
1.
No estaba solo. Entre la multitud
sus músculos se distendían, palpitantes de energía,
mientras esgrimía el martillo,
mientras que hubo rocas sobre la tierra.
Una piedra le destrozó las sienes
penetrando en la cámara del corazón.
2.
Tomaron el cuerpo, caminaron en silenciosa fila.
3.
El trabajo le rodeaba aún por doquier, la suerte injusta.
Todos llevaban camisas grises,
y botas hasta la rodilla caminando entre el lodo,
revelando justamente todo lo que
debería terminar entre los hombres.
4.
Su tiempo se detuvo brutalmente.
En los instrumentos de baja tensión
las agujas oscilaron y después bajaron a cero.
La piedra blanca estaba ahora en él,
le consumía el ser,
penetrándolo tan profundamente
que él mismo se convertía en roca.
5.
¿Quién moverá la piedra?¿Quién devolverá el pensamiento
a estas sienes agrietadas? Así se rompe el yeso.
Silenciosamente, lo depositaron sobre la capa de grava.
Llegó su esposa, desconsolada de tristeza.
Su hijo regresó de la escuela.
6.
¿Y la cólera de esa mujer debía añadirse
A la cólera de los demás?
Ella hacía crecer en él su verdad y su amor.
¿Tenía que ser utilizado
por aquellos que vendrían después de él,
despojado de su sustancia,
inigualable, profundamente suya?
7.
De nuevo se transportan las piedras.
La vagoneta se pierde entre las flores.
De nuevo la corriente eléctrica
divide el espesor de las paredes.
Pero este hombre se ha llevado consigo
la estructura interna del mundo.
Mientras más grande es la cólera,
mayor es la explosión del amor.
IV – A la memoria de un camarada de trabajo / Karol Wojtyla (Wadowice, Polonia, 18 de mayo de 1920 – Ciudad del Vaticano, 2 de abril de 2005)
Versión de Sergio Fernández Bravo
Fuente: Karol Wojtyla. Poemas. Editorial Jus, S.A. de C.V. México 1990.