Lectura amorosa

Foto: Joey Harrison
Foto: Joey Harrison

Por Nelly Eblin / nellyeblin@gmail.com

A mis amadas amigas, todas amantes lectoras.

“Aquel que camina una legua sin amor
camina amortajado en su propio funeral”.
W. Withman

La primera cita

La aparición del lenguaje es aún muy discutida si se relaciona a la evolución del cerebro humano. Sin embargo, todo nos lleva a pensar que ambos se gestaron y evolucionaron paralelamente y que gracias a este hecho nuestro universo diversifica y expande sus múltiples posibilidades de interacción para la raza humana.

Fue primero la llegada de lo simbólico, seguido por la aparición del habla y finalmente la escritura. De esta última, hace 3 mil años, entre sumerios y fenicios, parecen ser los vestigios más antiguos y con ellos las primeras puertas a mundos mágicos, a viajes indestructibles por la conciencia humana, a través de la lectura. Ha de suponerse que en donde existió un primer escritor, hubo, también, un primer lector y un primer guiño de deseos de conquista.

Felipe Garrido, señala en su libro Cómo leer mejor en voz alta que “nadie encontrará interesante lo que no entiende”. En este mundo de lecturas diversas la frase cabe con soltura y para no correr riesgos se expone más a detalle, renglones abajo, en qué consiste y para qué nos sirve una lectura amorosa.

Foto: Andy Prokh
Foto: Andy Prokh

Quién quiere enamorarse

Todos no es la respuesta correcta. A muchos nos da miedo el solo pensarlo. Amar es exponerse a ser humano. Amar la lectura es exponerse a eso y a algo mucho peor: exponerse a descubrir nuestra medies. Sin embargo, es una experiencia única y bien vale la pena correr el riesgo. Siempre es preferible, como dice Gabriel Zaid “Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplemente ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes”.

Amar no tiene ninguna finalidad específica. Se ama para sentirse bien, para colmar nuestros cuerpos de sensaciones eléctricas y nuestras mentes de dulces sueños. Claro que el amor presenta situaciones ventajosas como la felicidad, la cual podría calificarse como un estado de tranquilidad relativa. Además, al contrario de lo que podría pensarse, aumenta nuestra energía, optimismo, buen dormir, etcétera, etcétera. Así, en resumen, hacer ejercicio de esta facultad es lo más aconsejable y bueno a desear. La lectura, como el amor, tampoco debería cumplir una función específica. Es decir, las ventajas al incorporarla a nuestra cotidianidad como el incremento de nuestro acervo cultural, el desarrollo de nuestra capacidad de análisis, la apertura y pluralidad a nuestros juicios, etcétera, etcétera. Sólo deberían ser consecuencias y así la invitación a la lectura no existiría porque no tendría sentido como tampoco lo tiene un letrero en el que se lea: Anímese a amar hoy y conozca las ventajas que esto le traerá a su vida. Este ideal, al que llamaré lectura amorosa, equivale a lo que algunos señalan como “leer por leer”. Es decir, lee por puro gusto, por la sensación placentera, por sentirse reconfortado, cobijado por una manta de 2000 milenios, tejida allá en los primeros días del hombre y de su recién estrenado cerebro.

Foto: August Sander
Foto: August Sander

Cuándo inicia la conquista

Hay quien dice que el gusto por la lectura es un esquema de reproducción. Si eso fuera cierto, con seguridad el idilio amoroso inicia, en el más de los casos, entre sábanas, acostados, a punto de dormir, mientras un familiar amoroso nos arrulla con lectura de un clásico. Pero, otros más sugieren que el flechazo se da en nuestros días de adolescencia, cuando, por azares del destino, llega a las manos alguna historia que sonría a nuestras aspiraciones de héroes, heroínas, príncipes o princesas, villanos o villanas, ermitaños o ermitañas, etcétera. Además, como situación amorosa, la lectura puede ser bienvenida después de los años mozos, señalada como una puerta a la plenitud y descanso.

Aunque no podemos indicar con exactitud cuándo se inicia el romance, sí podemos afirmar que el ideal es semejante a la exigencia amorosa que debiera brindársele a cualquier infante. Enseñar a un niño a amar, brindándole amor a lo largo de su vida, no es garantía de un adulto feliz, pero sí la posibilidad de elecciones más certeras. De igual manera, formarnos como lectores debe tener inicio en la niñez, de forma que al crecer bajo este esquema, nuestras oportunidades de hacer mejores elecciones sean también amplias y confiables y no peligrar en una realidad como la que señala Ricardo Garibay: “Pueblo que no sabe leer no sabe ver ni oír ni hablar, menos aún sabe pensar…”

Por supuesto, en ambas situaciones -amor y lectura- se corren múltiples riesgos, pero ambas, también, proporcionan mucho placer.

Foto: Enrique Meneses
Foto: Enrique Meneses

Cómo estimular a cupido

Coma camarones, use ropa sexy, use lubricante y mil y un trucos más en los asuntos del placer se aconseja para obtener un buen resultado. Pero, al igual que en la lectura, la clave está en disfrutarlo.

Desgraciadamente, no existe una receta mágica o un método con garantía asegurada para la formación de lectores –como no lo hay de buenos amantes-, pues como Garrido señala “La lectura voluntaria, la lectura por gusto, por placer, no se enseña como una lección, sino que se transmite, se contagia como todas las aficiones”.

Aun cuando esa receta no exista, se puede aconsejar como necesario para iniciar el deleite tener en claro para qué, por qué, cómo y qué nos cuenta el autor del texto. Es decir, es necesario comprender el sentimiento de lo comunicado, sentirse familiarizado con lo escrito. Felipe Garrido, citado de nueva cuenta –y quizá este escrito sea un pretexto para exponer las reflexiones que me provocó leerlo-, nos dice que “Nadie encontrará interesante lo que no entiende”.

Y, además, siendo este un ejercicio intelectual, es requisito, también, mantenernos en forma, la lectura tiene que ser cotidiana si buscamos reditúe. Un buen atleta, entrenado, goza de buena salud, fuerza muscular, energía y optimismo. Un buen lector posee -goza de- sentido crítico, criterio amplio, fácil aprendizaje y habilidad comunicativa. Estos son los ideales y los métodos para acceder a ellos pueden ser diversos. Contamos para esto con los estímulos sociales, familiares e individuales, los cuales debemos buscar evoquen situaciones placenteras.

Foto: Ruth Orkin
Foto: Ruth Orkin

Asesinos del placer

Mi maestro de literatura, cuando aún era una escolar, dijo un día “el que tiene la palabra tiene el poder”. Usualmente hay múltiples invitaciones a participar de ese poder que nos brinda la palabra y casi siempre aluden -dichas participaciones- a textos leídos. La parte difícil de todo esto es buscar la estrategia adecuada para que cuando eres maestra, por ejemplo, el grupo se vea motivado a leer y a expresar su opinión sobre lo leído sin que se sienta atrapado en un cuadro de coacción, obligación y displicencia.

Cuando las cosas no marchan tan bien y la lectura se volvió forzada y los comentarios aislados me pregunto en dónde se murieron las ganas. No es fácil revivir a los muertos, pero a veces sólo basta detenerse a observar cómo la lectura se mete en nuestra cotidianidad con habilidad, en silencio y hacer participar de este hecho a un grupo. Al igual que las matemáticas, en la que unos la entienden mejor a través de la astrología, la música o las cuentas del mercado, la lectura también nos permite diversos abordajes. Una visión más reflexiva y plural de este hecho propiciará, quizás, situaciones colectivas placenteras. Quién no detestó las espinacas, por mucho tiempo, después de haber ingerido, a cucharadas forzadas, platos enteros. Y, cuántas de esas personas volvieron a comerlas al descubrir sus múltiples propiedades. Por supuesto, las primeras cucharadas debieron no ser muy agradables pero pasado el tiempo han de haber cobrado una nueva y mejorada sensación. Ojalá la problemática de la lectura se resolviese como la de las espinacas. Y ojalá, también, recuerde desde mi quehacer diario en el aula lo que Juan José Arreola expresó con mucho acierto: “Nadie amará lo que quiere convertir en objeto de amor para los demás, si él no lo ama”.

Foto: Cartier Bresson
Foto: Cartier Bresson

El segundo aire

A veces los reencuentros con el amor se dan en plena juventud y, así, a los 18 o 19 años ya contamos con varios desencantos y cansancio amoroso, pero siempre hay una oportunidad certera para acometer con más fuerza en estos terrenos. Para otros, ese reencuentro amoroso, es llamado “el segundo aire” debido a que llega con los manchones de canas sobre la cabeza. No importa a qué edad. Lo que sí es importante es que llega y pinta nuestra vida de rosa.

Relectura se llama aquí. Y, también, es sentirse nuevamente enamorado. Ricardo Garibay dice al respecto que “…releer es andar caminos caminados que hoy nos llevan a donde nos llevaron la primera vez; y es fascinante”. Estoy de acuerdo y son estas líneas invitación abierta para todos y todas las lectoras a una primera vez o a la segunda, tercera o cualquier número de vueltas que el corazón necesite.

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