El amor es un escudo contra la maldad: Héctor Cortés Mandujano

El fin de semana concluyó el 14º Festival Internacional de las Culturas y las Artes Rosario Castellanos 2014, realizado en el municipio de Comitán de Domínguez, Chiapas, México, en el que se llevó a cabo un foro literario con la participación del escritor chiapaneco Héctor Cortés Mandujano, Premio Nacional de Novela Breve «Rosario Castellanos» 2004, quien dio lectura a fragmentos de su obra titulada “Aún corre sangre por las avenidas”.

Al respecto, Desmesuradas comparte con ustedes una entrevista con el escritor, en la que habla de esa novela y otra titulada “Mar en movimiento”, mención honorífica en el mismo certamen.

El amor es un escudo contra la maldad: Héctor Cortés Mandujano

Leticia Bárcenas González

Aún corre sangre por las avenidas es una crítica a la naturaleza humana, a partir de un crimen brutal registrado años atrás en Tuxtla Gutiérrez. La violencia, presente en toda la novela, deja ver el lado oscuro de una ciudad que puede ser cualquier parte del mundo, aunque sus personajes utilicen un lenguaje muy tuxtleco. Con esta obra, Cortés Mandujano, ha demostrado que se puede escribir sobre Chiapas sin hablar necesariamente de los indígenas y del movimiento zapatista, al mismo tiempo que borra la idea absurda de que sólo se puede hacer literatura desde el centro o norte del país, por lo que se siente satisfecho, aun cuando hubo gente a la que le molestó la temática y su forma de contarla, “no nos gusta ser criticados, nos encanta que nos halaguen, así es la naturaleza humana en general. Entiendo que hay gente que adora Tuxtla Gutiérrez, y que de pronto le puede parecer agresivo u ofensivo que alguien que no es de Tuxtla, como es mi caso, se refiera a su ciudad no en los términos en que a ellos les encantaría.”

Foto: Alexis Sánchez
Foto: Alexis Sánchez

En Aún corre sangre por las avenidas tocas “algunas partes oscuras de Tuxtla Gutiérrez”, como una forma de demostrar tu amor por esta ciudad. ¿Es una labor de la literatura decir la verdad?

—Sí, aunque no podría extenderlo hacia toda la literatura, pero por lo menos a la literatura que a mí me interesa escribir sí, y es una verdad que al final de cuentas es mía. No necesariamente tiene que ser avalada o compartida por todos los demás, al final de cuentas la verdad es algo tan intangible y tan huidiza que suponer que lo que tú dices es una verdad tan firme que nadie la puede socavar, sería una tontería, una vanidad, que por lo menos yo no tengo. Dentro de la novela digo cosas que me parecen denunciables, cosas que no me gustan, en esta circunstancia en la que me ha tocado vivir.

—Cuando obtuviste el Premio hubo gente muy molesta, no porque ganaras el Concurso sino por lo que decías de Tuxtla. ¿Aún te siguen invitando a salir del estado?

— (Risas) De momento no, pero aunque me inviten no les voy hacer caso. Digamos que como mi intención no es necesariamente hacerle el gusto a nadie no me preocupa mucho lo que puedan pensar, lo que sí me preocupa es escribir bien, contar bien, y tener claro que lo que digo puede ser una verdad para mí, aunque no necesariamente para los demás.

García Ponce señaló, en una entrevista, que la ventaja de la cultura es poder tocar zonas oscuras e iluminarlas. ¿Cómo se logra ese proceso?

—Bueno, habría que preguntarle a García Ponce (risas). Efectivamente, cuando hay algo que nadie comenta, que nadie dice pero que todos saben, en el momento que te acercas a ese hecho o a esa zona se puede caer en la cuenta de que es cierto, pero no estás descubriendo esa zona obscura porque esa zona obscura ya está ahí. Hace tiempo dije en otra parte de la República que Tuxtla Gutiérrez era una ciudad atravesada por un río de mierda y me dijeron: eso es mentira, y dije no, sí es cierto. Preguntaron que cómo la gente lo soporta, parecía absurdo pero todo mundo sabe eso del río Sabinal, no es algo oculto, el río pasa y apesta, pero justamente cuando hablé de ello en un programa de radio, la gente se indignó como que si estuviera diciendo una mentira, como que si el río Sabinal lo hubiese inventado yo o lo ensuciara yo solito. Creo que esta hipocresía generalizada que tenemos de enseñar sólo lo bonito, nos ha hecho daño. A estas alturas del partido debemos saber cómo somos los hombres y las mujeres. Ya nadie debería llamarse engañado, si estás pensando que somos seres ideales y angélicos estás equivocada.

—Dice Alejandro Jodorowsky que hay lugares en el mundo en los que habita un sufrimiento enorme, que cada uno de nosotros podría ayudar a aliviar: ¿Tu trabajo literario contribuye a ello?

—Por lo menos no de esa manera, no lo tengo como una cruzada porque creo además que no es necesariamente mi vocación, a mí no me gusta dar consejos que no me piden, pero trato de que, por las circunstancias justamente de lo que escribo, que lo que digo pueda ayudar a alguien. Hace tiempo cuando publiqué un libro (Lejos del reino de las hadas) y en un programa de radio estaba hablando de él, llamó una muchacha de preparatoria y dijo que me felicitaba y que le gustaba lo que escribía; el locutor le pregunto por qué si es un libro sobre la brutalidad, la violencia, la muerte. Y la niña dijo algo que a mí me asombró: porque nos enseña lo que no debemos hacer (risas). Evidentemente muchas de las cosas que yo toco pueden ser brutales, pueden ser tiernas, pueden ser de distintos modos, tal vez sí están buscando aliviar el dolor o por lo menos compartirlo. O quizá decir que lo podemos evitar de veras, y lo podemos evitar simplemente haciendo lo que nos toca sin pensar en que vamos a modificar al mundo, al mundo completo. Hace tiempo que platiqué con niños, a raíz de otro libro, y uno de ellos me preguntó qué podemos hacer para salvar al mar, le dije, mira no te preocupes por el mar preocúpate por salvar el río que pasa cerquita de tu casa, preocúpate por salvar el arbolito que esta ahí, muy cerquita de donde vives, échale agua, no mates ningún animal, trata en la medida de lo posible que hagas lo que hagas no dañe a otros, pero olvídate del mar, si haces lo que te toca puede que ayudes al mar de manera indirecta. A veces estamos preocupados por salvar al mundo, no mames, eso no se puede, o sea, no puedo salvar al mundo evidentemente pero sí puedo, tal vez, relacionarme bien con la gente que tengo al lado y eso me parece que puede servir, en este sentido puedes aliviar, si quieres, la soledad, el dolor, la falta de amor o de cariño de alguien que esté cerca de ti, y creo que eso basta, salvo que seas Buda o la madre Teresa de Calcuta, gente que ha decidido vivir la vida entregada a los otros, algo que yo no hago.

—¿La violencia también será una forma de demostrar amor?

—Sí, claro. Detrás de todos los asesinos y detrás de toda la gente que realiza actos espeluznantes, hay un niño, una niña que quería que la quisieran. Creo que, aunque suene muy cursi, el sentimiento amoroso que tengas cercano a ti funciona como una suerte de escudo contra la maldad, si te sientes amado y amas, creo que puedes, efectivamente, no matar a alguien, no herir a alguien, en términos generales, pero creo que alguien que no es amado, que no ha tenido la posibilidad de que lo amen y de amar pues tiene un rencor hacia el mundo y en ese momento lo representamos tú y yo, lo representamos un hombre y una mujer, y si el mundo me ha jodido, si el mundo está en contra mía, ¿por qué diablos tengo que respetar al mundo? Te puedes inmolar por los demás si te sientes amado y puedes matar a todos los demás si sientes que nadie te ama.

En Aún corre sangre por las avenidas uno de los personajes habla sobre su trabajo: hacer lucir bien a los cadáveres, y se describen algunas características importantes según el tipo de muerte que se haya tenido. Me intriga algo: ¿en verdad los ahorcados, antes de morir, eyaculan? ¿Las ahorcadas tendrán orgasmo?

—No sé. Bueno, es una pregunta complicada (risas). Los ahorcados eyaculan, es una cuestión médica incluso criminalística, que yo, como abogado, estudié en algún momento de mi vida. Hay una novela del Marqués de Sade en el que un tipo se cuelga en aras del placer, se cuelga de un lazo y en el momento en que eyacula, la chava que está con él corta el lazo para que no muera, entonces ese cuate regresa a la vida fascinado porque es la mejor eyaculación que ha tenido, después lo hace de manera constante, un artista de veras (risas). En el caso de las mujeres es más complejo pues se supone que sólo existe el orgasmo clitórico, entonces…salvo que las colgaran de ahí (risas).

—No creo que sientan mucho placer (risas).

—Tampoco yo. El asunto de la eyaculación está relacionado con otra cosa, con algo orgánico que tenemos los hombres y que las mujeres no (risas).

—Retomando la novela y ese mundo de carencias de tu personaje niño. ¿Alguna vez has experimentado el hambre feroz, el frío que deja sin aliento, el miedo que cala los huesos?

—He tenido mucha hambre en momentos de mi vida, especialmente cuando fui adolescente y coincidimos, mis hermanos, mi mamá y yo, y vivíamos en una casa pero teníamos muchas necesidades, no todos teníamos trabajo e íbamos cascareando y había días en que no teníamos ni para comprar tortillas, entonces no comíamos sólo tomábamos agua para pasarla, pero nunca me pareció que eso fuera un hambre feroz. El frío que deja sin aliento sí, porque soy muy friolento. Un día íbamos a Guadalajara en un camión a presentar una obra de teatro mía: “La muerte, esa bestia negra”, que fue elegida para ser representada en la muestra nacional de teatro en Guadalajara, pasamos de madrugada por Toluca y la verdad es que me sentí morir, fue como una hora en que yo no sabía qué hacer, no me quería mover, quería gritar, fue una de las cosas más espantosas que me ha pasado en la vida, un frío brutal, brutal. Miedo. Fui un niño miedoso, le tenía miedo a lo sobrenatural y a algunos animales del campo, después le he ido teniendo miedo a otras cosas pero nunca he sentido un miedo paralizante, así de espeluznante que no me permita moverme, no. Soy muy racional, lamentablemente, cada vez me vuelvo más racional, tengo miedo a menos cosas.

—Dices ser más Eros que Tánatos, pero ¿alguna vez has deseado morir?

—Sí, como todos. Tal vez haya alguien que no y lo felicito desde aquí, pero yo sí, varias veces. Especialmente en la adolescencia. Mi adolescencia y creo que la de todos los hombres o de la mayoría, por lo menos, es terrible porque va en contra de todas tus certezas. Va en contra de la infancia que es fundamental. La adolescencia te ingresa a la vulgaridad de la vida y entonces no te gusta nada. Vas descubriendo el mundo de veras. Cuando eres niño te pueden pasar las cosas más terribles del planeta y las tomas con mucha ligereza, sufres, lloras y luego te pones feliz con casi nada. Digamos que se necesita mucho para que un niño no sea feliz porque tienen espacios para ser feliz aún en las situaciones más desgraciadas y más terribles, pero la adolescencia es, creo, la parte más desagradable de los hombres, no sé de las mujeres, parece que a ellas no les da tan duro ese asunto. No te queda el cuerpo, los huesos son más grandes. Tu cuerpo es como un traje que no te viene, te queda mal. Descubres ahí también, para bien o para mal, el sexo como una fuerza impresionante, descubres las diferencias sociales, descubres si eres guapo o feo, idiota o inteligente, seguro o inseguro y todo te cae de madrazo. Sin que nadie te haya anticipado que en ese momento tienes que definir casi todo lo que te queda enfrente: si eres heterosexual u homosexual, si vas a ser mujeriego o te vas a concentrar en una sola mujer, si vas a jugar futbol o no, no sé, es una cantidad impresionante de cosas que tienes que decidir y todos los mensajes son contradictorios, entonces es horrible. Yo tuve la suerte, desde la infancia, de encontrarme mujeres maravillosas que me fueron ayudando a reconocerme como ser humano y como hombre. Y en la adolescencia, las bendigo también desde aquí, tuve la suerte de encontrarme mujeres maravillosas que no sólo me enseñaron varias cosas en el terreno sexual sino me dieron varios ejemplos que no he olvidado. Cuando encuentras un nuevo placer es como cuando a un niño le regalas muchos dulces, como que quiere probarlos todos, comerlos todos, y luego va descubriendo que no todos son sabrosos, que no todos le gustan. Así es el enfrentamiento que tienes con lo erótico, te lastima a veces, te gusta mucho; evidentemente, a partir de eso fui descubriendo que me gusta más el placer que el dolor y por eso, en ese sentido, soy erótico, no porque considere que (risas) tenga las capacidades de Don Juan, pero no me interesa sufrir, no tengo ningún interés por sufrir. Me interesa más el placer, no sólo el sexual, sino cualquier placer.

Foto: Alexis Sánchez
Foto: Alexis Sánchez

Escribir es algo irremediable

Poseedor de un profundo compromiso creativo, Héctor explora nuevas formas de contar, lo mismo la realidad en que le tocó vivir que lo que le dicta la fantasía, como su novela Mar en movimiento, en la que una familia se ve transformada en fantasmas mientras unos invasores usurpan su lugar. “Es una novela del perdón porque la familia de Álvaro pudo haberse vengado de los invasores; sin embargo, no sólo no lo hacen sino que los ayudan para que sean felices.”

—¿Héctor Cortés tiene fantasmas? ¿Cuáles son?

— (Risas) Si tengo varios. Muchos, que están relacionados casi todos con la familia. El recurrente es que tal vez me hubiera encantado tener una familia convencional, no la tuve. Tal vez me hubiese encantado lograr relaciones fraternales con mis hermanos, no las tengo. Me hubiese gustado ser un hombre conformista de mi relación con las mujeres, o sea, me hubiese gustado tener una mujer de la que me hubiera enamorado desde los catorce años y vivir con ella todo el tiempo. Me hubiera encantado ser el hombre de una sola mujer, no lo soy. (Risas.) Hay muchas cosas que creo me hubiesen gustado, como dedicar mi vida a ayudar a los demás, en algún momento lo pensé cuando era adolescente, no lo he hecho. Y quién sabe si lo haga. Existen cosas que creo pude haber hecho y no hice. Y hay algunas que tal vez no haga y que van a seguir gravitando en mi conciencia y en mi modo de entender el mundo como cosas que hubiesen sido interesantes, importantes, mágicas incluso, para mi desarrollo como persona pero uno es lo que es y tampoco me siento muy incómodo en ser como soy, entonces, digamos que he ido logrando -a estas alturas también sería un tonto si no lo hubiera hecho- un equilibrio entre lo que quiero y lo que puedo, entre lo que soy y lo que me hubiera gustado ser. En ese sentido, en ese equilibrio precario que tengo, no estoy tan inconforme con lo que he logrado entender en el mundo y tampoco estoy tan inconforme con lo que soy.

—¿Qué es la familia para ti?

—Ayy, la familia, criadero de alacranes, dijo Octavio Paz. No tengo un concepto de familia en el sentido convencional. Mis papás no fueron papás convencionales: mi mamá era una mujer seca, sin capacidad de expresar cariño, amor. Que tampoco ella tenía la culpa, así la educaron. Mi papá, por otro lado, era un tipo divertido, generoso, pero no necesariamente con nosotros. Yo admiré y quise mucho a mi papá pero no dejo de reconocer que era un tipo extraordinariamente irresponsable. Con mis hermanos tengo muy poco que ver, entonces no tengo esta imagen previa de la familia, no es una gran imagen. Ahora, con la familia que tengo, me problematiza mucho el ser papá. Evidentemente quiero mucho a mi hija y siempre he estado cerca de ella pero el papel de papá no es un papel que me agrade demasiado y creo, también, que tampoco es un papel que haga con mucha brillantez (risas). Habría que preguntarle a mi hija, pero por lo menos la imagen ideal que tengo de padre no soy yo. Por el otro lado, en el terreno de marido, de esposo, tampoco creo que soy así como la lotería, entonces, creo que mi mujer es maravillosa pero no siento que estoy a la altura de sus maravillas porque, lamentablemente, no soy un hombre que tenga como prioridad ser el mejor esposo o mucho interés en casar, antes sí lo tenía, idealmente con la imagen que los demás puedan tener de mí; antes me preocupaba el asunto de la amistad, del amor, de la paternidad y todo eso, en función de lo que los demás piensan que debe ser, pero cada vez me he ido convenciendo que al final de cuentas lo que me interesa es ser lo más cercano a la honestidad que pueda y no andar haciéndome bolas con que soy el mejor padre, soy el mejor esposo, soy el mejor amigo, porque no es cierto, entonces trato de ser honesto conmigo y con los que me rodean y doy lo que puedo y lo que quiero y hasta ahí llego.

—En esta novela hay un cuadro que es muy importante, fundamental, y es precisamente sobre el mar, ¿qué significa para ti?

— (Risas.) Tengo, por lo menos ya, dos novelas sobre el mar: Mar en movimiento y Vanterros que se desarrolla en el mar fundamentalmente, es curioso porque soy de tierra adentro y no conocía el mar hasta los seis años, en que fui con mi mamá, entonces, creo, debe haber un lazo muy afectivo con el mar por ese viaje que hice con ella. A esa edad no te das cuenta que tu mamá es de determinada forma y la quieres y aceptas todo lo que te dé, sea una nalgada o un beso, sin mayores problemas. Recuerdo mucho que encontramos moneditas en la playa y es un recuerdo muy grato el que tengo. Después, ya un poco mayor, regresé al mar. Lo que tengo es una relación muy extraña con el mar porque me meto mucho nadando y estuve a punto de ahogarme varias veces. Ahora ya no, la edad te va volviendo más prudente o más cobarde. Pero en mi juventud estuve a punto de ahogarme muchas veces. El agua, en mí, despierta una sensación inexplicable de querer meterme, de entregarme, de cogerme al mar. (Risas).

—El mar es hombre. (Risas).

—A la mar. (Más risas).

—En la novela Mar en movimiento, los personajes, rehenes de un maleficio, se vuelven fantasmas. ¿Tú eres un rehén de la literatura?

—No un rehén. Creo que soy un hombre que voluntariamente, o no sé si involuntariamente, se ha entregado a la escritura. He ido descubriendo poco a poco, y creo que de manera muy lenta, que en lo único que he sido constante y lo único que me apasiona verdaderamente, que no me aburre y que no puedo dejar de hacer es escribir y leer, por eso no me siento un rehén sino realmente feliz, de que si la elección ha sido de la literatura, me haya elegido a mí. Me siento muy seducido por la literatura. Creo que mi vida completa gravita en torno a ella. Me gusta, a veces, más la literatura que la vida directa. Me apasiona leer y disfruto mucho cuando descubro una frase afortunada, hay muchos libros geniales, maravillosos, y cuando escribo y encuentro que lo que escribo puede tener un contacto con el otro, entonces digo: újule, lo logré. Entonces, no, rehén no, me siento como un hijo de la literatura. La literatura como una gran madre amorosa que me ha dado alegría, placeres.

—Entonces, escribir, no es una cuestión de actitud.

—Creo que el escritor verdadero, no quiero decir que necesariamente yo lo sea, no quiero sonar pretencioso, pero escribir es algo irremediable. En mi caso hay un momento en que acepto que soy escritor porque al principio no lo hacía. Y ser escritor implica que, aunque trabaje en otras cosas mucho, aunque me tenga que desvelar, aunque no haga muchas cosas, tengo que preservar el espacio de lectura y escritura para que yo sea feliz. Sin leer y escribir yo no podría alcanzar la felicidad, aunque me pusieran los placeres de todo tipo en mi mesa. Es decir, para mí la felicidad está ligada a la literatura.

—Dice Jodorowsky que el acto poético es una llamada a la realidad loca, chocante, maravillosa y cruel. ¿La narrativa cumple la misma función?

—No creo mucho en esas divisiones. Creo que hay narradores que son poetas y poetas que no son poetas. La poesía no es poner las líneas de determinado modo. Antes, a los escritores simplemente se les decía poetas y luego empezó a hacerse la división entre poetas y narradores. Hay poetas que me entusiasman mucho y hay poetas que, desde mi punto de vista, no valen la pena. Entonces creo que es una división engañosa y que la buena literatura, como todo lo que es bueno, te vuelve otra cosa. Hasta la comida, si tienes el privilegio de comer un buen platillo, eres otro. Si tomas un magnifico vino, te transformas. Si lees un libro maravilloso, no importa que sea una novela, un ensayo, un poema; si oyes una canción bien hecha, si vas a una sinfonía y los músicos están inspirados, si eres capaz de apreciar la noche, de gozar con un árbol, con las nubes. Tienes un impacto emocional y emotivo que te transforma y creo que eso lo puedes lograr con la literatura. Transformarte, y allí se pulverizan los géneros y sólo hay lo bueno y lo malo.

—¿Aún corre sangre por las avenidas y Mar en movimiento representan a dos Héctor Cortés Mandujano, el que ama con la verdad y el que enamora con la ficción?

—(Risas) No sé, me representas porque soy así de complicado. Hace tiempo acababa de presentar Carámbura y salió Beber del espejo, entonces me decían, oye, uno es un libro para niños y el otro es casi un libro pornográfico, a lo que respondí: es que así soy yo. (Risas). No tengo problema para aceptar la parte de niño que tengo, ni tengo problema para llamarme de cualquier modo y evidentemente no tengo tampoco ningún problema para decir las cosas que me parece que están mal; soy un hombre atravesado por un montón de factores, desde los meramente familiares hasta los que se han desarrollado a partir de mi visión del mundo, entonces, Mar en movimiento se me hace que es una novela muy imaginativa y espero que muy amable para quien la lea. Aún corre sangre por las avenidas, es un libro fuerte. Es un libro que te avienta demasiadas cosas violentas a la cara pero creo que al final de cuentas me muevo en esos extremos.

Terminé de escribí un libro que es exclusivamente para niños ingenuos y terminé recientemente una novela que se llama En memoria de los que hemos sido desdichados, que igual es una novela brutal que examina los componentes humanos del hombre y la mujer y del porqué decidimos matar a alguien. Es una novela también sobre la muerte violenta pero desde una perspectiva más ensayística, más filosófica del por qué somos violentos.

—¿Y esa cuando saldrá?

—No sé, cuando alguien la publique. (Risas).

—¿Alguna vez te has sentido encerrado en tu propio cuerpo?

—Bueno, siempre estoy encerrado en mi propio cuerpo, lamentablemente. Creo, hay varias posibilidades de salirte de tu cuerpo, una es el sueño, las otras son las drogas, el alcohol, las drogas duras, a las que no me he acercado demasiado. La otra, obviamente, es el placer. Cuando sientes mucho placer ya no sabes lo que eres. Y la más constante, para mi, ha sido la literatura, es decir, puedo llorar fácilmente con un poema, puedo sentirme conmocionado con la muerte de un personaje en una novela y en ese momento no sé quién soy, es decir soy placer, dolor, soy algo que no necesariamente está dentro de mí mismo y he logrado también como regalos magníficos: cuando veo un atardecer o como hace poco, que fui a San Cristóbal, y vi cómo iba subiendo la neblina, de veras, sentí que estaba a punto de morirme, son cosas que me producen mucho placer y ante las cuales estoy indefenso también y cuando algo me produce un placer inmenso, me hace suponer que soy algo más que este cuerpo que soy. Y me parece que esa es la función nuestra, la de todos los seres humanos: descubrir eso que llamaba sonidos negros Federico García Lorca. El momento en que no eres tú y que estás integrado a algo y ese algo te produce placer total. Qué me lo produce, ya te lo decía, la literatura, pero también la naturaleza y también el placer erótico y algunos otros placeres.

¿Qué ha hecho el tiempo con Héctor Cortés, el escritor?

—Me ha responsabilizado más. Algo que me gusta y que no me gusta. Me ha comprometido conmigo y me ha hecho darme cuenta de que entre más leo más ignorante soy, que entre más logros pueda adquirir más humilde tengo que ser. Creo que he avanzado como escritor porque he logrado entender que escribir o tener cierto éxito como escritor no es algo que te debe hacer vanidoso, no puedes creer que eres mejor que alguien porque puedas escribir una página relativamente bien escrita. Creo que te responsabiliza también contigo porque, ya lo he dicho, de repente estoy de madrugada leyendo o escribiendo y a veces pienso ¿para quién estoy haciendo esto? Nadie me lo pide, si dejara de escribir ahorita, si no publicara nunca más un libro el mundo seguiría tal cual sigue.

—Entonces, sí piensas en tus lectores.

—Sí, pero pienso más en mí. Es decir, de pronto estoy encerrado en la madrugada con un libro pero estoy tratando de dejar de leerlo porque me tengo que levantar temprano para venir al trabajo y estoy escribiendo y dejo de ir al cine, dejo de hacer otras cosas por meterme a escribir pero pienso, bueno, ¿por qué lo hago? Lo hago porque eso me hace feliz y si soy un hombre feliz, lo más feliz que pueda, evidentemente voy a hacer mejor las cosas y la gente que está en mi entorno va a tener más ganas de acercarse a mí y platicar conmigo y de verme porque no estoy amargado por las circunstancias. Tengo un gran agradecimiento para la gente miserable que he encontrado en mi vida porque me he dado cuenta que no quiero ser como ellos y también estoy profundamente agradecido por la gente maravillosa que he tenido la suerte de encontrarme porque aprendo que quiero ser tan generoso como tal amigo, tan sonriente como tal amiga, tan amable como este cuate, tan apacible como mi mujer, es decir, eso lo agradezco mucho pero también tienes que agradecer a esa mala gente que camina y va apestando la Tierra (risas), como decía Antonio Machado, porque te enseñan a no ser como ellos. A mí me parece que toda la gente mala con que te cruzas en algún momento de tu vida y toda la gente desagradable, grosera, prosaica, toda la gente que hace cosas que tú desprecias, te enseñan que te puedes convertir en eso y yo, en ningún momento de mi vida quiero convertirme en lo que son esa gente que lamentablemente he tenido que conocer.

—Con tantos premios obtenidos, ¿te preocupan las listas de ventas de tus libros?

—(Más risas) No. Tengo la fortuna de vivir en este estado y de haber publicado poco fuera, hasta el momento es una fortuna, porque no vivo de eso, lo que me da la total libertad. Es decir, el siguiente libro puede ser una verdadera tontería y no me preocupa porque no estoy a sueldo de una editorial, entonces escribo lo que se me pega la gana y me hacen, a veces, el favor de publicar eso que escribo y no está mal, a mí me parece maravilloso, y si de pronto hay tres personas que deciden leer mi libro digo, ay, Dios los bendiga y si son tres mil, pues qué maravilla. Tal vez no debería decirlo, pero en el caso de estos dos libros, Aún corre sangre por las avenidas lo editó el Coneculta y es un libro que tiene el cuidado de César Meraz que es alguien que sabe muy bien su oficio, por eso es un libro muy bonito, muy cuidado en todo; Mar en movimiento es un libro que no está cuidado, tiene líneas viudas, tiene errores de edición, tal vez no está bien pegado, etcétera, pero no me preocupa demasiado eso, lo que me interesa es que lo lean. Hay cosas en las que yo no tengo control y a mí me interesa que Mar en movimiento circule, que la gente pueda leerla así como está y que le guste, a esperar que venga Alfaguara y me diga: Papito te voy a editar tu novela. No estoy tan casado con el asunto de que se venda o no se venda. En realidad, lo que me importa es que la gente que lea un libro mío diga, este tipo me interesa.

—¿De todas las cosas que te han dicho tus lectores en torno a tus libros, cuáles te han conmovido?

—Híjole, sería un ejercicio muy vanidoso, porque sí me han dicho cosas muy lindas. He tenido suerte porque ha habido jóvenes, niñas, niños que me han dicho maravillas. Te doy dos ejemplos: Una niña que leyó Carámbura, me dijo que hasta ese momento la llevaba doce veces leída; su maestra, que sabía de la obsesión de esta niña por el libro, me la presentó y le pidió que me dijera una parte. Se sabía de memoria el primer capítulo, estaba realmente conmovido porque yo no me lo sé, por supuesto.

Foto: Alexis Sánchez
Foto: Alexis Sánchez

El otro caso: en Villaflores fui a presentar Beber del espejo y después del rollo que normalmente te echas, de en medio del auditorio se levantó una chava como de diecisiete años y dijo “El orden no existe, el mundo es un caos.” Reconocí la línea porque es de un cuento viejísimo mío, así empieza, y entonces ella siguió diciendo otra parte del cuento y cuando terminó la presentación se acercó a mí y dijo que ese cuento le sirvió para entender muchas cosas de su vida, algo que me pareció impresionante porque el texto habla sobre la indeferencia que tenemos hacia los alcohólicos. Es el caso de un hombre que se dedicaba a cargar muertos en Tuxtla hace muchos años y que era despreciado por todos. Escribí esa historia porque me la contaron cuando estaba borracho y me quedó tan grabada que, al otro día, con una cruda tremenda, escribí ese cuento que es muy furioso contra la naturaleza humana y contra la forma de contar cuentos. Es, entonces, un cuento que transgrede las formas de contar cuentos y habla mal de los seres humanos y habla mal de mí mismo. Por eso me conmovió la chava. Y hay una persona que tú conoces, no te voy a decir su nombre, que tiene Vanterros en su baño y dice que lee un capítulo todos los días y tiene súper subrayado el libro y cada vez que me ve me dice las nuevas cosas que ha descubierto al releerlo, algo que me parece realmente maravilloso. Dice que quiere escribir un ensayo sobre cada capítulo porque cada capítulo podría ser ensayístico. En general he tenido la suerte de que haya gente que me lea y gente que además de leerme le parece que lo que hago puede ser interesante o importante para su vida, un privilegio que no sé si merezca pero que me deja en claro que lo que hago toca algunos corazones, que es, al final de cuentas, lo que quiero hacer.

—¿Crees que el mundo tiene remedio?

—(Risas). Si nos fuéramos todos los seres humanos sí tendría remedio. (Risas). Creo que sí, no sé cómo, no sé cuándo. Siento que he caído en cierto triunfalismo literario, por ejemplo Vanterros iba a terminar con el Apocalipsis, sin embargo, a última hora se me ocurrió que ese no fuera el final y entonces el final es como un renacimiento, un nuevo empiezo del mundo. En Aún corre sangre por las avenidas su personaje central se iba a ir al carajo pero cuando se le aparece el ángel, en la novela, me di cuenta que el tipo no podía morirse, había que darle chance. Mar en movimiento es una novela del perdón. Así que, aunque te dijera lo contrario, la visión que tengo en mis libros es una visión de cierta esperanza, fundada. Te platicaba de la gente despreciable que me he encontrado pero en realidad me he encontrado mucho más gente maravillosa. Y hay gente que intenta hacerme daño pero hay mucho más gente que me quiere, me cuida. Entonces, en términos de mi mundo, del mundo que yo vivo, es evidente que no podría ser catastrofista, creo que hay más gente buena que mala, por lo menos en mi experiencia, y he aprendido a ser feliz y no tendría porque hacer infelices a mis personajes aunque estén en historias terribles como en Aún corre sangre por las avenidas. El mundo sí tiene futuro, por lo menos el mío, el que me toca y el que me gustaría para todos.

 

*Entrevista publicada en cinco partes en el diario El Heraldo de Chiapas, 9 de septiembre de 2005.

Moisés León Silva, «bolero oficial» de la Secretaría de Educación

Mirada de don Moisés/Foto:Vladimir González R.

Originario de Puebla, Moisés León Silva, llegó al estado de Chiapas como militar; se enamoró de Eva Gutiérrez Méndez, quien hoy es su esposa, y decidió formar una familia. Sin embargo, su trabajo en el Ejército no le permitía convivir mucho con su pareja e hijos, así que decidió desertar y regresar a su lugar de origen. Después de algunos años su compañera enfermó y el médico recomendó un cambio de clima: regresaron a Tuxtla Gutiérrez; era el año 1987.

Los años han pasado pero don Moisés no pierde su vocación de servicio, por ello Desmesuradas los invita a conocerlo a través de  esta entrevista realizada en el 2006 pero que no pierde vigencia, al igual que su trabajo y su mirada:

 

De las armas al arte del trapo

Leticia Bárcenas González

Aquí, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, la situación legal del señor Moisés con la institución castrense no le permitía solicitar un empleo donde tuviera que presentar documentos como la cartilla o comprobante de no antecedentes penales, por lo que se vio obligado a realizar trabajos temporales y poco remunerados.

En 1990, sin trabajo, con esposa y tres hijos que alimentar, se arriesgó a aceptar la invitación de su amigo “Sebas”, un joven que trabajaba como bolero en la Secretaría de Educación, Cultura y Salud (hoy solamente Secretaría de Educación) aun cuando él sabía nada del oficio. “Me costó mucho. Después de estar quince años en el Ejército, donde se nos enseña a creernos superiores. Se requería de mucha humildad.”

Don Moisés, trabajando / Foto: Vladimir González R.

¿Qué más se requiere para ser un buen bolero?

—Un bolero no se puede hacer de la noche a la mañana, va uno reuniendo experiencia, incluso de los mismos clientes que nos van indicando cómo se les haga el trabajo y así, con un conjunto de experiencias logra ser uno un bolero de calidad.

Por supuesto, también hay ciertas virtudes que va uno cultivando como el ser humilde, ser discreto, sobre todo cuando estamos boleando y se tratan asuntos muy confidenciales en donde debemos tener mucho cuidado para no divulgar esa información. Una persona me comentó que una vez en el Estado de México había problemas entre unos funcionarios, se peleaban  porque se filtraba información y se acusaban unos a otros, hasta que uno se dio cuenta que era el bolero quien los escuchaba y luego contaba todo. Así que me dijo: ten cuidado, no te vayas a envolver en esa situación y después vayas a meterte en problemas judiciales.

¿Quién fue su primer cliente?

—Se llama Apolinar, no recuerdo los apellidos pero estaba en el Departamento de Supervisión de Preparatorias. Como no sabía bolear, con él tardé aproximadamente media hora (risas).

¿Cómo se acercó a él y le ofreció sus servicios?

—La persona que me entregó el trabajo me dijo: primero obsérvame, y cuando me tocó el turno me acerqué y le dije: “‘Profe’, ¿quiere que le limpie sus zapatos?” El me dijo “sí, bueno”. Y ya empecé a bolearle los zapatos, él me observó con un poquito de duda porque no me había visto por acá y sobre todo, porque este trabajo es de niños y yo ya tenía mi edad.

¿Cuántos años tenía?

—Como unos treinta y dos.

¿A cuántos secretarios les ha echado un “trapazo”?

—Ah, son varios. El primero fue el ingeniero Abelardo Santillán Bárcenas, de ahí siguió el profesor Gilberto Cruz Albores, la profesora Sonia Rincón Chanona, el licenciado Santiago Becerra, el profesor Pedro René Bodegas Valera y ahora al profesor Alfredo Palacios Espinosa.

¿Cree que alguna vez desaparezca este oficio?

—¡No creo! Este oficio es universal, me doy cuenta en algunos medios de comunicación, como la televisión, que de repente captan algunas personas boleando zapatos y sobre todo me he dado cuenta que es un trabajo muy modesto y ¿quién no necesita la boleada? Todos.

¿La gente paga el valor de su trabajo?

Boleando zapatos de dama / Foto: Vladimir González R.
Boleando zapatos de dama / Foto: Vladimir González R.

—Ahí está el detalle, fíjese, algunos sí lo reconocen, otros no. Hay un profesor que sí se daba cuenta de la calidad de trabajo que le daba y me pagaba bien, diez o doce pesos, le estoy hablando de hace unos ocho años. ¡Era bastante! Hoy mis clientes me esperan porque cobro un precio modesto, cinco pesos, cuando en realidad se cobran siete pesos y ya con la tinta doce pesos. De esa manera los tengo contentos y se dan cuenta que las boleadas, además, son de calidad.

¿Cuál es la mayor satisfacción que le ha dado la boleada?

—Muchas, primeramente la de tener la amistad de personas muy bien preparadas; la satisfacción también de poder ayudar a mi familia, de enseñarles que cualquier trabajo aunque sea humilde es honesto. Y sobre todo ver cómo muchas personas se dan cuenta de que uno tiene el deseo de trabajar.

—Cómo bolero ¿cuál es su mayor aspiración?

—Pues, no. Ya conseguí ser una persona que sabe hacer su trabajo. Alguien me preguntaba que por qué no me compraba una silla para conseguir un lugar en el Parque Central, pero no creo que sea necesario. Solamente cuando ya alguien nos organice en todos los edificios de gobierno y tengamos que poner una silla, entonces mi aspiración será poner un negocio para beneficio personal.

¿Qué es lo que más le gusta de su oficio?

—¡Aaah, todo! Desde que empiezo a hacer la espuma con el jabón de calabaza hasta que rechina el zapato (risas).

—¿Qué le dicen los zapatos de las personas?

—Mucho. Cuando veo una persona que tiene muy cuidados sus zapatos veo que así tiene sus asuntos. Una persona, al asearle sus zapatos, me dijo: mire, don Moisés, tres cosas me gustan de las personas: que el cabello esté bien alineado, que esté bien vestido y que sus zapatos estén bien lustrados. Es algo que identifica a la persona, porque cuando atiende eso, se puede decir que así estarán sus asuntos de organizados.

¿Será por eso que don Moisés no sabe si le gustaría bolearle las botas a Vicente Fox?Quién sabe cuánto paga; él se hizo famoso porque le boleaban las botas en su oficina, cuando estaba en campaña.” Sin embargo, señala que sí le agradaría lustrarle los zapatos a algún gobernador.

El bolero oficial de la Secretaría de Educación, como le gusta presentarse, dice que ha tenido el privilegio de ver que algunos de sus clientes se convierten en funcionarios de gobierno. “Entonces digo, cómo es posible que después de que bolié a estas personas ya están en un alto puesto.” De buen humor y siempre discreto, sonríe al preguntarle si hay algún político al que no le pasaría el trapo: “No. No tengo ningún prejuicio en contra de nadie, son personas con sentimientos y con necesidades.”

—¿A qué futbolista le gustaría lustrarle los zapatos?

—No soy afecto al futbol, pero si me dieran una oportunidad, iría a bolearle los zapatos a ese grupo que antes era “Mocedades” y ahora se llama “Consorcio”, y poder preguntarles algo de su profesión artística.

—¿Y a qué personaje público no?

—A las personas que no les bolearía es a las que no valoraran mi trabajo, sobre todo a la hora de pedir el servicio. Ahí sí, les pongo un pretexto y no lo hago, porque siento que ven a uno como una persona que no tiene importancia, como humillando.

¿Es más fácil bolear los zapatos de mujer o los de hombre?

—Huy, es más difícil el de mujer porque hay que tener cuidado, sobre todo mostrarles respeto, darles confianza porque uno está en su trabajo.

—¿Le produce algo especial lustrar zapatos de mujer?

—Nooo. (Risas). En un principio como que dije bueno, a ver, a ver qué pasa. Pero no. Recuerdo a una licenciada que me decía: “don Moy, boléeme mis zapatos”. Empezaba a bolearlos, pero yo me daba cuenta que ella lo tomaba como una terapia, a veces se quedaba así… como media dormida (risas). Le decía: Lic. ya terminé de limpiar sus zapatos y me preguntaba, “¿no me los puede bolear otra vez?”.

¿Y no les echa ojo a su “chamorrín”?

— (Risas). Me insistían por ahí algunas personas: “qué, ¿qué pasó por allí?”. No, les digo, es parte de mi trabajo. Ellas se empezaron a dar cuenta que trabajo sin morbo y por eso me dan el trabajo. (Más risas).

—¿Qué siente cuando ve brillosos los zapatos?

—Cuando yo lo hago me siento realizado porque digo que contribuí en algo, al cuidado de la presentación de esa persona que cuida su imagen.

¿Es cierto que los militares le prenden fuego a sus zapatos para que brillen más?

—Así es. Los muchachos del Colegio Militar, después del tratamiento con la crema, la grasa y nuevamente otra capa de grasa, flamean los zapatos, entonces queda un brillo como si fueran de charol, quedan muy bien, sobre todo cuando hay paradas militares, o sea, los desfiles ante funcionarios.

—¿Cuál es el color más bonito para lustrar unos zapatos?

—Ah, el color más bonito es el negro. Le diré que algunos colores con la presencia del sol se van decolorando, como el café. Entonces, el negro es el más bonito, incluso el más elegante.

Moisés León con un cliente / Foto: Vladimir González R.

—¿Cuáles han sido los zapatos más difíciles que le ha tocado bolear?

—Son los del famoso material llamado ante, allí solamente se tiene que lavar con jabón de calabaza; pero cuando se me han presentado algunos zapatos de ese material en color azul, les digo a las personas que mejor compren unos nuevos.

—¿Le ha llegado a molestar el olor de un zapato?

—No, no. En una ocasión sí tuve como experiencia que una persona (de la Secretaría de Educación) me pidió que le cambiara el color a sus zapatos, que eran amarillos; no, no olían mal, lo que pasa es que se subió mucho el pantalón y como le eché fuego (risas), empezó a arder su pantalón, empezó a patalear y lo que hice fue rápidamente apagarlo.

—¿Le cobró el pantalón?

—No, no me lo cobraron, al contrario, me pagaron la boleada, pero yo me sentía mal porque no hice bien mi trabajo.

—También repara zapatos, ¿no le preocupa meter la mano en un zapato que no es el suyo?

—No, porque es muy difícil creer que alguien tenga problemas con alguna enfermedad de los pies, porque veo que son puras personas profesionistas y cuidan su persona en el aspecto físico; no, no veo ese peligro.

—¿Qué época del año es la mejor para su trabajo?

—Más o menos como desde marzo en adelante, porque ya cuando llega noviembre y diciembre, todos estrenan. (Risas) Entonces dicen no, están nuevos, más adelante. Son dos meses que baja un poquito el trabajo.

—Para iniciar su trabajo ¿tiene alguna superstición, cábala o ritual?

—No, porque ya todos me conocen, nada qué ver. En una ocasión a un profesor, subsecretario de Educación, jugando le dije: Lic. póngame el pie derecho porque si no, no me va a ir bien. Ah, sí, sí, me dijo. (Risas) Pero ya lo comprobé, el pie derecho o el pie izquierdo, es lo mismo. No hay ninguna situación de que me vaya bien o mal, sobre todo cuando alguien me dice: “¿Sabes qué?, no tengo dinero para pagarte. ¿Es la primera boleada?”. Les digo, no hay problema, de todos modos tiene mi trabajo. No, no tengo ninguna superstición.

—Algunos afirman que viven de la patada, ¿usted vive de la boleada?

—Sí, sí vivo de la boleada. Sí me da para eso.

—¿Por qué cree que su oficio tiene nombre de género musical?

—Ahora sí me hizo una pregunta muy difícil, porque por allí los clientes me dicen: “ai viene el bolero de Raquel”, otros me dicen “el bolero de Ravel” pero, la mera verdad, no sé qué relación tenga la boleada con la música, no sé si al rechinar los zapatos se desprendan algunas notas (risas).

—¿Cuál bolero es su favorito?

—Ummm, hay muchos. Me gusta mucho la música romántica, sobre todo, de los tríos. Los “Tres Ases”, “Los Caballeros”. Por cierto, quiero decirle que en la radio luego luego busco las estaciones en las que hay boleros, pero no de los que bolean sino de los que se cantan (risas).

En la actualidad la situación legal del señor Moisés con el Ejército está regularizada, no obstante, no piensa cambiar de trabajo aun cuando siempre está buscando la forma de superarse, tomando incluso cursos de computación. Está, además, como muchos, muy agradecido con este estado y su gente, que le ha brindado la posibilidad de ser feliz.

 

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SILUETA

 -Lugar de nacimiento:  Puebla, Puebla.

-Número de hermanos: huuy, fuimos muchos, fuimos 12 (él es el primogénito).

 -Estado civil: Casado

 -Número de hijos: 3

 -Pasatiempos: Leer sobre superación personal, asuntos morales, consolidación de la familia, en general sobre aspectos espirituales.

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Moisés León Silva / Foto: Vladimir González R.

BOLERO DE ELITE

«Cuando inició el año 1994, yo insistía en bolearle los zapatos al Secretario de Educación, y como tenía confianza con su secretaria le preguntaba: Disculpe, ¿le puedo bolear los zapatos al secretario? Ella me decía: no porque está con el gobernador. Pero pasó un día, dos, tres, toda la semana. A la siguiente semana, cuando me presenté otra vez para bolearle lo zapatos al secretario, pasé. Él, atemorizado, me preguntó: ‘¿qué, cómo están aquí las cosas?’. Me sorprendió porque me habían dicho que estaba en una reunión con el gobernador y resulta que no era así. Él, por su propia cuenta, me dijo que había quedado atrapado en Ocosingo cuando empezó el movimiento de los zapatistas. Es una anécdota en la que me di cuenta que siempre guardan lo confidencial y no dan a conocer dónde se encuentran los funcionarios.”

“Cada vez me hago más importante (risas). En una ocasión hasta me prestaron el carro oficial, con todo y chofer, pero no crea que para ir a ver al gobernador, sino para comprar una ‘refacción’ para los zapatos del entonces Secretario.”

“Hubo un tiempo en el que me llamaban por medio del sistema de audio ambiental si el secretario necesitaba mi servicio; entonces, el chofer de un funcionario de Administración me reclamó diciéndome que me estaba convirtiendo en un bolero de elite… ¡y me la creí! (Risas). Así que pensé, como estoy entre licenciados, ingenieros, contadores y profesores, también tengo que titularme, por eso, en la primera oportunidad que tuve, mientras le boleaba sus zapatos al licenciado Araujo, director de Educación Superior en ese entonces, le solicité mi título como “Ingeniero en mantenimiento de medios de locomoción”, o sea, de bolero. (Risas). Estaba de acuerdo, pero antes tenía que pasar una prueba: bolear sus zapatos de color azul marino, color vino, color verde, color miel y unos muy especiales, de piel de venado; por supuesto, estos últimos no me permitieron obtener mi titulo. (Risas).”

“Si en alguna ocasión usted llegara a la Secretaría de Educación, por algún asunto, es poco probable que le limpie sus zapatos, pues seguramente estaré en alguna oficina atendiendo a alguien.”

*Entrevista publicada en diario El Heraldo de Chiapas. Marzo 22 de 2006

Elvia Arzola, apasionada peluquera de niños

Doña Elvia Arzola, dueña de Los Picapiedras/ Foto:Gabriela Barrios
Doña Elvia Arzola, dueña de Los Picapiedras/ Foto:Gabriela Barrios

 

 

 

“Hasta ahorita no he cortado oreja, en 36 años”

 

 

 

 

Mi mamá ha decidido cortarme el cabello. Tengo seis años de edad y ella ya no puede más con esa batalla infructuosa de ponerme moños y hacerme coletas; es tan lacio que no resiste ningún objeto sobre él. Llegamos a Los Picapiedras; el lugar es pequeño, con un tocador, una silla infantil y otra más grande de peluquería; la música de Cri Cri se mezcla con los murmullos de señores y señoras que llevan a sus hijos para un corte de cabello. Después de una larga espera, por fin es mi turno. Sigo las instrucciones de la señora de Picapiedras, que alterna su conversación con los padres con indicaciones para mí: voltéate, agáchate, mira de frente; escucho el sonido de las tijeras y siento el movimiento de sus manos que trabajan magistralmente para que mi cabello indomable adquiera forma.

Elvia Arzola con niño pequeño/Foto:Gabriela G. Barrios
Elvia Arzola con niño pequeño/Foto:Gabriela G. Barrios

Han pasado 30 años y estoy de nuevo esperando turno en Los Picapiedras; me cubre la nostalgia, los recuerdos llegan. Ahora no soy yo quien se sentará frente al espejo sino mis sobrinos. La ubicación del local es otra y me percato que los muebles también cambiaron, sólo permanecen el cuadro del payasito, colgado arriba del espejo del pequeño tocador; y el entusiasmo de la señora de Picapiedras, quien sigue ahí como antes, con su sonrisa, una conversadora incansable y con esas palabras decididas y cariñosas para lograr que un niño se deje cortar el cabello.

La observo y quiero saber más de ella, de su oficio, de su vida en ese lugar que pareciera congelado por el tiempo. Me decido a preguntar, primero su nombre: Elvia. Antes solo la nombraba como la “señora de Picapiedras”.

El inicio

¿Cómo surgió su gusto por la peluquería?
Ni yo misma lo sé. La verdad se me ocurrió y empecé. Le fui tomando cariño poco a poco. Me empezó a gustar más y más, hasta la fecha.

¿Estudió para esto?
La verdad no. Todo fue la práctica. Cuando era chamacona, no hace mucho tiempo (risas), sí estudié peinado, en Guadalajara, pero la verdad siento que también eso ya lo traía.

¿Hace cuántos años se dedica a la peluquería?
Como cerca de 36 años, ¿son poquitos verdad? (Risas).

Elvia Arzola en su actual peluquería/Foto:Gabriela G. Barrios
Elvia Arzola en su actual peluquería/Foto:Gabriela G. Barrios

¿Dónde empezó usted, en su casa?
No, en la Avenida Central entre la Octava y Novena Oriente. No recuerdo el número. Estaba al lado de la peluquería Don Alonso. Estuve ahí como unos 15 años.

¿Por qué el nombre Los Picapiedras?
Con mi esposo, en aquel entonces, empezamos a buscar el nombre, buscamos nombres infantiles. Un día me llevó para contratar al rotulista y me preguntó: ¿qué nombre se le va a poner? Yo iba bajando del carro y vi unas revistas tiradas, ahí, cerca del carro, eran de Los Picapiedras, me volvió a preguntar, ¿cómo se va a llamar entonces? Los Picapiedras, respondí. Me dice: oye me parece muy bien. Ahí surgió la idea de Los Picapiedras.

¿Por qué una peluquería y no una estética?
Porque no había aquí peluquería especial para niños. Y como venía de México y peinando; aquí quién se peina, nada más se peinan en fiestas propiamente, así que me llamó más la atención la peluquería para niños. ¡Sabía que de ahí me iba pa’rriba!, porque ya ve que nadie le tiene paciencia a los niños. Ahora me han llegado señores, señoritas, señoras que me han comentado que de niños les cortaron la oreja, ¡yo hasta ahorita no he cortado una oreja, en 36 años!

Entonces, ¿también le corta el cabello a adultos?
Sí, a los que les cortaba el cabello cuando eran chiquitos y sus hijos o los nietos. Ya son tres generaciones que voy cortando.

La experiencia

Doña Elvia cuenta emocionada: “Hace años les decía a los niños mientras les cortaba el pelo, ”agáchate viejo, agáchate viejo”; un día un niño, que venía nada más con su calzón, una playera y sus chanclitas, entra y me dice: «¡Ya llegué, vieja!». Le dijo su mamá “Oye, no seas grosero”, y él contesta: “¿Por qué? Si ella me dice viejo, pues yo también le digo vieja”. De cariño les decía: viejo, muñeca, muñequita, precioso, muchas cosas y nombres de cariño.

¿Se encariña con su clientela?
Si, bastante, y les tengo mucha paciencia. Ahí está mi secreto. Pero no lo quiero decir porque si no me lo roban. (Risas).

Cuénteme…

Doña Elvia trabajando/Foto:Gabriela G. Barrios
Doña Elvia trabajando/Foto:Gabriela G. Barrios

Cuando no se dejaban peluquear, les decía: la cucaracha, el ratón y el niño volteaba hacia abajo y ahí en friega a cortarle el pelo rápido y eso es lo que me emociona. Hay otros niños que están llore y llore, les dice la mamá que no lloren, yo les digo: ¿Cómo que no?, déjelo que llore pero que se oiga de aquí hasta Chiapa de Corzo. En verdad, a mí los niños que lloran más y los que dan más lata me quitan el estrés. Hasta los mismos doctores que son mis clientes desde que eran niños, me dicen: “¿cómo es posible que le quiten el estrés? Si es insoportable”. Pero es que no le saben hallar el modo. A otros le dice la mamá que no se muevan, les digo: Muévete gordo, muévete. Llevándole la contraria al niño y a la mamá, entonces al ver eso el niño dice: “¿Por qué me voy a mover?, no me muevo y ahí está el chiste”.

Su trabajo

¿Si no se dedicara a esto ¿qué le hubiera gustado ser?
Doctora, licenciada, esas dos cosas me fascinan. Ayudaría mucho a la gente, a los niños, a los viejitos.

¿Hay niños que ya siendo padres o madres de familia regresan con sus hijos?
Sí, casi la mayoría y sobre todo las abuelitas me traen a sus nietos. A veces les hago el mismo corte que le hago al papá.

¿Qué sensaciones le da ese hecho?
Imagínate. Me siento en la gloria. Siento que me quieren.

¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
Todo. Ser puntual, que a veces no puedo, pero cuando se me hace tarde hasta siento ganas de llorar porque pienso que ya me está esperando alguien. Amo mi trabajo, después de Dios y de mis hijas, amo mi trabajo. Lo adoro.

Peluquería Los Picapiedras/Foto:Gabriela G. Barrios
Peluquería Los Picapiedras/Foto:Gabriela G. Barrios

¿Cuál ha sido su mayor reto en el caso del corte a los niños?
Siempre es un reto cada niño. Hay veces que me dicen las mamás: “le traigo un niño que ahora si no va usted a poder con él”; le digo al niño: “tu mamá me decía que ibas a llorar, que ibas a vomitar y todo eso a qué horas, nada”. Hay veces que un niño está con la finta de que quiere vomitar y le pongo la mano abajo de la boca y le digo: “órale, órale, vomita, vomita, sácalo para ver a qué huele porque los otros huelen unos feos, otros bonitos pero yo creo que el tuyo huele feo porque estás llorando mucho”, y ya no vomita.

El secreto

¿Cuál es el secreto de tratar con los niños?
El secreto es que me traen dinero, ese es el secreto, porque si a usted le dan dinero tiene que trabajar bien para que aquella persona regrese. Todo está en el poder del dinero. Si lo trato mal ya no va a regresar entonces lo trato mejor para que regrese. Si no trato bien a mi clientela júrelo que no viene.

Tengo clientes que ahorita están estudiando en Canadá o viven en Francia o en el Norte (México). Tengo mucha gente que se fue al extranjero y cuando regresan me vienen a ver y siento que me desmayo de felicidad. Alrededor de Chiapas tengo mucha clientela. Abro los domingos porque sé que van a venir de fuera. Varios doctores me han dicho que ya no abra el domingo y sin embargo, ellos han venido el domingo a cortarse el pelo. Les pregunto: ¿No que me dice que no venga el domingo? Y me contestan: “Pero como es necia y terca, vengo”. Si falto un día a mi trabajo me siento desesperada.

¿Esos 36 años de trabajo han sido ininterrumpidamente?

Los niños,ahora adultos, regresan/Foto:Gabriela G. Barrios
Los niños, ahora adultos, regresan/Foto:Gabriela G. Barrios

He cambiado como cuatro veces de domicilio. Me fui sobre la Octava, al dar vuelta enfrente de Banca Serfín, ahí vivía y tenía mi peluquería; luego regresé a la Avenida Central porque estaba desocupado el local. Tuve un problema muy serio y me fui a México por dos años. Cuando regresé me dio gusto porque la gente me recibió con los brazos súper abiertos. Mi clientela dice que sufrió mucho porque yo no estaba, pensé que me estaban cuenteando pero con el tiempo vi que sí era verdad. Para que me vaya de Chiapas, ya ni muerta, aquí en el Cristo de Copoya me van a poner para que me vaya a ver toda mi clientela después.
La otra vez vino una señora y me dice: “oiga señora me recomendaron aquí pero veo que no es para niños”. Volteo a ver a mi cliente, que es un señor, y le contesto a la señora que a toda mi clientela grande le digo bebé y que cuando un cliente nuevo que me está esperando y queda viendo a mis clientes adultos, les digo que él es mi bebé porque desde chiquito le quito el pelo. Le da risa a la señora y dice: “entonces me corta también a mí el pelo”, se hace mi clienta.

¿Es fácil ganarse la vida con su profesión?
Pienso que Diosito me está dando el trabajo pero gratis, porque yo no siento que estoy trabajando, no me canso, de repente sí, es lógico, pero ya cuando son las seis de la tarde, digo ya se está haciendo de noche, ya quiero llegar, acostarme a las ocho de la noche para que al día siguiente esté en mi trabajo.

¿A qué famoso le gustaría cortarle el cabello?
A toda mi clientela porque todos son famosos para mí.

¿Qué hace en sus ratos libres?
Veo reportajes o me pongo a tejer bufandas que vendo.

¿Quién le corta el cabello?
Yo me lo corto. Todo mundo me pregunta que quién me lo corta y muchas clientas llegan cuando me lo estoy cortando.

Doña Elvia y sus instrumentos de trabajo/Foto:Gabriela G. Barrios
Doña Elvia y sus instrumentos de trabajo/Foto:Gabriela G. Barrios

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SILUETA

Nombre: Elvia Arzola Rodríguez

Lugar de nacimiento: Silao, Guanajuato.

Edad: Para los que me quieran traer regalito (risas) el 6 de enero, es que mi mamá se portó bien.

Número de hermanos: Somos 13 conmigo. 7 hombres y 6 mujeres. Yo soy la tercera pero la primera mujer.

Estado civil: Solterita.

Número de hijos: Tres hijas.

Pasatiempos: Ir al cine con mis hijas, ir a plaza, ir a comer allá.

Música: Instrumental porque esa me relajaba cuando en México trabajaba peinando, pero aquí no, aquí me ponen la caricaturas, bien chillonas y bien fuerte y lo tengo que aguantar. Ya estoy acostumbrada después de 36 años. (Risas).

Película: Me gustan de espanto para relajarme, que tengan drama o las cómicas.

Comida predilecta: El mole.

Rituales: Pedirle a Dios para que me dé un día más.

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EN CORTO

Doña Elvia Arzola/Foto:Gabriela G. Barrrios
Doña Elvia Arzola/Foto:Gabriela G. Barrrios

Tijeras: Amor

Peine: Paciencia

Espejo: Sabiduría

Niñez: Hermosa

Sonrisa: Bella

Corto: Rápido

Largo: Menos

Experiencia: 36 años

Picapiedras: Hermoso

Único amor: El papá de mis hijas

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*Entrevista publicada en El Heraldo de Chiapas, 07 de febrero del 2013.

 

Samuel Jiménez Ramírez, piñatero

 

Don Samuel/Foto:Gabriela Barrios
Don Samuel/Foto:Gabriela Barrios

Entrevista y fotos: Gabriela G. Barrios

“Estoy aburrido de estar aquí”, “este trabajo ya no da para más”, “si tuviera el apoyo emprendería mi propio negocio”, “me encantaría dedicarme a lo que me gusta”. En repetidas ocasiones muchas personas han dicho estas frases, espoleadas por el tedio que produce una sola actividad que se ejerce más por necesidad que por vocación.

Samuel Jiménez Ramírez no quedó atrapado en el deseo, porque a sus 63 años decidió dar un golpe de timón a su vida y emprender un negocio propio: la elaboración de piñatas.

“Un día dije: `aquí ya no queda, necesito trabajar de otra forma´, y le pedí al Señor que me diera otro trabajito que no fuera en el volante, ya no quería. Trabajé 12 años en el taxi. De chofer estuve 44 años, toda mi vida, manejando camiones, carros chicos, de todo tipo”.

Don Sami, como le dicen sus amigos y conocidos, y que de joven tomó un curso de caricatura que nunca ejerció, es ejemplo quizá de que cuando la fuerza creativa ha quedado largo tiempo estancada, termina por desbordarse; como lo señaló el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, el capital se ha acumulado, no cae de repente del cielo.

Ese momento de “iluminación” llegó de manera repentina: “Un día que venía por la calle Central y lado Sur, donde hay muchos negocios de piñatas, me hizo parada una señora y subió tres; le pregunté: `oiga señora ¿a cómo le costaron sus piñatas?´; `a ochenta pesos´, me dijo. Entonces, pensé, en tres piñatas ¿cuánto viene siento? Ahí me vino la idea. Al poquito empecé. En mis turnos y ratos de descanso del taxi venía a trabajar al taller, venía a probar y empezó a salir.

Stephani de Lazy Town/Foto:Gabriela Barrios
Stephani de Lazy Town/Foto:Gabriela Barrios

¿Qué opinó su familia, qué le dijo su esposa de este cambio tan radical?
«Nos vamos a morir de hambre», dijo. Contesté que iba a buscar otro trabajito por ahí mientras esto agarraba su pasito, porque todo negocio así es; poco a poquito va agarrando y así le empezamos.

¿Tiene usted dos trabajos?
Sí. En la mañana me dedico a hacer piñatas y por la tarde me voy a una constructora.

¿Sus hijos o alguien de su familia se han anexado a esta actividad?
Sí, mi hija me echa la mano. Belén Azucena se pone a ver cuando estoy trabajando y ahí le va agarrando. Cuando no estoy ella empieza a trabajarlo porque ella está más tiempo acá, en el local… Lo hace por ratos. Cuando duerme el niño o cuando su esposo viene en las tardes y le ayuda con el niño; como dos horas, de seis de la tarde a ocho o nueve de la noche, depende.

¿Cuál es el proceso para hacer la piñata?
Empapelo el molde con almidón, tres, cuatro tapas de papel, se pone al sol; ya que está seco se abre y se saca el molde, se vuelve a empapelar donde se rompió y se pone a secar de nuevo, ya que secó lo fondeamos, después del fondo va el color de la figura. Hay muchas formas, las piernas se hacen aparte, la cabeza aparte, el cuerpo es la base, de ahí se le van anexando los brazos, los pies, los zapatos, después va al pintura y todos los detallitos.

¿Alguna anécdota que recuerde de esos primeros trabajos, de sus primeros experimentos y diseños?
Pues empezamos hacer moldes para personajes grandes, por ejemplo el Hombre Araña, Batman o Superman, el molde lo empapelamos, las piernas se hacen aparte; los moldes se empapelan con todo y zapatos, se acomodan y ahí va agarrando su paso. Todas requieren de molde. El cuerpo es como la pichancha.

¿Qué figura tenía la primera piñata que hizo?
Estaba en esas fechas (la película) “La era del hielo”. El grandote, Many, empezamos hacer el molde, sale el mamut bien grandote, luego Diego, el de colmillos grandes y el del perezoso, esos son los tres primeros moldes que hicimos.

¿Cuáles son las piñatas más difíciles de hacer o más complejas?

Son los robots, porque se les ponen cascos de cristal y traen mucho corrugado en los brazos y ; son muy laboriosos.

¿Cuáles son las más solicitadas?

Pinatas/Foto:Gabriela Barrios
Pinatas/Foto:Gabriela Barrios

De los Backyardigans y de varias familias de las nuevas caricaturas.

¿Cuáles son  los tamaños que trabaja?
Hay chiquitas, como de 60 centímetros, la más grande es como de 1.20 metros.

¿Cuál es la más cara y cuál la más barata?
Las princesas son las más caras; esas salen en 350 pesos. Y las más pequeñas, que son como de 60 centímetros, las estamos dando como a 60 o 70 pesos.

¿Cómo elige los personajes que va a crear?
Me vienen a pedir, (los clientes) me traen figuras y tenemos un albúm de las piñatas.

¿Qué personaje ha dejado de hacer porque ya no se lo piden?
Todos me los han seguido pidiendo, muy lento pero todos giran.

¿Le han pedido hacer piñatas especiales para adultos, para despedidas de solteras o de solteros?
Sí, también las hacemos.

¿Cuánto sale?
Como son chicas, salen baratas 100, 150 pesos.

Don Samuel y su hija/Foto:Gabriela Barrios
Don Samuel y su hija/Foto:Gabriela Barrios

¿Para usted de niño que representaron las piñatas?
Ni me acuerdo. Es que en mi temporada, cuando fui niño, creo que ni piñata nos hacían. Ahora veo los niños cómo se animan cuando vienen a ver las piñatas que sus papás encargaron, siento alegría, me pregunto: ¿Cómo sería en mi tiempo? No recuerdo esa alegría.

¿Ha visto cuando están quebrando la piñata que usted ha hecho?
Sí porque tengo mis nietos que les hacen aquí su fiesta, tenemos la garrucha donde les cuelgan las piñatas y las rompen.

¿Qué siente cuando ve que se están regocijando con su trabajo?
Me anima (sollozando) que mi trabajo sea bueno para la alegría de los niños. A veces vienen payasos para animarlos. Hicimos una piñata de payaso y le gustó mucho al payaso que vino y dijo: “Los pedazos me los voy a llevar”, se llevó la cabeza y los zapatos, no sé si lo iba a armar de nuevo allá en su casa para tenerla ahí como botarga, no sé, pero me dio gusto que se lo llevó.

¿Hace piñatas especiales para sus nietos?
Cuando lo piden sí.

¿Cuáles son los personajes que han hecho en estos tres años?
A todos les sacamos fotografías: Tatiana, brujas, hipopótamos, el Hombre Araña, Toy History, Los Bacyardigans, Piolín, vampiros, vaquitas, Mickey Mouse.

¿Qué representa la figura para su trabajo?
Algo muy especial porque hace tiempo estudié caricatura por correspondencia, me gradué, me dieron mi diploma pero no lo ejercí, por eso creo que se me hizo fácil hacer la piñata porque ya tenía esa noción (del dibujo) que pintaba.

¿Hacía usted dibujos en sus ratos libres o lo dejó completamente?

El proceso/Foto:Gabriela Barrios
El proceso/Foto:Gabriela Barrios

Lo dejé. Hubo una temporada que tenía un trabajo que me dio por hacer muchas caricaturas de todo el personal, a cualquiera le hacía caricatura y corrían a las copiadoras y al ratito estaba en toda la obra, trabajaba en Chicoasén.

Entonces ¿qué ha representado en su vida el dibujo?
Algo que me llena de emoción, no lo ejercí por lo mismo que hay veces que el negocio no jala en el momento, estudié cuando ya estaba casado, aunque desde chico lo trae uno pero me dio por estudiarlo ya de casado, me decía mi mujer “¿iday cómo le vamos a hacer para comer? Si te dedicas a trabajar de eso, no sale”; así que agarré mi trabajo y lo fui dejando. Pero no es tarde, de ahí algo le estoy pellizcando. Este trabajo no es aburrido, trabaja uno muy contento porque está viendo uno que se le está dando forma a un personaje.

¿Qué siente usted cuando ve la similitud de sus piñatas con los personajes solicitados?
Me lleno de alegría en mí mismo porque vienen las personas a traer sus trabajos y se van contentas y eso es lo que me agrada, se van muy contentos.

De todas sus piñatas que ha hecho ¿cuál es su favorita?
No tengo una, todas me gustan.

Princesa/Foto:Gabriela Barrios
Princesa/Foto:Gabriela Barrios

 

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EN CORTO

Papel: Lo más interesante para mí y mi trabajo

Piñata: Para salir adelante con nuestro trabajo

Fiesta: Diversión sana

Figura: Algo muy especial

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Don Samuel y Robin Hood/Foto:Gabriela Barrios
Don Samuel y Robin Hood/Foto:Gabriela Barrios

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PERFIL

Lugar de nacimiento: Tuxtla Gutiérrez

Edad: Nací el 6 de diciembre de 1942.

Número de hermanos: Siete, el más chico de nosotros Octavio Jiménez Ramírez,es el que trabaja en el Rincón del Arte Tajira.

Estado civil: Casado.

Número de hijos: Cuatro.

Número de nietos: Dos.

Pasatiempos: Me gusta podar los arbolitos. (Hacer) los detallitos de la casa que nunca faltan.

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*Entrevista publicada en El Heraldo de Chiapas, el martes 21 de julio del 2009.