“Con sólo mostrar su rechazo a determinadas acciones políticas, los jóvenes cumplen con su responsabilidad ciudadana, con sólo decir que no, como lo hicieron en 2012, hace dos años, se comprometen con la salud política del país”, señaló categóricamente la escritora, activista y periodista mexicana Elena Poniatowska Amor en su charla con los jóvenes de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach). El auditorio de la máxima casa de estudios se vio abarrotado no sólo por la comunidad estudiantil sino por lectores de la respetada escritora, quien ha dedicado su vida profesional a escuchar y hacer escuchar las voces no sólo de los artistas y personajes destacados en la historia de México, sino también la de los débiles, para denunciar y señalar las injusticias y hechos históricos que han marcado a nuestro país.

En su intervención, hizo una remembranza de los hechos acaecidos en 1968: “Nadie vino en ayuda de los estudiantes, era una plaza muy cerrada y los demás mexicanos no sabían lo que estaba sucediendo, entonces se sintieron muy solos porque en la plaza de las Tres Culturas es un espacio muy cerrado, encajonado entre varios edificios y creo los estudiantes sintieron que nadie los iba a apoyar jamás.
La indiferencia era tan alta como la de los rascacielos, además llovía. Después de todo, Tlatelolco es sólo un enclave dentro de la ciudad, quizá una de las ciudades más grande del mundo. Habló del espíritu de los jóvenes de esa época: el movimiento estudiantil es sólo una revuelta de jóvenes ilusos que creían que la ciudad era suya, que podían cantar de alegría y dejar salir al poeta que traían o que traen todos los jóvenes dentro. Dejar salir a su ángel de la guarda, al ego, al subconsciente, a la entrega, al amor por el otro, a las fuerzas del bien y del mal; adolescentes ingenuos que se imaginaron que las 500 mil personas iban a protegerlos siempre, que apoyados por la multitud serían invencibles, jóvenes alucinados y espléndidos, que creían poder gritar impunemente frente al balcón presidencial, al entonces jefe de la Nación y sobre todo al jefe del Ejército Mexicano, Gustavo Díaz Ordaz: Sal al balcón hocicón. Sal al balcón bocón.
El movimiento estudiantil -continuó Elena Poniatowska- sacaba de quicio a todos aquellos que en la Cámara de diputados aplaudieron de pie las medidas tomadas por el Presidente Díaz Ordaz y ejecutadas por su segundo, Luis Echeverría, el 2 de octubre. El Movimiento Estudiantil desafiaba el orden establecido y ponía en peligro la autoridad del gobierno, la de los empresarios y los jefazos. Los embotellamientos, el súbito incendio de un autobús a la mitad de San Juan de Letrán, hoy Eje Lázaro Cárdenas, el de la T.A. encendida de los transportes públicos, las vitrinas hechas añicos, las interrupciones de tránsito, las colectas en la calle, las porras y los estribillos estudiantiles: Di por qué dime Gustavo, dí por qué eres cobarde dí por qué no tienes madre dime Gustavo por qué y En la calle de Insurgentes que chinguen a su madre los agentes. Los grafittis, los mítines relámpago, las arengas en el mercado, la brusca irrupción de una nueva realidad molesta para la rutina de los oficinistas, los hacía exclamar: ¿Por qué no están estudiando? Su lugar es frente a sus libros, la sociedad paga sus aulas y sus carreras, son una bola de irresponsables.
La de los estudiantes era una protesta muy localizada, los universitarios y los politécnicos eran alborotadores, el descontento no se había generalizado, muchos estaban conformes con el gobierno, un refresco y una torta bastaba para que se adhirieran al PRI, en nuestro qué país de acarreados. México era la sede internacional ¡qué gran honor! Y con sus desmanes, los locos, esos irreverentes y pendencieros estudiantes ponían en peligro el prestigio del país, el de su dirigencia. Hizo además una retrospectiva de las reflexiones que se suscitaron a partir del movimiento estudiantil: A partir de esa fecha, muchos nos inclinamos y nos preguntamos quiénes éramos, quiénes somos, y qué queríamos, nos dimos cuenta que habíamos vivido en una especie de miedo latente y cotidiano, que intentábamos suprimir, pero que había reventado; sabíamos de la miseria, de la corrupción, de la mentira, de que el honor se compra pero no sabíamos de las piedras manchadas de sangre de Tlatelolco, de los zapatos perdidos de la gente que escapa, de las puertas de hierro de los elevadores del conjunto habitacional, todas esas puertas perforadas por ráfagas de ametralladoras, los edificios de la Avenida Juárez volvieron a caérsenos encima, la gente caminó de nuevo a toda prisa mirándose los pies y algo muy cercano al pánico pudo leerse en su rostro, qué horrible normalidad, diría doña Margarita Nolasco, al ver que nadie reaccionaba.
Poniatowska Amor, mencionó también parte de su experiencia periodística al escribir su libro tan renombrado La noche de Tlatelolco: A raíz del dos de octubre, consigné las voces de muchachos, de muchachas, de madres y de padres de familia, me decían sí, sí yo le cuento, pero cámbieme de nombre, yo le cuento pero nunca vaya a poner quién soy yo, salvo los líderes presos de la cárcel preventiva de Lecumberri y salvo los nombres de algunas madres de familia, guardé esos nombres en el fondo del corazón, a riesgo de no saber hoy, a 46 años quién es quién, quiénes son. Muchos se negaron a hablar. Esta tragedia escindió la vida de muchos mexicanos, antes y después del dos de octubre. 1968 fue un año que nos marcó a sangre y a fuego. 1968 es el año del descontento de los jóvenes en todo el mundo entero.
Hubo otros movimientos estudiantiles en Francia, en Checoslovaquia, Japón, ninguno tan violento como el nuestro. El fuego intenso duró 29 minutos. Luego los disparos decrecieron, pero no terminaron. Una señora dijo al diario Excélsior: esto lo veía yo en las series televisivas llamadas Combate y jamás pensé que las vería en realidad. Con la entereza que ha demostrado esta activista social, nos compartió sus reflexiones respecto a la actualidad de nuestro país: Hoy a 46 años del movimiento estudiantil en 2014, ¿han terminado los balazos? Desde luego que no. En las calles de la Ciudad de México y en muchos lugares de la República, donde campea la violencia, el movimiento de 1968 fue la punta de flecha de otros enloquecidos movimientos de pureza en nuestro país, otros escritores como José Revueltas, otros ingenieros Heberto Castillo, otros Gilberto Guevara Niebla, otros Raúl Álvarez Garín, otras Roberta Avendaño “Tita”, otras Ana Ignacia Rodríguez “La Nacha”, otros Salvador Martínez de la Roca “El Pino”, han aparecido en nuestro país desde entonces. Quedan varias incógnitas, nunca se ha revelado el número exacto de muertos, aunque el periódico de Londres The Guardian, dijo que eran 250, cifra que retomó Octavio Paz en su libro Posdata, publicado en 1970.
Quizá nunca sepamos el número exacto de muertos en la noche en Tlatelolco; sin embargo, resonará en nuestros oídos durante muchos años la pequeña frase explicativa de un soldado al periodista del periódico El día, José Antonio del Campo, a quien le explicaron: Son cuerpos aquellos que están ahí amontonados. Son cuerpos, señor.
Finalmente, quisiera hablarles de un líder del 68, de Raúl Álvarez Garín que nos dejó hace unos días, la noche del 27 de septiembre del 2014. Raúl muere en los días del asesinato de 22 personas en Tlataya, Estado de México y otros 22 muertos en dos días en Chihuahua; muere en el momento en que aparecen cinco normalistas muertos en Ayotzinapan, muere en medio de una cacería de opositores en Morelos, ¿qué diría Raúl del joven futbolista de 15 años, José Evangelista, cuyos tenis aparecieron encima de su ataúd, porque vino a jugar fut como parte del equipo de los avispones y encontró la muerte en su autobús, volcado por obra de pistoleros y policías en la carretera Iguala-Chilpancingo? ¿Qué diría de los seis asesinados y los 43 normalistas desaparecidos en Iguala? ¿Qué diría de la muerte de tres jóvenes el 21 de septiembre en Maravatío a mano de cinco policías michoacanos? Raúl Álvarez Garín muere en un país en manos de la guerra sucia contra el narcotráfico, en un país que nos hostiga, en un país en el que se encarcela a los adolescentes, se les acusa y se les considera violentos, alcohólicos, drogadictos, desertores de la escuela, ignorantes e inservibles ¿Qué diría de un país en el que se mata a los chavos? En un país despiadado con su gente pobre, despiadado contra los migrantes, implacable con los niños. Un país que daña a sus habitantes, un país en el que todos los mexicanos podrían preguntarse ¿quién nos protege? ¿En dónde hemos venido a asentarnos? ¿Qué diría de lo que está sucediendo ahora en el reglamento y las modificaciones al plan de estudios del “Poli” que disminuye el grado académico a técnico y convierte a cada muchacho en mano de obra barata? Hizo referencia a lo que escribió Adolfo Sánchez Rebolledo sobre la matanza de Iguala: Mientras el Estado mexicano sea incapaz de asegurar la gobernabilidad mediante la justicia y la ley, la delincuencia seguirá colonizándolo, aprovechando para sí misma el orden legal.
No podemos pasar por alto el hecho de que estas matanzas involucran a los más débiles, a esos ciudadanos cuya desaparición no perturba –porque no existen para ellas– la vida cotidiana de las élites, lo cual muestra no sólo el filo irracional, demencial, de la violencia criminal, sino su siniestro clasismo, su carácter instrumental.
Elena Poniatowska finalizó su intervención con palabras ex profesas a los jóvenes universitarios: De los jóvenes depende, claro está nuestro futuro, el gobierno y las circunstancias, el futuro de México. Los jóvenes son el futuro y ya dieron una muestra de lo que pueden hacer con su movimiento, en el Distrito Federal, en una Universidad donde “papi” suele darle su coche a su hijito, en una universidad de ricos, la Universidad Ibero, la del “yo soy 132”, ese movimiento que cambió la visión que los estudiantes de las escuelas públicas tenían de la Ibero, nada mejor pudo unirlos como universitarios que esa declaración en el momento en que enseñaron con entereza sus credenciales en el internet aclarando que eran estudiantes y no porros ni gente pagada como pretendió divulgarlo el PRI, con sólo mostrar su rechazo a determinadas acciones políticas, los jóvenes cumplen con su responsabilidad ciudadana, con sólo decir que no, como lo hicieron en 2012, hace dos años, se comprometen con la salud política del país.
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