Balada por los muchachos de Ayotzinapa

“A lo mejor un poema no puede cambiar al mundo, pero sí puede crear un diálogo y eso es muy importante por todo lo que está pasando”, expresó el destacado poeta chiapaneco Óscar Oliva, en el homenaje que recibió por su trayectoria dentro del Segundo Encuentro con la Palabra Escrita, realizado en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

A propósito de los acontecimientos nacionales, de este homenaje y del aniversario luctuoso del luchador social Lucio Cabañas, Desmesuradas comparte uno de sus poemas de reciente creación:

 

Balada por los muchachos de Ayotzinapa

 

No hay límites para el país del crimen.

No hay nombre para el país del crimen.

No hay país con nombres del crimen.

No hay crímenes para el país del crimen.

 

¿Díganme, en qué país lejano hallarlos?

 

A Décimo Junio Juvenal agrego a François Villon

para componer esta balada, y pido a otros cantores

 

añadan otro estribillo interrogativo: ¿dónde, en qué

país sin crímenes están los muchachos que apenas

se habían desnudado al amor?

 

Ayúdenme a correr junto a un río

que corre con demasiada fuerza.

 

¿En dónde están, en qué casa negra, encapsulados?

 

En la casa blanca no están, ahí ya no habita nadie.

Llegará el tiempo de otras sirenas, de otros sortilegios,

y la blancura como lirio será un resplandor amarillo

 

o un lirio negro al capricho de otra dueña, otra Circe

de engaño, entre leones y lobos del mismo bosque.

 

¿Dónde están, Madre Dolorosa?

 

¿Dónde están las 43 lágrimas de ayer por la tarde?

 

No vamos a averiguar en esta mañana dónde están,

ni en las siguientes mañanas y tardes dónde están,

ni en todo el año, que a este estribillo no nos lleve:

¡Mas dónde están los muchachos de Ayotzinapa!

 

No hay límites.

No hay nombres.

No hay país.

No hay crímenes.

 

Corren con demasiada fuerza.

 

Óscar Oliva

Tuxtla Gutiérrez, noviembre, 2014.

Maestro rural, egresado de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en la cual fue líder estudiantil.  En la década de 1970 actuó como  jefe del grupo armado Partido de los Pobres en la sierra de Guerrero.
Maestro rural, egresado de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en la cual fue líder estudiantil. En la década de 1970 actuó como jefe del grupo armado Partido de los Pobres en la sierra de Guerrero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escucha el poema en voz del poeta:

Tercer silencio: Elena Poniatowska

“Con sólo mostrar su rechazo a determinadas acciones políticas, los jóvenes cumplen con su responsabilidad ciudadana, con sólo decir que no, como lo hicieron en 2012, hace dos años, se comprometen con la salud política del país”, señaló categóricamente la escritora, activista y periodista mexicana Elena Poniatowska Amor en su charla con los jóvenes de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach). El auditorio de la máxima casa de estudios se vio abarrotado no sólo por la comunidad estudiantil sino por lectores de la respetada escritora, quien ha dedicado su vida profesional a escuchar y hacer escuchar las voces no sólo de los artistas y personajes destacados en la historia de México, sino también la de los débiles, para denunciar y señalar las injusticias y hechos históricos que han marcado a nuestro país.

Libro Elena Poniatowska La Noche de Tlatelolco. Foto: Emilio Ruiz
Libro Elena Poniatowska La Noche de Tlatelolco. Foto: Emilio Ruiz

En su intervención, hizo una remembranza de los hechos acaecidos en 1968: “Nadie vino en ayuda de los estudiantes, era una plaza muy cerrada y los demás mexicanos no sabían lo que estaba sucediendo, entonces se sintieron muy solos porque en la plaza de las Tres Culturas es un espacio muy cerrado, encajonado entre varios edificios y creo los estudiantes sintieron que nadie los iba a apoyar jamás.

La indiferencia era tan alta como la de los rascacielos, además llovía. Después de todo, Tlatelolco es sólo un enclave dentro de la ciudad, quizá una de las ciudades más grande del mundo. Habló del espíritu de los jóvenes de esa época: el movimiento estudiantil es sólo una revuelta de jóvenes ilusos que creían que la ciudad era suya, que podían cantar de alegría y dejar salir al poeta que traían o que traen todos los jóvenes dentro. Dejar salir a su ángel de la guarda, al ego, al subconsciente, a la entrega, al amor por el otro, a las fuerzas del bien y del mal; adolescentes ingenuos que se imaginaron que las 500 mil personas iban a protegerlos siempre, que apoyados por la multitud serían invencibles, jóvenes alucinados y espléndidos, que creían poder gritar impunemente frente al balcón presidencial, al entonces jefe de la Nación y sobre todo al jefe del Ejército Mexicano, Gustavo Díaz Ordaz: Sal al balcón hocicón. Sal al balcón bocón.

 

El movimiento estudiantil -continuó Elena Poniatowska- sacaba de quicio a todos aquellos que en la Cámara de diputados aplaudieron de pie las medidas tomadas por el Presidente Díaz Ordaz y ejecutadas por su segundo, Luis Echeverría, el 2 de octubre. El Movimiento Estudiantil desafiaba el orden establecido y ponía en peligro la autoridad del gobierno, la de los empresarios y los jefazos. Los embotellamientos, el súbito incendio de un autobús a la mitad de San Juan de Letrán, hoy Eje Lázaro Cárdenas, el de la T.A. encendida de los transportes públicos, las vitrinas hechas añicos, las interrupciones de tránsito, las colectas en la calle, las porras y los estribillos estudiantiles: Di por qué dime Gustavo, dí por qué eres cobarde dí por qué no tienes madre dime Gustavo por qué y En la calle de Insurgentes que chinguen a su madre los agentes. Los grafittis, los mítines relámpago, las arengas en el mercado, la brusca irrupción de una nueva realidad molesta para la rutina de los oficinistas, los hacía exclamar: ¿Por qué no están estudiando? Su lugar es frente a sus libros, la sociedad paga sus aulas y sus carreras, son una bola de irresponsables.

 

La de los estudiantes era una protesta muy localizada, los universitarios y los politécnicos eran alborotadores, el descontento no se había generalizado, muchos estaban conformes con el gobierno, un refresco y una torta bastaba para que se adhirieran al PRI, en nuestro qué país de acarreados. México era la sede internacional ¡qué gran honor! Y con sus desmanes, los locos, esos irreverentes y pendencieros estudiantes ponían en peligro el prestigio del país, el de su dirigencia. Hizo además una retrospectiva de las reflexiones que se suscitaron a partir del movimiento estudiantil: A partir de esa fecha, muchos nos inclinamos y nos preguntamos quiénes éramos, quiénes somos, y qué queríamos, nos dimos cuenta que habíamos vivido en una especie de miedo latente y cotidiano, que intentábamos suprimir, pero que había reventado; sabíamos de la miseria, de la corrupción, de la mentira, de que el honor se compra pero no sabíamos de las piedras manchadas de sangre de Tlatelolco, de los zapatos perdidos de la gente que escapa, de las puertas de hierro de los elevadores del conjunto habitacional, todas esas puertas perforadas por ráfagas de ametralladoras, los edificios de la Avenida Juárez volvieron a caérsenos encima, la gente caminó de nuevo a toda prisa mirándose los pies y algo muy cercano al pánico pudo leerse en su rostro, qué horrible normalidad, diría doña Margarita Nolasco, al ver que nadie reaccionaba.

 

Poniatowska Amor, mencionó también parte de su experiencia periodística al escribir su libro tan renombrado La noche de Tlatelolco: A raíz del dos de octubre, consigné las voces de muchachos, de muchachas, de madres y de padres de familia, me decían sí, sí yo le cuento, pero cámbieme de nombre, yo le cuento pero nunca vaya a poner quién soy yo, salvo los líderes presos de la cárcel preventiva de Lecumberri y salvo los nombres de algunas madres de familia, guardé esos nombres en el fondo del corazón, a riesgo de no saber hoy, a 46 años quién es quién, quiénes son. Muchos se negaron a hablar. Esta tragedia escindió la vida de muchos mexicanos, antes y después del dos de octubre. 1968 fue un año que nos marcó a sangre y a fuego. 1968 es el año del descontento de los jóvenes en todo el mundo entero.

 

Hubo otros movimientos estudiantiles en Francia, en Checoslovaquia, Japón, ninguno tan violento como el nuestro. El fuego intenso duró 29 minutos. Luego los disparos decrecieron, pero no terminaron. Una señora dijo al diario Excélsior: esto lo veía yo en las series televisivas llamadas Combate y jamás pensé que las vería en realidad. Con la entereza que ha demostrado esta activista social, nos compartió sus reflexiones respecto a la actualidad de nuestro país: Hoy a 46 años del movimiento estudiantil en 2014, ¿han terminado los balazos? Desde luego que no. En las calles de la Ciudad de México y en muchos lugares de la República, donde campea la violencia, el movimiento de 1968 fue la punta de flecha de otros enloquecidos movimientos de pureza en nuestro país, otros escritores como José Revueltas, otros ingenieros Heberto Castillo, otros Gilberto Guevara Niebla, otros Raúl Álvarez Garín, otras Roberta Avendaño “Tita”, otras Ana Ignacia Rodríguez “La Nacha”, otros Salvador Martínez de la Roca “El Pino”, han aparecido en nuestro país desde entonces. Quedan varias incógnitas, nunca se ha revelado el número exacto de muertos, aunque el periódico de Londres The Guardian, dijo que eran 250, cifra que retomó Octavio Paz en su libro Posdata, publicado en 1970.

 

Quizá nunca sepamos el número exacto de muertos en la noche en Tlatelolco; sin embargo, resonará en nuestros oídos durante muchos años la pequeña frase explicativa de un soldado al periodista del periódico El día, José Antonio del Campo, a quien le explicaron: Son cuerpos aquellos que están ahí amontonados. Son cuerpos, señor.

 

Finalmente, quisiera hablarles de un líder del 68, de Raúl Álvarez Garín que nos dejó hace unos días, la noche del 27 de septiembre del 2014. Raúl muere en los días del asesinato de 22 personas en Tlataya, Estado de México y otros 22 muertos en dos días en Chihuahua; muere en el momento en que aparecen cinco normalistas muertos en Ayotzinapan, muere en medio de una cacería de opositores en Morelos, ¿qué diría Raúl del joven futbolista de 15 años, José Evangelista, cuyos tenis aparecieron encima de su ataúd, porque vino a jugar fut como parte del equipo de los avispones y encontró la muerte en su autobús, volcado por obra de pistoleros y policías en la carretera Iguala-Chilpancingo? ¿Qué diría de los seis asesinados y los 43 normalistas desaparecidos en Iguala? ¿Qué diría de la muerte de tres jóvenes el 21 de septiembre en Maravatío a mano de cinco policías michoacanos? Raúl Álvarez Garín muere en un país en manos de la guerra sucia contra el narcotráfico, en un país que nos hostiga, en un país en el que se encarcela a los adolescentes, se les acusa y se les considera violentos, alcohólicos, drogadictos, desertores de la escuela, ignorantes e inservibles ¿Qué diría de un país en el que se mata a los chavos? En un país despiadado con su gente pobre, despiadado contra los migrantes, implacable con los niños. Un país que daña a sus habitantes, un país en el que todos los mexicanos podrían preguntarse ¿quién nos protege? ¿En dónde hemos venido a asentarnos? ¿Qué diría de lo que está sucediendo ahora en el reglamento y las modificaciones al plan de estudios del “Poli” que disminuye el grado académico a técnico y convierte a cada muchacho en mano de obra barata? Hizo referencia a lo que escribió Adolfo Sánchez Rebolledo sobre la matanza de Iguala: Mientras el Estado mexicano sea incapaz de asegurar la gobernabilidad mediante la justicia y la ley, la delincuencia seguirá colonizándolo, aprovechando para sí misma el orden legal.

 

No podemos pasar por alto el hecho de que estas matanzas involucran a los más débiles, a esos ciudadanos cuya desaparición no perturba –porque no existen para ellas– la vida cotidiana de las élites, lo cual muestra no sólo el filo irracional, demencial, de la violencia criminal, sino su siniestro clasismo, su carácter instrumental.

 

Elena Poniatowska finalizó su intervención con palabras ex profesas a los jóvenes universitarios: De los jóvenes depende, claro está nuestro futuro, el gobierno y las circunstancias, el futuro de México. Los jóvenes son el futuro y ya dieron una muestra de lo que pueden hacer con su movimiento, en el Distrito Federal, en una Universidad donde “papi” suele darle su coche a su hijito, en una universidad de ricos, la Universidad Ibero, la del “yo soy 132”, ese movimiento que cambió la visión que los estudiantes de las escuelas públicas tenían de la Ibero, nada mejor pudo unirlos como universitarios que esa declaración en el momento en que enseñaron con entereza sus credenciales en el internet aclarando que eran estudiantes y no porros ni gente pagada como pretendió divulgarlo el PRI, con sólo mostrar su rechazo a determinadas acciones políticas, los jóvenes cumplen con su responsabilidad ciudadana, con sólo decir que no, como lo hicieron en 2012, hace dos años, se comprometen con la salud política del país.

Escucha o descarga la ponencia:

Segundo silencio: Ayotzinapa

“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”

¿Quiénes son?, ¿están perdidos?, ¿por qué?, ¿están muertos?, ¿ya están muertos?, cuestiona un pequeño vendedor de palomitas y chicharrines a una mujer que sostiene un cartel con las fotos y nombres de los 43 normalistas de la escuela Isidro Burgos, de Ayotzinapa, desaparecidos entre el 26 y 27 de septiembre en Iguala, Guerrero, México.

La mujer se nota incomoda ante las preguntas y sólo responde un sí, en voz baja. El niño sigue observando el cartel mientras come una palanqueta, “son muchos”, dice y se pierde entre la gente.

Texto y fotos: Leticia Bárcenas González

El contingente al que pertenece la mujer, salió del parque Jardín del Arte a las cinco de la tarde, entre consignas: “Esta marcha no es de fiesta, es de lucha y de protesta; ¡Justicia, justicia, justicia!; Vivos se los llevaron, vivos los queremos; Ayotzinapa vive y vive, la lucha sigue, sigue; Porque el color de la sangre jamás se olvida…”

Unos jóvenes aprovecharon los viniles que anunciaban el encuentro entre la selección mexicana de futbol y la selección de Honduras, y otros que muestran diversos apoyos del gobierno a mujeres y campesinos, para hacer en el reverso de éstos pintas con aerosol en las que manifestaban su repudio a los acontecimientos y pedían justicia.

En la calle algunos automovilistas no entendían de qué se trataba la marcha y mostraban cara de disgusto, otros se detenían a observar. Antes de la marcha un médico dijo “es necesario dejar claro que este no es un movimiento magisterial, somos la sociedad civil que se organiza para demostrar que está cansada de lo que está haciendo mal el gobierno”.

El calor no cedía. Los clicks de las cámaras tampoco, la foto del contingente, la foto a la máscara de cerdo, la foto a la chica guapa, a aquella otra con su bicicleta y playera verde fosforescente. A las mantas, a las cartulinas.

Un chico, de cabello rizado y una banda roja sujetándoselo, empezó a pasar lista a los normalistas desaparecidos:

Víctor Manuel González Hernández: ¡Presente!

Saúl Bruno García: ¡Presente!

José Ángel Navarrete González: ¡Presente!

Jorge Aníbal Cruz Mendoza: ¡Presente!

José Ángel Campos Cantor: ¡Presente!

Jorge Álvarez Nava: ¡Presente!

Ismael Caballero Sánchez: ¡Presente!

Y continúa la enumeración para terminar exclamando a una sola voz: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.

La gente en las calles voltea, los empleados de los negocios salen a la banqueta, leen las mantas, algunas personas se asoman desde los balcones o ventanas de los segundos pisos, se solidarizan o muestran enfado.

El ruido de los autos y los cláxones no logra silenciar las voces: “Alerta, alerta que camina la lucha estudiantil por América Latina…”

Puños en alto, aplausos, pasos calmos, no hay prisa por llegar, el otro contingente viene del lado poniente. Al pasar frente a las instalaciones del Partido Verde Ecologista los gritos de “esos son, esos son, los que chingan la nación”, no se hicieron esperar.

“Lucha, lucha, lucha, no dejes de luchar por un gobierno obrero, campesino y popular”, esa y otras consignas hacen recordar algunas marchas de 1988, en las que estudiantes, amas de casa, trabajadores y campesinos, apoyaban la candidatura de Rosario Ibarra para presidenta. Las consignas no han cambiado…

Doña Rosario, esa “ama de casa, de vida breve, común y corriente” como la describió una vez la escritora Elena Poniatowska, inicia su lucha en 1973, cuando su hijo Jesús Piedra es desaparecido por el gobierno represor, y se convierte paso a paso en un símbolo, en un espejo de las contradicciones del sistema político mexicano. Su voz es la voz de madres y padres que en su familia padecieron la brutalidad del aparato policiaco y que dejó en claro la falta de garantías para aquellos que se atreven a disentir.

41 años han pasado desde la desaparición de Jesús Piedra Ibarra y hoy, la sociedad mexicana tiene una larga lista de jóvenes por quienes levantar el puño y gritar: “Gobierno farsante que matas estudiantes…”

Hay momentos en que el calor o la desesperanza, no lo sé, hace parecer que los gritos en realidad son un lamento, una oración.

Al llegar al parque central se unen más personas que por diversas circunstancias no participaron en la caminata pero llegan a demostrar su solidaridad, algunas se saludan con alegría, con el gusto que da el reencuentro de amigos.

Empieza el acto protocolario, un joven lee una carta dirigida a un normalista de Ayotzinapa.

Las cámaras y los celulares sirven para hacer el registro: el orador, la multitud, los carteles, los rostros de quienes desde el balcón de palacio de gobierno observan, la chica con una bandera blanca y negra, los mismos fotógrafos. Que no quede en blanco la memoria.

El ular de las sirenas de una ambulancia distrae a la audiencia. El chico termina su lectura levantando el puño. Un hombre delgado, de playera azul y lentes oscuros, ha estado muy atento, se nota conmovido y aplaude. Vuelve la consigna: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.

Toman la palabra diversos oradores; la música también sirve para expresar el repudio a la violencia: “Ya no más sangre, ya no más muertes señor presidente…” canta Aire Nuevo Music & Feeling

Llega un contingente de docentes de la sección 7. Traen consigo cajas forradas para simular féretros, veladoras y más pancartas. La tarde empieza a caer, las voces de los nuevos oradores también… los ánimos vuelven a revitalizarse, se invita a una profesora normalista de Ayotzinapa a tomar la palabra, nombre a los estudiantes que fueron sus alumnos.

Arriba al zócalo tuxtleco el contingente de los estudiantes de la Escuela Normal Rural Mactumactzá, visten playera negra la noche los recibe al igual que la gente reunida; se desplazan ordenadamente, colocan en el piso una manta roja y se colocan alrededor de ella, del lado sur los hombres, del lado norte las mujeres, al poniente hombres y al oriente la gente los observaba, los escucha atenta: “Hasta la victoria siempre, sí señor; hasta la victoria siempre, sí señor…”

Encienden veladoras, dos oradores más toman la palabra. Por hoy, termina el evento.

La lucha seguirá dicen a coro los normalistas presentes.

La noche cobija la plaza, los pasos se dispersan, las voces se niegan al silencio.

¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!

 

Primer silencio

No soy la voz de nadie en la espesura

ni el reflejo de luna milenaria.

Foto: Burt Glinn
Foto: Burt Glinn

Después de tanta muerte avasallante,

tanto es el miedo casto que ensordece,

y tanto el oprobio y el castigo.

 

En todo este silencio de palabras

acuno toda la vergüenza eterna…

 

(Fragmento)

Javier España

 

La poesía también sirve para expresar la indignación o vergüenza que generan ciertos acontecimientos.

Lleguen pues estos versos y nuestra solidaridad a los normalistas desaparecidos y sus familias.

¿Qué epitafio desearías en tu tumba?

Gabriela G. Barrios García / Leticia Bárcenas González
Fotografía: Gaby Barrios

 
Cruces / Foto: Gabriela Barrios

– “Ninguno”.
– “Hoy no es un día común”.
– “No he pensado, que ellos escriban lo que les nazca del corazón”.
– “En eso nunca he pensado (risas): Aquí yace la casta y pura”.
– “Apasionada por inmortalizar instantes”.
– “Lo bailado, nadie me lo quita…inche muerte”.
– “Siempre libre”
– “Nada trajimos, nada nos llevamos, nada perdemos”.
– “No es original, es de una película, me gustó: Vine, hice mi desmadre y me fui”.
– «Por la luz contemplada y la vida que pude captar».
– “Gracias por todo lo vivido”.
– “(Risas) ¿Qué es epitafio?… Pues supongo que me gustaría que dijera descanse en paz, pues nada solo la fecha de mi nacimiento y la de mi deceso”.
– “Nada, sólo mi nombre de pila, si es que tengo epitafio, porque aún no compro terreno en el panteón, puede ser que me cremen, he pensado que no puedo decidir sobre mi cuerpo muerto, si pasa quiero que ellos hagan lo que menos doloroso les resulte, pero, preferiría ser cremada, ya les he dicho”.

Epitafio dos / Foto:Gaby Barrios

Muy pocas veces o nunca nos detenemos a pensar en lo que deseamos para nuestra muerte, son raras las ocasiones que la evocamos o si lo hacemos lo vemos como algo muy lejano, no asumimos que nos puede ocurrir en cualquier momento; pensamos que la muerte es de los otros, nunca la nuestra, por eso participamos en los rituales que en torno a ella se realizan.

Uno de estos, son las inscripciones en las lápidas, conocidas como epitafios, palabra que proviene del latín epitaphĭus, y éste del griego ἐπιτάφιος, sepulcral, la cual se coloca sobre un sepulcro o en la lápida o en una lámina junto a la tumba.

Algunos son escritos con cierto refinamiento literario, por lo que constituyen un subgénero literario lírico dentro del más general de la elegía o poema de lamento. El escritor Óscar de la Borbolla, señala incluso, que son la antología más maravillosa de minicuentos porque que en ellos existen muchas vidas y la trágica evidencia de que todas son truncadas por la muerte… “La vida puede tener mucha paja, en cambio la literatura es por fuerza sintética”.

Si no viví más, fue por que no me dio tiempo

Paul Westheim señala en su libro Las Calaveras(FCE, 1985), que los europeos, a punto de emerger de la Edad Media, procuraron librarse de su temor a la muerte, que es a la vez temor al Juicio Final y al infierno, por medio de las “danzas macabras”,

Epitafio tres/Foto:Gaby Barrios

representaciones, en su mayoría pintadas en los muros de los cementerios, de la lucha enconada entre ángeles y diablos que se disputan el alma del que acaba de morir; se suponía que con estas imágenes, todos aquellos que vivían de manera despreocupada, entregados al juego de las pasiones terrenales, reflexionaban sobre la muerte repentina, ésa que los podía arrancar inesperadamente de su posición poderosa y de sus placeres. El efecto sicológico sobre las masas estribaba en presentar el contraste entre vivos y muertos, estos últimos representados por un esqueleto, acompañados, además, por breves sentencias explicativas, redactadas en versos toscos.

En México, las danzas macabras fueron retomadas por Santiago Hernández y José Guadalupe Posada, quienes transforman esos

versos toscos en las famosas calaveras, llenas de ironía y sarcasmo, a través de las cuales la muerte, demoníaca adversaria del hombre en los siglos XV y XVI, se transforma en una amiga o en un compadre con el que se puede bromear. Esta familiaridad con que el mexicano trata a la “pelona” se manifiesta también en los altares con su flor de cempasúchil, su pan de muerto y sus calaveritas de azúcar en las que se pegaban pequeños epitafios que señalaban los defectos o venalidades de los aludidos.

En los panteones, esos epitafios se realizan en las lápidas de las tumbas para recordar, de manera seria o irónica pero siempre con brevedad, agudeza y exactitud, las virtudes del difunto. Además, estas composiciones no tienen que ser redactadas en verso, por lo que no es necesario ser poeta de oficio para escribirlas, muchas, incluso, son producto del ingenio popular anónimo, por ejemplo:

– “Buen cuate, siempre sincero y chingonazo. Bolo cuando había que chupar, solidario cuando había que ayudar”.

– “Del todo a la nada”.
– «A lo absurdo de mi vida sólo le pudo dar sentido la muerte».
– «Soy un líder…todos me seguiréis”.
– “La muerte es una enfermedad atea, no tiene cura”.

Nuestra muerte ilumina nuestra vida

Epitafio Uno/Foto:Gaby Barrios

Las inscripciones de las lápidas deberían ser fundamentales para conocer más acerca de nuestra historia local, incluso familiar, ya que en sus orígenes, en ellas se daba el registro de muertes insólitas y últimas palabras, elementos que podían contarnos fascinantes historias.

En el Panteón Municipal de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (México) este sentido irónico de los epitafios se ha sustituido por la bondad de las citas bíblicas y las virtudes del difunto, además de llevar, como en todas las demás, el nombre y las fechas de nacimiento y muerte. Lo que cambia son las formas.

Al caminar entre los estrechos y a veces inexistentes pasillos, podemos contemplar tumbas lujosas que son el reflejo de la vida de quien en ellas yace y otras sencillas, apenas con una flor que lucha por sobrevivir y demostrar que hay vida a pesar de tener la muerte a sus pies, no obstante, todas indican quien es su habitante.

Aun cuando el dolor se representa con los colores oscuros como señal de duelo, algunas lápidas se visten de colores que pueden ir desde el naranja hasta los tonos pastel, incluso con flores dibujadas.

Tumba abandonada / Foto: Gaby Barrios

 

Los grandes árboles cobijan con su sombra no sólo las tumbas sino a los visitantes y el sonido de sus hojas al mecerse con el viento acompañan las plegarias, los llantos y la esperanza del reencuentro. Jardines de flores naturales adornan algunas criptas, manifestando así a sus moradores el cariño y la dedicación de quienes los recuerdan.

Tumbas sepultadas por la maleza y el polvo, devoradas por el olvido y el tiempo, reflejan la soledad que habita algunos rincones, donde sólo permanecen las inscripciones, la mayoría elementales: nombre, fecha de nacimiento y muerte.

Los epitafios no forman parte fundamental de la cultura sepulcral de los tuxtlecos, quizá por ello en muchas criptas se encuentran inscripciones repetidas o con una variable mínima:

– “Desapareciste de nuestro lado pero nunca de nuestro corazón y pensamiento”.
– “Triste quedó nuestro hogar sin tu sombra querida se fue dejándonos la nobleza de su alma y la bondad de su corazón”.

Los hay amorosos:
– “Te lloraré toda mi vida mas no has muerto para mí. Sé que algún día lograré reunirme a ti. Tu papá”.
– “Para el mundo has muerto para tu esposa e hijos vivirás eternamente”.
– “Inolvidables hijitos siempre estarán en nuestro corazón”.
– “Tus caricias, cuidados y consejos fertilizaron nuestro amor, que perpetuamos con fe y esperanza en nuestra oración. Descansa en paz”.
– “Recordándote con amor. Tus padres”.

Pero también con reclamos:
– “Dios mío misericordioso nos quitaste el único ser que nos amó en esta vida. La que era nuestro apoyo y consuelo. Que se haga tu santísima voluntad. Bendita seas”.

Otros son homenajes:
– “Tu voz nunca se apagará porque nuestros actos siempre hablarán por ti”.
– “Por tu ser que se transmite, un cariñoso reconocimiento de tus nietos”.
– “Recordamos con cariño. Tu nobleza de corazón, tu honradez y tu hermosa filosofía, son el ejemplo más bello y la herencia más sólida que nos dejaste, padre querido”.

Tumba Homenaje / Foto:Gaby Barrios

Y los hay únicos:
¬– “Leona indomable que aquí duermes, mil batallas a la muerte habías ganado, tu alma y espíritu ha impregnado todo símbolo de vida que has amado. Estás en la libre mariposa, en el cándido aroma de las flores, te escucho en el jilguero y ruiseñores, te siento en la música, en el baile, en cada beso enamorado. Eres símbolo de amor ¡oh, madre mía! Eres símbolo de vida y alegría. Dios bendiga y eternice tu memoria porque siempre te amaremos madre mía”.
– “¡A quién nos dio todo a cambio de nada!”

¿Y usted ya pensó el suyo?

Panteón / Foto: Gaby Barrios

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A ti, Diana Grajales, la amorosa indomable: “Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno, y por eso estoy destinada a morir de amor…”
 
A ti, Luis Villatoro, el amoroso entrañable: “…la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma y que no se puede apagar.”
 
(Publicado en el diario El Heraldo de Chiapas, Noviembre 2007)