Lluvia

 

Foto: CARLA MORALES
Foto: CARLA MORALES

 

Tengo la piel cuarteada sin el agua

que nace de las fuentes de tus dedos…

Carmen González Huguet

Saura

hammer1908
Interior, Strandgade 30, de Vilhelm Hammershøi, el pintor del silencio

Alguien contó una vez, alguien que ya no sé quién, contó, que no sé yo bien ni qué cosa, una vez, una de tantas; no sabemos si fue así como pasó, o como lo inventaron, el hecho fue entonces el cuento y el decir, pero no lo supe bien y lo repito: la tía caminaba sobre nubes, los dolores comenzaron a resbalarse por el cuerpo, sólo sabía ya de memoria un nombre, todos los rostros se difuminaban frente a sus ojos, una sola palabra escurría de su boca y se decía que hablaba con la dulzura de la miel; tía Saura estaba enamorada y todo era casi perfecto, perfecto: ella la envidia del pueblo. Un día el hombre le suplicó que escaparan y la tía aún con todo el deseo, pero sin explicar nada, le pidió esperar. Entonces, él se sintió tan triste, yo pienso que molesto, y al día siguiente no la buscó más; tiempo después llegó a los oídos que se había unido a otra creyéndose despreciado: no había razón para la espera.

El hombre nunca sabría que Saura llevaba puesta su ropa íntima rota y le avergonzó partir con él. Dicen por ahí que el hombre aún pregunta por ella con una ternura desbordada, dicen también que tía Saura no pudo perdonarse el detalle de la ropa interior y desde entonces no la usó más.

Cuando pienso en ella la imagino por la calle con sus vestidos largos y sus manos pegadas al cuerpo intentando evitar que un ventarrón la deje al descubierto; la recuerdo en el patio de la abuela, con la cara dura y sus formas huesudas, la recuerdo alimentando los pájaros, y la tarde entera comiendo limón.

Fragmento de la Novela “Cosecha de Verano” de Isaura Contreras, Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2010. Para más información de la autora y su obra:

http://www.archivosonoro.org/?id=326

La primavera derrotada

A Cecilia Romana, hoy que se festeja el día de la primavera en Argentina

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Un huerto en primavera de Claude Monet

I
La primavera tiene el deseo de hablar
oculto entre sus manos, sus aires y su polen.
Sentados en la hierba
nos preguntamos las cosas que se preguntan
los amigos que se aman y se ven poco.
En «el otoño del cuerpo»
la primavera vale una chingada.
Es una estación tonta
dedicada a crear cosas que se van a morir.
No es mala.
Crea porque tiene la manía de hacerlo.
Es generosa pero estúpida.
No puede estarse quieta.
Este otoño la pondrá en su sitio;
le tumbará sus ramitas
y le hará polvo sus flores,
sus hojas, sus frutos,
sus imágenes tempraneras
y sus bellas personas.
Regresará. Siempre regresa
para que la derroten.
Se parece a los poetas.

Hugo Gutiérrez Vega

Happy Birthday…Mario Benedetti

Mario Benedetti.
Mario Benedetti por el fotógrafo Daniel Mordzinski

El poeta, escritor y dramaturgo uruguayo Mario Benedetti nació el 14 de septiembre de 1920. Escribió casi un centenar de libros y algunos han sido traducidos a más de 20 idiomas. Murió a los 89 años de edad, el 17 de mayo de 2009.

¿Cómo será el mundo cuando no pueda yo mirarlo

ni escucharlo ni tocarlo ni olerlo ni gustarlo?

¿cómo serán los demás sin este servidor?

¿o existirán tal como yo existo

sin los demás que se me fueron?

sin embargo

¿por qué algunos de éstos son una foto en sepia

y otros una nube en los ojos

y otros la mano de mi brazo?

¿cómo seremos todos sin nosotros?

¿qué color qué ruidos qué piel suave qué sabor qué aroma

tendrá el ben(mal)dito mundo?

¿qué sentido tendrá llegar a ser protagonista del silencio?

¿vanguardia del olvido?

¿qué será del amor y el sol de las once

y el crepúsculo triste sin causa valedera?

¿o acaso estas preguntas son las mismas

cada vez que alguien llega a los sesenta?

ya sabemos cómo es sin las respuestas

mas ¿cómo será el mundo sin preguntas?

(Poema Happy Birthday de Mario Benedetti)

Trece

Trece maneras de decir Martha Argerich

Martha Arguerich / Foto: Adriano Heitman / Fuente: www.cndm.mcu.es
Martha Argerich / Foto: Adriano Heitman / Fuente: www.cndm.mcu.es

En Japón idolatran a los virtuosos del piano, pero si un músico cancela un concierto a último momento, las consecuencias son despiadadas. Al famoso Benedetti Michelangeli, una vez que se negó a tocar le confiscaron su piano personal y lo declararon persona non grata de por vida. Martha Argerich suspendió una vez un concierto en Tokio, el último de su primera gira por Japón, que venía siendo apoteótica: hasta el emperador iba a estar presente, pero Martha se peleó mal con su pareja de entonces, el director de orquesta Dutoit, y se tomó un avión a Alaska sin avisar a nadie.

A cualquier otro no se lo hubieran perdonado pero a ella sí, porque al año siguiente volvió, pagando el pasaje de su bolsillo, y dio catorce conciertos gratis. Eligió al mismo organizador que la había llevado a juicio y le hizo ganar catorce veces la indemnización que pedía, pero llevó de asistente en la gira a un angoleño peludo como un mono (uno de los tantos jóvenes virtuosos que Martha apaña cuando acuden a ella en crisis), y lo sentó a su lado en cada concierto para que diera vuelta las páginas de la partitura.

El angoleño vestía una túnica sin mangas, y en Japón la exhibición de pilosidad masculina es considerada casi tan obscena como la cancelación de un concierto, pero nadie dijo nada porque Martha Argerich es algo más que humano para los japoneses: cuando se sienta al piano, tocan un hombre y una mujer a la vez, toda la fuerza de lo masculino y toda la gracia de lo femenino envuelven a la audiencia en simultáneo, y a eso hay que sumarle la adrenalina de la incertidumbre hasta último momento.

Martha Argerich ha tocado con lumbago, con una muela infectada, con la ceja recién cosida, en silla de ruedas, en minifalda (una vez que le perdieron la valija en el aeropuerto), con briznas de pasto en el pelo (una vez que se le hizo la hora de tocar cuando caminaba descalza por un bosque), pero son más famosos los conciertos que suspendió. Lo que la sofoca desde que tenía ocho años es la vida del virtuoso en el mundo de la música clásica: “No quiero ser una máquina de tocar el piano. Un solista vive solo, toca solo, come solo, duerme solo. Y eso es muy poco para mí”. Daniel Barenboim, que la adora, dijo: “Martha es un cuadro sin marco. Hizo lo imposible por destruir su carrera pero no lo logró”.

El primer concierto que canceló fue a los diecisiete, “para saber qué se sentía”. A los veinte, con una fulgurante carrera por delante, estuvo tres años sin acercarse a un piano, mirando televisión en un departamentito en Nueva York, cuando se le acabara la plata trabajaría de secretaria: para algo iban a servir esos dedos demoníacamente rápidos. A pocas cuadras vivía su admirado Horowitz. La idea era encararlo y decirle lo que tantos jóvenes virtuosos en crisis han ido a decirle a un colega admirado: “Sálveme. Ayúdeme a volver a tocar”. Pero nunca se animó a hablarle: Horowitz llevaba diez años sin tocar en público, se sometía a periódicas sesiones de electroshock y sólo aceptaba hacer discos si iban a grabarlo a su casa. Argerich, como bien sabemos, volvió a tocar. Después de su consagración en el Concurso Chopin en Varsovia de 1965, aceptó que la arrastraran a Abbey Road a grabar un disco porque en Londres estaban todos sus amigos.

La depositaron frente al piano, pidió una cafetera llena, se quedó mirando vacilante el teclado y después tocó tres veces de corrido el repertorio que había elegido: dejó la cafetera vacía y se fue sin escuchar las tomas siquiera. Se instaló en una especie de pensión musical llamada el London Club, un alegre nido de virtuosos (Barenboim, Jacqueline Du Pré, Nelson Freire, Fou-Tsong, Kovacevich), con un solo teléfono a la entrada que atendía el que pasara, y goteras, y pianos y sofás apolillados y ceniceros que rebasaban, y total libertad y camaradería: estaban los que iban ahí para tocar y los que iban para no tocar. Para casi todos era un interludio dichoso nomás, antes de seguir con su vida; ella entendió que quería vivir así siempre. Alquiló un viejo orfanato del siglo XIX en Ginebra (cuya puerta no tenía llave), lo pobló de pianos y gatos y sofás y recibió a cada joven virtuoso en crisis que acudía a ella para rescatarse.

Los adoptaba hasta que se recuperaban, jugaban al dígalo con mímica y al baile del rabbi Jacob, cocinaban para las hijas de Martha y las cuidaban cuando ella salía de gira, porque en el medio Argerich tuvo tres hijas con tres hombres distintos pero la vida en comunidad le daba el aire que le quitaba la vida en matrimonio.

En un hermoso documental que filmó su hija menor está la historia íntima de madre y cría. En una escena están todas, ya adultas, sentadas en el pasto pintándose las uñas de los pies; las hijas deciden pintar cada dedo de su madre de un color diferente. Annie, la del medio, la chispeante (hija del ya mencionado Dutoit), dice que su recuerdo más nítido de la infancia es estar echada abajo del piano, mirando hasta dormirse los pies descalzos de su madre. “Esto es mamá, más que el pelo, el cigarrillo y el mohín: ¿dónde han visto pies tan enormes y tan femeninos a la vez?” Stephanie, la menor, la torturadita (directora del documental e hija del mencionado Kovacevich), cuenta la primera vez que acompañó a su madre a tocar: el calvario que fue la previa (“Todo es muy solemne, muy dramático, no me gusta, me siento rara, tengo fiebre, no quiero tocar”), la angustia con que escuchó todo el concierto desde bambalinas, con las manos agarrotadas, hasta que vio a su madre avanzar hacia ella: “Yo estaba exhausta y ella diez años más joven”. Lyda, la mayor, la más sufrida y la única que ya es madre (además de cellista profesional), les recuerda cuando operaron a Argerich de un feo melanoma en 1999: después de tres horas y media en quirófano lo radiante que salió, en contraste con el agotamiento de los cirujanos (se había negado a que usaran escalpelo electrónico para abrirle la caja torácica: “Un pianista necesita todos los músculos de su cuerpo para tocar”).

Hasta el día de hoy Martha Argerich necesita hablar en el escenario con la persona que tiene más cerca mientras toca y le desagrada que le besen la mano o que le quieran tocar el pelo. Ya no vive en Ginebra sino en Bruselas, pero la nueva casa sigue llena de gente, gatos y pianos. Como Chejov, que construyó una casa para su familia y sus amigos y una cabaña alejada para irse a escribir, ella tiene una covachita en París donde sólo entran un piano, una cama, un televisor y una foto de Liszt pegada con cinta scotch en la pared. Su próximo proyecto es una pensión para artistas retirados, como la que fundó Verdi en Milán para los cantantes que se quedaban sin voz.

De todas sus formidables confesiones ocasionales (“Cuando los pianos no me quieren, no los toco”; “Creo que nunca me sentí exactamente mujer; sólo alcanzo a ver la nena de cinco años y el muchachito de catorce que hay en mí”; “Chopin es celoso, excluyente, te hace tocar mal cualquier otra cosa que toques”; “¿Cómo estuve hoy: como un caballo salvaje o como un caballo de calesita?”), mi preferida, porque la pinta de cuerpo entero, es: “Soy un poco infantil. Si lo fuera del todo no lo diría”.
(Juan Fort)

Fuente: Academia Internacional «Martha Argerich»

https://www.youtube.com/watch?v=MkrwU5Pd93c

León Tolstói

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Tolstói a la edad de 20 años / Fuente: www.wikipedia.org

Nació el 9 de septiembre de 1828 en Rusia

Considerado uno de los escritores más importantes de la literatura mundial

El conde Lev Nikoláievich Tolstói murió el 20 de noviembre de 1910

Fue uno de los escritores en ser entrevistados en forma frecuente, periodistas de diarios y revistas buscaban al gran maestro para obtener su opinión o análisis sobre diferentes temas de su tiempo o sobre cuestiones de su país o del mundo. A continuación extractos de dos temas:

 

 

 

Felicidad

Ante todo, es imposible la felicidad sin la luz del sol, con la ruptura de los lazos del hombre con la naturaleza. En otras palabras, la vida fuera de la ciudad, bajo el cielo abierto, al aire libre, en la aldea, es la primera condición de la felicidad terrenal. Mire, ni siquiera la poesía la imagina de otro modo y, al dibujar la arcadia feliz, celebra la vida idílica en el seno de la naturaleza, lejos de las ciudades…

¡Es imposible, estoy convencido de eso! Mire a qué está condenada esa gente: a ver, bajo la luz artificial, los objetos elaborados por el trabajo humano; a escuchar los sonidos de los coches, el estrépito de los carruajes; a comer a menudo cosas no frescas y malolientes. Nada les permite una relación directa con la tierra, las plantas, los animales. ¡Es una vida de presidiarios!

Eche un ojo a la Historia y verá que las ciudades se construyeron con fines de conquista…

Nuestra civilización, como las que hubo antes, llegará a su fin y morirá, porque no es otra cosa que la acumulación de los instintos monstruosos de la humanidad. ¿Acaso antes de nosotros no hubo civilizaciones? La egipcia, la babilónica, la asiria, la hebrea, la griega, la romana… ¿Dónde están? ¿Condujeron a la felicidad? ¡Todas sucumbieron, y lo mismo pasará con la nuestra!

Es necesario el trabajo para ser feliz, pero el trabajo libre, razonable, deseado, y sobre todo el físico, no el que atrofia el cerebro y los músculos.

Por exigencias del mundo, las personas sirven, van a las oficinas, reciben dinero a cambio… Pero ¿acaso aman su trabajo, acaso les satisface? ¡No! Se dejan vencer por el aburrimiento, hacen un trabajo que odian y puedo apostarle que no escuchará de ninguno de ellos que esté contento con su trabajo. Pero pregúntele a un mujk que ara la tierra si está contento. ¡Ah, qué contento y con qué amor mira los surcos que se tornan oscuros!

Una condición más para la felicidad es la familia. Y esto no existe aquí, donde el éxito mundano se considera erróneamente como la felicidad. ¿Acaso todos estos maridos, estas esposas, conforman una familia? Con frecuencia son uno para el otro una carga, y los hijos esperan a menudo la muerte de los padres para hacerse con la herencia. […]

Entrevista de autor desconocido extraído del libro «Conversaciones y entrevistas. Encuentros en Yásnaia Poliana»

Constitución

Una constitución no puede mejorar las cosas, no puede traernos la libertad. Todos los gobiernos se mantienen en el poder por medio de la violencia o con la amenaza de la violencia, y la violencia es contraria a la libertad. Un hombre sólo es libre cuando nadie puede forzarle a hacer aquello que cree que está mal. El camino correcto a seguir por los hombres es abstenerse de toda participación en los actos del Gobierno, negarse a servir en el ejército, negarse a aceptar cargos dependientes de la administración y hacer el bien día a día y siempre.

La agitación en pro de una constitución sólo puede conducir a falsos resultados.

Todo el movimiento en favor de una constitución es un movimiento en la dirección errónea. El pueblo no quiere una constitución y aquellos que recurren a la agitación en favor de ella no conocen al pueblo. Por mucho que profesen amar al pueblo, en realidad el pueblo no les preocupa; simplemente le desprecian. El pueblo sólo quiere una cosa, es decir, tierras.

Hace cuarenta o cincuenta años, cuando yo era joven, no había médicos entre los campesinos, y ellos se apañaban muy bien sin ellos. No, la enfermedad no es un mal; la muerte no es un mal. El mal es que los hombres actúan equivocadamente.

Entrevista por Harold Williams. Extraído de libro “Las Grandes entrevistas de la historia (1859-1992)”

Libro de Tolstoi / Foto: Lety Bárcenas
Libro de Tolstoi / Foto: Lety Bárcenas

António Lobo Antunes

António Lobo Antunes, escritor portugués, que nació en Lisboa, el primero de septiembre de 1942.

“Pienso que ganar el libro del silencio es poco a poco, libro a libro, eliminando las palabras que han sido inventadas para no ser utilizadas: los adjetivos, los adverbios, los pronombres, hay que trabajar en eso, en llegar a lo esencial, para que el lector pueda escribir su libro en tu libro, y pueda vivir su vida en tus páginas”.

“Me siento siempre acompañado. Cuando estás solo eres sólo tú y mi sueño es ser comprendido por las palabras, que no tengas la necesidad de hablar, de explicar todo; lo que quieres es que la gente te comprenda sin que tengas que hablar con ellos; ese es el deseo de los escritores, que sean comprendidos sin necesidad de las palabras, que haya un principio de vasos comunicantes entre nosotros y los otros”.
“Tras los treinta años empiezas a tener más muertes que glóbulos en la sangre, y está también el deber de vivir por la gente que has querido y ha muerto”.

“La literatura y los libros, como los cuadros y la pintura, o como la música y el cine, son la única manera que tenemos de vencer a la muerte. De vencer al tiempo. De volver a nosotros una dignidad que las mujeres y los hombres merecemos y que tantas veces no tenemos”.

 

António Lobo Antunes / Foto: Arturo Campos Cedillo / La Jornada
António Lobo Antunes / Foto: Arturo Campos Cedillo / La Jornada

“Sólo escribo, eso no me da más derecho que a los otros”

«En este tiempo he conocido gente muy buena y grandes periodistas, pero también cosas como la competición, la envidia y los celos. Y me sorprende, porque yo pienso que los buenos libros y, por tanto, los escritores, son como los tigres, que no se devoran entre ellos».

«Las grandes revoluciones son las interiores. Nosotros somos como casas muy grandes y vivimos solamente en dos o tres habitaciones».

“Para ser sincero, sólo merece la pena escribir si estás seguro de que eres el mejor. Pues tienes que escribir contra los autores importantes, contra Tolstoi, Gogol y contra todos los que te gustan y han sido importantes para ti. Y esa es la única revolución posible, pues tienes que hacerlo al mismo tiempo con mucha humildad, porque no sabes nada de escribir».

 

Fuente: Notas informativas de El Universal http://archivo.eluniversal.com.mx/sociedad/1514.html y La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2009/05/28/cultura/a04n1cul

Silencio, Eduardo Galeano

Eduardo Galeano y su perro Morgan / Fuente: http://delaberintosydeespejos.blogspot.mx/
Eduardo Galeano y su perro Morgan / Fuente: http://delaberintosydeespejos.blogspot.mx/

“Sólo los tontos creen que el silencio es un vacío. No está vacío nunca. Y a veces la mejor manera de comunicarse es callando.”

 

Periodista y escritor uruguayo
(3 de septiembre 1940 -13 de abril 2015)