Algo pendiente

Foto: Leticia Bárcenas González

 

Algo pendiente queda entre nosotros:

una mañana que inventar

para seguir la línea,

esperar una voz entre la multitud;

cartas sin regreso,

intervalos, suspiros y las aves

finalmente sin alas para huir.

 

¿Qué harás esta tarde para no venir?

¿Crees en la palabra distraída,

amor y rostro en una misma encrucijada?

Me haces falta

por aquello de un beso

donde se detiene el transeúnte a mirar;

tú no me buscas ya,

eso nunca esperé

para dejar de verte.

 

No encuentro la noche en que

acariciamos lunas, pero no vengas,

quédate,

al cabo de las horas

todo es lo que nunca quisimos

vacío y nada

y basta.

 

Algo pendiente / Verónica Zamora (Colima, México. Mayo 6 de 1965)

Fuente: Ávidas mareas. Breve muestra de la novísima poesía mexicana. Pról. y selec. Alejandro Sandoval. INBA/UAZ. México. 1988.

Ni una más

El Día Internacional de la Mujer se instituyó en la ONU en 1975 como una forma de no olvidar a las 146 mujeres que perecieron en el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist, en Nueva York, Estados Unidos. Las trabajadoras textiles murieron debido a las quemaduras, los derrumbes, la inhalación de humo y la desesperación de no ver escapatoria. Los dueños de la fábrica habían sellado las salidas “para evitar robos”.

Trágica coincidencia. Justo el día de la conmemoración, el 8 de marzo de 2017, mueren calcinadas más de 30 niñas en el albergue llamado Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en San José Pinula, Guatemala, en donde las autoridades las mantuvieron bajo llave “para evitar una tragedia”, argumentan, después de que varios jóvenes se fugaron del Hogar, en el que, denuncian, hay hacinamiento y son violentados.

Cuando falla la familia, el Estado debe velar por sus niñas, niños y adolescentes, se dice. En este caso ¿a quién se le deben pedir cuentas, exigir justicia? ¿Qué podemos hacer, además de vociferar en las redes sociales?

“…voces descarnadas que vienen desde el desierto social, cuya impunidad nos aniquila; desde el otro desierto llamado soledad, en donde el viento frío de la deshumanización es presencia a la hora de pasar la lista de las muertas-asesinadas.” (Patricia Medina)

Quizá escribir ayuda a calmar el dolor, a mitigar la indignación… por eso hoy, hemos decidido compartir con ustedes, como una forma de solidaridad con las mujeres madres, abuelas, hermanas de esas niñas muertas en Guatemala, este poema:

La palma de la mano abarca la herida

madrugada de hace treinta años

cuando el verso hoy escrito

se oyó grito

y la rapiña sobre una niñez

inundada de futuro

se vino encima

no una vez

no una sola vez

no fue una sola vez

Donde la mano puso su tacto

donde el silencio puso su sello

donde el olvido se convirtió en memoria

donde la violencia abrió una llaga

donde una madre dio indiferencia

y el olvido no alcanzó para guardar el secreto

en una caja de los sin recuerdos

en una caja de la historia de las mujeres

en una caja cerrada

no una vez

no una sola vez

no fue una sola vez

Hoy todavía causa sobresaltos

la noche que oscurece la niñez

pesadillas con torturas y tarántulas

esconden la sonrisa de una mujer

de sonrisa arrancada a destiempo

con la inocencia clausurada

por el suceso que nadie quiso creer

que sucedió

sobre las marcas y el dolor

un cuerpo de niña violentado

no una vez

no una sola vez

no fue una sola vez

La historia repite el capítulo

en donde nadie oye

porque nadie cree que pueda suceder

y entonces cómo entender

que sigan riendo aquellos que

ultrajaron la inocencia

aquellos que siguen moviéndose

como peces en el agua

entre el chasquido del silencio de

una madre

la permisividad que da el no ser

dicho

y la oscura noche que yergue la

geografía de una mujer

con memoria que no olvida

con miedo a vivir

con miedo a morir

con ojos que no debieron mirar

con puntos cardinales

distorsionados

y la ventana que abre su palabra

en la palma de la mano que abarca

la herida

no una vez

no una sola vez

no fue una sola vez

Lo único que queda es la palabra.

Foto: Leticia Bárcenas González

Poema: Geografía / Cynthia Pech (Ciudad de México, 1968)

Fuente: La mujer rota. Poesía de autoras y autores hispanohablantes. Coord. Gloria Velasco. Literalia Editores. Colección XX, no. 3. México. 2008.

11

Foto: Leticia Bárcenas González

 

Si nada sobra, nada falta: hay comida,

tienes un lecho, ropa limpia,

cuadernos de dibujo, libros, juguetes.

Por un azar incomprensible te tocó la suerte de nacer

del otro lado de la muralla, en los márgenes.

Pero de cualquier modo no te moja la lluvia,

no sufres hambre,

cuando te enfermas hay un médico,

eres querido

y te esperaron en el mundo.

Son muchos

los privilegios que te cercan y das

por descontados.

Sería imposible

pensar que otros no los tienen.

Y un día

te sale al paso la miseria.

La observas

y no puedes creer que existan niños

sin pan sin ropa sin cuadernos sin padre.

Te vuelves y preguntas por qué hay pobres.

Descubres

que está mal hecho el mundo.

 

Jardín de niños / 11 / José Emilio Pacheco (Junio 30 de 1939. Ciudad de México, México.  –  Enero 26 de 2014. Ciudad de México, México.)

Poemario: Fin de siglo y otros poemas. Ed. FCE. 1984. Colección Lecturas Mexicanas.

Armario de Manuel Vicent

Retrato de Manuel Vicent por GORKA LEJARCEGI

Hoy 10 de marzo cumple 81 años Manuel Vicent, originario de Villavieja, Castellón, España. Es escritor, periodista y licenciado en Derecho y Filosofía.  En el diario español EL PAÍS es columnista con periodicidad semanal; es autor de más de una decena de obras literarias, dos de las cuales han sido galardonadas por el Premio Alfaguara de Novela y el Premio Nadal. En su faceta periodística ha sido merecedor con una variedad de galardones. En esta ocasión queremos compartir con ustedes una de sus tantas columnas que nos ha encantado, publicada el domingo 25 de marzo de 2007.

Armario

Por fin llegó el día en que, al abrir un armario, le cayó el cadáver encima. Al parecer no se trataba de un fiambre humano, como en las novelas de misterio, sino de un montón de objetos olvidados que, de pronto, se derrumbaron y estuvieron a punto de aplastarle. Así comenzó para este hombre la revelación. En ese momento se dio cuenta de que vivía rodeado de cosas inútiles que no le interesaban absolutamente nada. Tenía montones de libros apilados en las sillas que nunca leería; cajas llenas de revistas, catálogos y recortes de periódicos bajo las camas, trajes apolillados en los arcones, que ya no se podía abrochar; zapatos viejos en las cajoneras, docenas de envases de medicinas caducadas; sobres de bancos, facturas, cartas y recibos; aparatos ortopédicos de algún antepasado muerto, la bicicleta estática que no usaba, trastos y cacharros por todas partes, antiguos regalos de boda y recuerdos de viajes. La sensación de estar rodeado de elementos estúpidos que coartaban su espacio y amenazan con ahogarle se convirtió en una psicosis angustiosa al transferirla igualmente a personas, ideas y fantasmas, que penetraban diariamente en su vida por todas las ventanas con la intención de estrangularle. Aquel día decidió hacer limpieza. Convencido de que nada hay más profundo que el vacío ni más bello que una pared blanca comenzó a regalar muebles, a vaciar armarios, a meter los cachivaches más insospechados en bolsas de basura y a tirarlo todo en el contenedor de la esquina. Fue un trabajo heroico que duró varias jornadas, en las que no se permitió ninguna duda, ninguna nostalgia. En la casa sólo quedaron una cama, una mesa, cuatro sillas, muy pocos libros, unos cubiertos y algunos platos, una botella de whisky, jabón y cepillo de dientes, sales de baño, cinco cuadros muy escogidos y el equipo de música, que ahora hacía sonar un concierto de Mozart para clarinete y orquesta cuyas notas reverberan con una nitidez extraordinaria por primera vez en un espacio desnudo. Al experimentar en su interior la poderosa carga que liberaba el vacío, mientras sonaba Mozart, se juró llevar esa ardua conquista también a su vida. En adelante ningún odio ni resentimiento ensuciarían su cerebro, no dejaría que ningún idiota le robara un segundo de su tiempo, ninguna comida basura entraría en su cuerpo como tampoco ninguna noticia estúpida alimentaría su espíritu. Era consciente de que sólo así, al abrir el armario, no le volvería a caer su propio cadáver encima.

A nosotras

Libro y Maga / Foto: Gabriela Barrios

 

a nosotras, dadoras de vida
y enemigas de la guerra,
para que cada mañana
esté presente el coraje y el amor
que nos ayudará a mantener
en equilibrio a toda la humanidad

 

Esta es la dedicatoria del libro Lentejuelas, canutillos y chaquiras realizado por la doctora Herminia M. Alemañy Valdez, quien es escritora, investigadora, editora y actualmente rectora interina de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Aguadilla.

Esta mujer de sonrisa espontánea, aunque se dedica a la investigación, a la docencia, y actualmente, con su nombramiento en la UPR, a muchas actividades administrativas, disfruta crear y lo ha hecho a través de la poesía; para ella la poesía es “un medio de plasmar algunas inquietudes; aunque tengo algo de poesía erótica me voy más a lo social. Es más denuncia social y de la condición de la mujer.” (Leer entrevista completa en: https://www.desmesuradas.com/2009/herminia-alemany-y-edgardo-nievesescritores/)

Herminia nos regala este hermoso poemario realizado a mano con sencillos materiales, donde nos narra la creación del mundo desde una visión femenina. Donde se puede ver a Herminia coser, bordar y tejer con palabras un universo en el que muestra a la mujer en su máximo papel de creadora y amorosa.

El próximo 8 de marzo se conmemora la lucha de la mujer, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona. A ese día se le conoce como el El Día Internacional de la Mujer Trabajadora, también llamado Día Internacional de la Mujer, por ello, a modo de fraternidad, queremos compartir el siguiente poema:

Historia de cómo, poco a poco, fue tejiéndose el más fabuloso tapiz

Déjenme así, con el rostro frente al viento,
que me empape la lluvia para salir de nuevo
a chapotear en los charcos, a cazar mariposas
y a veces, arco iris.
-Carlota Molieri

    La más vieja de la viejas contemplaba su creación.
Llamó su atención la opulencia y el derroche
en algunas ciudades.
Notó con pesar que el otro, el petróleo
y los diamantes adquirían cada día más valor.
Observó la guerra, el hambre,
las enfermedades, la violencia
y el desamparo.
¡Cuán lejos estaban de lo que ella había creado!
Abatida por el dolor, comenzó a llorar sin consuelo.
Agarró agujas e hilo
y comenzó a tejer una cadeneta roja.
Tejía y lloraba, lloraba y tejía.
Otra vieja, al verla, se compadeció de su dolor.
Fue por sus agujas y su hilo
y comenzó a tejer una cadeneta naranja.
Otra, menos vieja, escuchó el llanto de las dos mujeres,
trajo su hilo y sus agujas
y comenzó a tejer una cadeneta amarilla.
Una cuarta mujer alcanzó a escuchar
el llanto de sus compañeras.
Se sentó junto a ellas.
Con sus agujas y su hilo,
tejió una cadeneta verde.
Una joven se acercó.
Traía sus agujas y una madeja de hilo azul.
Se les unió
y comenzó a tejer una cadeneta.
Otra, jovencita,
con el añil en las manos,
tejió también una cadeneta.
La más joven de las jóvenes
también demostró su solidaridad
y, con el hilo violeta, tejió una cadeneta.
Así, durante 40 días
con sus 40 noches,
estas mujeres tejieron y lloraron,
lloraron y tejieron.

Absortas en su dolor,
no notaron que la pequeña Iris
recién comenzaba a gatear.
Maravillada antes tanto color,
Iris agarró el extremo de las cadenetas
y comenzó a dar vueltas con ellas.
Con cada vuelta que daba, surgían,
del agua producto de las lágrimas, nuevos seres.
Así, de la cadeneta violeta salieron orquídeas,
de la añil, la profundidad de las aguas,
de la azul, el cielo y una que otra ave,
de la verde, las hojas de los árboles
y las plumas de las aves,
de la amarilla salió el sol,
de la naranja, el fuego de los volcanes
y, de la roja, la sangre que daría fuerza a los corazones.
Tantas vueltas dio Iris que cayó,
tan rápido como el viento,
a la tierra.
Mientras caía,
las cadenetas se acomodaron en un arco.
Entonces, el cielo brilló lleno de colores.

La más vieja de las viejas,
al ver el esplendor celestial,
dejó de llorar,
lo mismo hicieron las otras.
Con alegría notaron que la vida surgía nuevamente
y tuvieron esperanzas.

De vez en cuando,
la más vieja de las viejas vuelve a llorar,
pero Iris no ha dejado de dar vueltas con las cadenetas
y cae nuevamente a la tierra
iluminando el cielo con los siete colores.

Fuente: Alemañy Valdez, Herminia M. Lentejas, Canutillos y Chaquiras. Indómita Editores. Puerto Rico, 2009.

 

La Casa

Foto: Leticia Bárcenas González

Llegó el momento de partir
el hogar en dos.
Bien:
comencemos por los rincones donde las arañas
tejieron también su historia.
Hablemos de los muros y sus cuadros.
¿Cuál eliges?
¿El del día de la boda,
el retrato de la niña
o el de vacaciones en verano?
Quiero el antiguo bodegón
para recordar las comidas familiares.

Mira la casa:
permanece ahí de pie
pero sin alma.

¿Con cuál alcoba deseas quedarte?
¿Aquella donde los gemidos
alguna vez fueron música perfecta?
¿O el cuarto azul
donde echó raíces la cuna para siempre?
¿O el jardín
donde todavía se columpian las sonrisas?

Deseo la terraza,
esa roja plataforma de minúsculos ladrillos
donde lluvias y palomas encontraron su refugio,
donde todavía transpiran las estrellas
y no hay sombra que oculte los engaños.

Te regalo los espejos
saturados de susurros, ecos familiares,
desfigurados rostros
que hoy se desangran en reproches.

Pero tienes razón:
tal vez aquí ya nada nos retenga.
A la frontera tal vez llegamos
entre el amor que vacila y las cenizas.

Viéndolo bien,
no puedo partir en dos la casa:
te la regalo toda
con todo y promesas de futuros sublimes.

Como cortinas viejas
te regalo lo que queda:
este cielo sombrío
y este desvencijado viento
que dejaste al cerrar la puerta principal.

 
La Casa / Lina Zerón  (Ciudad de México, México. 1959)

 

Los ojos del árbol

Árbol / Foto: Leticia Bárcenas

Presentación Los ojos del árbol (La novela de R.A.). Editorial Tifón, Primera edición 2016.

He venido a presentar la novela de una autora que no está aquí. Sí, no está entre nosotros. ¿Sorprendidos? Así es, porque “Los Ojos del Árbol” no es de Héctor Cortés Mandujano sino de Rosa Alhelí, la personaja de la novela: En Memoria de las que hemos sido desdichadas.

Y en esta novela, R.A. escribe sobre sus sueños, sobre sus miedos, sobre la instantaneidad de su vida; eso es lógico dirán, ¿qué obra no contiene elementos de carácter autobiográfico?

Pero la magia de R.A. radica en su capacidad de escribir la novela como a veces se lee, con la intención de soñar otras vidas y evadir la propia, esa que transcurre en un mundo arbitrario, violento, embrutecedor; un mundo que nos va mutilando el sentido estético, la sensibilidad y nuestra capacidad de creer en lo mágico.

La autora crea y nos presenta un mundo que podemos calificar como onírico, en el que hay que encontrar tesoros, pedir ayuda a duendes, hablar con árboles y conocer la vida de una bruja blanca, que obvio, es buena. Y digo, obvio, porque R.A. maneja algunos estereotipos que nos parecen tan naturales, hasta que tomamos algún taller de narrativa. Pero ella no lo hizo, escribe en la cárcel, no cursó taller alguno, ni consultó a Héctor y entonces su bruja, como es blanca es buena, aunque los habitantes del pueblo no lo saben y…

¿Se puede ser del todo buena? Parece que una maldición persigue a esta mujer-bruja-sanadora, con tristes consecuencias para la gente que la rodea, como en la vida “real” de la autora, a quien lastiman agrediendo a sus afectos.

“Hay que creer en lo ilógico, en lo improbable, en lo imposible, pues ésta es la única posibilidad de que el mundo se salve”, nos dice R.A. y a pesar de su dolor, de sus pérdidas, de su injusto encarcelamiento, nos habla del amor, de la creación de los príncipes azules, de la maternidad y la paternidad no lograda sino a través de un niño ajeno e invidente, que para la bruja no sólo se vuelve el centro de su afecto, se vuelve también el instrumento para rebelarse contra sus propias condicionantes y romper por medio de él los límites de su entorno más próximo.

La ceguera, limitación física que lejos de ser un problema cobra una dimensión trascendente en la vida ordinaria de los personajes: Eloísa, la bruja; Arcadio, su marido y Joel, el niño. Y es, gracias a esa falta de visión, que los objetos son deconstruidos para dotarlos de un nuevo significado, que les permite escapar de la rutina inherente a su naturaleza y ser transgresores, desbordando su uso, con voz propia y en este caso, hasta de recuerdos.

Así, las máquinas de escribir y los pianos cobran vida y hablan ante los oídos del niño invidente, adquiriendo un poder evocador de un mundo simbólico y de paz, de una paz familiar que trasciende la vida ordinaria de los personajes, que a su vez crecen y se extienden cual árboles llenos de savia, de hojas-ojos, de ramas-brazos, de luz y sombra, de espiritualidad.

Y entonces tuve ganas de ser árbol también y recordé las fotos que he tomado de algunos que he encontrado en mi andar y de cómo su belleza me cautiva, pero luego me retracté porque me atraen más las ramas casi desnudas de hojas, y recordé la escena de una película, en la que la chica cuenta que su papá la llevó a un bosque en invierno y le dijo que observara: “Son las almas de los árboles las que vemos en invierno. Almas locas, retorcidas”. Y yo no saldría bien librada en invierno.

Creo que Rosa Alhelí es afortunada por poder escribir sin preocuparse por las convenciones literarias, aun teniendo a su lado a Héctor, quien como un inmenso árbol la cobija bajo su sombra, la escucha, la ve y la deja hablar, hablar, hablar.

Felicidades Héctor.

Por Leticia Bárcenas González

“La gente normal, pobre o rica, ignorante o letrada, es decir, casi toda, no hace caso de las señales que no tengan rango científico o que no sean avaladas por lo que se llama “sentido común”. Hay excepciones, por fortuna. Si así no fuera no existirían inventos ni arte, seguiríamos atados a la vulgaridad de lo posible. Hay que creer en lo ilógico, en lo improbable, en lo imposible, pues esta es la única posibilidad de que el mundo se salve”. Quise leer esta cita ya que considero que describe en su totalidad, la esencia del libro Los ojos del árbol.

El autor
En la literatura, como en los sueños existen mundos posibles, muchas veces, alejados del campo de la lógica, es por eso que estamos reunidos hoy en este espacio, seducidos por esas palabras que forman una historia, donde la realidad es inasible.

Al comenzar a leer las primeras líneas del libro, estaba preparada, por así decirlo, para reconocer la forma de escribir de Héctor, pero no, no lo reconocí en lo absoluto, porque no tiene nada que ver con los demás que he leído de él, entonces recordé que estaba frente a un libro apócrifo y me encontré ante algo que aún no sabía bien qué era.

La novela fue escrita al margen de lo que es Héctor, es un salto fuera de él, ya que no recorre su biografía literaria. Es un libro donde logra el desprendimiento para darle voz a Rosa Alhelí, mejor conocida como R.A. personaje principal del libro “En memoria de las que hemos sido desdichadas”, presentado el pasado mes de noviembre.

R.A. inicia la escritura de la novela durante su estancia en la cárcel, en el que tuvo tiempo para leer, reflexionar y desarrollar la idea que tenía desde tiempo atrás sobre un niño ciego y su relación con un piano y una máquina de escribir; realizó la historia como ejercicio de sublimación; plasma sus vivencias y anotaciones de sus lecturas, sin marcar en lo más mínimo una queja de su situación y no busca defender una causa; se vuelca en la escritura como una catarsis, escribe con pasión, quizá con poco dominio de la técnica pero como dijera Carlos Monsivaís:

“Escribir por ejemplo obras caudalosas o muy breves; escribir desde la autobiografía desbordada o desde las revelaciones que desdeñan la confesión y le entregan a la escritura la pena de perderse o la dicha de hallarse (o al revés); escribir desde la ironía, la jactancia, el ánimo clásico; escribir a partir de los temas nacionales o de las experiencias comunes a todos; escribir desde la pasión por la técnica o, no sin precauciones, desde el arrebato de la inspiración…Escribir, por ejemplo…»

Héctor con su escritora, logra la comunión entre lo masculino y lo femenino, como lo sugiere Virginia Woolf: “es funesto para todo aquel que escribe el pensar en su sexo. Es funesto ser un hombre o una mujer a secas; uno debe ser «mujer con algo de hombre» u «hombre con algo de mujer»… Alguna clase de colaboración debe operarse en la mente entre la mujer y el hombre para que el arte de la creación pueda realizarse”.

El Lector
Las novelas En memoria de las que hemos sido desdichadas y Los ojos del árbol son autónomas, pero comparten la fórmula que consigue que la lectora y el lector se concentren, y que el mundo que los rodea se esfume, provocan la adicción momentánea de no desprender los ojos de las páginas hasta saber el desenlace de cada historia.

Los ojos del árbol incluye tres historias completas, que dicen lo que debían decir y a los que no hay que añadirles nada, textos que se hubieran podido publicar por separado como cuentos. Los cuales disfruté de principio a fin, por lo cual surgió en mí la inquietud de compartirlos con tres niños cercanos a mi pensamiento y corazón, con el único fin de contagiarles el amor por la lectura.

“El tesoro del duende” es la tierna historia de Luisa, quien preocupada por la situación económica y emocional de su padre y atenta escucha de las leyendas de su pueblo, decide emprender acciones que la llevarán a entablar una amistad con un árbol de hormiguillo y un duende. Cuento que me gustaría leersélo a Santiago, de 6 años de edad, ya que Luisa me hizo recordarlo, por su nobleza y actitud solidaria para con su familia.

“Corazón con la punta de un cuchillo” se lo leeré dentro de unos años a Genaro, quien a pesar de su corta edad (8 meses) ha demostrado ser amoroso y decidido ante la vida; el cuento narra la historia de Javier, quien encontró no sólo el cobijo y consuelo en su duelo de amor fallido en un árbol de benjamina. Javier a la sombra de éste experimenta también una entrañable amistad con el árbol, cariño que le dio el empuje para realizar acciones de manera decidida defendiendo con su vida sus ideales, moviendo conciencias.

El lector para el cuento “La historia de Rots”, e incluso para la novela completa, es para Ángel, de 10 años de edad, quien disfruta de las historias fantásticas, dibuja seres nacidos de su imaginación y se dedica a inventar artefactos con lo que tiene a su alcance, como Artemisa que se entretiene en la invención de cosas y seres fantásticos, cuyo resultado cambia la historia del lugar donde habita; que la diferencía además de las mujeres que sueñan y les dan formas convenientes y perfectas a sus príncipes azules.

El mito
Conforme fui adentrándome en los sucesos que acontecen en el pueblo donde arranca la historia, me hizo recordar el Uróboros, que es un símbolo ancestral que muestra un gusano, una serpiente o un dragón alado engullendo su propia cola y formando así un círculo. En alquimia esto se entiende como vida, muerte y resurrección. La emblemática imagen expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen sino cambian de forma perpetua en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación. En Los ojos del árbol la repetición de los fenómenos transcurren cada cierto tiempo donde el porvenir se une con el pasado sin que nada ni nadie pueda detener el ciclo.

Los sueños
Nunca es tarde para vivir, nunca es tarde para soñar. Soñamos despiertos, soñamos dormidos, soñamos. Los sueños nos otorgan vivencias que en la realidad son imposibles y donde damos rienda suelta a nuestros deseos más recónditos. Muchas veces nos detenemos por impulso a analizar los sueños que nos despiertan a la mitad de la noche o que nos hacen tener miedo como si fueran presagios. Los sueños en la novela juegan un papel importante ya que no son sólo la guía para la toma de decisiones de algunos personajes sino también son el puente de comunicación donde los seres fantásticos se comunican con ellos. Incluso, algunos sueños llegan a convertirse en pesadillas y malos presagios. Prosperidad, vida, muerte y tragedia son los temas recurrentes en los sueños de las historias contenidas en el libro.

Los árboles
Mi bisabuelo Eliseo decía que no hay mejor amigo que un árbol, es el único a quien puedes tenerle confianza plena para contarle tus penas, abrazarlo para encontrar consuelo y que si buscas a Dios te acerques a un árbol para dialogar con él. La lectura nos invita a escuchar con los ojos a los árboles que poseen las emociones y sentimientos más hermosos del ser humano, son amorosos, compasivos y cómplices; con sus ramas sanan los dolores de quienes acuden a ellos. Los árboles siguen hablándonos a través de las hojas de los libros.

Los árboles están llenos de sonidos: es una melodía hermosa escuchar a los pájaros que los habitan cuando despiertan en ellos y al atardecer cuando buscan su cobijo para pasar la noche, si uno se acerca más se puede escuchar el sonido casi imperceptible de los otros pequeños seres que habitan en ellos, el viento los mueve y las ramas junto con sus hojas nos acompañan con su sonido; así también tienen los silencios del tiempo y del pensamiento, como las veces que con C.E. nos acercábamos a los árboles que encontrábamos a nuestro paso para abrazarlos en silencio, en absoluta complicidad amorosa.

Los sonidos
Todo empieza con un sonido. Los sonidos existen cuando las moléculas de aire se mueven unas con otras sin importar qué los genere. Estamos inmersos en ellos. El oído llega a lugares donde la vista no alcanza y carecemos de una especie de parpado auditivo que nos haga dejar de escuchar. Al escuchar un sonido el cerebro lo descodifica fonéticamente y lo analiza con una facilidad irracional. Cada sonido es único e irrepetible y la interpretación que le damos, depende de nuestro contexto y experiencia de vida, incluso un sonido puede llegar a ser el detonante de nuestras más intensas emociones.

Joel, protagonista de la novela, es un niño ciego que ha desarrollado el sentido del oído de tal forma que interpreta los sonidos de manera peculiar, diferente a como lo hacen sus padres Arcadio y Eloisa. El piano, más allá de las características que le son otorgadas en la historia, es descrito de tal manera que no sólo lo vemos en su forma sino que podemos imaginar el sonido suave de las melodías que sale de sus cuerdas a través del golpeteo de las teclas negras y blancas; así también se puede escuchar el sonido del metal de la máquina de escribir, cuya descripción me produjo una especie de nostalgia al recordar mi pesada máquina gris olivetti que cargaba trabajosamente a la secundaria.

Agradecimiento
Agradezco a Héctor que haya abordado el tema de los sonidos porque nos hace detenernos no sólo a imaginarlos sino que nos lleva de la mano a la remembranza y a la comprensión, cuya importancia radica no en qué o quien lo produce sino en el significado que le damos en nuestra vida. ¿Qué sabemos a través del oído?

Quiero terminar con una cita de António Lobo Antunes, “La literatura y los libros, como los cuadros y la pintura, o como la música y el cine, son la única manera que tenemos de vencer a la muerte. De vencer al tiempo. De volver a nosotros una dignidad que las mujeres y los hombres merecemos y que tantas veces no tenemos”.

Gracias Héctor por el libro y por la invitación.

Gracias a ustedes por escuchar.

Por Gabriela G. Barrios García

Los ojos del árbol / Foto: Gabriela Barrios

La palabra de Ernesto Cardenal

Ernesto Cardenal / Fuente: Web

Ernesto Cardenal Martínez nació en Granada, Nicaragua el 20 de enero de 1925.

Poeta, sacerdote, teólogo, escritor, traductor, escultor y político nicaragüense.

Es reconocido como uno de los más destacados defensores de la teología de la liberación en América Latina.

La palabra (fragmento)

Somos palabra
en un mundo nacido de la palabra
y que existe sólo como hablado.
Un secreto de dos amantes en la noche.
El firmamento lo anuncia como con letras de neón.
Cada noche secreteándose con otra noche.
Las personas son palabras.
Y así uno no es si no es diálogo.
Y así pues todo uno es dos
o no es.
Toda persona es para otra persona.
¡Yo no soy yo sino tú eres yo!
Uno es el yo de un tú
o no es nada.
¡Yo no soy sino tú o si no no soy!
Soy Sí. Soy Sí a un tú, a un tú para mí,
a un tú para mí.
Las personas son diálogo, digo,
si no sus palabras no tocarían nada
como ondas en el cosmos no captadas por ningún radio,
como comunicaciones a planetas deshabitados,
o gritar en el vacío lunar
o llamar por teléfono a una casa sin nadie.
(La persona sola no existe.)
Te repito, mi amor:
Yo soy tú y tú eres yo.
Yo soy: amor.