La ciencia siempre se ha mitificado como algo difícil y a quienes se dedican a ella se les cataloga como genios, pero también se les ha creado una fama de despistados e inadaptados sociales, gente rarita. Para romper el mito, el recientemente galardonado con el Premio Estatal de Ciencia de Jalisco 2014 -en la categoría de Divulgación-, Luis Javier Plata Rosas, conversa con Desmesuradas.
Texto: Leticia Bárcenas González
Fotos: Cortesía del entrevistado
Luis Javier Plata Rosas, es doctor en Oceanografía Costera por la Universidad Autónoma de Baja California, profesor-investigador en la Universidad de Guadalajara y divulgador de la ciencia. Escribe textos para niños y también para los no tan niños. Es más, utiliza personajes como los Simpson, los Pitufos, Madonna o MacGyver para explicar fenómenos científicos.
¿Qué significa para ti recibir este premio?
Estoy muy contento porque es gracias a la gran libertad y el apoyo que la Universidad de Guadalajara nos da para hacer lo que más nos gusta, que en mi caso es la comunicación de la ciencia, que he tenido la oportunidad no sólo de publicar en diferentes revistas, sino también de participar en programas como Domingos en la Ciencia, de la Academia Mexicana de Ciencias, visitando diferentes ciudades del país y platicando sobre ciencia a niños, jóvenes y adultos. El reconocimiento es también, entonces, tanto para mi universidad como para todos los editores de revistas y libros de divulgación que me han invitado o apoyado publicando lo que escribo, así como para la Somedicyt, que en más de una ocasión me ha ayudado para asistir a los congresos nacionales de divulgación.
Dr. Filonov, Dr. Plata Rosas y Mtro. Bravo Padilla, rector de la UDG.
A la fecha has publicado más de 500 artículos de divulgación científica.¿Alguna vez te imaginaste como un divulgador de la ciencia?
Creo que sí, porque desde muy pequeño me encantaba leer a autores como Carl Sagan e Isaac Asimov, aunque no creí que se convertiría en mi principal actividad ya de adulto.
¿Cómo se te ocurrió escribir para niños?
Creo que fue por mis dos hijos, que son pequeños aún. Al primero de ellos siempre le han gustado los libros, creo que por el sesgo nuestro (su esposa también es científica), y yo pensaba: mm, si me espero a que cumplan veintitantos años para que lea algún artículo de investigación, pasará mucho tiempo. Entonces surgió la idea de escribir un libro de cuentos que él pudiera leer y luego mi otro hijo, así, escribí un texto que se llama “La mareante tarea de Marti y Mako”, de dos tiburones; ese cuento se publicó y trae calcomanías, desde que se lo di empezó a pegarlas y después su hermanito, lo mismo. Algunas noches me dicen que les lea algo de lo que escribo y eso es muy satisfactorio. Fue gracias a los cuentos de hadas que les leía por las noches, antes de dormirse, que se me ocurrió escribir “El teorema del Patito Feo”, libro en el que relaciono diferentes ciencias con historias como la de Ricitos de Oro.
¿Por qué es importante que los niños sepan sobre ciencia?
Porque eso puede motivar no sólo a que se dediquen a la ciencia sino que sea parte de su cultura. Esta cuestión de hablar sobre ciencia no es solamente para formar gente en el área científica sino porque es parte de nuestra cultura, porque es algo que se puede disfrutar. Si un niño crece sabiendo más sobre ciencia, sobre los métodos que se usan en las cuestiones científicas, es un amor que se le va a quedar toda su vida, es algo que va a utilizar muy seguido, debe ser parte de su cultura.
“Mariposas en el cerebro”, «El teorema del Patito Feo» y «Mitos del siglo XXI: Charlatanes, gurús y pseudociencia», son algunos de sus libros en los que recurre a personajes de la literatura infantil para explicar fenómenos científicos.
¿Por qué usar personajes como los Simpson, Barbie o Kitty para hablar de ciencia en textos que no son para niños?
Por esta cuestión de que cuando escribes un texto científico ya tienes a tu lector cautivo, quien te va a leer es porque te tiene que leer, tiene que saber más de lo que se está haciendo sobre el tema; cuando estás haciendo divulgación es más una labor de convencimiento, de seducción, de decirle a un lector que de principio podría no estar interesado en lo que tú estás haciendo: mira, por qué no echas un vistazo, quizá pueda interesarte esto, quizá pueda gustarte esto. Y utilizar personajes que son parte de la cultura popular, puede ser atractivo.
En la revista Quo, su editor Iván Carrillo, me propuso escribir una columna en una sección que se llama Ciencia pop, con la intención de tomar elementos de la cultura popular y ver qué de ello se ha hecho en ciencia, mostrar la intersección entre estos dos parámetros, aquí la gran ventaja es que ya de entrada al lector le es familiar el personaje, entonces si alguien dice yo no quiero saber nada de estadística pero le comentas que en los Simpson se ha hecho uso de datos estadísticos en tal o cual capítulo, entonces ya le llama la atención y dice sí, es cierto. Por ejemplo cuando Lisa le enseña a Bart a jugar golfito y lo hace con las reglas de la física y con geometría, entonces Bart se sorprende y dice: Lisa, finalmente encontraste un uso a las matemáticas. (Risas). Les atrae.
¿Qué géneros literarios son los más favorables para divulgar ciencia a los niños?
Me gusta mucho contarles historias y creo que a todos nos gusta escuchar historias, a los niños muchísimo más; en cuanto empiezas un cuento ellos escuchan, no catalogan: ah, es de divulgación científica. Si tu empiezas diciendo esta es la historia de un patito que etcétera, etcétera, ellos comienzan a escuchar qué le pasó al patito. Los cuentos, entonces, son una muy buena manera.
Desmesuradas conoce a muchos niños que les gusta el género del terror, ¿también con la ciencia se puede dar miedo?
Pienso que sí. Escribí algunos cuentos, uno con un poquito de terror que se llama “El complot vacuno”, es sobre unas vacas que decidieron exterminar a la humanidad a través de la emisión de metano con sus eructos y demás (risas). ¡No sé qué tanto miedo habrá dado imaginarlo! (Más risas).
De niño, ¿qué leías?
Aunque mis padres leían diariamente el periódico, tenían muy pocos libros en casa. En esa época, en la que Internet era inimaginable, creo que la gran mayoría de los padres consideraba indispensable para la educación de sus hijos el contar con un diccionario y una enciclopedia, así que en mi casa había las dos: guardadas en sus cajas de cartón originales para que las usara, según me decían, “más grande, cuando lo necesitara”. Como eso me parecía demasiado tiempo, cuando era muy pequeño arrastraba las cajas y sacaba los libros a escondidas –tenía prohibido maltratarlos-. Y así leí tomos completos de la enciclopedia, porque era lo que había. Poco a poco, cuando mi madre vio que me gustaba mucho leer, empezó a comprarme muchos de los libros que veía en las librerías.
Luis Javier, ¿cómo fuiste a dar al fondo del océano?
Siempre quise estudiar algo que tuviera que ver con la ciencia, y mi primer interés fue la biología, pero en preparatoria en una ocasión asistí a una plática sobre la licenciatura en oceanografía, impartida por quienes en ese entonces eran estudiantes de esa carrera, y me encantó que, en el plan de estudios, había muchas matemáticas, mucha física, mucha química y mucha geología, además de biología: en resumen, en mi opinión era la carrera perfecta.
¿Dónde te sientes más cómodo, en el océano o frente a tu computadora?
Hay una escena en Jurassic Park II en la que el paleontólogo explica (cito de memoria) que hay niños que quieren ser astronautas y otros que quieren ser astrónomos: unos no dudan en subirse a un cohete para explorar y otros prefieren hacerlo desde un extremo de un telescopio. Pertenezco a estos últimos. (Risas).
¿Y qué tal dibujas? ¿Has hecho algún cómic?
¡No!, ¡eso me encantaría! Si supiera dibujar mejor eso ya lo hubiera hecho, es una de mis inquietudes y desde hace mucho tiempo he estado buscando a alguien que pudiera ayudarme. De hecho ya hasta tengo el nombre: “Infrarrojo y Ultravioleta, la banda del espectro”, pero no he tenido la oportunidad de encontrar alguien que me ayude con la cuestión del dibujo.
¿Cuál es el personaje favorito de Javier Plata Rosas?
Bueno, de los cómics que leo me gusta mucho Batman, es mi superhéroe favorito. En caricaturas, los pingüinos de Madagascar, Phineas y Ferb y Hora de Aventura.
Desmesuradas se pregunta si se podría vivir sin las matemáticas, ¿qué opinas?
¡No! No, no, no. Imposible. Y el ser una persona anumérica, un analfabeta numérico, te trae consecuencias muy graves, aunque sea tienes que saber contar. Entonces, no, ¡no se puede!
¿Qué sugieres para contrarrestar este analfabetismo numérico que mencionas?
Un buen principio sería evitar transmitirles esa sensación de rechazo o esa actitud, que en ocasiones se aproxima bastante al pánico, al hablar con los niños no sólo sobre matemáticas, sino también sobre ciencia, como si se tratara de algo aburrido, serio, ajeno por completo a nuestra vida cotidiana.
En una entrevista comentaste que hay ecuaciones que son bellas estéticamente, muero de curiosidad, ¿puedes darnos un ejemplo?
Mi ecuación matemática favorita es: 1 + exp(π i) = 0. Tiene al cero, al número entero 1, al número irracional π y al número imaginario i y un exponencial que, mediante la fórmula de Euler, es igual a la relación compleja, con una parte real y otra imaginaria, cos(π) + isen(π); con todos estos números y funciones se han escrito libros enteros sobre sus propiedades y aplicaciones.
Como me he quedado sin palabras (risas), mejor pregunto al oceanólogo si se puede vivir de divulgar ciencia, a lo que sin titubear responde que es muy, muy, pero muy difícil vivir sólo de divulgar ciencia, ya que en México falta mucha cultura científica, habla por ejemplo de cuando estuvo como entrevistador en un programa de radio en Puerto Vallarta, Jalisco y charló con los entonces candidatos políticos: “Había candidatos con los que hablabas de ecología y no se ubicaban por más que tratabas de explicar a qué te estabas refiriendo, te decían, bueno ¿me lo explica de nuevo? Incluso uno de ellos llevaba dos o tres asesores que eran los que sabían del tema pero sin ellos no podía platicar, es preocupante, porque además entienden ecología como sembrar arbolitos y de ahí no pasan, es muy complicado”.
Y como estamos en tiempos de campaña, mejor cuéntanos sobre tus proyectos a corto, mediano y largo plazo:
A corto plazo, acabo de escribir un libro sobre monstruos y ciencias que, posiblemente, se titule “Ciencia monstruosa” y que espero publicar pronto.
A mediano plazo, estoy escribiendo otro libro cuya mayor satisfacción, aunque ni siquiera lo he terminado, es que uno de mis hijos me dijera: “Ese libro sí lo voy a leer, porque parece interesante”.
A largo plazo, como te dije en una de las respuestas, quisiera escribir una serie de aventuras científicas en el formato de un cómic, que aparecieran con cierta periodicidad. Algo al estilo de “Infrarrojo y Ultravioleta contra la Banda del Espectro”.
Luis Javier Plata Rosas (México, D.F., 1973) es doctor en Oceanografía Costera por la Universidad Autónoma de Baja California y profesor de la Universidad de Guadalajara. Socio titular de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica. Ha escrito más de quinientos artículos de divulgación. Su libro “El teorema del Patito Feo” recibió una mención especial en el Primer Concurso de Divulgación “Ciencia que Ladra-La Nación” en Buenos Aires, Argentina. En diciembre de 2014 recibió el Premio Estatal de Ciencia de Jalisco en la categoría de Divulgación.
Entrevista publicada en El Heraldo de Chiapas. 27 de abril del 2015.
Al llegar a Palenque, Chiapas, recordé lo que escribió hace unos días Alberto Ruy Sánchez acerca de mirar con nuevos ojos el paisaje; él hacía referencia a una novela de Marcel Proust en la que el viaje es similar al amor y señalaba que nunca será lo mismo entrar a una población por un camino u otro, llegar a través de un transporte u otro. Creo que es lo mismo respecto al motivo que te hace llegar a ese lugar y no a otro.
Texto y Fotos: Leticia Bárcenas González
Hace años visité Palenque en un viaje que, entre otras cosas, serviría para conocer la zona arqueológica y estar un poco más en contacto con la naturaleza, me acompañaban mis hijos y la ciudad apenas la visitamos, sólo recordaba su mercado. En esta ocasión fui a realizar trámites burocráticos.
Lo primero que me sorprendió al caminar fue su panteón, no sólo porque su barda está ilustrada por representaciones de las deidades mayas, sino por su ubicación a un lado del hospital. Esa cercanía hacia el lugar en el que se supone se procura la salud, además de luchar por la vida en muchas ocasiones, me hizo recordar que en la cosmogonía maya sus dioses eran superiores a los hombres pero no perfectos, por lo que eran capaces de nacer y deberían ser alimentados para no morir.
Con este pensamiento seguí mi camino, al llegar al centro, las oficinas de gobierno aún estaban cerradas, era temprano, antes de las ocho de la mañana; sin embargo, la iglesia católica dedicada a Santo Domingo, ya tenía su puertas abiertas. Decidí entrar y nuevamente la sorpresa se reflejó en mi rostro.
Tenía la idea de que en los templos la presencia mayoritaria se debía a las mujeres, sobre todo, de la tercera edad. En este viaje descubrí que no es así, por lo menos en Palenque. Al entrar vi a un hombre sentado en una banca del lado izquierdo del altar, del lado derecho había otro hombre orando hincado. Y frente al altar estaban dos hombres, que supongo eran padre e hijo, orando en voz alta y pidiendo bendiciones para su familia y la comunidad. Antes de que ellos se retiraran entraron otros dos hombres, uno se sentó en una banca, el otro se paró frente a la imagen de San Judas Tadeo.
Al salir había dos jóvenes sentados en las bancas de metal que anteceden la puerta. Más allá estaba otro joven barriendo el patio y una familia acomodando cruces de palma en una banca.
Salí del lugar y caminé a las oficinas gubernamentales donde realicé un trámite.
Posteriormente, decidí visitar la zona arqueológica y tomar un poco de energía antes de regresar a Tuxtla Gutiérrez. Recordaba el lugar de otra manera, quizá mi visión era más romántica que esta ocasión:
Si aprendemos a darnos cuenta de la sutil diferencia comprobaremos que un primer beso en una mejilla nunca será igual que uno en la otra ni conducirá a lo mismo: Alberto Ruy Sánchez
Y ahí estaba, dispuesta a mirar con nuevos ojos las mismas pero nuevas construcciones, los viejos pero nuevos árboles, y las personas… las nuevas personas y sus voces de antes y de hoy.
La vida, los dioses mayas o mi nueva mirada, me dio la oportunidad no sólo de mirar-ver, sino de caminar al lado de un grupo de personas de diversas profesiones, de diversas ciudades, de diversas edades pero con un el mismo amor a su país, a su historia y a su patrimonio.
Este grupo visita entre 6 o 7 lugares de México al año para mirarlos con nuevos ojos y reconocerse en su pasado, para de esa forma apropiarse de ellos y después compartirlos, ya sea a través de su quehacer cotidiano o de su trabajo profesional, porque hay restauradores, historiadores, amas de casa, abogados, entre otros.
Del grupo destaca un hombre que habla no sólo con pasión sino con conocimiento sobre lo que su mirada ve con nuevos ojos, se trata del doctor en Arquitectura, Jaime Antonio Abundis Canales, especialista carmelita, quien ha publicado dos volúmenes sobre “La huella carmelita en San Ángel” y quien lo mismo da un seminario de maestría sobre arquitectura colonial, que participa en visitas guiadas como la de Palenque, en donde nos enseña, a quienes nos acercamos a él, a mirar de otra forma lo que nuestros antepasados han construido y nos han legado. Él explica por qué lo hace:
No es nada de tu cuerpo
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca -tu boca
que es igual que tu sexo-,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada -¿qué es una mirada?-
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un grano, ni un momento.
Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.
Foto: Greta Buysse
No es nada de tu cuerpo / Jaime Sabines
(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926 – Ciudad de México, 19 de marzo de 1999)
doblar y desdoblar tu imagen cuando escucho mil sonidos,
cuando veo mil rostros que pasan a mi lado.
A qué se debe este infierno, a qué se debe esta gloria,
si aún no sé la respuesta,
ese que determina el principio y el fin,
ese que nos rige los pasos,
ese que me rige por dentro
y me es imposible luchar contra el tiempo,
que no puedo vencerlo,
que es más fuerte que yo,
es como vencerme a mí misma,
porque yo soy el tiempo,
porque cada uno es el tiempo,
porque tú eres el tiempo,
mi tiempo,
mi momento,
mi ahora,
porque yo te amo.
Foto: Egor Shapovalov
Tiempo / Adriana Martínez Morales (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 1976)
Fuente: Poesía en voz alta. Antología para jóvenes. Volumen tres, tomo II. Secretaría de Educación Chiapas. 2002. Serie: Lecturas sobre la realidad chiapaneca.
Habitar la ciudad a veces es cansado, produce desesperanza, agobio.
Caminar sus calles puede ser un acto temerario, no sólo por sortear baches, banquetas que van contra toda lógica por su inclinación o su reducido espacio, o por soportar los montones de basura, mangueras y tubos que quedaron después del ensalzado “Que Viva el Centro”, que cual huracán destrozó banquetas y hasta botes para basura desapareció.
Y qué decir del tráfico, las calles cerradas, el ruido ensordecedor, la publicidad desbordante en paredes y postes
Sin embargo, también sucede que puede haber maravillas esperándote, como amaneceres nublados, la felicidad de unos novios al salir de la catedral tras darse el añorado sí, la magia de una danza de luz y sombras, animales fantásticos, la lluvia contenida esperando el momento idóneo para acariciar las huellas de tus pasos, unos zapatos viejos indicando a media banqueta que es posible cambiar de ruta y romper la rutina o la poesía a tus pies…
Visitar Chiapa de Corzo en enero y ver a los parachicos y a las chiapanecas, ya sea saliendo de la iglesia o caminando por sus calles, es un deleite visual: colores, texturas, diseños. Pero el placer puede ser mayor si ponemos a tención a los olores, sobre todo en las casas donde se han realizado los altares en honor a los santos venerados y se puede percibir el olor de las piñas, las papayas, los guineos, confundido con el estoraque y el olor de la pólvora de los cuetes.
Y qué decir de los sonidos, el chinchin de los parachicos, la marimba, la banda y el rumor de la gente que espera fuera de la iglesia, que camina tras la procesión de los parachicos o que simplemente espera verlos pasar mientras disfruta unos deliciosos jocotes curtidos o unas jugosas naranjas con chile.
En el municipio de Chiapa de Corzo, Chiapas, cada año se realiza la Fiesta Grande o «Fiesta de los parachicos”, como la nombró la UNESCO en 2010, cuando la declara patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
La tradicional feria inicia el 8 de enero y concluye el 23 del mismo mes, en ella se venera a San Antonio Abad, San Sebastián Mártir y el Señor de Esquipulas (o de los Milagros).
El 15 de enero, le corresponde al Señor de Esquipulas; el 17 a San Antonio Abad (Sananton); el día 18 se le rinde homenaje póstumo en el panteón municipal a los patrones de los «parachicos» fallecidos. El 20 de enero se honra a de San Sebastián Mártir.
Al día siguiente, el 21, se realiza el Combate Naval en el río Grijalva, que consiste en un espectáculo de fuegos artificiales con el que se rememoran las batallas de conquista y de pacificación, sostenidas entre los españoles e indígenas chiapanecas.
El 22 de enero es el desfile de carros alegóricos, acompañados de «parachicos» y chuntáes, quienes al ritmo de pito y tambor, van bailando y repartiendo dulces.
Y, finalmente, el 23 de enero desfilan los «parachicos» para despedirse y prometer, en el templo de Santo Domingo de Guzmán, que regresarán el siguiente año.
Pero, ¿Quiénes son los parachicos?
Cuenta la tradición oral que a mediados del siglo XVIII llegó al pueblo de Chiapa de la Real, una dama española, guapa, rica y muy católica, llamada María de Angulo, quien buscaba a un curandero indígena para que aliviara a su pequeño hijo de una extraña enfermedad.
Según la leyenda, el curandero llevó al niño a las curativas aguas del Cumbujuyú, y lo sanó de sus males. Poco tiempo después hubo en el pueblo de Chiapa una hambruna por falta de lluvias y por la aparición de una plaga de langostas. Al saber lo que ocurría, doña María de Angulo quiso ayudar a la gente del pueblo como una forma de agradecer que hubieran sanado a su hijo, así que vino con sus sirvientes y grandes despensas, que se repartieron de casa en casa.
Por las tardes, después de entregar las despensas, las y los criados de doña Angulo bailaban y danzaban para diversión de los niños, o sea de los chicos, se cree que ese es el origen de la palabra «parachico».
Cuentan, que para recordar este hecho, los indios chiapanecas empezaron a imitar a los españoles y a las sirvientas de doña María de Angulo, disfrazándose de parachicos y de chuntáes (palabra de origen chiapaneca que significa criada).