aunque no suficiente como para evitar un ajuste presupuestal más: los cortes de carne, el salmón y el pan artesanal salían de mi plan alimenticio.
Al quinto, surgió la posibilidad de una chamba más: dar un curso en una universidad en línea… otra, distinta a la de los guiones multimedia. La entrevista fue vía Internet, por supuesto. Cuando aclaré que nada más tenía el título de licenciatura, insuficiente para dar clases a gente de maestría, el reclutador, con toda calma contestó: Ay, por eso no se preocupe, es lo de menos. Lo que ahora nos urge es cubrir el cuatrimestre. El lado negro de mi conciencia me aconsejó aceptar: Di que sí, di que sí, si a ellos no les importa a ti menos, es una lana.
Mi refri en estos tiempos
Y así, cada sábado, me conectaba a la computadora para hablarles durante tres horas a los estudiantes de una maestría patito, en una universidad que los engañaba. Al terminar cada sesión, los administradores, sin falta, me hacían la amable recomendación de que no era necesario ponerles música en los descansos, o bueno, que si así lo prefería optara por algo más clásico como Vivaldi o Mozart y no Tina Turner o Janis Joplin. Eso sí, la paga convenida fue puntualmente depositada en mi cuenta.
Al sexto mes el vino tinto, el último placer de mi vida de sibarita, desapareció de mi lista de la compra.
Ahora estoy pendiente de las frutas y verduras de temporada. De las recetas para ensaladas y croquetas de plátano con frijol, aprendí a sustituir el pollo con setas, a hacer puré de berenjena y tortitas de zanahoria rellenas de queso crema. Y agua, mucha agua. Nada más sano para las articulaciones y la frescura del cutis.
* Defequense, creció arrullada entre el rock and roll sesentero, el sonido de las Big band y la melosidad de Doris Day. Lectora empedernida de Lágrimas y Risas, cinéfila de corazón, viajera por vocación.
Llegar a la función de cine de Radiombligo es obligarte a vivir varios momentos, como si entraras a una máquina del tiempo, donde te es posible ir de una época a otra, y vivir un cúmulo de experiencias reales e imaginarias por el entorno que la envuelve.
Pienso en la atemporalidad por la cinta proyectada: «El chico», película muda de Charles Chaplin, estrenada en 1921, que ha sobrevivido por generaciones. Algunos se preguntarán ¿por qué ir a ver una película que ya hemos visto?, ¿por qué ir a ver una película vieja? Otros afirmarían ¡los niños se aburrirán horrores!
Surgirán quizá otras interrogantes como ¿para qué voy si ahora en mi computadora o teléfono celular con Internet puedo ver la misma película desde la comodidad de mi casa?, es una película muy vieja seguro la descargaré fácilmente.
Sin embargo, la convivencia que se da entre el público, los participantes y los organizadores hace ese tipo de funciones una experiencia única. Los niños no sólo estuvieron atentos sino rieron divertidos, no hubo necesidad de entretenerlos con golosinas ni con grandes efectos especiales, fue una comunión sencillamente sui géneris entre el cine, el músico y el público.
Pienso en mi presente, ha sido una experiencia nueva ya que nunca había estado en una función de cine donde la música estuviera en vivo, es emocionante.
La introducción de pequeñas piezas a cuatro manos ejecutadas por don Rafa (maestro Luis Felipe Martínez Gordillo), acompañado de Miriam, que don Gerasio atinadamente la denominó «Miriam, Deditos mágicos». Fue como calentar motores para nuestra sensibilidad, aunque no faltó uno que otro niño inquieto que preguntaba a qué hora empezaría la película.
Después de la breve introducción, don Rufo ayudado de don Gerasio colocaron el piano frente a la gran pantalla y comenzó el maravilloso espectáculo. Al principio estaba atenta en distinguir la ejecución del maestro e imagen de la pantalla, pero poco a poco me fui sumergiendo en una atmósfera en que música e imagen se hicieron una y se matizaron con las risas de los niños y adultos.
El pasado se asomó a mi memoria cuando llegué a la sala Descartes, recordé mi adolescencia, hace como 20 años, en ese tiempo entrar en cada cine era distinto, porque ninguno se parecía al otro, cada sala tenía su propia personalidad.
Ahí era Cinemas Gemelos, sus dos salas se llenaban todas las tardes y fines de semana. Nos reuníamos en el parque con mis amigas y amigos para entrar al cine, recordé las grandes colas en la taquilla, así también la ruta en el colectivo para arribar al lugar, los puntos de encuentros y desencuentros. Los sonidos de la ciudad eran distintos, mi vida era distinta.
A la entrada del Descartes pagué cero pesitos un centavito y como llegué temprano una señorita muy amable me pidió sacar de un costalito un cartoncito, no pregunté para qué, al ver lo que había sacado decía la palabra pez, imaginé: ¿Será que me pedirán hacer el sonido de un pez?
¿Realizaremos equipos por los animales que nos hayan tocado?, me pregunté al escuchar que otra persona sacó la palabra sapo; luego pensé: ¡Habrá rifa!, entonces me darán el cuento de un pez o un pez de cartón o un pez de madera o un pez de sabor.
Al final de la función lo supe, fue una rifa pero el pez resultó ser sólo una palabra de consolación, no resultó premiado. Espero tener suerte en la próxima rifa. Mientras tanto estaré gustosa de volver al cine de Radiombligo de la mano de Ángel y Santiago, mis cómplices perfectos de este viaje en la máquina del tiempo.
Les comparto una breve recopilación de audios de lo que captamos en la función de cine (Cortesía www.archivosonoro.org)
Al llegar a Palenque, Chiapas, recordé lo que escribió hace unos días Alberto Ruy Sánchez acerca de mirar con nuevos ojos el paisaje; él hacía referencia a una novela de Marcel Proust en la que el viaje es similar al amor y señalaba que nunca será lo mismo entrar a una población por un camino u otro, llegar a través de un transporte u otro. Creo que es lo mismo respecto al motivo que te hace llegar a ese lugar y no a otro.
Texto y Fotos: Leticia Bárcenas González
Hace años visité Palenque en un viaje que, entre otras cosas, serviría para conocer la zona arqueológica y estar un poco más en contacto con la naturaleza, me acompañaban mis hijos y la ciudad apenas la visitamos, sólo recordaba su mercado. En esta ocasión fui a realizar trámites burocráticos.
Lo primero que me sorprendió al caminar fue su panteón, no sólo porque su barda está ilustrada por representaciones de las deidades mayas, sino por su ubicación a un lado del hospital. Esa cercanía hacia el lugar en el que se supone se procura la salud, además de luchar por la vida en muchas ocasiones, me hizo recordar que en la cosmogonía maya sus dioses eran superiores a los hombres pero no perfectos, por lo que eran capaces de nacer y deberían ser alimentados para no morir.
Con este pensamiento seguí mi camino, al llegar al centro, las oficinas de gobierno aún estaban cerradas, era temprano, antes de las ocho de la mañana; sin embargo, la iglesia católica dedicada a Santo Domingo, ya tenía su puertas abiertas. Decidí entrar y nuevamente la sorpresa se reflejó en mi rostro.
Tenía la idea de que en los templos la presencia mayoritaria se debía a las mujeres, sobre todo, de la tercera edad. En este viaje descubrí que no es así, por lo menos en Palenque. Al entrar vi a un hombre sentado en una banca del lado izquierdo del altar, del lado derecho había otro hombre orando hincado. Y frente al altar estaban dos hombres, que supongo eran padre e hijo, orando en voz alta y pidiendo bendiciones para su familia y la comunidad. Antes de que ellos se retiraran entraron otros dos hombres, uno se sentó en una banca, el otro se paró frente a la imagen de San Judas Tadeo.
Al salir había dos jóvenes sentados en las bancas de metal que anteceden la puerta. Más allá estaba otro joven barriendo el patio y una familia acomodando cruces de palma en una banca.
Salí del lugar y caminé a las oficinas gubernamentales donde realicé un trámite.
Posteriormente, decidí visitar la zona arqueológica y tomar un poco de energía antes de regresar a Tuxtla Gutiérrez. Recordaba el lugar de otra manera, quizá mi visión era más romántica que esta ocasión:
Si aprendemos a darnos cuenta de la sutil diferencia comprobaremos que un primer beso en una mejilla nunca será igual que uno en la otra ni conducirá a lo mismo: Alberto Ruy Sánchez
Y ahí estaba, dispuesta a mirar con nuevos ojos las mismas pero nuevas construcciones, los viejos pero nuevos árboles, y las personas… las nuevas personas y sus voces de antes y de hoy.
La vida, los dioses mayas o mi nueva mirada, me dio la oportunidad no sólo de mirar-ver, sino de caminar al lado de un grupo de personas de diversas profesiones, de diversas ciudades, de diversas edades pero con un el mismo amor a su país, a su historia y a su patrimonio.
Este grupo visita entre 6 o 7 lugares de México al año para mirarlos con nuevos ojos y reconocerse en su pasado, para de esa forma apropiarse de ellos y después compartirlos, ya sea a través de su quehacer cotidiano o de su trabajo profesional, porque hay restauradores, historiadores, amas de casa, abogados, entre otros.
Del grupo destaca un hombre que habla no sólo con pasión sino con conocimiento sobre lo que su mirada ve con nuevos ojos, se trata del doctor en Arquitectura, Jaime Antonio Abundis Canales, especialista carmelita, quien ha publicado dos volúmenes sobre “La huella carmelita en San Ángel” y quien lo mismo da un seminario de maestría sobre arquitectura colonial, que participa en visitas guiadas como la de Palenque, en donde nos enseña, a quienes nos acercamos a él, a mirar de otra forma lo que nuestros antepasados han construido y nos han legado. Él explica por qué lo hace:
Habitar la ciudad a veces es cansado, produce desesperanza, agobio.
Caminar sus calles puede ser un acto temerario, no sólo por sortear baches, banquetas que van contra toda lógica por su inclinación o su reducido espacio, o por soportar los montones de basura, mangueras y tubos que quedaron después del ensalzado “Que Viva el Centro”, que cual huracán destrozó banquetas y hasta botes para basura desapareció.
Y qué decir del tráfico, las calles cerradas, el ruido ensordecedor, la publicidad desbordante en paredes y postes
Sin embargo, también sucede que puede haber maravillas esperándote, como amaneceres nublados, la felicidad de unos novios al salir de la catedral tras darse el añorado sí, la magia de una danza de luz y sombras, animales fantásticos, la lluvia contenida esperando el momento idóneo para acariciar las huellas de tus pasos, unos zapatos viejos indicando a media banqueta que es posible cambiar de ruta y romper la rutina o la poesía a tus pies…
Visitar Chiapa de Corzo en enero y ver a los parachicos y a las chiapanecas, ya sea saliendo de la iglesia o caminando por sus calles, es un deleite visual: colores, texturas, diseños. Pero el placer puede ser mayor si ponemos a tención a los olores, sobre todo en las casas donde se han realizado los altares en honor a los santos venerados y se puede percibir el olor de las piñas, las papayas, los guineos, confundido con el estoraque y el olor de la pólvora de los cuetes.
Y qué decir de los sonidos, el chinchin de los parachicos, la marimba, la banda y el rumor de la gente que espera fuera de la iglesia, que camina tras la procesión de los parachicos o que simplemente espera verlos pasar mientras disfruta unos deliciosos jocotes curtidos o unas jugosas naranjas con chile.
En el municipio de Chiapa de Corzo, Chiapas, cada año se realiza la Fiesta Grande o «Fiesta de los parachicos”, como la nombró la UNESCO en 2010, cuando la declara patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
La tradicional feria inicia el 8 de enero y concluye el 23 del mismo mes, en ella se venera a San Antonio Abad, San Sebastián Mártir y el Señor de Esquipulas (o de los Milagros).
El 15 de enero, le corresponde al Señor de Esquipulas; el 17 a San Antonio Abad (Sananton); el día 18 se le rinde homenaje póstumo en el panteón municipal a los patrones de los «parachicos» fallecidos. El 20 de enero se honra a de San Sebastián Mártir.
Al día siguiente, el 21, se realiza el Combate Naval en el río Grijalva, que consiste en un espectáculo de fuegos artificiales con el que se rememoran las batallas de conquista y de pacificación, sostenidas entre los españoles e indígenas chiapanecas.
El 22 de enero es el desfile de carros alegóricos, acompañados de «parachicos» y chuntáes, quienes al ritmo de pito y tambor, van bailando y repartiendo dulces.
Y, finalmente, el 23 de enero desfilan los «parachicos» para despedirse y prometer, en el templo de Santo Domingo de Guzmán, que regresarán el siguiente año.
Pero, ¿Quiénes son los parachicos?
Cuenta la tradición oral que a mediados del siglo XVIII llegó al pueblo de Chiapa de la Real, una dama española, guapa, rica y muy católica, llamada María de Angulo, quien buscaba a un curandero indígena para que aliviara a su pequeño hijo de una extraña enfermedad.
Según la leyenda, el curandero llevó al niño a las curativas aguas del Cumbujuyú, y lo sanó de sus males. Poco tiempo después hubo en el pueblo de Chiapa una hambruna por falta de lluvias y por la aparición de una plaga de langostas. Al saber lo que ocurría, doña María de Angulo quiso ayudar a la gente del pueblo como una forma de agradecer que hubieran sanado a su hijo, así que vino con sus sirvientes y grandes despensas, que se repartieron de casa en casa.
Por las tardes, después de entregar las despensas, las y los criados de doña Angulo bailaban y danzaban para diversión de los niños, o sea de los chicos, se cree que ese es el origen de la palabra «parachico».
Cuentan, que para recordar este hecho, los indios chiapanecas empezaron a imitar a los españoles y a las sirvientas de doña María de Angulo, disfrazándose de parachicos y de chuntáes (palabra de origen chiapaneca que significa criada).
Las peregrinaciones tienen una larga historia, las más antiguas se realizaban en Roma y Tierra Santa y no pueden entenderse fuera de un contexto espiritual y de recogimiento, incluso de sufrimiento.
La idea de peregrinar para llegar a un punto geográfico cumple con la función social de mostrar públicamente la fe y la pertenencia a una Iglesia, sin embargo, lo más sobresaliente de las peregrinaciones en México es su forma gozosa de celebrarlas, en Chiapas incluso van acompañadas de parachicos, mariachis y hasta marimbas.
Ayer al caminar por la Avenida Central de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, me encontré con una peregrinación de luchadores… quienes van a recargar las energías para continuar con su lucha, en la cotidianidad y en el ring.
Atrás venía otra peregrinación de una línea de autobuses, pero esa es otra historia.