Gabriela G. Barrios García / Leticia Bárcenas González
Fotografía: Gaby Barrios

– “Ninguno”.
– “Hoy no es un día común”.
– “No he pensado, que ellos escriban lo que les nazca del corazón”.
– “En eso nunca he pensado (risas): Aquí yace la casta y pura”.
– “Apasionada por inmortalizar instantes”.
– “Lo bailado, nadie me lo quita…inche muerte”.
– “Siempre libre”
– “Nada trajimos, nada nos llevamos, nada perdemos”.
– “No es original, es de una película, me gustó: Vine, hice mi desmadre y me fui”.
– «Por la luz contemplada y la vida que pude captar».
– “Gracias por todo lo vivido”.
– “(Risas) ¿Qué es epitafio?… Pues supongo que me gustaría que dijera descanse en paz, pues nada solo la fecha de mi nacimiento y la de mi deceso”.
– “Nada, sólo mi nombre de pila, si es que tengo epitafio, porque aún no compro terreno en el panteón, puede ser que me cremen, he pensado que no puedo decidir sobre mi cuerpo muerto, si pasa quiero que ellos hagan lo que menos doloroso les resulte, pero, preferiría ser cremada, ya les he dicho”.

Muy pocas veces o nunca nos detenemos a pensar en lo que deseamos para nuestra muerte, son raras las ocasiones que la evocamos o si lo hacemos lo vemos como algo muy lejano, no asumimos que nos puede ocurrir en cualquier momento; pensamos que la muerte es de los otros, nunca la nuestra, por eso participamos en los rituales que en torno a ella se realizan.
Uno de estos, son las inscripciones en las lápidas, conocidas como epitafios, palabra que proviene del latín epitaphĭus, y éste del griego ἐπιτάφιος, sepulcral, la cual se coloca sobre un sepulcro o en la lápida o en una lámina junto a la tumba.
Algunos son escritos con cierto refinamiento literario, por lo que constituyen un subgénero literario lírico dentro del más general de la elegía o poema de lamento. El escritor Óscar de la Borbolla, señala incluso, que son la antología más maravillosa de minicuentos porque que en ellos existen muchas vidas y la trágica evidencia de que todas son truncadas por la muerte… “La vida puede tener mucha paja, en cambio la literatura es por fuerza sintética”.
Si no viví más, fue por que no me dio tiempo
Paul Westheim señala en su libro Las Calaveras(FCE, 1985), que los europeos, a punto de emerger de la Edad Media, procuraron librarse de su temor a la muerte, que es a la vez temor al Juicio Final y al infierno, por medio de las “danzas macabras”,

representaciones, en su mayoría pintadas en los muros de los cementerios, de la lucha enconada entre ángeles y diablos que se disputan el alma del que acaba de morir; se suponía que con estas imágenes, todos aquellos que vivían de manera despreocupada, entregados al juego de las pasiones terrenales, reflexionaban sobre la muerte repentina, ésa que los podía arrancar inesperadamente de su posición poderosa y de sus placeres. El efecto sicológico sobre las masas estribaba en presentar el contraste entre vivos y muertos, estos últimos representados por un esqueleto, acompañados, además, por breves sentencias explicativas, redactadas en versos toscos.
En México, las danzas macabras fueron retomadas por Santiago Hernández y José Guadalupe Posada, quienes transforman esos
versos toscos en las famosas calaveras, llenas de ironía y sarcasmo, a través de las cuales la muerte, demoníaca adversaria del hombre en los siglos XV y XVI, se transforma en una amiga o en un compadre con el que se puede bromear. Esta familiaridad con que el mexicano trata a la “pelona” se manifiesta también en los altares con su flor de cempasúchil, su pan de muerto y sus calaveritas de azúcar en las que se pegaban pequeños epitafios que señalaban los defectos o venalidades de los aludidos.
En los panteones, esos epitafios se realizan en las lápidas de las tumbas para recordar, de manera seria o irónica pero siempre con brevedad, agudeza y exactitud, las virtudes del difunto. Además, estas composiciones no tienen que ser redactadas en verso, por lo que no es necesario ser poeta de oficio para escribirlas, muchas, incluso, son producto del ingenio popular anónimo, por ejemplo:
– “Buen cuate, siempre sincero y chingonazo. Bolo cuando había que chupar, solidario cuando había que ayudar”.
– “Del todo a la nada”.
– «A lo absurdo de mi vida sólo le pudo dar sentido la muerte».
– «Soy un líder…todos me seguiréis”.
– “La muerte es una enfermedad atea, no tiene cura”.
Nuestra muerte ilumina nuestra vida

Las inscripciones de las lápidas deberían ser fundamentales para conocer más acerca de nuestra historia local, incluso familiar, ya que en sus orígenes, en ellas se daba el registro de muertes insólitas y últimas palabras, elementos que podían contarnos fascinantes historias.
En el Panteón Municipal de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (México) este sentido irónico de los epitafios se ha sustituido por la bondad de las citas bíblicas y las virtudes del difunto, además de llevar, como en todas las demás, el nombre y las fechas de nacimiento y muerte. Lo que cambia son las formas.
Al caminar entre los estrechos y a veces inexistentes pasillos, podemos contemplar tumbas lujosas que son el reflejo de la vida de quien en ellas yace y otras sencillas, apenas con una flor que lucha por sobrevivir y demostrar que hay vida a pesar de tener la muerte a sus pies, no obstante, todas indican quien es su habitante.
Aun cuando el dolor se representa con los colores oscuros como señal de duelo, algunas lápidas se visten de colores que pueden ir desde el naranja hasta los tonos pastel, incluso con flores dibujadas.

Los grandes árboles cobijan con su sombra no sólo las tumbas sino a los visitantes y el sonido de sus hojas al mecerse con el viento acompañan las plegarias, los llantos y la esperanza del reencuentro. Jardines de flores naturales adornan algunas criptas, manifestando así a sus moradores el cariño y la dedicación de quienes los recuerdan.
Tumbas sepultadas por la maleza y el polvo, devoradas por el olvido y el tiempo, reflejan la soledad que habita algunos rincones, donde sólo permanecen las inscripciones, la mayoría elementales: nombre, fecha de nacimiento y muerte.
Los epitafios no forman parte fundamental de la cultura sepulcral de los tuxtlecos, quizá por ello en muchas criptas se encuentran inscripciones repetidas o con una variable mínima:
– “Desapareciste de nuestro lado pero nunca de nuestro corazón y pensamiento”.
– “Triste quedó nuestro hogar sin tu sombra querida se fue dejándonos la nobleza de su alma y la bondad de su corazón”.
Los hay amorosos:
– “Te lloraré toda mi vida mas no has muerto para mí. Sé que algún día lograré reunirme a ti. Tu papá”.
– “Para el mundo has muerto para tu esposa e hijos vivirás eternamente”.
– “Inolvidables hijitos siempre estarán en nuestro corazón”.
– “Tus caricias, cuidados y consejos fertilizaron nuestro amor, que perpetuamos con fe y esperanza en nuestra oración. Descansa en paz”.
– “Recordándote con amor. Tus padres”.
Pero también con reclamos:
– “Dios mío misericordioso nos quitaste el único ser que nos amó en esta vida. La que era nuestro apoyo y consuelo. Que se haga tu santísima voluntad. Bendita seas”.
Otros son homenajes:
– “Tu voz nunca se apagará porque nuestros actos siempre hablarán por ti”.
– “Por tu ser que se transmite, un cariñoso reconocimiento de tus nietos”.
– “Recordamos con cariño. Tu nobleza de corazón, tu honradez y tu hermosa filosofía, son el ejemplo más bello y la herencia más sólida que nos dejaste, padre querido”.

Y los hay únicos:
¬– “Leona indomable que aquí duermes, mil batallas a la muerte habías ganado, tu alma y espíritu ha impregnado todo símbolo de vida que has amado. Estás en la libre mariposa, en el cándido aroma de las flores, te escucho en el jilguero y ruiseñores, te siento en la música, en el baile, en cada beso enamorado. Eres símbolo de amor ¡oh, madre mía! Eres símbolo de vida y alegría. Dios bendiga y eternice tu memoria porque siempre te amaremos madre mía”.
– “¡A quién nos dio todo a cambio de nada!”
¿Y usted ya pensó el suyo?

A ti, Diana Grajales, la amorosa indomable: “Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno, y por eso estoy destinada a morir de amor…” A ti, Luis Villatoro, el amoroso entrañable: “…la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma y que no se puede apagar.” (Publicado en el diario El Heraldo de Chiapas, Noviembre 2007)