a la mujer sentada en la plaza vendiendo su silencio.
En fin, diciendo ciertas cosas reales
en una lengua unánime, amorosa;
a los niños que sueñan en las frutas
y a los que cantan canciones sin palabras en las noches
compartiendo la muerte con la muerte,
los invito a la vida
como un muchacho que ofrece una manzana,
me doy fuego
para que pasen bien estos días de invierno.
Porque una mujer se acuesta a mi lado
y amo al mundo
Juan Bañuelos
*Poeta, ensayista, editor y catedrático. Nació el de octubre de 1932 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y murió el 29 de marzo de 2017. Poema del libro Espejo humeante, 1968.
No nos destruyamos antes de volver—me dijo. Pero yo necesitaba saber con cuántos se acostó mientras estuvimos separados.
No es que yo hubiera permanecido célibe, es más, si le confesara todo lo que había hecho para olvidarla jamás volvería conmigo, pero necesitaba saber.
La duda es el tufo expansivo y cáustico de la pimienta, de las fábricas de jabón que enardecen el olfato hasta asfixiar.
Quizá estaba enterada de lo que yo había hecho y quería evitar que le recordara el dolor. Me vio a los ojos y dijo insistente: ¡Por favor, no volvamos a caer!
Pero la agarré con fuerza de la muñeca y la hale hacía mí.
¡Dímelo!— grité.
La sangre se expande rápidamente cuando está caliente, pensaba que era más espesa y lenta.
I – Conversación / Elizabeth Bishop (8 de febrero de 1911, Worcester, Massachusetts, Estados Unidos – 6 de octubre de 1979, Boston, Massachusetts, Estados Unidos)
Versión de Ulalume González de León
Fuente: Material de Lectura No. 64. Serie Poesía Moderna. Universidad Nacional Autónoma de México /Dirección de Literatura. México. 1979.
No estés lejos de mí un solo día, porque cómo, porque, no sé decirlo, es largo el día, y te estaré esperando como en las estaciones cuando en alguna parte se durmieron los trenes.
No te vayas por una hora porque entonces en esa hora se juntan las gotas del desvelo y tal vez todo el humo que anda buscando casa venga a matar aún mi corazón perdido.
Ay que no se quebrante tu silueta en la arena, ay que no vuelen tus párpados en la ausencia: no te vayas por un minuto, bienamada,
porque en ese minuto te habrás ido tan lejos que yo cruzaré toda la tierra preguntando si volverás o si me dejarás muriendo.
Soneto XLV / Pablo Neruda (12 de julio 1904, Parral, Chile – 23 de septiembre 1973, Santiago de Chile, Chile)
V
Apagalas estrellas,
desconecta el sol.
quiero adentrarme a tientas
por los acantilados de tu piel,
reconstruir sobre tu boca
las letras, una a una,
con que dar nombre al fuego,
a la locura de saber que he visto
el cielo tan de cerca, o no, tan mío
que mi país se llama medianoche.
¿Quién eres? ¿Dónde estás? Qué importa,
si te elegí entre todas las estrellas.
Territorios de un cuerpo (fragmento) / Jenaro Talens (Cádiz, España. 1946)
“Aquel que camina una legua sin amor camina amortajado en su propio funeral”. W. Withman
La primera cita
La aparición del lenguaje es aún muy discutida si se relaciona a la evolución del cerebro humano. Sin embargo, todo nos lleva a pensar que ambos se gestaron y evolucionaron paralelamente y que gracias a este hecho nuestro universo diversifica y expande sus múltiples posibilidades de interacción para la raza humana.
Fue primero la llegada de lo simbólico, seguido por la aparición del habla y finalmente la escritura. De esta última, hace 3 mil años, entre sumerios y fenicios, parecen ser los vestigios más antiguos y con ellos las primeras puertas a mundos mágicos, a viajes indestructibles por la conciencia humana, a través de la lectura. Ha de suponerse que en donde existió un primer escritor, hubo, también, un primer lector y un primer guiño de deseos de conquista.
Felipe Garrido, señala en su libro Cómo leer mejor en voz alta que “nadie encontrará interesante lo que no entiende”. En este mundo de lecturas diversas la frase cabe con soltura y para no correr riesgos se expone más a detalle, renglones abajo, en qué consiste y para qué nos sirve una lectura amorosa.
Foto: Andy Prokh
Quién quiere enamorarse
Todos no es la respuesta correcta. A muchos nos da miedo el solo pensarlo. Amar es exponerse a ser humano. Amar la lectura es exponerse a eso y a algo mucho peor: exponerse a descubrir nuestra medies. Sin embargo, es una experiencia única y bien vale la pena correr el riesgo. Siempre es preferible, como dice Gabriel Zaid “Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplemente ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes”.
Amar no tiene ninguna finalidad específica. Se ama para sentirse bien, para colmar nuestros cuerpos de sensaciones eléctricas y nuestras mentes de dulces sueños. Claro que el amor presenta situaciones ventajosas como la felicidad, la cual podría calificarse como un estado de tranquilidad relativa. Además, al contrario de lo que podría pensarse, aumenta nuestra energía, optimismo, buen dormir, etcétera, etcétera. Así, en resumen, hacer ejercicio de esta facultad es lo más aconsejable y bueno a desear. La lectura, como el amor, tampoco debería cumplir una función específica. Es decir, las ventajas al incorporarla a nuestra cotidianidad como el incremento de nuestro acervo cultural, el desarrollo de nuestra capacidad de análisis, la apertura y pluralidad a nuestros juicios, etcétera, etcétera. Sólo deberían ser consecuencias y así la invitación a la lectura no existiría porque no tendría sentido como tampoco lo tiene un letrero en el que se lea: Anímese a amar hoy y conozca las ventajas que esto le traerá a su vida. Este ideal, al que llamaré lectura amorosa, equivale a lo que algunos señalan como “leer por leer”. Es decir, lee por puro gusto, por la sensación placentera, por sentirse reconfortado, cobijado por una manta de 2000 milenios, tejida allá en los primeros días del hombre y de su recién estrenado cerebro.
Foto: August Sander
Cuándo inicia la conquista
Hay quien dice que el gusto por la lectura es un esquema de reproducción. Si eso fuera cierto, con seguridad el idilio amoroso inicia, en el más de los casos, entre sábanas, acostados, a punto de dormir, mientras un familiar amoroso nos arrulla con lectura de un clásico. Pero, otros más sugieren que el flechazo se da en nuestros días de adolescencia, cuando, por azares del destino, llega a las manos alguna historia que sonría a nuestras aspiraciones de héroes, heroínas, príncipes o princesas, villanos o villanas, ermitaños o ermitañas, etcétera. Además, como situación amorosa, la lectura puede ser bienvenida después de los años mozos, señalada como una puerta a la plenitud y descanso.
Aunque no podemos indicar con exactitud cuándo se inicia el romance, sí podemos afirmar que el ideal es semejante a la exigencia amorosa que debiera brindársele a cualquier infante. Enseñar a un niño a amar, brindándole amor a lo largo de su vida, no es garantía de un adulto feliz, pero sí la posibilidad de elecciones más certeras. De igual manera, formarnos como lectores debe tener inicio en la niñez, de forma que al crecer bajo este esquema, nuestras oportunidades de hacer mejores elecciones sean también amplias y confiables y no peligrar en una realidad como la que señala Ricardo Garibay: “Pueblo que no sabe leer no sabe ver ni oír ni hablar, menos aún sabe pensar…”
Por supuesto, en ambas situaciones -amor y lectura- se corren múltiples riesgos, pero ambas, también, proporcionan mucho placer.
Foto: Enrique Meneses
Cómo estimular a cupido
Coma camarones, use ropa sexy, use lubricante y mil y un trucos más en los asuntos del placer se aconseja para obtener un buen resultado. Pero, al igual que en la lectura, la clave está en disfrutarlo.
Desgraciadamente, no existe una receta mágica o un método con garantía asegurada para la formación de lectores –como no lo hay de buenos amantes-, pues como Garrido señala “La lectura voluntaria, la lectura por gusto, por placer, no se enseña como una lección, sino que se transmite, se contagia como todas las aficiones”.
Aun cuando esa receta no exista, se puede aconsejar como necesario para iniciar el deleite tener en claro para qué, por qué, cómo y qué nos cuenta el autor del texto. Es decir, es necesario comprender el sentimiento de lo comunicado, sentirse familiarizado con lo escrito. Felipe Garrido, citado de nueva cuenta –y quizá este escrito sea un pretexto para exponer las reflexiones que me provocó leerlo-, nos dice que “Nadie encontrará interesante lo que no entiende”.
Y, además, siendo este un ejercicio intelectual, es requisito, también, mantenernos en forma, la lectura tiene que ser cotidiana si buscamos reditúe. Un buen atleta, entrenado, goza de buena salud, fuerza muscular, energía y optimismo. Un buen lector posee -goza de- sentido crítico, criterio amplio, fácil aprendizaje y habilidad comunicativa. Estos son los ideales y los métodos para acceder a ellos pueden ser diversos. Contamos para esto con los estímulos sociales, familiares e individuales, los cuales debemos buscar evoquen situaciones placenteras.
Foto: Ruth Orkin
Asesinos del placer
Mi maestro de literatura, cuando aún era una escolar, dijo un día “el que tiene la palabra tiene el poder”. Usualmente hay múltiples invitaciones a participar de ese poder que nos brinda la palabra y casi siempre aluden -dichas participaciones- a textos leídos. La parte difícil de todo esto es buscar la estrategia adecuada para que cuando eres maestra, por ejemplo, el grupo se vea motivado a leer y a expresar su opinión sobre lo leído sin que se sienta atrapado en un cuadro de coacción, obligación y displicencia.
Cuando las cosas no marchan tan bien y la lectura se volvió forzada y los comentarios aislados me pregunto en dónde se murieron las ganas. No es fácil revivir a los muertos, pero a veces sólo basta detenerse a observar cómo la lectura se mete en nuestra cotidianidad con habilidad, en silencio y hacer participar de este hecho a un grupo. Al igual que las matemáticas, en la que unos la entienden mejor a través de la astrología, la música o las cuentas del mercado, la lectura también nos permite diversos abordajes. Una visión más reflexiva y plural de este hecho propiciará, quizás, situaciones colectivas placenteras. Quién no detestó las espinacas, por mucho tiempo, después de haber ingerido, a cucharadas forzadas, platos enteros. Y, cuántas de esas personas volvieron a comerlas al descubrir sus múltiples propiedades. Por supuesto, las primeras cucharadas debieron no ser muy agradables pero pasado el tiempo han de haber cobrado una nueva y mejorada sensación. Ojalá la problemática de la lectura se resolviese como la de las espinacas. Y ojalá, también, recuerde desde mi quehacer diario en el aula lo que Juan José Arreola expresó con mucho acierto: “Nadie amará lo que quiere convertir en objeto de amor para los demás, si él no lo ama”.
Foto: Cartier Bresson
El segundo aire
A veces los reencuentros con el amor se dan en plena juventud y, así, a los 18 o 19 años ya contamos con varios desencantos y cansancio amoroso, pero siempre hay una oportunidad certera para acometer con más fuerza en estos terrenos. Para otros, ese reencuentro amoroso, es llamado “el segundo aire” debido a que llega con los manchones de canas sobre la cabeza. No importa a qué edad. Lo que sí es importante es que llega y pinta nuestra vida de rosa.
Relectura se llama aquí. Y, también, es sentirse nuevamente enamorado. Ricardo Garibay dice al respecto que “…releer es andar caminos caminados que hoy nos llevan a donde nos llevaron la primera vez; y es fascinante”. Estoy de acuerdo y son estas líneas invitación abierta para todos y todas las lectoras a una primera vez o a la segunda, tercera o cualquier número de vueltas que el corazón necesite.