De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Fragmento del poema «Silencio cerca de una piedra antigua» de Rosario Castellanos
El destacado escritor, poeta y dramaturgo Óscar Wilde nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda. Murió el 30 de noviembre de 1900 en París, Francia.
De profundis es uno de los libros que más me han conmovido, es la epístola de Óscar Wilde a Lord Alfred Douglas, escrita en la cárcel Reading en marzo de 1897 y publicada por su albacea literario Robert Baldwin en 1911. Fue traducida al español por José Emilio Pacheco.
Es una lectura triste, espiritual y reflexiva donde Wilde no sólo muestra sus emociones de amor, tristeza, culpa, acusación y perdón sino también reflexiona acerca del arte, el tiempo y la naturaleza humana. En memoria de este hombre que tanto admiro, quiero compartir las anotaciones que hice de esa lectura:
Nada debe revelar el cuerpo salvo el cuerpo.
Hay una primera vez para todo.
La salud es el primer deber de la vida.
Dale a un hombre una máscara y te dirá la verdad.
A los artistas nos les importa la respetabilidad.
Los viajes serios de la vida involucran terminales de tren.
Tantas cosas hermosas se forjan con sufrimiento, dolor, fatiga, huesos rotos y piel ampollada.
El amor griego, el amor platónico, es la forma de afecto más elevada que se conoce.
Si pudiéramos elegir nuestra naturaleza, si sólo pudiéramos elegir pero es inútil.
Cualquiera sea nuestra naturaleza debemos seguirla o nuestras vidas, mi vida, sería sólo deshonestidad. Conócete a ti mismo. Yo no me conocía.
Tengo pasión para civilizar a la comunidad. No reconozco distinciones sociales de ningún tipo. Para mí la juventud es tan maravillosa.
A donde la vida te conduzca debes ir.
Para dormirme, cuento mis defectos.
Yo desafío a la sociedad.
Lo que es poesía para uno es veneno para otro.
Una carta para Bosie donde le digo que lo quiero pero que nunca más volveré.
Sufro como en el infierno y no bromeo.
Yo no quiero confesarme, quiero matar a Bosie o a mí mismo.
Debe hacer lo que le dicte su naturaleza.
Ay, Bosie eres mi catástrofe, mi condena.
Al escribir sólo me importa la literatura, el arte. No persigo hacer el bien o el mal, sino crear algo que tenga belleza. No hay moralidad o inmoralidad en el pensamiento.
La realización de uno mismo es la meta de la vida. Es mejor lograrlo a través del placer que del dolor.
Si deseas seguir leyendo otras anotaciones de De profundis referente al amor, visitar el siguiente enlace:
Italo Calvino / Foto: Carla Cerati, tomado de www.elmundo.es
Italo Calvino, de padres italianos, nació en Santiago de Las Vegas, Provincia de La Habana, Cuba el 15 de octubre de 1923. Su etapa formativa y la mayor parte de su carrera como escritor se desarrolló en Italia. Murió Siena, de Italia, 19 de septiembre de 1985.
Si una noche de invierno un viajero es el título de una de las novelas de este destacado escritor del siglo XX, escrita en el año 1979, la cual aborda el tema del placer de leer novelas; donde el protagonista es el lector, quien empieza a leer diez veces un libro, que por diversas circunstancias no consigue acabar. La pasión de una lectora y un lector por los libros se mezcla magistralmente con los personajes y tramas de las novelas que ellos intentan leer completas. Al respecto Italo Calvino menciona lo siguiente:
«La empresa de tratar de escribir novelas apócrifas que me imagino escritas por un autor que no soy yo y que no existe, la llevé a sus últimas consecuencias en este libro…Tuve que escribir, pues, el inicio de diez novelas de autores imaginarios, todos en un cierto modo distintos de mí y distintos entre sí…Más que identificarme con el autor de cada una de las diez novelas, traté de identificarme con el lector: representa el placer de la lectura de un género dado, más que el texto propiamente dicho. En algún momento me sentí incluso como atravesado por la energía creativa de estos diez autores inexistentes. Pero sobre todo traté de hacer resaltar el hecho de que cada libro nadie en presencia de otros libros, en relación y cotejo con otros libros».
En el inicio se dirige al lector no sólo sugiriéndole las diversas posturas y condiciones en que puede leer sino que le señala lo siguiente:
«No es que esperes nada particular de este libro en particular. Eres alguien que por principio no espera ya nada de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú o menos jóvenes, que viven a la espera de experiencias extraordinarias; en los libros, las personas, los viajes, los acontecimientos, en lo que el mañana te reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que cabe esperar es evitar lo peor. Ésta es la conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales y hasta en las mundiales. ¿Y con los libros? Eso, precisamente por lo que has excluido en cualquier otro terreno, crees que es justo concederte aún este placer juvenil de la expectativa en un sector bien circunscrito como el de los libros, donde te puede ir mal o bien, pero el riesgo de la desilusión no es grave».
En el tercer capítulo, aparece un personaje que al preguntarle «¿Qué lees, entonces?», responde:
Nada. Me he acostumbrado también a no leer que ni siquiera leo lo que cae ante mis ojos por casualidad. No es fácil: nos enseñan a leer desde pequeños y durante toda la vida seguimos esclavos de todos los chismes escritos que nos ponen delante de los ojos. Quizá hice cierto esfuerzo también yo, en los primeros tiempos, para aprender a no leer, pero ahora me sale muy natural. El secreto está en no negarse a mirar las palabras escritas, al contrario, hay que mirarlas intensamente hasta que desaparecen.»
*Anotaciones tomadas del libro «Si una noche de invierno un viajero». Editorial Siruela. Biblioteca Calvino. 9a. Edición. España. Agosto, 2007.
Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.
La palabra / Pablo Neruda
Confieso que he vivido, Buenos Aires, Ed. Losada, 1974
Foto: Tobias Bennett
El 12 de octubre las Naciones Unidas celebran el Día de la lengua española para apoyar a los programas y el desarrollo del multilingüismo y el multiculturalismo. Uno de los objetivos es el mantenimiento de la igualdad de los seis idiomas oficiales: árabe, chino, español, francés, inglés y ruso.
A Édgar, Laura, Ana Lilia, Marco Antonio, Guillermo, María Luisa y Servando
Hay muertes que te sorprenden porque le ocurre a gente conocida en determinado ámbito y por inesperadas, otras muertes duelen porque quien se va es alguien muy cercano y no importa la circunstancia, simplemente duele. Pero suceden otras en las que te afecta porque quien muere ha formado parte de tu vida aunque no la conozcas o la conoces de lejos o por otras personas o por su obra.
Ese es el caso de René Avilés Fabila, quien murió ayer domingo y a quien conocí porque era maestro en la universidad en la que estudié, aunque yo no tomé clases con él. Sin embargo, a través de un afecto muy cercano, conocí su obra literaria y también algo de su pensamiento político. Se puede estar o no de acuerdo con este último, pero no se puede negar su valor como escritor.
La novela “Tantadel” fue el primer acercamiento y la sufrí y disfrute página tras página. Quizá fue el hecho de que los protagonistas fueran jóvenes capitalinos, como yo en ese tiempo, lo que me atrapó, o simplemente la forma de narrar de Avilés Fabila, que me hizo entrar en la historia, recorrer las calles de la ciudad y sufrir con el narrador el miedo a los fantasmas de los amantes que tuvo o podría tener Tantadel.
Y después apareció Odette, la mujer protagonista de la novela “La canción de Odette”, con sus propios miedos: la vejez y la soledad. Por eso insiste en rodearse de gente joven y culta, a quienes les abre las puertas de su mansión cada noche, en las que no sólo se habla de arte, se consume alcohol y drogas, con lo que ella trata de evadir su realidad.
El tratamiento narrativo en ambos casos, me arrastró a ese mundo trágico, de desencuentros amorosos, de fracturas interiores, de miedos, pero en medio de ello conocí dos mujeres extraordinarias.
Y bueno, no voy a hacer crítica literaria o reseñas de todas sus obras, simplemente, escribo esto para recordar a un gran escritor y así, de alguna manera, abrazar a sus dolientes, a ese afecto que me hizo conocerlo y a otros tantos lectores que lamentan su repentina partida, esa que en un segundo, como dice el escritor Manuel Vicent, desvió el curso de una vida hacia un destino inesperado.
Gracias René Avilés Fabila, donde quiera que te encuentres, por tu irreverencia y humor al escribir y describir con un lenguaje coloquial, este mundo sórdido y a veces inhabitable, pero también amoroso.
Foto: Édgar Hernández Ramírez
Posdata: Tenemos que conocer el Museo del Escritor, que fundó en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
…hacia las 1:10 de la tarde del lunes 9 de octubre de 1967 muere Ernesto Che Guevara…
Trasladado en helicoptero, los agentes de la CIA le realizan la autopsia, se viene el problema de qué hacer con el cuerpo, por un lado unos mencionan la convenciencia de incinerarlo, por otro deciden que es demasiado pronto que necesitan asegurar que él es el Che, así que deciden quitarle la cabeza y las manos, sin embargo uno de ellos menciona que solo las manos para evitar que pasen por carniceros, le intentan hacer una máscara mortuoria el proceso es torpe, la enfermera dirá que le destrozan el rostro, con las manos en formol pretenden autentificar las huellas digitales.
Lo entierran en una fosa común con otros tres de sus acompañantes al momento de la captura, el destino es secreto, no quieren que se convierta en una zona de peregrinaje.
—–El mundo se entera—–
Mario Benedetti escribe:
Así estamos
consternados
rabiosos
aunque la muerte sea
uno de los absurdos previsibles
Este historiador (Paco Ignacio Taibo II) entrevista al eterno secretario y amigo del Che que no fue seleccionado para la misión en Bolivia. Converso con él en la oscuridad, el barrio ha sufrido un apagón. A veces su voz se detiene, se adivinan las emociones.
– Ustedes los guevaristas, los hombres que vivieron junto al Che, dan la impresión de estar marcados, de tener una huella, con la Z en la frente como la marca de El Zorro – le digo.
– Nosotros?, nosotros eramos unos pobres diablos que quién sabe a dónde nos iría a llevar la vida…. y estábamos esperando encontrarnos con una persona como Él que nos convirtió en Hombres.
Se hace un largo silencio. Escucho un sollozo. Uno no sabe qué más preguntar.
Esa sensación de abandono de el Che produjo una profunda crisis en sus conocidos, es increíble que a más de 36 años después de su muerte, existe un centenar de hombres y mujeres hoy que hubieran deseado combatir y morir con el Che en Bolivia.
Su imagen cruza generaciones, su mito pasa correteando en medio de los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco, moralmente terco, inolvidable.
Fragmento del libro «Ernesto Guevara, también conocido como el Che», escrito por Paco Ignacio Taibo II.