Saltar al contenido
Desmesuradas

Desmesuradas

Entrevista, crónica, reportaje, artículos

  • Secciones
    • Artículo
    • Crónica
    • Cuento
    • Entrevista
    • Fotografía
    • Invitación
    • Poema
    • Reseña
  • Acerca de nosotras

Etiqueta: historias

Publicado el 28 octubre, 201429 octubre, 2014

Gafas, lentes, anteojos o espejuelos

La vida es fascinante: sólo hay que mirarla a través de los lentes correctos.
Alejandro Dumas

Las gafas, lentes, anteojos o conocidos también como espejuelos, son más que un instrumento óptico sujeto a una armazón, que se apoya en la nariz con un arco y dos varillas sostenidas en las orejas, son parte de la personalidad de quien las usa y no hay artefacto sin su historia.

Doce anécdotas nos transportan a las diversas vivencias surgidas del uso necesario de los anteojos, a partir de las preguntas: ¿A qué edad comenzaste a usar lentes? ¿Cómo te diste cuenta que los necesitabas?¿Recuerdas lo que se te vino a la mente cuando te indicó el doctor que los necesitabas? ¿Qué fue lo que sentiste en la primer semana de usarlos? Alguna anécdota, agradable o no, con los lentes. ¿Cuántos tipos de lentes tienes? ¿Cuánto inviertes en ello? Cuando cambias lentes, ¿los guardas? Aproximadamente ¿cuántos lentes has tenido?

Texto: Gabriela G. Barrios García

lentes3
Lentes/Gif animado: Galatea Xalli

 

“Es como traer una extensión de tu cara o algo así”
Valeria, 36 años. Correctora de estilo y profesora. Comencé a usarlos a los 17 años. No miraba lo que mis maestros escribían en el pizarrón y entonces me tuve que cambiar de lugar hasta adelante aunque no me gustaba. Me fui haciendo la idea de que debía usar lentes porque toda mi familia usa, así que no me cayó mucho de sorpresa cuando el médico me lo confirmó, sólo me terminé de resignar. Se siente muy raro, desde la molestia física de traer puesto algo ajeno a tu cuerpo, es como traer una extensión de tu cara o algo así, pero se va compensando porque vas descubriendo cosas q antes no veías y que ahora sí puedes ver gracias a ese extraño artefacto (risas). Los primeros que usé eran ¡ENORMES! pero yo no lo percibí, hasta cuando los cambié me di cuenta realmente qué tan grandes eran, ha de ser porque realmente estaba tan mal de la vista que ni reparé en el tamaño de ellos. Los cambio hasta que me resultan inservibles, por lo mismo, he tenido pocos a lo largo de estos ¡20 años! (oh, no me había dado cuenta que este año cumpliré 20 años), como 4 lentes nada más. No los guardo, a lo mejor estos que tengo sí los guarde porque son los que más me han durado (llevan seis años).

«Un tipo me gritó en la calle lentona»
Verónica. 33 años. Coordinadora de radio. Comencé a usar lentes a los 23 años. Me di cuenta que los necesitaba porque al manejar ya no veía la numeración de la placa del carro que iba adelante de mí. No pensé en nada, fue aceptación total. Me gustaba usarlos, era algo nuevo para mí, ahora pienso que me veo mejor sin ellos. Un tipo me gritó en la calle «lentona». Invierto alrededor de 4 a 5 mil pesos. Los guardo. He tenido cinco lentes.

“Una sensación fea pero divertida de que el piso a mis pies se hundía”
Fernando. 36 años

. Servidor público

. A los 19 años. Cuando estudiaba la Universidad y de repente empecé a no distinguir lo que los profesores escribían en el pizarrón.

 Nunca acudí con un oftalmólogo; cuando de plano ya no veía nada de lejos, fui a una óptica a que me hicieran el diagnóstico de la graduación y encargué mis primeros lentes. Lo que me vino a la mente cuando me confirmaron que requería lentes fue; maldición, ¡qué caros son!

 Vértigo. Una sensación fea pero divertida de que el piso a mis pies se hundía, como de estar al borde de escalones que aparecían a cada paso, transformando el suelo plano en una infinita escalinata que, sin embargo, desaparecía al quitarse los lentes. Pero con el tiempo  la sensación desapareció.

Desde hace más de un año me corto el cabello con la misma peluquera. Cuando me lo corta me tengo que quitar los lentes para que el filo de sus tijeras pueda cumplir su función estilizadora en toda la superficie de mi cabellera. Si cuando acudo al corte llevo puesta alguna camisa que cuenta con bolsillo, los deposito ahí mismo y si no es así, los coloco en algún mueble que se encuentre cerca de mi. Antes de iniciar, como lo hacen casi todos los peluqueros decentes, ella me coloca una capa de tela sobre el cuerpo, incluidas las manos,  a fin de que el cabello cortado no se impregné en mi ropa, por ello ocurre que cuando ella finaliza su labor, y toma un espejo pequeño para ponerlo detrás de mi cabeza, con el fin de que yo pueda ver su reflejo en el espejo que está frente a mi, y pueda así dar el visto bueno de conformidad por el trabajo realizado en esa zona de mi cabeza, yo por decidia, nunca me coloco los lentes y solamente hago la “finta” de estar viendo detenidamente el trabajo ejecutado para invariablemente siempre terminar diciendo: sí, quedó bien. En su borroso rostro siempre distingo un esbozo de sonrisa que de seguro es de orgullosa satisfacción. Pobre mujer, hasta ahora ni se imagina que nunca veo nada.

Solamente dos; de armazón metálica y de mica. Pues los cambio cada tres o cuatro años, la última vez invertí poco más de ocho mil pesos. Sí aún están útiles sí, y los sigo usando en la casa. He tenido cinco.

«Me atraía la idea de que me vería bien con lentes»
Edgar. 49 años. Periodismo. Comencé a usar los lentes a los 20 años. Se me dificultaba ver de lejos. Por un lado me preocupó, pero me atraía la idea de que me vería bien con lentes. Un poco de incomodidad mientras me acostumbraba. Solía olvidarlos con frecuencia. Uso un solo tipo de lentes. Entre mil y 1, 500 pesos. Sí los guardo. He tenido aproximadamente 15 lentes.

“Ojalá con los lentes se me quitara el dolor de cabeza”
Claudia: 44 años. Catedrática. A los 21 años. Por constante dolor de cabeza. Esperaba que ojalá con los lentes se me quitara el dolor de cabeza que tenía constante. Adaptación a usarlos. No recuerdo ninguna anécdota. Uso dos tipos de lentes. Invierto aproximadamente 600 pesos. Están guardados. He tenido 5 pares.

“Con los lentes descubrí un nuevo mundo”
Indira. 33 años. Corrección y redacción de textos. Pupilentes, a los 12 años. Lentes de armazón, a los 20 años. Nunca me di cuenta, creí que era normal ver el mundo como yo lo hacía. Lo supe durante un chequeo con el oftalmólogo, pues me indicaron estudios para saber las causas de otro padecimiento y entonces sucedió el hallazgo, era miopía, la cual no tuvo nada que ver con el otro padecimiento, por lo que fue realmente un descubrimiento. Que no quería usar lentes. Tenía 12 años y sólo pensaba en las burlas en la escuela. Un gran peso en mi rostro. Sentía que el marco de los lentes me limitaba a ver sólo una parte del todo; sentía que me estaba perdiendo de algo más. Agradables, miles. A pesar de la incomodidad que me provocaban, con los lentes descubrí un nuevo mundo. Nunca había visto un cielo estrellado, con la miopía sólo podía ver las estrellas más grandes, tampoco había visto las hormigas en el suelo estando de pie. Literalmente vi con otros ojos todo lo que me rodeaba, desde lo más pequeño hasta lo más grande. Sólo uno. Muy poco, compro lentes de menos de 1,000 pesos porque soy muy descuidada con ellos. Cuando necesito una mayor graduación o cuando se rompen. Generalmente regalo las armazones que estén en buen estado. He tenido entre 15 y 20, aproximadamente.

 

Lentes/Composición: Galatea Xalli
Lentes/Composición: Galatea Xalli

«¡Wow! el cielo se ve impresionante»
Carlos. 40 años. Diseñador Web. Aproximadamente a los 27 años. Cuando casi me atropella el chofer del transporte público por acercarme a leer los destinos de su ruta, que siempre colocan en el el cristal del parabrisas. Pensé «ya lo sospechaba». Genial, ¡estaba bien ciego!, veía todo con claridad. En esa época llevaba clases de inglés por las noches, al terminar la clase y salir volteo a ver el cielo y me impresionó la cantidad de estrellas que veía, no me contuve al decirlo: «¡Wow! el cielo se ve impresionante», los compañeros voltearon a ver hacia arriba y luego me quedaron viendo extrañados, era comprensible que antes de los lentes no veía ni las estrellas. Tres tipos, los de uso de todo el día, unos gogles para trabajo pesado y unos de sol, estos dos últimos siempre se me olvida utilizarlos. Hasta 6 mil pesos he invertido comprando lentes nuevos. No los guardo porque cuando los cambio es porque en verdad no sirven para nada (remendados con alambrito o casi completamente rayados). Creo que unos 10 lentes.

“Me metía a bañar con ellos puestos”
Esther. 38 años. Profesora. A los 24. No veía con claridad y se me irritaban los ojos. «No quiero usar lentes». Al usarlos sentí mareo, calor e incomididad. Cuando los traía puestos con frecuencia se me olvidaba y me metía a bañar con ellos puestos. Tengo dos tipos de lentes. Invierto en ellos lo necesario. Dono los armazones a quien los necesite. He tenido seis lentes.

“Pensaba con espanto que en la escuela me dirían montón de apodos”
Luna M. 48 años. Escritora. Los empecé a necesitar a los 11 años pero los usé hasta los 15.

 Porque no veía bien a mis compañeros o maestros si estaban lejos de mí y menos lo que escribieran en el pizarrón. No fue necesario que me lo dijera, yo lo sabía porque no veía pero pensaba con espanto que en la escuela me dirían montón de apodos, como a mi compañera Elena que le decían “la venada” porque no veía nada sin sus lentes, o sea “la-ve-nada” (risas).

Fue una experiencia desagradable, sentir “eso” que no era parte de mi cuerpo y que además pesaba sobre mi nariz; luego esa sensación de sorpresa cuando la gente que conocía me veía. Desagradable, definitivamente.

 No me gustaba usar lentes, así que aprovechaba cualquier oportunidad para quitármelos. Una tarde que fue mi novio por mí a la salida del colegio de bachilleres, fui a su encuentro, pero para llegar a donde él estaba tenía que cruzar una avenida por donde circulaban muchos camiones urbanos y obvio, los lentes –que además recién me los habían comprado- los traía en un estuchito de tela, sobre mis libros, entre mis brazos, como estudiante de película, no en una mochila o bolsa como se suponía debería ser en una ciudad con tanto ajetreo como el DF. Y lo bueno viene ahora: al cruzar la avenida, corriendo -porque no había semáforos y tenía que ganar el paso a los autobuses- cayó de mis brazos el estuche de los lentes y antes de que yo llegara a los brazos de mi novio, un camión pasó sus enormes llantas sobre mis lentes nuevos. No sabía cómo reaccionar, ¿qué le diría a mi papá?, ¿cómo le haría para ver qué camión tenía que tomar si no veía de lejos?, ¿y los apuntes del pizarrón?En fin… un semestre sin lentes.

Sólo uno, con armazón metálico. Un tiempo también usé de contacto.

 Depende, si compro armazón o sólo las micas y hace mucho que no cambio.

 Sí, los guardo un tiempo por cualquier emergencia, aún tengo los anteriores. Uuuuuy, no recuerdo.

«Al usarlos sentí 
incomodidad y alivio”
Ulises. 38 años. Licenciado en Informática. A los 21 años. No podía leer muy bien. Sentí alivio cuando el médico me indicó que usaría lentes. 
Al usarlos sentí 
incomodidad y alivio. Tengo dos tipos de lentes. Invierto mucho en ellos. Los guardo. He tenido aproximadamente ocho lentes.

“Me adapté a ellos con rapidez”
Daniela. 20 años. Estudiante. Comencé a usar lentes a los 17. Por el dolor de cabeza al usar la computadora y al leer. Me dirán cuatro ojos en la escuela. Una mejora increíble porque mis problemas de dolor de cabeza ya no eran constantes , me adapté a ellos con rapidez.  Solamente uno. Invierto 1,200 pesos. No los guardo porque se me rompen y sólo dos veces he cambiado de lentes. Aproximadamente dos.

“Esta niña si ve, lo que pasa es que no se sabe el abecedario”
Estaba en cuarto año de primaria cuando me llevaron por primera vez al oftalmólogo, quien afirmó molesto: “Esta niña si ve, lo que pasa es que no se sabe el abecedario”. Según yo sí me sabía el abecedario pero el pizarrón del médico era tan confuso para mí porque no veía las letras claramente y tardaba en responder.

La visita a otro oftalmólogo, el diagnóstico fue: Señora su hija necesita anteojos, le tomaré la graduación para realizarle sus anteojos. Mi primer pensamiento fue de alegría porque era algo nuevo para mí. En cuanto me los colocaron comenzó el martirio: caminaba insegura porque veía las banquetas que se movían, daba pasos largos y cortos, no le atinaba. Me salieron ampollas en las orejas, mi rostro me pesaba.

La situación empeoró cuando tuve que ir a la escuela, como en esa época era poco común ver niños y niñas con anteojos, todos mis compañeros me miraban como fenómeno de circo; en el homenaje a la bandera en la formación nos llegaba el sol y los lentes se me empañaban y me quedaba quieta de vergüenza sin saber qué hacer. Sobre todo porque el médico instruyó que me los quitara sólo para bañarme y dormir.

Ahora tengo 38 años y a lo largo de mi vida he usado todo tipo de lentes, desde los pupilentes semirígidos, los blandos y todo tipo de armazones, hasta de sol graduados. Se han vuelto parte inherente de mi personalidad. Nadie me recuerda sin lentes.

Estas son nuestras historias, y tú estimado lector ¿te animas a compartirnos la tuya?

Aviso de privacidad Funciona gracias a WordPress