
Nació en Kermanshah, Irán el 22 de octubre de 1919 y murió el 17 de noviembre de 2013 en Londres, Inglaterra.
Guiada por mi afición a los gatos y la literatura, hace años busqué imágenes de escritores con sus gatos, me encontré una imagen que me gustó mucho, era de una joven escritora frente a una máquina de escribir acariciando alegremente a un felino, vi su nombre, Doris Lessing, fue la primera vez que supe de ella.
Su nombre volvió a toparme cuando anunciaron que había recibido el Premio Nobel de Literatura en el 2007, me sentí atraída por esa escritora británica gracias al bombardeo de información sobre su vida y obra aparecida en los medios, así que fui a la librería a buscar una de sus obras. Me encontré con varios ejemplares y decidí comprar “El cuaderno dorado”, considerada la obra más emblemática de dicha autora.
Leí en la contraportada de este libro de casi 800 páginas: “testimonio clave sobre la condición femenina y magistral crónica de una generación, el cuaderno dorado relata la profunda crisis vital de Anna Wulf, escritora divorciada y militante comunista”.
La protagonista de la historia, documenta su vida en cuatro cuadernos con diversos colores: negro, rojo, amarillo y azul, los cuales intenta unirlos al cuaderno dorado, como única forma de ver su realidad intentando atar todos los cabos sueltos. En dicho libro trata temas bélicos, ideologías políticas y la condición y lucha femenina en el trabajo, el sexo, el amor, la maternidad y la política.
Es por ello, que en este mes en que se celebra su nacimiento, queremos compartir con ustedes un pequeño fragmento de su libro, en el cual habla de una vivencia que quizás algunas podríamos sentirnos identificadas.

27 de marzo de 1950
Lloro dormida. Cuando despierto, de lo único que me acuerdo es de que he llorado. Se lo he dicho a la señora Marks y me ha contestado:
—Las lágrimas que derramamos cuando dormimos son las únicas sinceras de nuestra vida. Las lágrimas de cuando estamos despiertas son producto de la lástima que sentimos por nosotras mismas.
—Eso resulta muy poético, pero me es imposible creer que lo dice en serio.
—¿Y por qué no?
—Porque me agrada dormirme sabiendo que voy a llorar.
Sonríe, y yo espero a que responda…, pero ella ya no me va a ayudar. En consecuencia, le pregunto, con ironía:
—¿No va a decirme que soy una masoquista?
Afirma con la cabeza: naturalmente.
—Hay placer en el dolor —sentencio por ella, que afirma otra vez—. Señora Marks —puntualizo—, este dolor triste y lleno de nostalgia que me hace llorar me inspiró aquel maldito libro.
Se incorpora tiesa, escandalizada porque me atrevo a maldecir un libro, el arte, esta actividad tan noble.
—Lo único que ha conseguido —continúo— es hacerme llegar poco a poco a la conciencia subjetiva de lo que yo sabía: que el origen del libro está envenenado.
—El conocimiento de uno mismo consiste siempre en tener una conciencia cada vez más profunda de lo que ya sabíamos.
—Pues no es suficiente.
Afirma y se queda meditando. Presiento que va a producirse algo importante, pero no sé qué. Después, pregunta:
—¿Escribe un diario?
—Con irregularidad.
—¿Apunta lo que sucede en estas sesiones conmigo?
—A veces.
Afirma con la cabeza, y me doy cuenta de lo que está pensando: que esto, el escribir un diario, es el comienzo de lo que considera el deshielo, la liberación de lo que me impedía escribir. Me ha molestado tanto, he sentido un rencor tan grande, que no he podido decir nada. Era como si al mencionar el diario, al convertirlo en parte de su análisis, por decirlo así, me lo hubiera robado. (Aquí, el diario dejaba de ser un documento personal. Continuaba en forma de recortes de periódicos, pegados con gran cuidado y con las fechas marcadas).*

*Lessing, Doris. El cuaderno dorado. Publicado en 1962 y traducido por Helena Valentí. Primera edición en Punto de Lectura noviembre 2007.