Rafael Ramírez Heredia, quien estudió la carrera de contaduría aunque nunca la ejerció porque su verdadera vocación fue la de contar cuentos, no cuentas, falleció en la Ciudad de México el 24 de octubre de 2006, y hoy, a ocho años de distancia, Desmesuradas le brinda este pequeño homenaje.
Un homenaje póstumo, ¿por qué?
Por haber sido uno de los más vitales promotores de la creación literaria a lo largo y ancho del país, que formó a varias generaciones de jóvenes escritores a través de sus diversos talleres literarios como los que impartió en Chiapas, un estado al que quiso mucho y le correspondió de igual forma. Pero también por su alma de periodista y espíritu de torero, que escribió gran cantidad de cuentos, novelas, crónicas y reportajes tan memorables como el Rayo Macoy, La Jaula de Dios, con M de Marilyn y La Mara, sólo por decir mis favoritos, nos dice el narrador Fernando García Domínguez, alumno de Ramírez Heredia, quien además recuerda al escritor como un gran conversador, un excelente anfitrión y un amigo entrañable, que supo hacerse querer por cada una de las personas a quien él decidía mostrarse como amigo.
En sus talleres sorprendía con su capacidad de escucha y análisis de textos; que no importando la naturaleza o calidad de éstos, siempre escuchaba atento hasta el final para aportar con su particular estilo, para algunos duro y para otros jocoso, las críticas siempre acertadas y enriquecedoras, señala García Domínguez.
Y podríamos seguir hablando de su gran dominio de la técnica narrativa, agrega Fernando García, que le permitió a Rafael Ramírez Heredia recrear toda suerte de escenarios en los que el personaje principal siempre fue el rico discurso de los pintorescos personajes creados o recreados literariamente por él… pero mejor iniciemos la charla con el escritor:

Rafael Ramírez Heredia y el oficio de escribir*
Leticia Bárcenas González
-¿Qué papel juegan los talleres literarios en la generación de nuevos escritores?
–Éstos siempre han sido parte de los escritores aunque ello no signifique que sean definitorios. Un escritor puede serlo si tiene capacidad para ello, con o sin taller y, a veces, pese al taller, cuando le toca un mal director.
Los talleres, aunque son necesarios para algunos, no hacen escritores, sirven para los que sirven. Los que no tiene talento, así se pasen 50 años en talleres literarios, nunca van a salir de su esfera. Para ser escritor se requiere mucho más que un taller.
-¿Qué se requiere?
–Primero, que el que quiera serlo tenga la absoluta convicción, necesidad, deseo y determinación de serlo. Que sea una persona con una gran preparación cultural, que haya leído mucho. Que esté dispuesta a arrastrar todo lo que ser escritor implica: tener menos dinero que los demás, trabajar más que los demás, estar sujeto a una permanente lucha, a estar siempre enfrentado consigo mismo pero, independientemente de todo, que tenga una absoluta convicción de que eso es lo que quiere ser. Esto se va dando con los años, tras un permanente convencimiento de “yo quiero ser escritor” hasta llegar a un “soy escritor”.
El hombre que quiere ser escritor es un hombre, o una mujer, de raza, que determina, primero que nada, inclusive antes de sus condiciones personales, ser escritor.
-¿Cuál es su opinión sobre los jóvenes escritores chiapanecos?
–Es muy difícil hablar en términos generales de una población determinada, que además, cae en una esfera especial para mí porque tengo una gran deferencia por los chiapanecos. Inclusive, en algunas partes me han preguntado si soy chiapaneco por mi identificación. No lo soy, pero quisiera serlo. Por eso, tengo la idea de que cuando hablo de los chiapanecos siempre hay una luz detrás de mí que me está hablando del cariño que siento y entonces mi contestación nunca va a ser objetiva.
Chiapas ha tenido graves problemas desde el punto de vista narrativo. Desde el punto de vista poético, no soy un especialista aunque leo mucha poesía, creo que la figura de don Jaime Sabines, así como en Chile la figura de Pablo Neruda, aplastó a las siguientes generaciones. En el caso chiapaneco, la presencia y la figura de Jaime Sabines hizo que los poetas caminaran siempre en torno a esa gran figura, olvidando a otros poetas de gran envergadura que tiene Chiapas, como Óscar Oliva y Juan Bañuelos. Esos poetas no lograron dar el “porrazo” brutal porque la figura de Jaime Sabines estaba ahí y eso que vemos en dos o tres escritores lo podemos señalar de toda una generación. Chiapas necesita, respetando profundamente la figura y el trabajo de don Jaime, limpiarse de don Jaime, tener voces auténticas.
Por el lado de la narrativa, Chiapas se fue colgando de una mentira repetida mil veces: “En Chiapas das una patada a una piedra y sale un poeta”, “En Chiapas todos son poetas, hasta que demuestren lo contrario”, “Chiapas es poesía”. A Chiapas empezaron a colocarle la etiqueta de poesía y lo pobres narradores se fueron escondiendo, haciendo a un lado; lo que queda sin duda es la obra de Rosario Castellanos, que sin ser chiapaneca de nacimiento, lo era de sangre, y por tanto, la señalo como chiapaneca sin duda alguna… ahí quedó su trayectoria como gran narradora. Después de Rosario Castellanos ha habido intentos de buenos narradores pero ninguno ha alcanzado los mismos niveles.
Espero que las siguientes generaciones de narradores chiapanecos den de qué hablar. La lucha que hemos estado dando estos dos últimos años (en el taller) es para formar escritores; no he estado contento con los resultados, hace falta más presencia de la gente, como que hay un poco de abulia, de flojera, no se han entregado, salvo algunos. Deseo que en los siguientes años, la narrativa chiapaneca alcance ese punto que todavía no ha logrado en los últimos años.
-¿Cuál es la diferencia entre pensar como escritor y pensar como lector?
–Lo he dicho en el taller, entre el lector y el escritor tiene que haber una comunión. El autor tiene que pensar como lector y el lector como autor, el que quiere ser escritor, por supuesto. El lector tiene que ser un lector dedicado a la literatura, no un lector común. Un lector que quiere ser escritor es alguien que tiene que ver con lupa el trabajo que está haciendo y no sólo dejándose llevar por las frasecitas, o por lo especial que pudiera tener el texto, sino ver su arquitectura, el trasfondo, cómo está armado, cómo está solucionado, cuáles fueron los recursos utilizados para realizar de un texto literario un verdadero ensayo.
Que el lector, que también es autor, al leer sepa que está plantado frente a algo vivo que le puede dar resultados… que descubra cómo está armado por dentro ese texto y sin copiar, porque en literatura no se puede copiar, nunca hay dos textos iguales, puede darse cuenta de cuáles fueron los artilugios, las ideas, la maña, el oficio, el talento, la malicia para poder hacer ese texto y que a su vez, él aprenda esas formas en que se puede hacer un texto literario, entonces tiene que leer el texto con ojos de escritor y escribir con ojos de lector.
-¿Qué opina de que un escritor escribe mejor cuando está enamorado?
–Hay escritores que sí ya que hay un motor que les alienta. El escritor no es más que un ente sujeto a las temperancias de su externo y de su interno. No es un individuo solitario que está sentado en un rincón de su casa sin que los efluvios de la vida externa lo afecten. El escritor por el simple hecho de serlo no es mejor ni mayor ni es más importante que otro y sí puede funcionar con estímulos, es decir, un escritor que tiene un estímulo puede llevar mejor las cosas, hablo del amor pero en última instancia el escritor puede ser estimulado a base de una copa, a base de un dolor, a base de un recuerdo, algunos mediante la droga, yo nunca lo he hecho y no por problemas morales, simplemente a mí no me interesa la marihuana ni ninguna otra droga.
En ocasiones cuando se habla del amor, tema que a mí me interesa profundamente, el escritor funciona casi como un canto al ser amado, casi está escribiendo una elegía al hombre o la mujer amada porque cree que por mediación de sus palabras puede hacerle llegar ese amor, pero eso no es más que una creencia.
Creo que el escritor no puede funcionar a base de estímulos determinados, por eso no lo pondría como una receta.
-Entonces, ¿tampoco es cierto que una niñez infeliz es el mejor patrimonio de un escritor?
–No, creo que no. Conozco a muchos escritores de diversas partes del mundo y no creo que si fuera preguntándoles a cada uno de ellos, escritores muy buenos y algunos muy importantes, si una niñez infeliz los hizo ser escritores, no sería lo justo, porque si fuera así pondríamos una fábrica de escritores… Yo fui un niño absolutamente feliz. Lo que más recuerdo con mayor cariño en mi vida, es mi infancia en Tampico, nadando, pescando, buceando, en medio del calor comiendo guayabas y caminando semidesnudo por ahí, en las albercas.
Recuerdo mi niñez con un amor y con una pasión brutal; quizá mi problema sería que no hubiera querido dejar de ser niño. Hubiera querido ser siempre un niño metido en la laguna y tostado al sol. En mi caso no hay una niñez infeliz y conozco a muchos escritores que tampoco fueron niños infelices.
-¿Y qué opina de que las caricias soñadas son las mejores?
–Todo lo soñado es lo mejor porque es lo que no se alcanza.
-¿Escribe todos los días o sólo cuando hay inspiración?
–Escribo todos los días. No creo en la inspiración. El escritor profesional tiene que ser un individuo que escriba todos los días.
Mi familia y yo tenemos que comer todos los días y yo vivo de la escritura, no soy dueño de ningún patrimonio, ni soy un funcionario público, ni soy diputado, ni presidente municipal, ni soy dueño de una talabartería. Lo único que tengo es mis dedos y mi cabeza para escribir. Vivo de lo que venden mis libros, de mis conferencias, charlas, talleres, de lo que escribo en periódicos y revistas; todo alrededor de la literatura, entonces, pensar que tendría que comer cada vez que estuviera inspirado sería falso. Esto desde el punto de vista pragmático.
En cuanto a la creatividad, la inspiración es un elemento muy frágil. El escritor que se sienta frente a su máquina o su computadora todos los días, como si fuera una religión, a la hora o las dos horas, ya está escribiendo algo. El escritor que está caminando, o que está en el cine o en el futbol y siente que le llegó la inspiración a lo mejor tiene que salirse y entonces descubre que la inspiración es un elemento molesto porque lo ataca en los momentos menos precisos. Y no lo creo, la inspiración no es una prostituta o un duende que llega en la noche. La inspiración es el producto del trabajo y el esfuerzo, del oficio. Tampoco quiero decir que esa inspiración no se pueda convertir en algo brillante.
-¿Utiliza tarjetas de apuntes o todo lo deja a la memoria?
–Depende del libro que esté escribiendo pero, por regla general, cuando estoy escribiendo un libro que tenga una determinada configuración y necesite que deba ayudarme en ello, utilizó todos los recursos, desde el internet hasta libros y mapas.
Cuando estoy escribiendo un libro de determinado lugar en el que requiero información leo mucho y, sobre todo, voy al lugar de los hechos, para conocer el habla de la gente, los olores, los colores, los sabores, los sitios, las plantas, los animales, para poder escribir con un conocimiento de causa.

El mayor problema técnico para escribir es existir
-¿Qué autores han tenido influencia sobre su manera de narrar?
–No creo en los autores que consciente o inconsciente hayan influido en mi literatura. Esto es como los amores, los olores, los tiempos, los deseos. Los autores que determinaron mi obra literaria fueron a través de muchos años y no puedo señalar uno. Desde niño fui un gran lector, por lo que puedo decir que tuve diversas etapas de lector y desde muchísimos años antes de que me atreviera a escribir una sola línea leí a (Emilio) Salgari; era determinante para mí y estoy seguro de que de alguna manera, tal vez inconsciente, Salgari permea lo que escribo.
Acabo de terminar un libro que publicará la editorial Solar en su colección de erótica, un libro absolutamente erótico que va a causar ciertas molestias a los buenos oídos y las buenas conciencias y ahí está involucrado Salgari, que nada tiene de erótico, pero ahí están mis recuerdos funcionando.
¿Cómo puede un autor como Salgari influir cincuenta años después en mi literatura? Pues porque me fue importante. Y así como lo fue Salgari cuando fui niño, quizá cuando fui joven lo fue Hermann Hesse o Julio Cortázar, o infinidad de autores, de tal manera que tendría que hacer una larga lista no sólo de los autores que han influido en mi existencia literaria sino de los que en su tiempo fueron valiosos.
Tal vez ahora no volvería a leer a Salgari ni a Michel Zevaco otro de mis autores más que preferidos. Mis padres se mostraban a veces sorprendidos de que un chico como yo, que era absolutamente diabólico, que jugaba futbol, que hacía toda clase de canalladas, que era de verdad un problema en mi casa, peleonero, trompeador, tuviera largos días metido en casa leyendo a Michel Zevaco. Creo que a mi padre le gustaba que fuera un chico normal, más que normal porque era muy guerroso, y al mismo tiempo fuera tan absolutamente lector.
Mi padre fue un gran lector, un hombre que escribió muchos libros, 15, y mi abuelo, Rafael Ramírez Castañeda, el creador de las escuelas rurales en México, escribió 175 libros; mi abuelo materno, don Atenógenes Heredia, también era un hombre al que le gustaba mucho la lectura, de tal manera que desde niño yo tuve a mi alrededor la literatura, esto significa que un escritor –supongo que les sucederá a otros– no puede tener dos o cinco o diez autores que le hayan sido decisivos en su historia sino es toda una vida de lecturas. Es en diferentes etapas que se hacen presentes, de tal a tal año es uno, de tal a tal año es otro, y así… Si hay que ajustarse a una realidad muy definitoria, entonces señalaría a (James) Joyce, Henry Miller, (Franz) Kafka, (Fiodor Mijailovich) Dostoievsky, Gabriel García Márquez, don Julio Cortázar, Emilio Salgari, Hermann Hess, una cantidad terrible de autores que de alguna manera son mis héroes literarios, y estoy seguro que inconscientemente trato de emularlos, aunque no escribir igual sino simplemente tener elementos de ellos.
-¿Cuál ha sido el mayor problema técnico que ha enfrentado al escribir?
–Eso es muy difícil de contestar. El mayor problema técnico es existir, carajo. No hay un mayor o menor, siempre hay un problema técnico. Simplemente sentarse frente a la máquina todos los días en la mañana, ya es un problema técnico; a veces algunas novelas tienen un grado mayor de dificultad que otra. Creo que el mayor problema de un escritor es escribir.
-¿Y qué le ha resultado más sencillo: la crónica, el cuento, la novela o el teatro?
–Nada es sencillo. Cada uno tiene sus bemoles, sus caminos, sus funcionamientos… Cada género literario tiene su sintaxis, su visualización, sus objetivos; no hay nada sencillo. En literatura, quien diga: este género es más sencillo, es que no sabe de literatura. ¿Qué es más sencillo, construir un puente en el Paraná o un puente en el Mato Grosso? Las dificultades son las mismas. Para mí todos los géneros son muy difíciles y tengo que arriesgar mucho con ellos.
He dejado el teatro porque ahí entraban otras consideraciones extraliterarias. El teatro se escribe con la misma consideración, fuerza, intensidad y con los mismos peligros, esfuerzos y dificultades, pero al acabar la obra entran otros elementos. Cuando acabo una novela me enfrento a mi editor, que por fortuna tengo el mejor del mundo (Alfaguara), le entrego mi novela y ya no tengo ningún otro problema. En el teatro, no. Termino el libro y tengo que llevarlo a un director que lo lea, después el director tiene que contratar a los actores y después hay que vender los boletos si no los actores, el director y yo, no comemos. Tengo que andar tocando la puerta a diez mil personas. En la novela sólo somos mi editor y yo. Por eso he dejado el teatro, aunque no por completo. En la vida no se deja nada. En algún momento volveré a escribir teatro. Tengo amigos, como Víctor Hugo Rascón Banda, que me alientan y el ir a ver mis obras al teatro me da un gran gusto, entonces pienso que eso si es verdaderamente la creación, la magia: de la nada salieron las palabras, se pusieron en el papel, de ese papel se hizo un libro y ahora esta gente de repente abre la cortina y se oyen las palabras, entonces digo, mira eso yo lo inventé… me gusta esa magia.
-Una vez que ha escrito un texto, ¿cuánto tiempo lo deja “enfriar” antes de revisarlo?
–Depende del texto, del momento, del temperamento con que me encuentre. Escribo un textos muchas veces, lo corrijo muchísimas veces antes de poder señalar que está terminado en su primera etapa. Lo puedo dejar por meses, tres, cuatro, cinco, y pueden suceder cosas: que diga ya está bien o que diga hay que cambiarle, ajustarle. También hay trabajos que nunca salen; tengo una novela que ya está terminada pero que no estoy conforme, aunque esté seguro que si la llevo a mis editores la publican.
Mi primer libro lo publiqué a los 22 años. Si hubiera tenido mayor prudencia, mayor estabilidad mental no hubiera publicado muchos de mis libros o los hubiera publicado de otra manera, pero en este momento ya tengo la capacidad para decir esto sí, esto no, o esto que se espere. Esto es algo que cada autor debe entender y sentir como parte primordial de su existencia y saber que cada libro y autor tiene sus propias reglas. Esto no podemos generalizarlo. Por fortuna, la literatura no es de recetas de cocina. Cada etapa tiene su momento difícil, lo que la hace absolutamente encantadora porque no hay nada que se repita.
-Y ya publicados, ¿los vuelve a leer?
–Noooo, no, no. Ya los he leído lo suficiente. Nuca he vuelto a leer un libro mío ya publicado. No quiero decir que no les he echado una mirada o que no haya tenido, por necesidad o por alguna petición, que leer algún fragmento. Pero de principio a fin, ninguno. Ni loco. Y algunos libros de los años 70´s no quiero ni siquiera verlos.
-¿Qué opina de que todo relato empieza con un final?
–La diferencia entre el periodista y el escritor es que el primero escribe sobre lo que sabe, el narrador escribe sobre lo que cree que no sabe, pero sabe. Cuando el escritor es un hombre que ya tiene oficio y malicia intuye cuál debe ser el final. Aunque no lo tenga muy claro. Cuando comienzo a escribir, toda la metodología interna de mi cerebro está funcionando para ese final que aún no lo tengo claro, pero que en mi cerebro sí está claro. El género cuento es muy parecido a la vida y la novela es quizá, también, un cuento pero más largo. Cuando el niño sale del vientre de su madre empieza a vivir pero también a morir, el cuento es así, conforme va avanzando va creando las condiciones para su final; para eso se requiere oficio, talento, imaginación. Puedo escribir buenos o malos cuentos pero esos son los elementos que debo buscar en mi vida para escribir, eso es lo que tienen que entender los compañeros de los talleres literarios: escribir no es una tarea sencilla. Es una tarea en donde tienen que involucrarse mucho tiempo.
-¿Sus personajes están basados en personas reales?
–Es una pregunta muy general, la respuesta sería sí y no. Pueden tener 99 elementos de una persona real y uno irreal o pueden tener 99 elementos irreales y uno de una persona real. Inclusive, hay personajes que se parecen unos a otros. Todo está en función del texto literario.
-¿Usted se ha convertido en alguno de sus personajes?
–No de una manera determinante. Debe haber cosas en muchos personajes pero, conforme el tiempo pasa, cada vez me voy alejando más de ellos. Al principio, como todo escritor novato, el mundo giraba alrededor de mi porque no tenía otras cosas, más adelante el mundo fue girando con su propia velocidad y yo no soy más que un relatante del mundo y lo que menos me importa dentro de esos narradores soy yo.
Primero limpié mis neurosis, escribí un libro en los 70’s que se llamaba Camandola en donde eché fuera todos mis angustias, todos mi dolores; a partir de ese momento empecé a caminar por un sendero en donde nada tenía que ver con la literatura, como personaje.
-¿Se ha molestado alguna vez con uno de sus personajes?
–No. Los personajes me pueden desagradar como personas, pero si me están desagradando es porque me están agradando literariamente, lo que significa que están bien logrados, trabajados, bien construidos. Realmente no tengo una relación muy precisa con los personajes; ellos son parte de un entorno que, estoy muy consciente, no es mi vida. No me desagrado con ellos. Los personajes funcionan por su lado. Son parte de un mundo que no es mío.
-¿Cómo elige el nombre de sus personajes?
–Lo que primero hago es definir a los personajes, cómo son: gordos, flacos, altos, chaparros, prietos, güeros. Después cuál es su forma de vestir, de manejar las manos, su forma de hablar, etcétera. Posteriormente qué filias y qué fobias tienen. Cuáles son sus maneras, sus manías. Ya definido totalmente le doy el nombre que corresponda a esas características y no al revés.
-¿Es cierto que ya todo está narrado?
–Sí. No hay ningún tema nuevo, lo que tiene que hacer el escritor es cambiar las formas de presentarlo para que lo ya conocido, parezca nuevo.
-¿Me puede hablar sobre lo que está escribiendo?
–No. En ese sentido soy muy supersticioso.
-¿Y qué está leyendo?
–Leo varios libros a la vez. Es una mala costumbre pero ya la tengo dominada. Estoy leyendo una novela del maestro Carlos Fuentes que se llama La silla del Águila y una novela de David Martín Del Campo titulada Después de muertos.
-A sus 61 años ¿cuántos libros ha leído?
–No sé. No tengo la menor idea pero han de ser varios miles.
-¿Cuál fue el primer libro que leyó sin que fuera una tarea escolar?
–Un libro de un autor italiano que se llama Edmundo De Amicis que se llama Corazón, diario de un niño.

-¿A qué edad?
–A los 6 o 7 años. Fui un niño medio precoz, entré a la primaria –en esos años se permitía– a la edad de 5 años y ya leía desde antes porque mi padre y mi abuelo me permitieron la entrada a ese mundo de los libros. Tal vez antes hubiera leído otros libritos de cuentos como Tantarín de Tarascón, pero un libro más formal fue Corazón, diario de un niño y lo recuerdo con gran nitidez.
-¿Qué libros influyeron más en usted?
–En la primera parte de mi vida Emilio Salgari y Michel Zevaco, creo que ambos me enseñaron a ser buen lector. No quiero decir que influyeron en mi literatura pero sí en mi carrera de lector.
-¿Es cierto que quien no tiene oído no será un buen escritor?
–Depende. El que trata de reproducir los sonidos y las palabras de la gente sí. También existen escritores, en donde intentaría colocarme, que más que reproducir los sonidos y las palabras de la gente y su tonalidad, intento construir un lenguaje que parezca pero que no es, es un lenguaje construido.
La felicidad consiste en perseguirla
-¿Corridos o boleros?
–Boleros.
-¿Cuál es su favorito?
–La Señal, de Álvaro Carrillo.
-Si la poesía es como el pan (por lo que se debe compartir), la prosa es como…
–Una baguette, que también hay que compartir, nada más que tiene más aderezos. Y no siempre los aderezos son mejores, en ocasiones el pan solo sabe mejor.
-La novela perfecta:
–No existe todavía, ni se acerca mucho a la perfección. Si hubiera una novela perfecta en ese momento se acaba la literatura; siempre debe haber una nueva forma, una nueva modalidad, una manera. La novela perfecta no existe aunque se busca la perfección. Todo autor en el mundo, por más famoso que sea, intenta escribir la novela perfecta y puede acercarse pero no llega a ser perfecta porque la perfección no existe.
-Entonces tampoco existe el cuento perfecto:
–Tampoco existe.
-El cuento que más ha disfrutado escribir:
(Después de pensarlo unos segundos) –Todos. Disfruto lo que estoy haciendo en ese momento; cuando el texto, cuento o novela, ha terminado y ya no es mío, es decir, sale publicado y la gente lo lee ya no puedo disfrutarlo. Pero en el proceso de la creación, que es el disfrute, el gozo, el dolor, la angustia, la brillantez, la negrura… El creador disfruta de todos los conceptos. Si se precia de serlo, el escritor tiene que estar muy consciente de que la construcción de su trabajo implica una entrega y ésta siempre es dolorosa, aunque no siempre es dolorosa de dolor; el parto también es doloroso pero al mismo tiempo es festivo y gozoso. Yo gozo con cualquiera de los textos que esté escribiendo, lo que podríamos pensar es con qué cuento, qué libro o qué novela he tenido un disfrute después de la creación, porque después de pasado un tiempo uno puede quedar más satisfecho con uno que con el otro, aunque, en última instancia, esa insatisfacción es permanente. Siempre, por lo menos yo, quedo con la sensación de que algo faltó, de que algo se dio pero que no pude detectar y me quedo con la duda y esa duda es la que implica la no perfección; si no existiera la duda aparentemente fuera perfecto.
-Futbol no, toros sí ¿por qué?
–El futbol es un deporte al que no odio, ni mucho menos, pero no soy aficionado ni voy a verlo porque no me interesa. La diferencia sustancial con los toros es que el futbol es un deporte y los toros son una expresión de arte. A mí no me importa ver a un torero que no sea un artista, que se dedique a ser torerías, valga decir esa palabra que no existe, mediante el poder, la fuerza o el dogmatismo taurino. Lo que me importa de un torero es la configuración que se hace para realizar en un momento, casi de segundos, el arte. El arte taurino es el más efímero que existe porque en el breve espacio que dura el lance (con la capa) o el pase (con la muleta), que son cuatro o cinco segundos, es donde se da su esplendor; eso no puede ser repetible, aun cuando lo vuelva uno a ver en película o en video, en una escultura o en una pintura, sólo el que lo vio en la plaza puede tener la sensación inmensa, ese placer brutal que existe y se manifiesta en el cuerpo al sentir ese momento tan brillantemente corto. Es un arte efímero, por eso no puedo más que compararlo con las otras expresiones del arte y no con alguna expresión deportiva. La fiesta de los toros no es un deporte aunque, en México, lo colocan en los periódicos deportivos y cuando hablan en televisión lo incluyen en la sección de deportes; no debe ser así, la fiesta taurina debe ser analizada en la sección cultural de los periódicos y en los noticiarios televisivos en el espectáculo cultural, los toros son igual que una ópera, sólo que el toreo no tiene un guión, éste se va escribiendo en el momento mismo que se está realizando.
-Para usted, ¿qué es el mar?
–Para mí representa todo. Nací junto al mar pero no solamente por eso me llama profundamente la atención. El mar es el principio y el fin de la vida; de ahí nace la naturaleza y de ahí nace el hombre pero, independientemente de estas razones que aparentemente son lugares comunes, podría señalar que para mí el mar es el descanso, la vitalidad, la fuerza, la intensidad, el gusto, el sentirme muy cercano a la presencia, no de Dios, pero sí a la del infinito porque parado junto al mar y en la soledad, se da uno cuenta de su infinita y pequeña estatura física y moral ante la inmensidad que representa algo tan bello como el mar.
Le he escrito mucho al mar, tengo muchos libros, cuentos, fragmentos, etcétera, en donde el mar es siempre un ser omnipresente que está colocado en todas partes porque para mí representa todo, paradójicamente, siendo un hombre del mar, vivo lejos del mar, en dos ciudades que están lejos del mar: México y Madrid. Y aun cuando voy a lugares que están cerca del mar, no me he metido en él porque no he tenido la posibilidad.
Hace poco estuve en Santo Domingo, que es una ciudad frente al mar pero que, al igual que en La Habana, es un lugar lleno de rocas y es imposible meterse al mar. Yo gozo y espero algún día pasarme una larga temporada frente al mar, metiéndome y jugando con el mar. Cuando fui joven y todavía no existía Cancún, viví varios meses en Isla Mujeres y trabajé de lanchero junto con otros compañeros de aquellas épocas, que vivían en Isla Mujeres: el “Chilero” Martínez, el “Picho” Magaña, que espero todavía vivan si no es que se los comió el trago y las gringas, porque ahí había mucho de eso. Entonces, yo trabajaba con el mar, junto al mar, para el mar y comía del mar, siempre me ha quedado ese recuerdo, y cada vez que me encuentro en situaciones dolorosas o con angustias o con depresiones, pienso en el mar como la salida absoluta de todos mis males.
No me gustan las montañas, no me gusta el frío; soy feliz donde hay calor, aquí, en Tuxtla Gutiérrez, me siento absolutamente cómodo, el calor no me afecta, ni me molesta, ni me desgasta, ni mucho menos. Los mares del norte que me ha tocado pasar en Islandia, en Inglaterra, en el norte de Francia o en el norte de España, donde el mar es muy bonito pero es muy frío, inclusive el mar mediterráneo no me resulta agradable porque es frío y está lleno de piedras. Para mí el mar es sinónimo de tropical, con palmeras, con calor, arena blanca, con playas tibias, eso es para mí el mar. l
-¿Y la felicidad?
–La felicidad consiste en perseguirla.
-¿Obscenidad, pornografía o violencia?
–Todo es válido para la literatura. Creo que la pornografía es el erotismo sin chiste y la violencia es parte de la vida. La obscenidad es cuestión de mentalidades. Si el asunto se trata con amor e intensidad, todos los aspectos y las fórmulas verbales se deshacen porque la pornografía se puede convertir en romance, la violencia se puede convertir en elegía y la obscenidad se puede convertir en intensidad, de manera que tan sólo es fórmula, conforme la sociedad lo marca. El ser humano es el que le da valores y antivalores a las palabras y a las acciones.
-Su novela erótica:
–No tengo una novela erótica per se, pero puedo hablar de toda la colección de La Sonrisa Vertical, que se edita en España, en la que hay novelas muy buenas como Las edades de Lulú, que es muy intensa. El riesgo que puede existir es que el erotismo se confunda con un pasquín de mala muerte, en donde se escribe para mentes que no tienen la apertura necesaria y que requieren precisamente de ese tipo de antivalores para estimularse sexualmente. Como sucede con las novelas policiacas, en donde el gran número de malos escritores y de malas novelas han hecho que el género policiaco pueda parecer cliché y ser un mal género o ser considerado como un género menor.
En cuanto a las buenas novelas eróticas está El amante de Lady Chaterley, de D.H. Lawrence, que es una estupenda novela y es absolutamente erótica, o las novelas duras y violentas como las que tratan del sexo del Marqués de Sade: Justin o los infortunios de la virtud, La filosofía en el tocador, Los 120 días de Sodoma, Valmor y Lidia, La nueva Justine; estas novelas que resultan duras y brutales transitan por el terreno aparentemente de la dureza, pero que están constituidas con otra forma y de otra manera. La novela erótica es una de las muchas fórmulas literarias existentes y no por eso debemos menospreciarla ni atacarla. Es tan importante como cualquier otro género o subgénero literario.
-En poesía, ¿Jaime Sabines u Octavio Paz?
–Sin duda, Jaime Sabines
-En bigotes: ¿Dalí o Zapata?
–Zapata
-¿Es cierto que en Tamaulipas se vive mejor?
–Para el que vive ahí, sí. Se vive bien en cualquier lado que uno quiera vivir bien. Yo no vivo en Tamaulipas desde hace mucho tiempo, salí de Tampico cuando tenía 8 años de edad. Aunque me queda muy poca familia ahí, sigo teniendo una raigambre muy fuerte en Tampico. Amo mi puerto casi con la locura, donde escribo casi siempre sale Tampico.
Ahora que estoy revisando el próximo libro que va a editar el Fondo de Cultura Económica, un libro de 570 páginas llamado La condición del tiempo, en donde reúnen 27 cuentos míos escritos a lo largo de diferente tiempo, me he dado cuenta de la gran influencia que ha tenido Tampico sobre mí, su mar, su calor, su humedad. Lamentablemente no puedo vivir ahí. Creo, sin embargo, que en Tampico como en otras partes del país, se vive con las mismas altibajas, es decir, la gente que vive en Tuxtla Gutiérrez debe tener problemas similares a los que viven en Tampico, en un país agobiado por el neoliberalismo, agobiado por los torpes problemas políticos que no se han manejado, un país con una dependencia brutal de Estados Unidos, cada vez más dura; una injerencia más profunda de los norteamericanos que, a veces, aunque nos demos cuenta, no queremos aceptar. Paradójicamente, el primer pueblo de Tamaulipas, el que está más pegado al mar se llama Bagdag. A ese Bagdag Estados Unidos no lo ha conquistado.
-¿Una copa de vino en un buen restaurante o una cerveza fría junto al mar?
–Sin duda, una cerveza fría junto al mar. También me gusta tomar un buen vino, especialmente si es de la Ribera del Duero, en un lugar, aunque no sea muy bueno pero que tenga intensidad, con una buena comida y sobre todo una buena compañía, pero una cerveza fría junto al mar, para mí, es sinónimo de la libertad.
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Rafael Ramírez Heredia nació en Tampico, Tamaulipas el 9 de enero de 1942. Maestro en historia de México, lleva toda una vida dedicada a la literatura. Paralelamente al oficio de escritor, se ha desempeñado como periodista, conductor de programas de radio y televisión, promotor cultural, conferencista en México y el extranjero, profesor de literatura y como director de talleres literarios.
Ha ganado diversos premios a nivel nacional, entre ellos el de teatro (1976), el de novela (1978) y el de cuento policiaco (1990). En el extranjero, en 1984 obtuvo el Premio Internacional Juan Rulfo que entrega el gobierno de Francia.
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Rafael Ramírez Heredia en la presentación de su libro «Otra vez el Santo», en el Centro Cultural de Chiapas Jaime Sabines. 2006
Fotografías: Mariauxilio Ballinas.
*Entrevista publicada en tres partes en el diario Expreso Chiapas, 27, 28 y 29 de mayo del 2003.