Leyendas

Foto: Carla Morales

Por Gabriela Guadalupe Barrios García

La historia de Chiapas, nuestro estado, está llena de leyendas que lo hacen un territorio mágico, enriquecido con narraciones de los abuelos que en el pasar del tiempo se quedan en la mente de quien las escucha. Las siguientes historias son leyendas contadas por la señora María del Carmen Hernández Solís, de 78 años de edad, originaria de San Andrés Larráinzar:

Era muy chica cuando pasó —cuenta doña Carmelita con mirada melancólica— tenía un tío que era muy paseador y mujeriego, según me platicaban mis abuelos que salía mucho por las noches, pero en una de tantas salió de la casa de la amante para trasladarse a su casa; en el camino se encontró a la Yelguacihualte, una mujer muy delgada, un esqueleto con vestido muy frondoso, que lo llamaba por su nombre: — José, José, sígueme.

Entonces se lo fue llevando —según él iba a la casa de ella pero en realidad lo sacó del centro del pueblo-, cuando de pronto se dio cuenta de que estaba enterrado en una ciénaga que había. Aquella mujer de blanco se carcajeaba y se burlaba de él.

Después ella misma procuró que saliera de donde estaba enterrado y cuando él estaba fuera corrió inmediatamente a su casa porque tuvo mucho miedo.

Cuando mi tío llegó a su casa estaba completamente frío y mi tía le preguntó: —¿De dónde vienes José?

Él ni siquiera le contestó, se quitó la ropa y se metió a su cama: cuando en eso mi tía escuchó que llegó la mujer a su casa y tocaba la puerta, entonces mi tía preguntó: —¿Quién?

La mujer dijo tres veces: — Yo, ¿aquí está José?

Al escuchar esto mi tía mencionó: — No, no ha venido.

Por lo que la Yelguacihualte se alejó por la calle que llega al panteón.

Mi tía, llena de curiosidad, se levantó de la cama y se asomó a la ventana cuando la mujer se alejaba del lugar. Al verla se dio cuenta que era un esqueleto y hacía mucho ruido al caminar.

Mis antepasados cuentan que cuando era luna llena esta mujer se colgaba de los árboles, jugaba y se burlaba de la gente que la veía. Se enredaba su cabello entre las ramas y brincaba de árbol en árbol y la gente le tenía miedo porque decían que era el demonio convertido en mujer, por eso los hombres le tenían miedo, más los que eran mañosos.

Después de un profundo suspiro y una pausa prolongada doña Carmelita se prepara para contarnos la siguiente historia.

Otra historia que escuchaba mucho era de un hombre que iba a caballo dentro de los chorros de agua, de pronto en el camino escuchó que lloraba un «pichi» tierno. Entonces se bajó del caballo y vio a una criatura envuelta, que a pesar de los chorros de agua estaba completamente seca. Abrazó a la criatura y lo puso dentro de la capa, el niño dejó de llorar y se reía, él contento pensó que se lo iba a llevar a su mujer.

Después de haber recorrido un largo camino, casi al llegar al pueblo, al hombre le dio curiosidad de verle la carita al niño, entonces hizo a un lado la capa y el niño le preguntó: — ¿ya viste mis dientitos? Al verlo se dio cuenta que eran unos dientes muy grandes.

El niño preguntó otra vez: — ¿Ya viste mis ojos? Sus ojos eran grandísimos.

— ¿Ya miraste mis uñas? Las uñas de las manos eran grandes y horrorosas.

— ¿Ya viste mis piecitos? En los que tenía las grandes uñas.

Al ver esto el  hombre dejó botada a la criatura y se dirigió a toda prisa al pueblo, mientras que la criatura con risas le dijo: — ¡Ya te gané, sí, yo soy el diablo!

Ese hombre era muy malo, maltrataba a su esposa. Al llegar a su casa todo asustado. Le comentó lo sucedido y ella le contestó: — Ya ves por ser tan malo, por eso se te manifestó el diablo.

Es así como doña Carmelita recuerda esas historias que generación tras generación han hecho temblar de miedo a quien las ha escuchado o incluso hasta las han vivido.

Recopilación realizada en noviembre del 2001.

 

Reminiscencias de La Garbancera

En México no se teme a la muerte, se vive con ella. Y en noviembre se hace presente de manera festiva al preparar los altares para recibir, por unas horas, las almas de nuestros difuntos.

Se les preparan sus platillos preferidos, sus bebidas acostumbradas, se les muestra el camino a casa con flor de cempasúchil, veladoras e incienso.

Se colocan sus fotografías para que no los olvidemos o para que sus descendientes los conozcan.

En 1910, el grabador, ilustrador y caricaturista mexicano José Guadalupe Posada  (Aguascalientes, febrero 2 de 1852 – Ciudad de México, enero 20 de 1913), creó La Calavera Garbancera, una caricatura con la que criticaba a la clase alta y el gran rezago social y económico que existía en México, la cual fue retomada años después por el muralista mexicano Diego Rivera (Guanajuato, diciembre 8 de 1886 – Ciudad de México, noviembre 24 de 1957)​, quien la vistió con ropa elegante, ya que la Garbancera sólo portaba un sombrero con plumas de pavorreal, y la llamó La Catrina.

Actualmente, La Catrina forma parte de esta festividad del Día de muertos, tanto como las calaveritas de azúcar y los otros elementos de los altares.

Desmesuradas comparte con ustedes, algunas imágenes capturadas por nuestra colaboradora Laura Castañeda Salcedo, en la Ciudad de México.

La Catrina acompañada

 

A la Catrina le han robado el Sí

 

La Catrina también viaja en metro

 

La Catrina y los Pachucos

 

La calavera me pela los dientes

 

Las rezanderas

 

Altar al escritor Eusebio Ruvalcaba

 

La calaca descansando

 

El guía de los muertos en el más allá

Para honrar a los difuntos

Iglesia en San José Chiltepec / Foto: Nelly Barrientos

Por  Nelly Eblin Barrientos Gutiérrez*

Tradicionalmente la celebración para honrar a los difuntos en México comprende del 28 de octubre al 2 de noviembre.

En la cuenca del Papaloapan, en Oaxaca, en uno de los pueblos con raíces indígenas chinantecas, las acciones de celebración de muertos comienzan con un repique de campanas desde 9 días antes.

Este pueblo es San José Chiltepec y se localiza en el Papaloapan, al norte del estado. Limita al norte con el municipio de San Juan Bautista Tuxtepec, al sur con el municipio de Santa María Jacatepec, al poniente con el municipio de San Lucas Ojitlán y al oriente con el municipio de San Juan Bautista Tuxtepec. (INAFED, 2016).

La noche del 22 de octubre de cada año, la población acude voluntariamente al patio de la iglesia del pueblo y a partir de las 12 de la noche y hasta las 6 de la mañana del 23 de octubre, los asistentes tomarán turnos para “preparar el camino de los que ya vienen, de los que ya se fueron” (Simón Yescas Martínez, 2017).

Noche del 22 de octubre / Foto: Nelly Barrientos

Algunas veces las campanas de la iglesia pueden tener múltiples funciones, más allá del llamado a los rituales de fe de una comunidad religiosa. Las campanas, explica Lilibeth Avendaño Ambrosio, también pueden ser una llamada de auxilio: alertar sobre robos, un incendio o alguna urgencia comunitaria. Entonces las campanas suenan y la gente acude al llamado y se congrega para ayudar. Cada urgencia tiene un tono especial, un número de repiques y un ritmo, que la población ya reconoce. San José Chiltepec no cuenta con bomberos y la estación más próxima está a 20 minutos en auto, en la ciudad de San Juan Bautista Tuxtepec, por lo que las campanas de la iglesia ya han sido usadas en alguna ocasión para convocar a mitigar un incendio y socorrer por algún otro peligro.

Pero el 22 de octubre se escucharán las campañas para dar inicio a los rituales de una de las celebraciones más importante en el poblado, una expresión cultural única que deriva en altares opulentos integrados por múltiples elementos de alto valor simbólico: el día de muertos.

De manera permanente 9 repiques llamarán a la población a prepararse para el día de los fieles difuntos. De las campanadas, cuatro de ellas serán con una pausa y cuatro de ellas corridas. Esas ocho primeras se lograran con las campanas más pequeñas de la torre de la iglesia, mientras una más prolongada y vigorosa por la campana más grande de la torre. Las 9 campanadas en conjunto inauguran, además, el ciclo tradicional de 9 rosarios que se llevará a cabo del 23 al 31 de octubre por la comunidad católica de la población. Esta última fecha será de nueva cuenta el campanario de la iglesia una cita obligada para anunciar la llegada de los fieles difuntos.

En el lugar, con la llegada de la gente vienen también tamales, pan de muerto, café y/o atoles para compartir entre los conocidos e, incluso, desconocidos. Vienen, además, botellas de mezcal a las que se le va dando pequeños sorbos por todos los asistentes, de boca en boca, quizá para hacer entrar en calor al cuerpo o para resistir el desvelo…

Entre los asistentes se reparten turnos voluntarios con relevos conforme al cansancio manifestado por tirar las cuerdas de toque, al tiempo en que algunos otros se coordinan para quemar cohetes después de varios repiques ya escuchados.

Hay niños de muy pequeña edad tocando las campanas, a veces con ayuda de sus padres. Está también la presidente municipal, los que tradicionalmente acuden cada año, los que asistieron por primera vez a pesar de ser originarios del poblado, y una que otra persona extraña que está aprendiendo un poco más sobre las tradiciones chinantecas.

Iglesia en San José Chiltepec / Foto: Nelly Barrientos

*Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH). Actualmente trabaja como investigadora  cátedra CONACyT-Universidad del Papoalam en un proyecto relacionado al turismos sostenible en la ruta de la Chinantla en Oaxaca, México. Correo de contacto: nellyeblin@gmail.com

Cataclismo

Porque viste el primero,
esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre
y la gente se junta.

Juan Villoro

Foto: Carla Morales

Por Leticia Bárcenas González y Gabriela Guadalupe Barrios García

Después de los terremotos sufridos en nuestro país, nada es igual. 7 y 19 de septiembre de 2017 son fechas que están ancladas entre nuestros recuerdos más próximos. A poco más de un mes del último terremoto, falta el consuelo ante la pérdida de un ser amado, del hogar, del trabajo, del único patrimonio. Damnificados, rescatistas y voluntarios llevan tatuado en su memoria el sufrimiento vivido por horas en la caótica realidad.

Pero están también las personas que sin pérdidas humanas y materiales que lamentar, han perdido la tranquilidad de sentirse a salvo del todo; existe un miedo latente en la memoria colectiva.

Y a pesar de ser los fenómenos que todos quisiéramos olvidar, sus efectos en nuestras emociones vuelven una y otra vez durante las réplicas, que a veces sentimos o sólo sabemos de ellas porque escuchamos las alarmas sísmicas que, aunque no sintamos movimiento alguno, nos ponen alertas, tensos, angustiados.

Los testimonios que a continuación compartimos, no pretenden más que construir un relato colectivo de esos eternos segundos, en el que el miedo y la sensación de fragilidad se apoderó de nuestro cuerpo y pensamiento. Es a través de estas narraciones que buscamos conocer diversas experiencias, diversas perspectivas y maneras de afrontar un mismo hecho, lo que quizá nos ayude a comprender más al otro.

Gracias a las niñas, niños, mujeres y hombres, que sin inhibiciones nos compartieron su experiencia.

Entre la tierra y el olvido

“¡Hola, Dios enojado!” exclamó sonriendo una pequeña que al salir a la calle, levantó la vista y se encontró con el inquisidor ojo de luna que se asomaba en el cielo, luego de aquel furioso movimiento que sacudiera la tierra, el sueño, el miedo y la serenidad que desde aquel día no volvería más.

Fue la ira de Dios ante los ojos de una niña que, sin duda, fue la primera en obtener una respuesta para lo ocurrido y, al mismo tiempo, fue la primera en contagiar sonrisas de aprobación, temor y desconcierto entre el resto de las personas que apenas alcanzaban a formularse las preguntas para cuestionar eso que los había hecho huir de sus hogares.

Y es que no era fácil encontrar una explicación porque era casi media noche y estaban “a salvo” en casa cuando ocurrió lo impredecible y el miedo buscó escaparse a través de todos los sentidos. Fue entonces cuando el corazón acelerado debió luchar para conservar la calma, la mente cansada debió ser ágil, los ojos adormitados debieron despertar lúcidos, las piernas cansadas debieron caminar a prisa, las manos temblorosas debieron ser firmes, los oídos debieron ignorar los rugidos de la tierra y atender los llamados de ayuda, la boca a punto de explotar debió ser presta y precisa con las palabras. La relatividad del tiempo fue manifiesta, no parecía haber suficientes segundos para salir de casa, pero la espera mientras la tierra calmaba sus ansias fue una eternidad.

El suelo convulso dio una pausa y en medio de la oscuridad y el caos, unos a otros se reconocieron, cada uno había librado una descomunal batalla contra el miedo; el saldo mostraba vencedores y vencidos, pero todos en el mismo bando cuidándose unos a otros.

El paso de las horas y los días vinieron de mano de la duda, ¿Fue Dios, la naturaleza, los seres humanos o el destino? La información daba cuenta de un terremoto, réplicas, derrumbes… muertos; la desesperación por la certeza en medio de lo impredecible parió la desinformación que trajo consigo el pánico, cayendo de golpe palabras como “mega terremoto” y “fin del mundo”; las preguntas sin respuestas definitivas arrojaron la incertidumbre que inmediatamente transformó la cotidianidad. La zozobra, la angustia, el miedo, el insomnio se sentaron a la mesa cada día. Cocinar, darse un baño, dormir pasaron a ser verdaderas proezas.

Pero la verdadera batalla la peleaban quienes lo perdieron todo y despertaron en una pesadilla. Para ellos el miedo fue el menor de los problemas, pues ahora enfrentaban la intemperie, el hambre, la inseguridad, el abandono. La solidaridad llegó poco a poco, intermitente, unos ayudaron, otros pocos continúan la tarea.

Doce días después, la calma parecía volver cuando nuevamente la tierra se estremeció en el centro del país abriendo viejas heridas y mostrando la vulnerabilidad de hombres, mujeres y niños, pero también lo inquebrantable de su espíritu, virtud -con precedentes- que atrajo los ojos del mundo. El miedo, el grandísimo miedo, no fue obstáculo para mostrar los valores que sorprenden sólo a quienes no conocen a los habitantes del ombligo de la luna. Ese ejemplo de unidad dejó postales que quedarán grabadas en la historia y en la memoria ¿Cómo olvidar ese puño en alto conteniendo toda la esperanza en una sola mano?

Fueron vistas las dos caras de la moneda, el caos también sacó a flote témpanos de hielo, máquinas insensibles ante el sufrimiento, impávidos gobernantes y líderes religiosos reaccionando lentamente ante la tragedia, no es posible empatizar con lo que resulta ajeno. Sin embargo, el alma del pueblo dio cátedra de humanidad, y para actuar no fue necesario declarar el estado de emergencia, lo dictó el sentido común.

Hoy, con el transcurso de los días la emoción languidece. El ciclo tiende a repetirse y la esperanza es para el pasado lo que el olvido es para el presente y el futuro. La histeria es fugaz y la conmoción efímera. Lo que se avanza a pasos agigantados se retrocede en pequeñas pisadas.

La mayor tragedia es el olvido, vivir en el olvido, lo cotidiano hecho de olvido. El desafío no es levantarse sino sostenerse, el reto es recordar. No olvides la tierra, la que te alimenta, la que removió sus entrañas; no olvides el agua, la que rodó por tus mejillas, la que ansiabas; no olvides el silencio, en el que orabas, en el que gritabas; no olvides el tiempo, el que era eterno, el que se acababa; no olvides el corazón, el que entregabas, el que lloraba; no olvides los brazos, los que sostenían, los que se cansaban; no olvides los ojos, los que lloraban, los que encontraban; no olvides el miedo, el que te paralizaba, el que derrotabas; no olvides la compasión, por la que sufrías, por la que auxiliabas; no olvides la voz, con la agradecías, con la que buscabas; no olvides la fuerza, la que te abandonaba, la que regresaba; no olvides el dolor, el que te conmovía, el que te dominaba; no olvides el llanto, el que te animaba, el que te desgarraba; no olvides la angustia, la que vivías, la que consolabas; no olvides que un día te importó tanto alguien, a quien desconocías, a quien ayudabas.

Si existe un mensaje cifrado en la naturaleza, si la historia no está condenada a repetirse o si hay un Dios enojado, pequeña, no olvides lo que viviste hoy, no lo olvides nunca.

Indira Trujillo / 36 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Más amor por la vida

Hubo mucho susto. Salir corriendo a la calle con todos los vecinos y no poder dormir me causó inestabilidad emocional.

Analizándolo bien (con el temblor), aprendí a tomar decisiones para mi bienestar; tengo que vivir feliz. Me nació más amor por la vida.

Roxana Velasco / 40 años /  Comitán de Domínguez, Chiapas

Foto: San Cristóbal 7-S / Carla Morales

Que Dios nos protegiera

El día del terremoto, estábamos durmiendo como la mayoría de los mexicanos y pues el estruendo comenzó. El movimiento fue muy fuerte. Abracé a mi esposa fuertemente, le dije que se calmara, que ya iba a pasar; pero en verdad se me hizo eterno. En mi mente le pedía a Dios que cuidara de mi familia, que nos protegiera. Cuando al fin todo terminó, inmediatamente no pararon los mensajes por whatsapp.

Jorge Esteban / 28 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Tengo miedo aún

Ese día sentía que se me iba a salir el corazón. Estaba muy asustada y quería llorar, tenía muchas emociones juntas y desde ese día no puedo dormir bien. Siento que como a las 12:00 pasará otro, así todos los días. Quedé traumada.

Ahora me siento cansada ya que no puedo dormir bien ni descansar; tengo miedo aún. Creo que hasta el cuerpo te queda temblando porque cuando duermo siento que tiemblo y ya no sé si soy yo o de verdad está temblando.

Cecilia Moreno / 17 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Se detuvo dejando henchida nuestras almas de miedo

Cuando era pequeña en Tuxtla hubo un sismo muy fuerte, recuerdo que mi padre se quedó con mi hermano y conmigo adentro de la casa, no pudimos salir, tampoco teníamos luz. Sólo escuchaba las cosas caer y a mi padre gritándole a mi madre que no entrara. Aun así no le temo a los temblores, no suelo salir de casa cuando está ocurriendo uno. Pero esa noche fue inusual.

Estaba por dormir, mi hermanita, con quien comparto dormitorio, estaba ya (dirían aquí) en su quinto sueño. Sentí el primer movimiento telúrico, lo que provocó que me sentara en la cama, no pretendía salir. Escuché a mis padres afligidos por salir de casa, imaginé que me pedirían que saliera con ellos, razón por la que desperté a mi hermana, le expliqué que estaba temblando, que debíamos bajar y salir. Mi hermano bajó antes que nosotras, tomé a mi hermana del brazo y descendimos con cuidado las escaleras mientras la casa se movía, a mi mente llegaron las historias del terremoto del 85.

Los temblores no suelen durar tanto, éste era diferente.

Logramos bajar y nos que damos un segundo en el marco de la puerta del baño, al vernos mi padre nos pidió que saliéramos con cuidado, la casa tiene tejas y por el movimiento podían caer sobre nosotras. Estábamos los cinco fuera de casa, ahora, el terremoto no dejaba de sacudir nuestros cuerpos y espíritus.

El ruido tan impresionante del crujir de la tierra, me hizo creer por un momento que ésta se abriría, del mismo modo que en muchas películas hollywoodenses, con sus muchos efectos especiales describen. Poco a poco el meneo se detuvo dejando henchida nuestras almas de miedo, de llanto que no corrió el cause de nuestras mejillas, de los abrazos y los ya pasó, ya pasó.

Comenzaron las reuniones informales de los vecinos, contando de manera relajada lo sucedido, con risas nerviosas y aliviadas de que terminara todo. Regresó a nosotros la memoria de los familiares que tenemos en la ciudad, junto a la pregunta ¿cómo lo habrán pasado? Y esa necesidad desesperada de poder contactarlos en medio de la noche.

Mientras mis padres intentaban comunicarse con nuestros familiares, yo quería saber por los noticiarios, qué tan cerca de nosotros había sido el epicentro y cuánto daño pudo haber causado en la ciudad, de qué magnitud había sido, habría réplicas, etc. Prendí la computadora de escritorio que tenemos, ahí estaba toda la información, la advertencia de tsunami, el enorme 8.2, la palabra terremoto, las entidades que fueron afectadas. A las dos de la mañana, después de llenar mi cabeza con tonterías de facebook, decidí dormir. Puedo decir que, más que miedo, tengo respeto hacia el planeta que habitamos. Que no podemos controlar, ni mucho menos predecir. Pero sí ayudar a las personas que no les fue, por así decirlo, mejor que a nosotros.

Estefanía Coutiño Hernández / 27 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Portada Periódico Milenio. Septiembre 20 2017

Sí, sentí mucho miedo

Todo transcurría normalmente, sin poder evitar que ese día tuviera impregnado un toque de nostalgia, recordé mi niñez, cuando tenía once años; el tema en el desayuno fue el sismo del 85 y cómo nos había marcado a cada uno de nosotros aquella amarga experiencia.

Los relatos entre los que estábamos sonaban como un hecho histórico.

Poco después nos preparamos para el «macro simulacro». Nadie, incluyéndome a mí, teníamos idea de lo que ocurriría dos horas después.

El tiempo siguió corriendo.

13:40, hora de la Ciudad de México. Volvió a sonar la alerta sísmica.

No tuve tiempo en notar la diferencia entre aquel sonido escalofriante y el movimiento que comencé a sentir.

Salí de la oficina de Dirección, del colegio en el que trabajo, en el centro de Coyoacán. Era el momento preciso; alumnos, compañeros docentes y administrativos se concentraban en los patios centrales.

Sí, sentí mucho miedo.

Corriendo llegué al primer grupo de alumnos; había miedo en los rostros de todos nosotros.

Las horas pasaron y nadie regresó a su salón. La comunicación se interrumpió así como la energía eléctrica. Poco a poco comenzaron a llegar los padres de familia. Tuve que disimular mi terror y reír contando uno que otro chiste para transmitir un poco de la tranquilidad, que obviamente carecía.

Cinco de la tarde, el último niño fue recogido por su padre angustiado y agradecido por haber resguardado a su hijo, agradecido ya que «Gracias a Dios» no había pasado nada en el colegio.

Y como es común en estos casos, las noticias corrían como pólvora, la tienda de autoservicio se había desplomado, un colegio perteneciente a la misma delegación había corrido con la misma suerte. Los medios de comunicación no funcionaban, salí rumbo a casa con un nudo en la garganta.

Calles vacías, sin transporte.

Yo, con incertidumbre hasta que mi pareja, familia y amigos lograron comunicarse conmigo. Todos ellos preocupados por mi integridad física: «Se había caído una escuela en Coyoacán».

Desde ese día volvió a surgir en mí esa angustia que había dejado de sentir, ya hace mucho tiempo.

Y las noticias daban los reportes de otro día trágico en mi amada Ciudad de México.

Miguel Ángel / 43 años / Ciudad de México

Pasó una replica y sentí mucho miedo

Estaba durmiendo bien rico en mi cama y entonces empieza todo  a moverse y en eso me levanto, me había quedado en la puerta cuando me llegó a traer mi papá y me dijo que nos pusiéramos en una columna cerca del lavadero. Recuerdo que mi mamá estaba llorando y rezando, llorando por mi hermana, por mi padrino, por Santiago, por Genaro, por mi madrina. En eso vi que el árbol se movía de un lado a otro y la lámina de arriba a abajo. Entonces en eso se va la luz, nos quedamos en el poste todavía y mi mamá seguía llorando y rezando. Cuando acabó el temblor entré a mi cuarto y ahí encontré un afocador, lo saqué y nos pusimos a buscar más linternas, mi mamá prendió velas y se puso a rezar en el altar. Se sentó, tomó un té y mi papá y yo salimos. En eso llega mi madrina Edith con Genarito y ella abraza a mi mamá. Salimos otra vez y llega mi padrino Coqui y mi abuelo. Mi padrino Coqui nos abrazó y nos dijo que iba a ir a ver a mi hermana. Mi mamá nos dijo que nosotros también fuéramos a ver a mi hermana para ver cómo estaba. Después volvimos y pasó una replica y sentí mucho miedo. Tuve mucho miedo y pensé que toda la casa se iba a caer y me iba a morir.

Ángel / 10 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Una nueva oportunidad de disfrutar nuestro aquí y ahora

Hace tiempo no se sentía una removida como la del 7 de septiembre, recuerdo la noche del ’95, cuando el crujir de la tierra me hacía pensar en aquellas películas de acción donde la tierra se separaba, y era más realista aun cuando escuchaba los gritos de quienes se encontraban en la escuela que se ubicaba frente a la casa de mi abuela, donde yo estaba en ese momento.

Ésta vez no fue igual, parecía que la tierra decidió brindar un gran espectáculo, largo, intenso, que incluyó un espectáculo de luces de colores el cual había sido anticipado por la lluvia.

Cada uno lo vivió de diferente manera, hubo quienes decidieron sentirlo a la primera, otros se tomaron su tiempo, en mi caso sólo pensaba en que ya iba a pasar. Me dio tiempo de ponerme mi mejor atuendo, de implorar a todos los santos con un intento de rezo que más bien parecía una mezcla de las pocas oraciones que recuerdo.

Entre decidir salir o quedarme, me daba tiempo de observar todo lo que me rodeaba, en un intento de fotografiar con mi mente cada espacio de mi casa, por si no permanecía igual. Mis pasos inseguros me hicieron caer y a la vez levantarme. Y fue así que cuando decidí salir, la gran sacudida había terminado.

Han pasado los días y entre lluvias y temblores, entre fisuras y formas, estoy tratando de olvidar lo sucedido; sin embargo, parece que la tierra se encarga de que recordemos en nuestro día a día que nos brindó una nueva oportunidad de disfrutar nuestro aquí y ahora.

Carla Morales / 38 años/ San Cristóbal de Las Casas, Chiapas

Él nos da prestada la vida y en cualquier momento nos la quita

El día del terremoto prácticamente todos ya estaban durmiendo. Yo estaba revisando unas cosas en el cel, cuando de repente se comenzaron a mover unas cosas, supuse que sería algo leve. Al momento de ver que no paraba, salimos mi abuelito, mi hermanito y yo. Pero pues aún faltaban mis papás y una tía. Fue allí donde nos preocupamos más.

Mi hermanito tuvo mucho valor y entro a la casa a sacar a mi tía, que estaba muy asustada y no sabía qué hacer, según ella, quería meterse abajo de la cama.

Mi hermanito también fue por mis papás al ver que ellos no salían, porque entraron en pánico. Salimos todos de la casa, al igual que unos tíos vecinos y nos quedamos en el patio. Fue un día lleno de angustias, llantos y oraciones

Fue triste ver que prácticamente la casa se quería caer, tantos años viviendo allí y que de repente todo termine así. Todos estábamos muy nerviosos por la réplica que aun pasaría. Nadie pudo conciliar el sueño, lo único que hicimos fue pedirle a Dios. Si ya era su decisión que ese día fuera el último para nosotros, lo entendíamos, ya que él nos da prestada la vida y en cualquier momento nos la quita.

Como nuestra casa es de adobe pensamos que se caería, los postes tronaban bien feo, algunas paredes están lacradas pero, gracias a Dios, no pasó a mayores, como en otros lugares.

Paola Cristel / 21 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Xochimilco 19-S / Antar Hernández

Ansiedad en las manos por ayudar

Del terremoto del 19 de septiembre me enteré en Tuxtla Gutiérrez (Chiapas) y no lo sentí. Mi madre me habló por teléfono y me dijo que tembló, que ella lo sintió, y que el epicentro había sido cerca de Puebla. Rápidamente me comuniqué con una amiga que vive en esa ciudad, me comentó que fue sólo el susto, que el hospital donde trabaja fue desalojado pero que todo estaba bien. En eso me empezaron a llegar mensajes de un grupo de Facebook que tengo con compañeros de la universidad, donde muchos de ellos estaban tomando clases, otros saliendo; comentaron que vieron explosiones, que uno de ellos pasó por el Soriana que se derrumbó cerca de Taxqueña, nos envió fotos y a partir de ahí empecé a dimensionar la magnitud del desastre que había ocurrido.

Traté de comunicarme con todos mis conocidos y compañeros que viven en el Distrito Federal; no pude contactarme al instante con todos, de hecho con una amiga que vive en Xochimilco, una de las zonas más afectadas, me pude comunicar hasta el jueves por la tarde. Con otros compañeros también se me dificultó localizarlos porque no había señal de internet, no había línea telefónica, no había luz.

Entré a internet a buscar información; pronto aparecieron los comentarios: se cayó tal edificio en tal lado, se necesita ayuda, y empecé a replicar los mensajes en Facebook. Así estuve martes y miércoles, y seguía tratando de comunicarme con mis amigos hasta que los localicé. El jueves por la tarde salí de Tuxtla Gutiérrez para llegar al Distrito Federal el viernes por la mañana. No tuve ningún contratiempo, el viaje fue normal.

Apenas llegué, fui a checar una zona de desastre que estaba por mi casa, en el metro Lomas Estrella, se derrumbaron dos edificios. Ya no había personas con vida, al parecer, sólo faltaba rescatar dos cuerpos y ya el Ejército estaba tomando el control de la zona, entonces me moví por la tarde hacia la colonia Obrera.

Esa noche del 22 de septiembre entré a los escombros de la fábrica textil que se ubicaba en Bolívar y Chimalpopoca. Se dice que aproximadamente 400 costureras asiáticas, sin papeles migratorios, quedaron atrapadas; entonces se puede deducir que cuando llegué todavía faltaba sacar poco menos de 300 cuerpos, digo cuerpos porque no creo que alguien haya sobrevivido a eso, el edificio estaba compactado, no había espacio en donde alguien pudiera refugiarse. Los autos que igual quedaron debajo de los escombros, estaban compactadísimos, destrozados. Fue muy fuerte la impresión y también fue eso lo que me hizo pensar que no habría sobrevivientes.

En el momento en que entré, lo hice con otros 19 compañeros y compañeras. Nos avisaron quienes estaban coordinando el rescate, que había peligro de derrumbe y en el ambiente se podía percibir olor a gas. Nos estuvimos coordinando con brigadistas que ya habían estado ahí desde la noche del sismo, el día 19. Ellos tenían un poco de experiencia, nos organizaron para sacar los escombros con las manos; nos brindaron todo el equipo, yo ya llevaba un casco, un chaleco y mis botas, ellos me dieron el cubrebocas, guantes y la vacuna contra el tétanos.

Estuvimos sacando rocas por casi dos horas, hasta que encontramos un cuerpo. Fue impresionante ver que se trataba de un cuerpo humano, estaba desfigurado prácticamente. Lo sacaron otros compañeros paramédicos.

En ese momento me encabronó el pensar en la corrupción que hay por parte de las autoridades al permitir ese tipo de construcciones, sin seguridad, con materiales de poca calidad y sin atender las normas de protección civil, justo por el riesgo de sismos. Las autoridades y los dueños de la fábrica, que trabajaba para Liverpool, por cierto, sabían que de alguna manera el edificio no era estable, no era seguro, y aun así estaban trabajando allí.

Quién sabe qué habrá pensado, qué habrá dicho el dueño de la fábrica en el momento del sismo, para no permitir que salieran las trabajadoras. Aquí se pone una vez más en evidencia la naturaleza voraz del capital, el máximo beneficio al menor costo, sin importar quién perezca.

Afortunadamente, la gente se organizó, la gente llegó, era la llamada “sociedad civil” –no me gusta mucho ese término–, prefiero decir que la gente, el pueblo, la organización popular se estaba formando para tratar de recuperar gente con vida y también los cuerpos, antes de que entraran las máquinas a llevarse los escombros, llevarse la evidencia de los malos materiales con que estaba construida la fábrica, etcétera.

Se dijo mucho de esta solidaridad aparente de la gente, pero fue increíble recorrer varios puntos de la Ciudad de México, sobre todo de la Roma, Del Valle, la Condesa, donde efectivamente había mucha gente organizada, tanto en los centros de acopio, los albergues, como en las tareas de rescate en Gabriel Mancera y Eugenia, en Álvaro Obregón, etcétera. Pero también fue impactante ver que se desbordaba la ayuda, había más gente, más herramientas, más víveres de los que se necesitaban, según mi consideración; incluso señoras que aspiran a ser parte de la burguesía, tenían cena preparada para todos los voluntarios, tenían por ejemplo lasaña; y fue muy desgarrador contrastar, cuando me fui acercando más al sur, sobre todo al área de Xochimilco, San Gregorio, Santa Cruz y otras zonas de la misma delegación, donde la ayuda, el acopio, llegó seis días después del terremoto. Fue impactante.

En San Gregorio la iglesia sufrió daños, se cayó una barda, se cayó una casa. Cuando llegué ya habían parado las labores de rescate, incluso ya habían demolido la casa que se había caído cerca de la iglesia, ya había paso. Platicando con la gente, me comentaron que los militares llegaron al siguiente día del terremoto, las autoridades empezaron a llegar un día después y que los soldados y los policías entorpecieron los trabajos de rescate, que sólo se quedaban viendo y que traían armas en lugar de palas, que fueron en realidad pocos los que ayudaron en el rescate y que casi nadie apoyó con víveres. Fue la gente, la organización popular la que se encargó de eso.

Definitivamente, esto fue algo que rebasó las instituciones, pues más que ayudar, entorpecieron las labores. Hasta el día 27 de septiembre en varias zonas de Xochimilco, de Tláhuac e Iztapalapa no teníamos agua. Donde yo vivo, hasta el día jueves 28 nos llegó el agua. En Xochimilco hay varias zonas donde no tienen electricidad todavía. Y hay zonas, como la colonia El Paraíso, que es de las más conflictivas de toda la Ciudad de México, a las que apenas les llegó la ayuda ayer, ocho días después del sismo. Y ya ni se diga en Morelos, en Oaxaca, en Chiapas, y eso fue lo triste.

Lo que me repugna de cierta manera es que se habla de que los mexicanos son muy solidarios y bla, bla, pero en realidad se apoya en donde están las cámaras. Creo que esta solidaridad desbordada en la Ciudad de México fue porque tembló en su casa ¿no?, tembló en el patio de su casa, cayó una bomba ahí, entonces era visible. Se apoyó donde estaban las cámaras, la zona “nice” de la ciudad.

En Xochimilco sí llegó gente, sí llegó ayuda, un día después pero empezó a llegar, sobre todo a San Gregorio; Santa Cruz quedó un poco olvidado. La zona de las trajineras, la zona chinampera está muy dañada, se levantó el suelo. Hay lugares en donde se ve el desnivel.

No es que los mexicanos sean solidarios como tal, porque ¿dónde está la ayuda en Oaxaca?, ¿dónde está la ayuda en Chiapas?, ¿dónde está la ayuda en Morelos? Tardaron en llegar, sí es que ya han llegado. Y lo que hay de acopio y brigadistas, es por la misma gente de ahí y no de la Ciudad de México. Aquí se dio un exceso de voluntarios, de herramientas para el rescate, de acopio porque está sobrepoblado y porque es la capital del país. Oaxaca, Morelos, Chiapas, están relegados y eso me encabrona un chingo, porque como ahí no están las cámaras, como ahí no hay nada aparentemente importante, se olvidan de ellos. Entonces, no es que sean solidarios, es simplemente que les golpeó en su casa.

Este tipo de situaciones saca lo mejor de nosotros como humanidad pero también saca lo más mierda. Gente que no le pasó nada se va a formar tres, cuatro veces, para recibir despensa y acopio.

La impresión que me queda de esto es que sí hay una sobrepoblación y en cada punto de la ciudad en que se solicitaba ayuda, llegaban brigadas, se amontonaron, ocasionando tráfico pero ahora llevando solidaridad. Inundamos las calles, se solicitaba ayuda en un punto y se llevaban herramientas, comida. Y luego en las redes aparecía: ya no más, aquí ya no. Pero esto ocurrió en el centro de la ciudad, había mujeres y hombres con guantes, con cascos y con picos, que se movían en todas direcciones. Había ciclistas con palas en la mochila, cajas, grandes bultos, como se dice por acá “ratoneando” entre los autos para mover los víveres de un lugar a otro, las batas blancas que volaban con el viento por la velocidad de la motocicleta. Los servicios médicos de casa por casa, no se compararon con esta movilidad de los brigadistas.

Después, se convocó a estas brigadas que estaban inundando el centro de la ciudad hacia la periferia, hacia los pueblos a los que ni los medios (de comunicación) han querido llegar. Y llegamos, los voluntarios inundamos las calles, como siempre lo hacemos, pero ahora las cajuelas de los autos estaban llenas de víveres, tiendas, y nerviosismo, ansiedad en las manos por ayudar.

Aquí, sándwiches y tortas es lo que más había de ayuda para los rescatistas, para los brigadistas, quizá un plato de arroz. Un gran contraste con las cenas en el centro de la ciudad y en donde cada 48 horas, más o menos, preguntaban que si la comida que sobraba se podía llevar a otro lado. Tristemente, en Xochimilco la ayuda no llegó a ciertas regiones hasta dos días después. En esas fechas los voluntarios empezamos a ir a los estados aledaños, sobre todo al estado de Morelos, llevando víveres y ayudando a levantar los escombros de la casa de otro, que vivía en un lugar del que nunca habíamos escuchado y que incluso nos costaba trabajo pronunciar.

Había que hacerlo nosotros mismos, la gente, el pueblo, porque no confiábamos en el Estado, no había tiempo para su burocracia ni sus simulaciones fantoches. El pueblo como tal fue el que se movilizó, el que sufrió y el que se solidarizó, tomando el control; por eso fue que los militares que llegaron a estos puntos de apoyo, sobre todo los más mediáticos, lo hicieron justo para aparentar que tenían un control, que más que nada, los militares sirvieron para entorpecer las labores de rescate. Porque no hay duda, hicimos las calles nuestras, rebasamos al Estado y a los medios de comunicación oficiales. Y podríamos decir que sí, aparentemente la gente, el pueblo, se movió no sólo por el terremoto, algo se movió en las conciencias; escuché gente que estaba indignada porque Televisa les volvió a mentir, con eso de la niña Frida Sofía. Al parecer movió (el terremoto) algo y no sé qué tanto vaya a volver a la calma. El Estado nos tuvo miedo y eso es lo que no hay que olvidar.

Antar Hernández / 23 años /Ciudad de México

Pensé que me iba a pasar algo

Mi papá me despertó. Pensé que era un ladrón, lo vi y lo conocí. Entonces, se fue la luz y estábamos arriba y mi mamá estaba abajo con Genarito, no podíamos ver, mi papá buscó una lamparita y pudimos bajar. Después nos fuimos corriendo afuera con la lamparita y a salvo. No sentí cuando estaba temblando. Ya había pasado el temblor cuando me despertó. Después sentí miedo porque pensé que se había ido la luz en la calle y no podíamos ver. Sentí miedo porque pensé que me iba a pasar algo. Y después dijeron que iban a suspender las clases y yo grité ¡he he! Dije voy a ir a jugar maquinitas, es mejor jugar maquinitas que ir a la escuela.

Santiago / 7 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Juntarse, es la palabra del mundo

Yo sobreviví el sismo del 85. He sobrevivido el del 2017. Soy, pues, un sobreviviente.

Mientras estaba en Facebook, empezó a temblar. Mi hija, embarazada, lo primero que hizo fue tomar a su hijo Mateo y salir corriendo, yo la detuve, porque pienso que las escaleras son lo primero que se caen en un sismo muy fuerte (no sé de dónde lo sé, pero eso es parte de mi creencia sísmica).

Mi otra hija y mi nieta fueron y volvieron de abajo, rumbo a la calle, porque olvidaron las llaves: ya no las dejé bajar, por aquello de las escaleras. En este lapso, mi yerno se nos unió y nos quedamos en la puerta que da al pasillo rumbo a las escaleras y la calle.

Por experiencia, vi que la fuerza era mayúscula, de pronto pensé que “ahora sí, esto se va a caer”, por duración e intensidad. Mientras mi hija embarazada hablaba a gritos, desesperada, y yo retenía a todos para que no salieran corriendo, volteaba a ver la estructura buscando los primeros indicios de fracturas que precedieran a la debacle, lo que no sucedió.

La luz no se fue, tampoco el internet. En cuanto acabó, bajamos a la calle, donde la gente había salido de sus casas y cada quien manejaba su crisis, casi sin vernos. En cuanto nos sentimos seguros, subimos de regreso, asustados, mi hija embarazada en crisis, lo que me preocupaba.

Ella vive en la Ciudad de México, pero vino a Tuxtla a “desembarazarse”. Pensé que era desafortunado el hecho de venir porque le tocó uno de los peores sismos jamás vividos en Chiapas. Sin embargo, se salvó del sismo trágico del 19 de septiembre que devastó a la Ciudad de México. Una ciudad tan cara a mis recuerdos.

En estos días, un amigo ideó que tomáramos cursos de protección civil y comenzamos a hacer las gestiones y a informarnos. Lo que sé ahora es que debemos capacitarnos en muchos rubros. Algo urgente son los planes familiares, porque luego de estos sismos nada será igual, nunca.

Formé parte temporal de un grupo de ciudadanas y ciudadanos que acopiaron víveres y los han estado entregando en varios municipios. Me tocó el primer fin de semana empaquetar víveres y estar en un centro de acopio. Es esperanzadora la gran solidaridad de las personas. Personas que se preocupan por otras personas que no conocen.

Hemos visto la tragedia, pero hemos comprobado que el alma de la gente de este país es gigante, poderosa, amorosa. Eso me da fuerza.

Estoy consciente que la Naturaleza está viva. Viviendo en su superficie estamos expuestos a sus movimientos y a sus modos. Tenemos que armonizar nuestra vida con la de la Tierra.

Entre estos eventos, cuya tragedia no la he vivido tan descarnadamente como otros seres humanos, he vivido la dicha: nació mi quinto nieto, Gael (cuarto varón). Él sólo duerme y llora por hambre. Mi hija está profundamente estresada y deprimida, pero el amor por sus hijos le dan fuerza y ánimo. Todos procuramos atenderla, pero “no muy se deja”. Este fin de semana todos mis nietos estuvieron juntos. Verlos juntos me dio una gran felicidad.

Por mi familia, es tiempo de juntarse, de ser realmente socios en esta aventura del mundo llamada sobrevivencia.

“Juntarse, es la palabra del mundo”, José Martí.

Francisco Gordillo/ 58 años/ Tuxtla Gutiérrez

Me espanté

Estaba durmiendo y que luego me espanté y ya salimos al patio. Luego vino más fuerte y ya salimos. Sentí miedo. Pensé que se iba a caer mi casa.

Aranza / 8 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Juchitán 7-S / Alcides Díaz

Dios nunca muere en la tierra de la inmortal sandunga

Actualmente me encuentro radicando en (Santo Domingo) Tehuantepec, Oaxaca; mi mamá con mis dos hermanos, en Matías Romero (Oaxaca), aproximadamente a unos 100 km de Tehuantepec; y el día del terremoto mi papá se encontraba de viaje en Mérida (Yucatán), lugar conocido por su escasa actividad sísmica, pero que en este caso no fue así.

En Tehuantepec vivo con una tía, sus dos hijas y sus dos nietos. Mi tía y una de sus hijas profesan una religión, desconozco cuál sea pero son ajenas a la iglesia católica, y desde mi punto de vista la religión ha cruzado su límite y ha llegado al fanatismo, en ellas.

El 7 de septiembre, después de un “día normal”, eran las 11:20 pm cuando me disponía a descansar, sabedores que antes de dormir uno revisa por última vez su celular para checar redes sociales o culminar charlas e ir a descansar, en esta ocasión no me llevó mucho tiempo, puesto que deje mi teléfono en el buró como a las 11:38 pm.

Apenas estaba logrando conciliar el sueño, se oye un ruido que viene lejos, un temblor supongo (normal en la región), un leve zangoloteo, pero ese leve zangoloteo no paraba e incrementaba su fuerza. Al momento de empezar el sismo el sistema eléctrico se vino abajo dejando a todo Tehuantepec sin energía eléctrica, oscuro y temblando, que pésima combinación; el tiempo se hizo eterno, no paraba el temblor, yo varado en el dintel de la puerta por seguridad, sólo miraba cómo la casa se movía como gelatina. Mi tía intentando abrir la puerta para salir, mi prima con sus hijos en su cuarto intentando pararse.

Por fin se abre la puerta, salimos todos, aterrados, los vecinos afuera; en ese momento no te interesa cómo saliste, algunos descalzos, otros en ropa interior con una media sabana envuelta en el cuerpo, no importa, lo importante es que estamos bien todos. La taquicardia invadió mi cuerpo, nunca en mi vida había sentido un temblor de tal magnitud, además, lejos de mis papás, de mis hermanos, esa sensación de querer comunicarte con tus familiares y que la red telefónica esté sin servicio, ¡es una sensación horrible! Nunca se lo deseo a nadie, a cada rato miraba mi teléfono para ver si ya tenía señal y nada. Varados en el corredor con el temor de otro sismo y de entrar a casa. Mi tía y mi prima empezaron con sus cosas de religión, una imprudencia para ese momento, recuerdo que mi tía decía: “este terremoto lo dijo el hermano fulano, él nos dijo que estuviéramos alerta, porque tuvo una revelación”, mi otra prima exclamando que dejara de aterrar a los niños con sus cosas.

Seguíamos fuera de la casa, sin energía eléctrica, sin telefonía, y con el sonido de las ambulancias de fondo. Yo con la incertidumbre de saber cómo estaban mi mamá y mis hermanos y sin poder hacer nada, ¡aterrador! Mi mente en ese momento pensando cosas malas.

Sentados en el patio sin saber del sismo magnitud, epicentro, nada; de repente llega mi primo, un paramédico, a ver cómo estábamos, y nos trajo todas las malas noticias: “Dos personas muertas hasta ahorita, porque la casa se les vino encima. En Salina Cruz dieron alerta de tsunami, los de la Marina andan alertando”; esas noticias sonaban en la región. De pronto, ¡otro sismo!, todos con miedo de su magnitud. Y así pasamos toda la noche. Sentados en el patio sin dormir, y yo angustiado por no saber algo de mi familia, sólo le pedía al creador que estuvieran bien.

Dieron las seis de la mañana, empezaba a aclarar cuando llegó otro primo con su familia para ver cómo estaba su mamá, y nos dice que toda la carretera Transístmica estaba llena de carros de familias de Salina Cruz; por miedo al tsunami durmieron en sus coches en la carretera. No hay transporte, se respira en el ambiente mucha tensión.

Son las 8:00 horas y mi tía recibe una llamada de sus hijos que viven en Oaxaca; yo enseguida reviso mi celular para poder comunicarme con mi familia, pero no corro con esa suerte, sigo sin servicio. Le pido el teléfono a mi tía para llamarles, entra la llamada: Bueno. ¡¿Flaca están bien?!, ¡bueno!, ¡bueno! La comunicación era pésima. “Sí, estamos bien, ¿y tú?” “¡Sí, lo estoy!, ahorita me voy a Matías (Romero)”, eso fue lo único que pudimos decir.

Transcurrió otra hora, Tehuantepec con un silencio impresionante. Normalmente, a esta hora se oye el murmullo de la gente, los autos que pasan por la carretera Transístmica, los aparatos anunciando vendimias o una fiesta; hoy, están muertos. Con un sentimiento feo, una sensación que ahora que escribo no puedo expresar.

Busco un carro que me dirija a Juchitán, me subo y son pocos los usuarios, todos hablando del temblor, de las noticias locales, es inevitable viajar y ver las afectaciones que causó en Tehuantepec, pero ese no es el problema… el verdadero problema se ve cuando vamos llegando a Juchitán (Oaxaca); desde el famoso Canal 33, una de las entradas a Juchitán, empiezan a notarse las afectaciones, fue impresionante ver cómo tiendas y casas desaparecieron y se transformaron en escombro. Bajo del camión y estoy aproximadamente a una hora de distancia de mi familia, tomo otro carro con dirección a Matías Romero. Ese viaje fue una hora de sueño, mi única hora de sueño. Entrando a Matías, se notan las afectaciones, empiezan a circular imágenes de los daños que ha causado el terremoto y lo más triste, empieza la cuenta ascendente de personas fallecidas.

Llego a casa, veo a mis hermanos y a mi mamá, mi corazón descansa, es un alivio ver que están bien, les pregunto por mi papá, y me dicen que ellos se comunicaron con él desde el terremoto, que se sintió también en Mérida. Mi mamá estaba nerviosa y espantada por no poderse comunicar conmigo o con mi tía o alguna de mi primas; fue una angustia tremenda. Y me empiezan a platicar su experiencia, mi casa es de dos pisos, ellos encerrados en un cuarto de la segunda planta sin poder salir, mi mamá me dijo que tenía mucho miedo, pero tomó valor para que sus hijos no lo notaran y nadie entrara en crisis, solo les decía: “Tranquilos, ya va a pasar, tranquilos, Padre nuestro que estás…”

Me entero que un primo lo perdió todo; en serio no sé cuál fue mi cara cuando me dijeron eso, y pues tenemos que ir a Santo Domingo Petapa, un pueblito pegado a Matías Romero, aproximadamente a unos 15 km, lugar de donde mi madre es originaria, un pueblito muy humilde, lleno de sabor y muchas tradiciones.

Ya eran como a las 3 pm, nos preparamos para ir a visitar y auxiliar a mi primo, en el viaje comentábamos de todas las fotos que circulaban por la red, de lugares, de familias, ¡de todo!

Llegando a Santo Domingo, fuimos a visitar lo que era la casa de mi primo y ver cómo la gente lo ayudaba a sacar las pocas pertenencias que le quedaban, me movió muchas cosas; en serio, ver a jóvenes, señoras y lo que más me conmovió fue ver a un niño de tal vez unos 5 años de edad, ayudando. Sólo saludamos y manos a la obra, a trabajar, a acarrear cosas y acomodarlas en una casa que le prestaron para poder vivir mientras. Llegó la noche, teníamos que regresar a Matías, no hubo platica de cómo fue la tragedia, sólo muchas cosas que acarrear y acomodar.

Llegando a Matías tras un día en el que no dormimos –la verdad tampoco recuerdo haber comido, no tenía estómago para eso-, pero sobre todo tras un día con muchas réplicas, venía la noche y con ella el miedo a que se repitiera, la incertidumbre de entrar a la casa, el temor de que estando dormidos dentro nos agarre otro sismo en la planta alta.

Durmiendo con puertas abiertas y en la sala pasamos la noche, al siguiente día nos dirigimos a Santo Domingo a visitar a mi primo y llevar un poco de víveres, ya estando con ellos platicamos y nos contaron su experiencia sobre el terremoto: “Empezó a temblar, le dije a Lulú, sal, está temblando, yo voy por los niños”, así empezó su narración mi primo, “el pequeño no quería despertar y regresé por él, todos afuera, sin luz, nos abrazamos los cinco y solo deseábamos que parara, y empezamos a escuchar ruidos y más nos abrazábamos, pasó el temblor, sólo escuchábamos ruido de cosas que caían y empezamos a toser por el polvo, en mi mente no imaginaba lo que estaba pasando. Minutos después saco el teléfono y enciendo la lámpara, mi mujer empezó a llorar, también mis hijos, de ver que no teníamos nada, todo estaba destruido”…

Y así pasaron los días en el Istmo, con miedo por las réplicas que aún no paran, ver edificios emblemáticos e históricos que colapsaron. Queda un Matías Romero sin historia, queda un istmo de Tehuantepec dolido por las pérdidas, materiales y humanas, pero ¿sabes algo?, en el istmo la gente es muy unida, porque así como nos vamos a las tan famosas velas donde la mujer porta el hermoso traje regional y el hombre su guayabera y pantalón negro, en la que cooperamos todos para las fiestas, así también saldremos adelante de esto, todos, unidos, apoyándonos unos a los otros. Y como dice una de las canciones características y me atrevo a decir que es el himno de los oaxaqueños, ¡Dios nunca muere, mucho menos en la tierra de la inmortal sandunga!

Alcides Díaz Sosa / 24 años/ Santo DomingoTehuantepec, Oaxaca

Se tambaleaba todo el suelo

Cuando fue el terremoto ya estaba dormido, mi mamá estaba apagando la tele, entonces si no me hubieran despertado ni siquiera lo hubiera sentido literalmente, pero mi mamá se levantó, se levantó también mi papá y mi mamá levantó también a mi hermanita y me andaban grita y grita que me levantara, hasta que me levanté. Cuando me levanté tenía mucho sueño pero empecé a sentir cómo se tambaleaba todo el suelo y las láminas se movían. Estaba prendida la luz, se volvió a apagar y seguía el temblor y después de eso mi papá dijo que ya iba a pasar pero siguió, entonces es cuando nos fuimos afuera y todas las vecinas salieron. Después volvió la luz pero sólo en mi casa. A toda la colonia no volvió la luz y toda la colonia estaba afuera de sus casas. Entonces se sintieron más replicas y como las dos de la mañana empezó a llover fuerte y todas las vecinas se metieron en mi casa para quedarse ahí hasta que terminara la lluvia porque tenían miedo de que hubiera una réplica más fuerte. Entonces a mí no me importó y tendí mi cobijita y me dormí hasta las cuatro de la madrugada que ya se habían ido las vecinas y cuando se fueron mi mamá me levantó para que me fuera a dormir al sillón porque mi mamá tenía miedo de que nos fuéramos a dormir de nuevo a los cuartos porque tenía miedo que tuviera un terremoto más fuerte y se cayera la casa y ya.

Ciro Alberto / 11 años/Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Sí, todo va a estar bien / Leticia Bárcenas

Parece que fue una eternidad lo que vivimos

Compartir mi experiencia respecto al sismo de 8.2 grados que aconteció en el estado de Chiapas, el 7 de septiembre, me pareció muy interesante e importante, es por ello que se los cuento:

Ya me encontraba durmiendo, por casualidad esa noche dormía junto a mi hija, que ya tiene 16 años. Sentí que empezó a temblar y me despertaron del todo los gritos de mi madre, que vive en el piso de abajo: ¡Chamacos levántense!, ¡Sofi!, ¡Kary! ¡Párense, está temblando!

Párate aquí, Sofiíta, hija, ven. Decía yo, que erróneamente me posicioné en el marco de la puerta de la recámara. Mi madre seguía gritando que bajáramos. Como no paraba de temblar bajamos, lo admito, corriendo. Afuera se escuchaba que tronaban cristales, eran de la casa del vecino de a lado. Nos quedamos cerca de mi madre. Vi a mi hermano salir de una recámara con su hija de tres años, inmediatamente la tomé en mis brazos y busqué la salida; afortunadamente y con la gran bendición de Dios, ese día habían olvidado poner el candado a la puerta principal, jalé el pasador y salimos a la calle, ya que la casa es de dos plantas y no tiene un punto, del todo seguro, para guarecerse.

Mi madre gritaba: ¡la niña está en el cuarto durmiendo! La hija mayor de mi hermano, de nueve años, se había quedado a dormir en la recámara de mi mamá. Mi hermano fue a buscarla, mi cuñada salió de su habitación con su niño, un varón de siete años.

Salí y busqué el lugar menos peligroso para quedarnos, ahora me doy cuenta que la calle tampoco es un lugar adecuado, no esa calle, pero esa noche, en ese momento, era el lugar menos peligroso para quedarnos.

Los postes parecían que se iban a caer, no dejaba de temblar; salieron dos chispas fuertes, eran de los postes de luz que, automáticamente habían “botado” las pastillas, en realidad no sé qué es eso de las pastillas, después comentaron los vecinos, que afortunadamente son automáticas.

Durante el temblor ninguno de ellos salió. Nadie. Sólo nosotros nos encontrábamos afuera. Mi madre gritaba el nombre de una vecina, que tiene 65 años de edad y vive sola, pero no pudo salir porque no encontró las llaves de su casa en ese momento.

Todo pasó tan rápido, pero yo sentía que nunca iba a dejar de temblar, tuve muchísimo miedo. Me da pavor, aunque en esos momentos he sabido controlarme y afortunadamente recuerdo lo poco que he aprendido en protección civil.

Ahora que lo cuento parece que fue una eternidad lo que vivimos; algunos dicen que fue un minuto y segundos, otros que fueron tres minutos, en realidad no lo sé.

Roxy Karina/ 39 años/Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

¡Estaba temblando!

Me acuerdo que estaba a punto de dormirme y de repente empieza a temblar, me paré y todos estábamos en una esquina, como abajo de un avión, en una cadena y todos nos reunimos ahí. Luego mi papá cuando terminó el temblor se fue a buscar a mi abuelita que si estaba bien y a mis tíos, mi tía y de ahí regresó. No dormí, me desvelé. Al siguiente día sólo dormí un poquito, me volví a despertar, hablé con Ángel y ya. Tenía miedo ¡Estaba temblando! Pensé que me iba a morir.

Ángel David / 11 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

En mi interior me invento que este sismo es bueno

Esa noche mi hijo no se quería dormir, tenía tarea pendiente y por no hacerla temprano a penas nos estábamos acostando, eran las 11 cuarenta quizá. Él seguía inquieto, me di la vuelta y le dije: ¡Duerme de una vez! Yo ya tenía sueño y mi hija dormía a mi lado. La cama comenzó con un movimiento leve y me levanté; le dije al niño: «Está temblando» y le pedí que saliera, la intensidad comenzó a ir en aumento y no alcanzaba a mi hija para sacarla de la cama, así que la jalé de los pies sin violencia para no asustarla mientras la fuerza del sismo seguía incrementando. La abracé y mi hermana que estaba cerca abrazó a mi hijo. En medio del patio, mi mamá oraba y ahí nos unimos los cinco. Abrazados veíamos cómo los árboles se sacudían como plumeros y yo pensaba: «De que pase el temblor ¿cómo nos comunicaremos con los demás? Las líneas se bloquean… Todos trataremos de saber si estamos bien… ¿Se caerá nuestra casa? ¿Dónde andan mis hermanos, mi padre? Todo eso pensé mientras la tierra seguía acomodándose y callada abrazaba a mi niña y veía hacia donde estaba mi pequeño.

¡Somos pecadores! – Escuché. ¿Somos pecadores? Me respondí en la mente que sí. Recordé que México está muy sucio, muy cochino por todo lo que no hacemos.

Pobre hombre. Pobres seres minúsculos, indefensos y engreídos. Parece que después de las catástrofes todo cambiará; somos amables, humanitarios por segundos pero, unos segundos más, la voracidad nos vuelve al cuerpo y comienza lo de siempre: La gente roba en las calles y alguno hasta intenta abusar sexualmente de una chica en medio del colapso. Los políticos – los peores – fingen preocupación mientras se soban las manos pensando en cómo robar los recursos destinados a los damnificados. Tiran croquetas al pueblo para sentir que sirven de algo mientras se guardan para sus campañas políticas las donaciones que otros aportan caritativamente.

Durante los temblores, el tiempo es elástico, algunos de pocos segundos te hacen sentir que duran semanas ¿y éste de minuto y medio? Eterno. Siento fascinación de este fenómeno, oigo la tierra rugir y a pesar del miedo siento una poderosa energía transformadora.

No. Nada cambió en el fondo. Somos pecadores. Y yo sola, en mi interior me invento que este sismo es bueno, la tierra se renueva, es bueno porque movió mi cuerpo, sacudió mis hombros para hacerme despertar, es esperanzador, debe serlo, – quiero creer – dentro de mí.

Anaïs Fight / 34 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Ella

Ella / Foto: Gabriela Barrios

Cuando ella llegaba dejaba una parte más hermosa muy lejos
Cuando ella se iba algo se formaba en el horizonte para esperarla…

Vicente Huidobro

 

Donde sólo se habla de amor

Foto: Vivian Maier

A los hombres, a las mujeres

que aguardan vivir sin soledad,

al espeso camaleón callado como el agua,

al aire arisco (es el aire un pájaro atrapado),

a los que duermen mientras sostengo mi vigilia,

a la mujer sentada en la plaza vendiendo su silencio.

En fin, diciendo ciertas cosas reales

en una lengua unánime, amorosa;

a los niños que sueñan en las frutas

y a los que cantan canciones sin palabras en las noches

compartiendo la muerte con la muerte,

los invito a la vida

como un muchacho que ofrece una manzana,

me doy fuego

para que pasen bien estos días de invierno.

Porque una mujer se acuesta a mi lado

y amo al mundo

 

Juan Bañuelos 

*Poeta, ensayista, editor y catedrático. Nació el de octubre de 1932 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y murió el 29 de marzo de 2017. Poema del libro Espejo humeante, 1968.

 

Orlando

Por Gabriela Guadalupe Barrios García

Hace 89 años, un 11 de octubre de 1928, se publicó la novela Orlando de la escritora inglesa Virginia Woolf, editada por la editorial que tenía con su esposo Leonard, «Hogarth Press». Considerada una de las obras más importantes en la literatura en general y en la escritura femenina, donde se tratan temas tabúes en esa época y destacan también críticas de la sociedad.

«En Orlando (1928) también hay la preocupación del tiempo. El héroe de esa novela originalísima —sin duda la más intensa de Virginia Woolf y una de las más singulares y desesperantes de nuestra época— vive trescientos años y es, a ratos, un símbolo de Inglaterra y de su poesía en particular. La magia, la amargura y la felicidad colaboran en ese libro. Es, además, un libro musical, no solamente por las virtudes eufónicas de su prosa, sino por la estructura misma de su composición, hecha de un número limitado de temas que regresan y se combinan». (Jorge Luis Borges)

Gracias al bondadoso préstamo de mi amigo Héctor Cortés, apasionado lector de la obra de Woolf, llegó a mis manos este maravilloso libro y que tengo aún secuestrado por su amplia variedad de temas que me han interesado y del cual sigo tomando notas después de haberlo leído. Espero que Héctor perdone mi audacia de tener el libro más tiempo de lo que él hubiera esperado.

Como un pequeño homenaje a este libro traducido por Jorge Luis Borges, quiero compartir unas de mis anotaciones que tratan sobre la imagen del lector y el escritor en el periodo isabelino, a través del joven Orlando, quien leía y escribía incansablemente.

Orlando lector

Su afición por los libros era temprana. De chico los pajes lo sorprendían leyendo a la medianoche. Le quitaban la vela, y criaba luciérnagas que ayudaban a su propósito. Le quitaban las luciérnagas y casi prendió fuego a la casa con una mecha. Para decirlo de una vez (dejando al novelista la tarea de alisar la seda arrugada y sus complicaciones). Orlando era un hidalgo que padecía del amor de la literatura. Muchas personas de su tiempo, aún más las de su rango, escapaban al mal y quedaban en libertad de correr, de cabalgar o de enamorarse a su gusto. Pero a algunos los contaminaba un germen nacido del polen del asfódelo, traído por los vientos de Grecia y de Italia, y de naturaleza tan perniciosa que detenía la mano lista para el golpe, velaba el ojo que buscaba su presa y entorpecía la lengua que estaba declarando su amor.  La fatal naturaleza de ese morbo sustituía a la realidad un fantasma, de suerte que Orlando, a quien la fortuna había otorgado todos los dones —platería, lencería, casas, sirvientes, alfombras, camas en profusión—, no tenía más que abrir un libro para que esa vasta acumulación se hiciera humo. Desaparecían los nueve acres de piedra que eran su casa; se evaporaban los ciento cincuenta sirvientes; se volvían invisibles los ochenta caballos de silla; sería prolijo enumerar las alfombras, divanes, tapicerías, porcelanas, platerías, vinagreras, calentadores y otros bienes muebles, a veces de oro macizo, se desvanecían bajo la mismacomo niebla marina. Así era, y Orlando se quedaba solo, leyendo, un hombre desnudo.

En la soledad, el mal tomaba cuerpo rápidamente. Ya entrada la noche, leía a veces unas seis horas más, y cuando le pedían instrucciones para carnear la hacienda o para cosechar el trigo, apartaba su infolio y miraba sin comprender. Eso era grave y les partía el alma al halconero Hall, al palafrenero Giles, a Mrs. Grimsditch, el ama de llaves, a Mr. Dupper, el capellán. Un apuesto caballero como él, decían, no necesitaba libros. Que dejara los libros, decían, a los tullidos y a los moribundos. Pero algo peor venía. Pues una vez que el mal de leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una fácil presa de ese otro azote que hace su habitación en el tintero y que supura en la pluma. El miserable se dedica a escribir. Y si eso ya es bastante malo en un pobre, sin otra propiedad que una silla y una mesa debajo de una gotera —pues al fin de cuentas no tiene mucho que perder—, el trance de un hombre rico, que tiene casas y ganado, doncellas, burros y ropa blanca, y sin embargo escribe libros, es penoso en extremo. Se le escapa el sabor de todo; lo torturan hierros candentes: lo roen los gusanos. Daría el último centavo (¡tan virulento es ese mal!) por escribir un solo librito y hacerse célebre; pero todo el oro del Perú no puede comprarle el tesoro de una frase bien hecha. Se enferma, cae en una consunción, se vuela los sesos, vuelve su cara a la pared. No importa en qué actitud lo encuentran. Ha atravesado las puertas de la Muerte y conocido las llamas del Infierno.

Orlando, felizmente era de naturaleza robusta, y el mal (por razones que declararemos después) no lo quebró como a muchos de sus iguales. Con todo, lo afectó profundamente, según veremos. Al cabo de una hora o dos de lectura de Sir Thomas Browne, cuando el bramido del ciervo y el canto  del sereno proclamaban el momento más hondo de la noche y el sueño general atravesó el cuarto, sacó del bolsillo una llave de plata y abrió las puertas de un escritorio incrustado que había en el rincón. Adentro había unos cincuenta cajones de madera de cedro y cada uno con un rótulo escrito cuidadosamente en letra de Orlando…La verdad es que hacía muchos años que Orlando padecía ese mal. Ningún muchacho había pedido manzanas como Orlando había pedido papel; ni golosinas como él había pedido tinta. Huyendo de los juegos y de la charla, se había ocultado detrás de las cortinas, en los oratorios secretos o en la despensa detrás del dormitorio de su madre (donde había un gran agujero en el piso que olía espantosamente a estiércol de pájaros), con un cuerno de tinta en una mano, una pluma en la otra, y en las rodillas un pliego de papel. Así fueron escritas, antes que él cumpliea los veinticinco, unas cuarenta y siete comedias, historias, novelas, poemas; unas en prosa, otras en verso; unas en francés, otras en italiano; todas románticas y todas largas…pero aunque el espectáculo de esa obra  lo deleitaba singularmente, no se había atrevido a mostrarlo ni aun a su madre, ya que escribir (y no hablemos de publicar) era, bien lo sabía, una imperdonable falta en un noble.

Orlando escritor

De pie en la soledad de su cuarto juró ser el primer poeta de su linaje y dar brillo inmortal a su nombre. Dijo (recitando los nombres y las proezas de sus mayores)…

…Sin embargo, no tardó en advertir que las batallas libradas por Sir Miles y los otros para ganar un reino contra caballeros con armadura, eran menos arduas que la emprendida ahora por él para ganar inmortalidad contra la lengua inglesa. El lector que haya intimado con las severidades del trabajo de redactar no necesitará pormenores: corrigió y rompió; omitió; agregó, conoció el éxtasis, la desesperación; tuvo sus buenas noches y sus malas mañanas; atrapó ideas y las perdió; vio su libro concluido y se le borró; personificó sus héroes mientras comía; los declamó al salir a caminar; rió y lloró; vacilo entre uno y otro estilo; prefirió a veces el heroico y pomposo; otras el directo y sencillo; otras los valles de Tempe; otras los campos de Kent o de Cornwall; y no llegó nunca a saber si era el genio más sublime o el mayor mentecato de la tierra.

…Para el febril Orlando de esa época, el hombre que había escrito un libro y que lo había hecho imprimir, efundía una gloria que oscurecía todas las glorias de la sangre y del rango. Su imaginación creía que hasta sus cuerpos estarían glorificados por esos pensamientos divinos. Los veía con aureolas en vez de pelo, sahumerio en vez de aliento, y rosas que brotaban  entre sus labios —rasgos por cierto nada típicos de él o de Mr. Dupper. Era incapaz de concebir una felicidad mayor que ocultarse detrás de una cortina y oírlos conversar. La sola idea de ese variado y atrevido coloquio humillaba el recuerdo de sus charlas con sus amigos cortesanos: charlas cuyo tema era un perro, un caballo, una mujer, un partido de naipes. Recordaba con orgullo que siempre le habían dicho literato, y se habían burlado de su amor a los libros y a la soledad. Nunca le habían salido bien los cumplidos. Se quedaba tieso, se sonrojaba, o tenía torpezas de granadero en el estrado de las damas. Dos veces se había caído del caballo, de puro distraído. Buscando una rima, había roto una vez el abanico de Lady Winchilsea. El ávido recuerdo de esas incapacidades (y de otras muchas) para la vida mundana, lo condujeron a la convicción inefable de que toda la turbulencia de su juventud, su torpeza, sus sonrojos, sus caminatas y su afición al campo, demostraban que él mismo pertenecía menos a la raza noble que a la raza sagrada —que era de nacimiento un escritor, más bien que un aristócrata. Por vez primera desde la noche de la inundación se sintió feliz.

 

 

 

Melómanos

Fernando / El País Semanal

Por Gabriela Guadalupe Barrios García

Amo a Natasha, hay un antes y un después de ella. Me ha enseñado amar a los perros y a conocerlos un poco más. Toda mi vida he estado rodeada de caninos, pero con ella es con la primera que me he sentido más unida. Estamos juntas casi todo el día, se duerme a mi lado mientras trabajo y si me muevo de la oficina me sigue donde esté, escucha mi música y baila conmigo.

Sin embargo, no me he detenido a observarla si gusta o no de la música o si cuando baila conmigo, moviendo la cola y saltando, es por las melodías que escuchamos. Hasta que hace unos meses que encontré, en mi acostumbrado recorrido por el diario La Jornada, con una pequeña nota escrita en julio y que se refiere a lo que hizo un canino durante el concierto de la Orquesta de Cámara de Viena en Turquía:

«el perro sube al escenario, aparentemente atraído por la música. Camina lentamente por la tarima, antes de acurrucarse a los pies de un violinista que no logra reprimir una sonrisa. La aparición del animal provoca risas y aplausos en el público. Se difundió rápidamente en las redes sociales en Turquía, donde la gente suele tratar con respeto a los perros y gatos callejeros, y en el resto del mundo».

Eso me hizo recordar una lectura de El País Semanal, de hace 18 años, en la columna de Luis Sepúlveda «Historias Marginales», es el relato de un famoso perro melómano llamado Fernando, quien vivió en la Provincia del Chaco en Argentina. Me pareció una historia increíble que supuse era la invención del escritor; la curiosidad me llevó a buscar en la web y vi que era verídica; claro, Sepúlveda le puso tintes literarios  y me encantó su versión más que la de la web, así que quiero compartirla, espero la disfruten tanto como yo:

Algún día perdido en la memoria de los vecinos de Resistencia, en el Chaco, por sus calurosas y húmedas calles se vio caminar a un forastero que cargaba una guitarra mientras charlaba amigablemente con un perro de raza desconocida que le acompañaba con fidelidad de sombra. El desconocido llamó a la puerta de una pensión y, tras presentarse como artista ambulante, cantor de boleros para mayor precisión, preguntó si él y su perro podían hospedarse.

-Siempre y cuando respeten las horas de siesta. Vos no cantás y el perro no ladra-, le respondieron.

La siesta es larga en Chaco. Las horas de reposo pasan lentas y apacibles como las aguas del Paraná. Bajo el rigor canicular no canta el hornillo, el surubí reposa en el fondo del río, y las gentes se abandonan a un sopor profundo y benéfico.

A los pocos días de llegar, el cantor se durmió para siempre en una siesta, y al descubrir el triste suceso, el dueño de la pensión y los vecinos comprobaron que sabían muy poco, casi nada, de aquel hombre.

-Uno de los dos obedece al nombre de Fernando, pero no sé si él o el perro – comentó alguno.

Luego de sepultar al cantor, y como una forma de respetar su memoria, los vecinos de Resistencia decidieron adoptar al perro, lo llamaron Fernando y le organizaron la vida: el dueño de un boliche se comprometió a darle cada mañana un tazón de leche y dos medias lunas. El perro Fernando desayunó durante 12 años en la misma mesa. Un matarife decidió servirle cada mediodía un trozo de carne con hueso. El perro Fernando acudió puntualmente a la cita durante toda su vida. Los artistas del Fogón de los Arrieros, una casa sin puertas en la que todavía los caminantes encuentran lugar de reposo y mate, aceptaron al perro Fernando como socio de la institución, donde destacó como implacable crítico musical. Tal vez heredado de su primer amo, el perro poseía un agudo sentido de la armonía, y cada vez que un músico desafinaba debía soportar la reprimenda de los aullidos de Fernando. Mempo Giardinelli me contó que, durante un concierto de un prestigioso violinista polaco en gira por el noreste argentino, el perro Fernando escuchó atentamente desde su lugar en primera fila, con los ojos cerrados y las orejas atentas, hasta que una pifia del músico le hizo proferir un desgarrador aullido. El violinista suspendió la interpretación y exigió que sacaran de la sala al perro. La respuesta de los chaqueños fue rotunda:

-Fernando sabe lo que hace. O tocás bien o te vas vos.

Durante 12 años, el perro Fernando se paseó a sus anchas por Resistencia. No había boda sin los alegres ladridos de Fernando mientras los recién casados bailaban un chamamé. Si Fernando faltaba a algún velorio, era todo un desprestigio tanto para el muerto como para los deudos.

La vida de los perros es por desgracia breve, y la de Fernando no fue una excepción. Su funeral fue el más concurrido que se recuerda en Resistencia. Los caciques de la política cantaron loas a sus virtudes ciudadanas, los poetas leyeron versos en su honor, y una suscripción popular financió su monumento, que se levanta frente a la casa de Gobierno, pero dándole la espalda, es decir, mostrándole el culo al poder.

Hace un par de semanas, con mi hijo Sebastián que se inicia en los senderos que amo, salimos de Resistencia para cruzar el Chaco Impenetrable. En el límite de la ciudad leímos por última vez el letrero que dice:

“Bienvenidos a Resistencia, ciudad del perro Fernando”.

 

Fuentes: Periódico La Jornada. Sábado 1º de julio de 2017, p. 7

Luis Sepúlveda / Historias Marginales XXV / El País Semanal No. 1,198. Domingo 12 de septiembre de 1999.

2 de octubre no se olvida…

Soy de provincia y soy de origen campesino. Tengo veinticinco años y he visto compañeros de mi edad morir como nacieron: fregadísimos. Mi familia vino por hambre al Distrito Federal. Al principio nos arrimamos con unas tías en una vecindad por Atzcapotzalco. Mi padre era albañil. Desde la primaria comencé a trabajar en una fábrica de oxígeno; después me animé a entrar a una secundaria; tenía muchos deseos de ingresar a la Poli, pero sin palancas, sin centavos pues ¿cómo? No conocía a nadie. Cuando llega uno de fuera así es: casi no habla con nadie. Yo era un tipo a quien no le gustaba oír cosas de política. Lo que necesitaba era salir avante con mi familia, quitarla de padecer lo que yo había visto y se me quedó grabado: cómo trataban a mi madre cuando iba a lavar y todo eso. Había casas donde en vez de pagarle le decían: «Llévate esta comida»; yo veía claramente cómo le daban las sobras. Claro, con hambre tiene uno que aguantar lo que sea pero a mí me daba rabia. Por fin entré al Poli. Trabajaba en las noches, estudiaba por la tarde y así llegué a la Superiror. En el Poli me alejé de cualquier organización; todo tipo que formaba una sociedad me parecía malo. Yo era un autómata del trabajo y de la escuela y fuera de ello nada me interesaba. Dejé de ir mucho tiempo a mi tierra y al regresar vi que las condiciones en que vivían y viven hasta la fecha mis familiares seguían siendo exactamente iguales y me entró mucha desesperación. Bueno, la desesperación me entró a los doce años cuando empecé a trabajar en la fábrica de oxígeno. El representante de los sindicatos blancos, de la CTM, llegaba nada más a cobrar y para todo decía: «Está bien, señores.» Corría a todo el que pidiera cosas que le corresponden al obrero. Todo esto me hizo reflexionar y cuando vi que el Movimiento Estudiantil cobraba forma dije: «A esto sí me meto». Me sentía ya hecho y dije: «Ojalá y se logre algo». Yo no pensé que el Movimiento fuera político sino que iba más allá; en primer lugar todos eran jóvenes, todos tenían coraje y todos estaban dispuestos a jugársela… En segundo lugar, los conceptos eran distintos; se pedían cosas concretas, y yo no sentí que se estaba engañando a nadie… ¡Nunca sentí que me movía en un ambiente de mentira o de simulación como sucedía en la fábrica, en las relaciones entre la CTM y los obreros!

  • Daniel Esparza Lepe, estudiante de la Escuela Superior de Ingeniería (ESIME), del IPN. (Tomado del libro «La noche de Tlatelolco» de la escritora Elena Poniatowska. Ediciones Era, S.A. de C.V.  51a. reimpresión 1993.)

Quédate

Porque llegaste

La tierra abre sus ojos

Y el ahora trae resurrecciones

Por ejemplo: escucho al gallo y la golondrina

Naces en mí al pronunciarme

Llegaste

Y hasta las estrellas no conocidas brillan

Se suspenden guerras noticias desayunos

Olvido ciertas palabras

y el ronronear del gato dice: amorrrrrrr…

Son las seis y tus ojos lo desmienten

Caminamos y no puede suceder

pero sucede

al convertirnos en no pasará

y aunque tu ausencia me toma de la mano

caminamos el hoyayermañana

y tomaremos café para vernos tardetemprano

porque no creemos las palabras de la muerte.

Martín Mérida

*Poeta. Nació en Motozintla, Chiapas aunque lleva más de diez años viviendo en Guadalajara, Jal. Es autor de diversos libros, entre ellos El milagro de tu voz distinta y La pasión según un hombre cualquiera, al que pertenece este poema.