I – Conversación / Elizabeth Bishop (8 de febrero de 1911, Worcester, Massachusetts, Estados Unidos – 6 de octubre de 1979, Boston, Massachusetts, Estados Unidos)
Versión de Ulalume González de León
Fuente: Material de Lectura No. 64. Serie Poesía Moderna. Universidad Nacional Autónoma de México /Dirección de Literatura. México. 1979.
Para honrar la memoria de un escritor, sin importar el género en que escriba, lo mejor es leer su trabajo y recordar la emoción que esas letras producen en el espíritu de quien lee. Desmesuradas comparte este poema del poeta chiapaneco Juan Bañuelos.
Me rodeo,
Me cerco.
Me consigno.
Quiero pasar la puerta
y choco contra un vidrio.
Ya me cansé de escuchar siempre:
¡Bah, escribe versos!
Ya me cansé —¡qué bien!— de este fastidio.
Voy a agarrar a Juan de la camisa
y a ponerlo de pie
en medio de la calle;
A ver si aprende, ¡a ver si tiene grito!
Que no me vengan a contar más cuentos,
que no salgan con que me escondo mudo.
¡De una vez!
Vamos a ver si vena a vena el sufrimiento
duele,
o voy a ver si araño mi corazón en vivo.
Foto: Joaquín Cato / Revista Proceso
La Prueba / Juan Bañuelos (6 de octubre de 1932, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. – 29 de marzo del 2017, Ciudad de México, México.)
Fuente: Material de Lectura No. 125. Serie Poesía Moderna. Universidad Nacional Autónoma de México /Dirección de Literatura. México. 2012.
Este cielo nublado de tempestad oculta y lluvia presentida me pesa; este aire denso y quieto, que ni siquiera mueve la hoja leve del jazmín florecido, me ahoga; esta espera de algo que no llega me cansa. Quisiera estar lejos, donde nadie me conociera: nueva como la yerba fresca, ligera, sin el peso de los días muertos y libre ir por caminos ignorados hacia un cielo abierto.
Un día / Alaíde Foppa (Diciembre 3 de 1914, Barcelona, España – Diciembre 19 de 1980, Guatemala, Guatemala)
El Día Internacional de la Mujer se instituyó en la ONU en 1975 como una forma de no olvidar a las 146 mujeres que perecieron en el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist, en Nueva York, Estados Unidos. Las trabajadoras textiles murieron debido a las quemaduras, los derrumbes, la inhalación de humo y la desesperación de no ver escapatoria. Los dueños de la fábrica habían sellado las salidas “para evitar robos”.
Trágica coincidencia. Justo el día de la conmemoración, el 8 de marzo de 2017, mueren calcinadas más de 30 niñas en el albergue llamado Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en San José Pinula, Guatemala, en donde las autoridades las mantuvieron bajo llave “para evitar una tragedia”, argumentan, después de que varios jóvenes se fugaron del Hogar, en el que, denuncian, hay hacinamiento y son violentados.
Cuando falla la familia, el Estado debe velar por sus niñas, niños y adolescentes, se dice. En este caso ¿a quién se le deben pedir cuentas, exigir justicia? ¿Qué podemos hacer, además de vociferar en las redes sociales?
“…voces descarnadas que vienen desde el desierto social, cuya impunidad nos aniquila; desde el otro desierto llamado soledad, en donde el viento frío de la deshumanización es presencia a la hora de pasar la lista de las muertas-asesinadas.” (Patricia Medina)
Quizá escribir ayuda a calmar el dolor, a mitigar la indignación… por eso hoy, hemos decidido compartir con ustedes, como una forma de solidaridad con las mujeres madres, abuelas, hermanas de esas niñas muertas en Guatemala, este poema:
La palma de la mano abarca la herida
madrugada de hace treinta años
cuando el verso hoy escrito
se oyó grito
y la rapiña sobre una niñez
inundada de futuro
se vino encima
no una vez
no una sola vez
no fue una sola vez
Donde la mano puso su tacto
donde el silencio puso su sello
donde el olvido se convirtió en memoria
donde la violencia abrió una llaga
donde una madre dio indiferencia
y el olvido no alcanzó para guardar el secreto
en una caja de los sin recuerdos
en una caja de la historia de las mujeres
en una caja cerrada
no una vez
no una sola vez
no fue una sola vez
Hoy todavía causa sobresaltos
la noche que oscurece la niñez
pesadillas con torturas y tarántulas
esconden la sonrisa de una mujer
de sonrisa arrancada a destiempo
con la inocencia clausurada
por el suceso que nadie quiso creer
que sucedió
sobre las marcas y el dolor
un cuerpo de niña violentado
no una vez
no una sola vez
no fue una sola vez
La historia repite el capítulo
en donde nadie oye
porque nadie cree que pueda suceder
y entonces cómo entender
que sigan riendo aquellos que
ultrajaron la inocencia
aquellos que siguen moviéndose
como peces en el agua
entre el chasquido del silencio de
una madre
la permisividad que da el no ser
dicho
y la oscura noche que yergue la
geografía de una mujer
con memoria que no olvida
con miedo a vivir
con miedo a morir
con ojos que no debieron mirar
con puntos cardinales
distorsionados
y la ventana que abre su palabra
en la palma de la mano que abarca
la herida
no una vez
no una sola vez
no fue una sola vez
Lo único que queda es la palabra.
Foto: Leticia Bárcenas González
Poema: Geografía / Cynthia Pech (Ciudad de México, 1968)
Fuente: La mujer rota. Poesía de autoras y autores hispanohablantes. Coord. Gloria Velasco. Literalia Editores. Colección XX, no. 3. México. 2008.
Hoy 10 de marzo cumple 81 años Manuel Vicent, originario de Villavieja, Castellón, España. Es escritor, periodista y licenciado en Derecho y Filosofía. En el diario español EL PAÍS es columnista con periodicidad semanal; es autor de más de una decena de obras literarias, dos de las cuales han sido galardonadas por el Premio Alfaguara de Novela y el Premio Nadal. En su faceta periodística ha sido merecedor con una variedad de galardones. En esta ocasión queremos compartir con ustedes una de sus tantas columnas que nos ha encantado, publicada el domingo 25 de marzo de 2007.
Armario
Por fin llegó el día en que, al abrir un armario, le cayó el cadáver encima. Al parecer no se trataba de un fiambre humano, como en las novelas de misterio, sino de un montón de objetos olvidados que, de pronto, se derrumbaron y estuvieron a punto de aplastarle. Así comenzó para este hombre la revelación. En ese momento se dio cuenta de que vivía rodeado de cosas inútiles que no le interesaban absolutamente nada. Tenía montones de libros apilados en las sillas que nunca leería; cajas llenas de revistas, catálogos y recortes de periódicos bajo las camas, trajes apolillados en los arcones, que ya no se podía abrochar; zapatos viejos en las cajoneras, docenas de envases de medicinas caducadas; sobres de bancos, facturas, cartas y recibos; aparatos ortopédicos de algún antepasado muerto, la bicicleta estática que no usaba, trastos y cacharros por todas partes, antiguos regalos de boda y recuerdos de viajes. La sensación de estar rodeado de elementos estúpidos que coartaban su espacio y amenazan con ahogarle se convirtió en una psicosis angustiosa al transferirla igualmente a personas, ideas y fantasmas, que penetraban diariamente en su vida por todas las ventanas con la intención de estrangularle. Aquel día decidió hacer limpieza. Convencido de que nada hay más profundo que el vacío ni más bello que una pared blanca comenzó a regalar muebles, a vaciar armarios, a meter los cachivaches más insospechados en bolsas de basura y a tirarlo todo en el contenedor de la esquina. Fue un trabajo heroico que duró varias jornadas, en las que no se permitió ninguna duda, ninguna nostalgia. En la casa sólo quedaron una cama, una mesa, cuatro sillas, muy pocos libros, unos cubiertos y algunos platos, una botella de whisky, jabón y cepillo de dientes, sales de baño, cinco cuadros muy escogidos y el equipo de música, que ahora hacía sonar un concierto de Mozart para clarinete y orquesta cuyas notas reverberan con una nitidez extraordinaria por primera vez en un espacio desnudo. Al experimentar en su interior la poderosa carga que liberaba el vacío, mientras sonaba Mozart, se juró llevar esa ardua conquista también a su vida. En adelante ningún odio ni resentimiento ensuciarían su cerebro, no dejaría que ningún idiota le robara un segundo de su tiempo, ninguna comida basura entraría en su cuerpo como tampoco ninguna noticia estúpida alimentaría su espíritu. Era consciente de que sólo así, al abrir el armario, no le volvería a caer su propio cadáver encima.
Esta es la dedicatoria del libro Lentejuelas, canutillos y chaquiras realizado por la doctora Herminia M. Alemañy Valdez, quien es escritora, investigadora, editora y actualmente rectora interina de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Aguadilla.
Esta mujer de sonrisa espontánea, aunque se dedica a la investigación, a la docencia, y actualmente, con su nombramiento en la UPR, a muchas actividades administrativas, disfruta crear y lo ha hecho a través de la poesía; para ella la poesía es “un medio de plasmar algunas inquietudes; aunque tengo algo de poesía erótica me voy más a lo social. Es más denuncia social y de la condición de la mujer.” (Leer entrevista completa en: https://www.desmesuradas.com/2009/herminia-alemany-y-edgardo-nievesescritores/)
Herminia nos regala este hermoso poemario realizado a mano con sencillos materiales, donde nos narra la creación del mundo desde una visión femenina. Donde se puede ver a Herminia coser, bordar y tejer con palabras un universo en el que muestra a la mujer en su máximo papel de creadora y amorosa.
El próximo 8 de marzo se conmemora la lucha de la mujer, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona. A ese día se le conoce como el El Día Internacional de la Mujer Trabajadora, también llamado Día Internacional de la Mujer, por ello, a modo de fraternidad, queremos compartir el siguiente poema:
Historia de cómo, poco a poco, fue tejiéndose el más fabuloso tapiz
Déjenme así, con el rostro frente al viento, que me empape la lluvia para salir de nuevo a chapotear en los charcos, a cazar mariposas y a veces, arco iris. -Carlota Molieri
La más vieja de la viejas contemplaba su creación.
Llamó su atención la opulencia y el derroche
en algunas ciudades.
Notó con pesar que el otro, el petróleo
y los diamantes adquirían cada día más valor.
Observó la guerra, el hambre,
las enfermedades, la violencia
y el desamparo.
¡Cuán lejos estaban de lo que ella había creado!
Abatida por el dolor, comenzó a llorar sin consuelo.
Agarró agujas e hilo
y comenzó a tejer una cadeneta roja.
Tejía y lloraba, lloraba y tejía.
Otra vieja, al verla, se compadeció de su dolor.
Fue por sus agujas y su hilo
y comenzó a tejer una cadeneta naranja.
Otra, menos vieja, escuchó el llanto de las dos mujeres,
trajo su hilo y sus agujas
y comenzó a tejer una cadeneta amarilla.
Una cuarta mujer alcanzó a escuchar
el llanto de sus compañeras.
Se sentó junto a ellas.
Con sus agujas y su hilo,
tejió una cadeneta verde.
Una joven se acercó.
Traía sus agujas y una madeja de hilo azul.
Se les unió
y comenzó a tejer una cadeneta.
Otra, jovencita,
con el añil en las manos,
tejió también una cadeneta.
La más joven de las jóvenes
también demostró su solidaridad
y, con el hilo violeta, tejió una cadeneta.
Así, durante 40 días
con sus 40 noches,
estas mujeres tejieron y lloraron,
lloraron y tejieron.
Absortas en su dolor,
no notaron que la pequeña Iris
recién comenzaba a gatear.
Maravillada antes tanto color,
Iris agarró el extremo de las cadenetas
y comenzó a dar vueltas con ellas.
Con cada vuelta que daba, surgían,
del agua producto de las lágrimas, nuevos seres.
Así, de la cadeneta violeta salieron orquídeas,
de la añil, la profundidad de las aguas,
de la azul, el cielo y una que otra ave,
de la verde, las hojas de los árboles
y las plumas de las aves,
de la amarilla salió el sol,
de la naranja, el fuego de los volcanes
y, de la roja, la sangre que daría fuerza a los corazones.
Tantas vueltas dio Iris que cayó,
tan rápido como el viento,
a la tierra.
Mientras caía,
las cadenetas se acomodaron en un arco.
Entonces, el cielo brilló lleno de colores.
La más vieja de las viejas,
al ver el esplendor celestial,
dejó de llorar,
lo mismo hicieron las otras.
Con alegría notaron que la vida surgía nuevamente
y tuvieron esperanzas.
De vez en cuando,
la más vieja de las viejas vuelve a llorar,
pero Iris no ha dejado de dar vueltas con las cadenetas
y cae nuevamente a la tierra
iluminando el cielo con los siete colores.
Fuente: Alemañy Valdez, Herminia M. Lentejas, Canutillos y Chaquiras. Indómita Editores. Puerto Rico, 2009.
Llegó el momento de partir el hogar en dos. Bien: comencemos por los rincones donde las arañas tejieron también su historia. Hablemos de los muros y sus cuadros. ¿Cuál eliges? ¿El del día de la boda, el retrato de la niña o el de vacaciones en verano? Quiero el antiguo bodegón para recordar las comidas familiares.
Mira la casa: permanece ahí de pie pero sin alma.
¿Con cuál alcoba deseas quedarte? ¿Aquella donde los gemidos alguna vez fueron música perfecta? ¿O el cuarto azul donde echó raíces la cuna para siempre? ¿O el jardín donde todavía se columpian las sonrisas?
Deseo la terraza, esa roja plataforma de minúsculos ladrillos donde lluvias y palomas encontraron su refugio, donde todavía transpiran las estrellas y no hay sombra que oculte los engaños.
Te regalo los espejos saturados de susurros, ecos familiares, desfigurados rostros que hoy se desangran en reproches.
Pero tienes razón: tal vez aquí ya nada nos retenga. A la frontera tal vez llegamos entre el amor que vacila y las cenizas.
Viéndolo bien, no puedo partir en dos la casa: te la regalo toda con todo y promesas de futuros sublimes.
Como cortinas viejas te regalo lo que queda: este cielo sombrío y este desvencijado viento que dejaste al cerrar la puerta principal.
La Casa / Lina Zerón (Ciudad de México, México. 1959)