El amor es un escudo contra la maldad: Héctor Cortés Mandujano

El fin de semana concluyó el 14º Festival Internacional de las Culturas y las Artes Rosario Castellanos 2014, realizado en el municipio de Comitán de Domínguez, Chiapas, México, en el que se llevó a cabo un foro literario con la participación del escritor chiapaneco Héctor Cortés Mandujano, Premio Nacional de Novela Breve «Rosario Castellanos» 2004, quien dio lectura a fragmentos de su obra titulada “Aún corre sangre por las avenidas”.

Al respecto, Desmesuradas comparte con ustedes una entrevista con el escritor, en la que habla de esa novela y otra titulada “Mar en movimiento”, mención honorífica en el mismo certamen.

El amor es un escudo contra la maldad: Héctor Cortés Mandujano

Leticia Bárcenas González

Aún corre sangre por las avenidas es una crítica a la naturaleza humana, a partir de un crimen brutal registrado años atrás en Tuxtla Gutiérrez. La violencia, presente en toda la novela, deja ver el lado oscuro de una ciudad que puede ser cualquier parte del mundo, aunque sus personajes utilicen un lenguaje muy tuxtleco. Con esta obra, Cortés Mandujano, ha demostrado que se puede escribir sobre Chiapas sin hablar necesariamente de los indígenas y del movimiento zapatista, al mismo tiempo que borra la idea absurda de que sólo se puede hacer literatura desde el centro o norte del país, por lo que se siente satisfecho, aun cuando hubo gente a la que le molestó la temática y su forma de contarla, “no nos gusta ser criticados, nos encanta que nos halaguen, así es la naturaleza humana en general. Entiendo que hay gente que adora Tuxtla Gutiérrez, y que de pronto le puede parecer agresivo u ofensivo que alguien que no es de Tuxtla, como es mi caso, se refiera a su ciudad no en los términos en que a ellos les encantaría.”

Foto: Alexis Sánchez
Foto: Alexis Sánchez

En Aún corre sangre por las avenidas tocas “algunas partes oscuras de Tuxtla Gutiérrez”, como una forma de demostrar tu amor por esta ciudad. ¿Es una labor de la literatura decir la verdad?

—Sí, aunque no podría extenderlo hacia toda la literatura, pero por lo menos a la literatura que a mí me interesa escribir sí, y es una verdad que al final de cuentas es mía. No necesariamente tiene que ser avalada o compartida por todos los demás, al final de cuentas la verdad es algo tan intangible y tan huidiza que suponer que lo que tú dices es una verdad tan firme que nadie la puede socavar, sería una tontería, una vanidad, que por lo menos yo no tengo. Dentro de la novela digo cosas que me parecen denunciables, cosas que no me gustan, en esta circunstancia en la que me ha tocado vivir.

—Cuando obtuviste el Premio hubo gente muy molesta, no porque ganaras el Concurso sino por lo que decías de Tuxtla. ¿Aún te siguen invitando a salir del estado?

— (Risas) De momento no, pero aunque me inviten no les voy hacer caso. Digamos que como mi intención no es necesariamente hacerle el gusto a nadie no me preocupa mucho lo que puedan pensar, lo que sí me preocupa es escribir bien, contar bien, y tener claro que lo que digo puede ser una verdad para mí, aunque no necesariamente para los demás.

García Ponce señaló, en una entrevista, que la ventaja de la cultura es poder tocar zonas oscuras e iluminarlas. ¿Cómo se logra ese proceso?

—Bueno, habría que preguntarle a García Ponce (risas). Efectivamente, cuando hay algo que nadie comenta, que nadie dice pero que todos saben, en el momento que te acercas a ese hecho o a esa zona se puede caer en la cuenta de que es cierto, pero no estás descubriendo esa zona obscura porque esa zona obscura ya está ahí. Hace tiempo dije en otra parte de la República que Tuxtla Gutiérrez era una ciudad atravesada por un río de mierda y me dijeron: eso es mentira, y dije no, sí es cierto. Preguntaron que cómo la gente lo soporta, parecía absurdo pero todo mundo sabe eso del río Sabinal, no es algo oculto, el río pasa y apesta, pero justamente cuando hablé de ello en un programa de radio, la gente se indignó como que si estuviera diciendo una mentira, como que si el río Sabinal lo hubiese inventado yo o lo ensuciara yo solito. Creo que esta hipocresía generalizada que tenemos de enseñar sólo lo bonito, nos ha hecho daño. A estas alturas del partido debemos saber cómo somos los hombres y las mujeres. Ya nadie debería llamarse engañado, si estás pensando que somos seres ideales y angélicos estás equivocada.

—Dice Alejandro Jodorowsky que hay lugares en el mundo en los que habita un sufrimiento enorme, que cada uno de nosotros podría ayudar a aliviar: ¿Tu trabajo literario contribuye a ello?

—Por lo menos no de esa manera, no lo tengo como una cruzada porque creo además que no es necesariamente mi vocación, a mí no me gusta dar consejos que no me piden, pero trato de que, por las circunstancias justamente de lo que escribo, que lo que digo pueda ayudar a alguien. Hace tiempo cuando publiqué un libro (Lejos del reino de las hadas) y en un programa de radio estaba hablando de él, llamó una muchacha de preparatoria y dijo que me felicitaba y que le gustaba lo que escribía; el locutor le pregunto por qué si es un libro sobre la brutalidad, la violencia, la muerte. Y la niña dijo algo que a mí me asombró: porque nos enseña lo que no debemos hacer (risas). Evidentemente muchas de las cosas que yo toco pueden ser brutales, pueden ser tiernas, pueden ser de distintos modos, tal vez sí están buscando aliviar el dolor o por lo menos compartirlo. O quizá decir que lo podemos evitar de veras, y lo podemos evitar simplemente haciendo lo que nos toca sin pensar en que vamos a modificar al mundo, al mundo completo. Hace tiempo que platiqué con niños, a raíz de otro libro, y uno de ellos me preguntó qué podemos hacer para salvar al mar, le dije, mira no te preocupes por el mar preocúpate por salvar el río que pasa cerquita de tu casa, preocúpate por salvar el arbolito que esta ahí, muy cerquita de donde vives, échale agua, no mates ningún animal, trata en la medida de lo posible que hagas lo que hagas no dañe a otros, pero olvídate del mar, si haces lo que te toca puede que ayudes al mar de manera indirecta. A veces estamos preocupados por salvar al mundo, no mames, eso no se puede, o sea, no puedo salvar al mundo evidentemente pero sí puedo, tal vez, relacionarme bien con la gente que tengo al lado y eso me parece que puede servir, en este sentido puedes aliviar, si quieres, la soledad, el dolor, la falta de amor o de cariño de alguien que esté cerca de ti, y creo que eso basta, salvo que seas Buda o la madre Teresa de Calcuta, gente que ha decidido vivir la vida entregada a los otros, algo que yo no hago.

—¿La violencia también será una forma de demostrar amor?

—Sí, claro. Detrás de todos los asesinos y detrás de toda la gente que realiza actos espeluznantes, hay un niño, una niña que quería que la quisieran. Creo que, aunque suene muy cursi, el sentimiento amoroso que tengas cercano a ti funciona como una suerte de escudo contra la maldad, si te sientes amado y amas, creo que puedes, efectivamente, no matar a alguien, no herir a alguien, en términos generales, pero creo que alguien que no es amado, que no ha tenido la posibilidad de que lo amen y de amar pues tiene un rencor hacia el mundo y en ese momento lo representamos tú y yo, lo representamos un hombre y una mujer, y si el mundo me ha jodido, si el mundo está en contra mía, ¿por qué diablos tengo que respetar al mundo? Te puedes inmolar por los demás si te sientes amado y puedes matar a todos los demás si sientes que nadie te ama.

En Aún corre sangre por las avenidas uno de los personajes habla sobre su trabajo: hacer lucir bien a los cadáveres, y se describen algunas características importantes según el tipo de muerte que se haya tenido. Me intriga algo: ¿en verdad los ahorcados, antes de morir, eyaculan? ¿Las ahorcadas tendrán orgasmo?

—No sé. Bueno, es una pregunta complicada (risas). Los ahorcados eyaculan, es una cuestión médica incluso criminalística, que yo, como abogado, estudié en algún momento de mi vida. Hay una novela del Marqués de Sade en el que un tipo se cuelga en aras del placer, se cuelga de un lazo y en el momento en que eyacula, la chava que está con él corta el lazo para que no muera, entonces ese cuate regresa a la vida fascinado porque es la mejor eyaculación que ha tenido, después lo hace de manera constante, un artista de veras (risas). En el caso de las mujeres es más complejo pues se supone que sólo existe el orgasmo clitórico, entonces…salvo que las colgaran de ahí (risas).

—No creo que sientan mucho placer (risas).

—Tampoco yo. El asunto de la eyaculación está relacionado con otra cosa, con algo orgánico que tenemos los hombres y que las mujeres no (risas).

—Retomando la novela y ese mundo de carencias de tu personaje niño. ¿Alguna vez has experimentado el hambre feroz, el frío que deja sin aliento, el miedo que cala los huesos?

—He tenido mucha hambre en momentos de mi vida, especialmente cuando fui adolescente y coincidimos, mis hermanos, mi mamá y yo, y vivíamos en una casa pero teníamos muchas necesidades, no todos teníamos trabajo e íbamos cascareando y había días en que no teníamos ni para comprar tortillas, entonces no comíamos sólo tomábamos agua para pasarla, pero nunca me pareció que eso fuera un hambre feroz. El frío que deja sin aliento sí, porque soy muy friolento. Un día íbamos a Guadalajara en un camión a presentar una obra de teatro mía: “La muerte, esa bestia negra”, que fue elegida para ser representada en la muestra nacional de teatro en Guadalajara, pasamos de madrugada por Toluca y la verdad es que me sentí morir, fue como una hora en que yo no sabía qué hacer, no me quería mover, quería gritar, fue una de las cosas más espantosas que me ha pasado en la vida, un frío brutal, brutal. Miedo. Fui un niño miedoso, le tenía miedo a lo sobrenatural y a algunos animales del campo, después le he ido teniendo miedo a otras cosas pero nunca he sentido un miedo paralizante, así de espeluznante que no me permita moverme, no. Soy muy racional, lamentablemente, cada vez me vuelvo más racional, tengo miedo a menos cosas.

—Dices ser más Eros que Tánatos, pero ¿alguna vez has deseado morir?

—Sí, como todos. Tal vez haya alguien que no y lo felicito desde aquí, pero yo sí, varias veces. Especialmente en la adolescencia. Mi adolescencia y creo que la de todos los hombres o de la mayoría, por lo menos, es terrible porque va en contra de todas tus certezas. Va en contra de la infancia que es fundamental. La adolescencia te ingresa a la vulgaridad de la vida y entonces no te gusta nada. Vas descubriendo el mundo de veras. Cuando eres niño te pueden pasar las cosas más terribles del planeta y las tomas con mucha ligereza, sufres, lloras y luego te pones feliz con casi nada. Digamos que se necesita mucho para que un niño no sea feliz porque tienen espacios para ser feliz aún en las situaciones más desgraciadas y más terribles, pero la adolescencia es, creo, la parte más desagradable de los hombres, no sé de las mujeres, parece que a ellas no les da tan duro ese asunto. No te queda el cuerpo, los huesos son más grandes. Tu cuerpo es como un traje que no te viene, te queda mal. Descubres ahí también, para bien o para mal, el sexo como una fuerza impresionante, descubres las diferencias sociales, descubres si eres guapo o feo, idiota o inteligente, seguro o inseguro y todo te cae de madrazo. Sin que nadie te haya anticipado que en ese momento tienes que definir casi todo lo que te queda enfrente: si eres heterosexual u homosexual, si vas a ser mujeriego o te vas a concentrar en una sola mujer, si vas a jugar futbol o no, no sé, es una cantidad impresionante de cosas que tienes que decidir y todos los mensajes son contradictorios, entonces es horrible. Yo tuve la suerte, desde la infancia, de encontrarme mujeres maravillosas que me fueron ayudando a reconocerme como ser humano y como hombre. Y en la adolescencia, las bendigo también desde aquí, tuve la suerte de encontrarme mujeres maravillosas que no sólo me enseñaron varias cosas en el terreno sexual sino me dieron varios ejemplos que no he olvidado. Cuando encuentras un nuevo placer es como cuando a un niño le regalas muchos dulces, como que quiere probarlos todos, comerlos todos, y luego va descubriendo que no todos son sabrosos, que no todos le gustan. Así es el enfrentamiento que tienes con lo erótico, te lastima a veces, te gusta mucho; evidentemente, a partir de eso fui descubriendo que me gusta más el placer que el dolor y por eso, en ese sentido, soy erótico, no porque considere que (risas) tenga las capacidades de Don Juan, pero no me interesa sufrir, no tengo ningún interés por sufrir. Me interesa más el placer, no sólo el sexual, sino cualquier placer.

Foto: Alexis Sánchez
Foto: Alexis Sánchez

Escribir es algo irremediable

Poseedor de un profundo compromiso creativo, Héctor explora nuevas formas de contar, lo mismo la realidad en que le tocó vivir que lo que le dicta la fantasía, como su novela Mar en movimiento, en la que una familia se ve transformada en fantasmas mientras unos invasores usurpan su lugar. “Es una novela del perdón porque la familia de Álvaro pudo haberse vengado de los invasores; sin embargo, no sólo no lo hacen sino que los ayudan para que sean felices.”

—¿Héctor Cortés tiene fantasmas? ¿Cuáles son?

— (Risas) Si tengo varios. Muchos, que están relacionados casi todos con la familia. El recurrente es que tal vez me hubiera encantado tener una familia convencional, no la tuve. Tal vez me hubiese encantado lograr relaciones fraternales con mis hermanos, no las tengo. Me hubiese gustado ser un hombre conformista de mi relación con las mujeres, o sea, me hubiese gustado tener una mujer de la que me hubiera enamorado desde los catorce años y vivir con ella todo el tiempo. Me hubiera encantado ser el hombre de una sola mujer, no lo soy. (Risas.) Hay muchas cosas que creo me hubiesen gustado, como dedicar mi vida a ayudar a los demás, en algún momento lo pensé cuando era adolescente, no lo he hecho. Y quién sabe si lo haga. Existen cosas que creo pude haber hecho y no hice. Y hay algunas que tal vez no haga y que van a seguir gravitando en mi conciencia y en mi modo de entender el mundo como cosas que hubiesen sido interesantes, importantes, mágicas incluso, para mi desarrollo como persona pero uno es lo que es y tampoco me siento muy incómodo en ser como soy, entonces, digamos que he ido logrando -a estas alturas también sería un tonto si no lo hubiera hecho- un equilibrio entre lo que quiero y lo que puedo, entre lo que soy y lo que me hubiera gustado ser. En ese sentido, en ese equilibrio precario que tengo, no estoy tan inconforme con lo que he logrado entender en el mundo y tampoco estoy tan inconforme con lo que soy.

—¿Qué es la familia para ti?

—Ayy, la familia, criadero de alacranes, dijo Octavio Paz. No tengo un concepto de familia en el sentido convencional. Mis papás no fueron papás convencionales: mi mamá era una mujer seca, sin capacidad de expresar cariño, amor. Que tampoco ella tenía la culpa, así la educaron. Mi papá, por otro lado, era un tipo divertido, generoso, pero no necesariamente con nosotros. Yo admiré y quise mucho a mi papá pero no dejo de reconocer que era un tipo extraordinariamente irresponsable. Con mis hermanos tengo muy poco que ver, entonces no tengo esta imagen previa de la familia, no es una gran imagen. Ahora, con la familia que tengo, me problematiza mucho el ser papá. Evidentemente quiero mucho a mi hija y siempre he estado cerca de ella pero el papel de papá no es un papel que me agrade demasiado y creo, también, que tampoco es un papel que haga con mucha brillantez (risas). Habría que preguntarle a mi hija, pero por lo menos la imagen ideal que tengo de padre no soy yo. Por el otro lado, en el terreno de marido, de esposo, tampoco creo que soy así como la lotería, entonces, creo que mi mujer es maravillosa pero no siento que estoy a la altura de sus maravillas porque, lamentablemente, no soy un hombre que tenga como prioridad ser el mejor esposo o mucho interés en casar, antes sí lo tenía, idealmente con la imagen que los demás puedan tener de mí; antes me preocupaba el asunto de la amistad, del amor, de la paternidad y todo eso, en función de lo que los demás piensan que debe ser, pero cada vez me he ido convenciendo que al final de cuentas lo que me interesa es ser lo más cercano a la honestidad que pueda y no andar haciéndome bolas con que soy el mejor padre, soy el mejor esposo, soy el mejor amigo, porque no es cierto, entonces trato de ser honesto conmigo y con los que me rodean y doy lo que puedo y lo que quiero y hasta ahí llego.

—En esta novela hay un cuadro que es muy importante, fundamental, y es precisamente sobre el mar, ¿qué significa para ti?

— (Risas.) Tengo, por lo menos ya, dos novelas sobre el mar: Mar en movimiento y Vanterros que se desarrolla en el mar fundamentalmente, es curioso porque soy de tierra adentro y no conocía el mar hasta los seis años, en que fui con mi mamá, entonces, creo, debe haber un lazo muy afectivo con el mar por ese viaje que hice con ella. A esa edad no te das cuenta que tu mamá es de determinada forma y la quieres y aceptas todo lo que te dé, sea una nalgada o un beso, sin mayores problemas. Recuerdo mucho que encontramos moneditas en la playa y es un recuerdo muy grato el que tengo. Después, ya un poco mayor, regresé al mar. Lo que tengo es una relación muy extraña con el mar porque me meto mucho nadando y estuve a punto de ahogarme varias veces. Ahora ya no, la edad te va volviendo más prudente o más cobarde. Pero en mi juventud estuve a punto de ahogarme muchas veces. El agua, en mí, despierta una sensación inexplicable de querer meterme, de entregarme, de cogerme al mar. (Risas).

—El mar es hombre. (Risas).

—A la mar. (Más risas).

—En la novela Mar en movimiento, los personajes, rehenes de un maleficio, se vuelven fantasmas. ¿Tú eres un rehén de la literatura?

—No un rehén. Creo que soy un hombre que voluntariamente, o no sé si involuntariamente, se ha entregado a la escritura. He ido descubriendo poco a poco, y creo que de manera muy lenta, que en lo único que he sido constante y lo único que me apasiona verdaderamente, que no me aburre y que no puedo dejar de hacer es escribir y leer, por eso no me siento un rehén sino realmente feliz, de que si la elección ha sido de la literatura, me haya elegido a mí. Me siento muy seducido por la literatura. Creo que mi vida completa gravita en torno a ella. Me gusta, a veces, más la literatura que la vida directa. Me apasiona leer y disfruto mucho cuando descubro una frase afortunada, hay muchos libros geniales, maravillosos, y cuando escribo y encuentro que lo que escribo puede tener un contacto con el otro, entonces digo: újule, lo logré. Entonces, no, rehén no, me siento como un hijo de la literatura. La literatura como una gran madre amorosa que me ha dado alegría, placeres.

—Entonces, escribir, no es una cuestión de actitud.

—Creo que el escritor verdadero, no quiero decir que necesariamente yo lo sea, no quiero sonar pretencioso, pero escribir es algo irremediable. En mi caso hay un momento en que acepto que soy escritor porque al principio no lo hacía. Y ser escritor implica que, aunque trabaje en otras cosas mucho, aunque me tenga que desvelar, aunque no haga muchas cosas, tengo que preservar el espacio de lectura y escritura para que yo sea feliz. Sin leer y escribir yo no podría alcanzar la felicidad, aunque me pusieran los placeres de todo tipo en mi mesa. Es decir, para mí la felicidad está ligada a la literatura.

—Dice Jodorowsky que el acto poético es una llamada a la realidad loca, chocante, maravillosa y cruel. ¿La narrativa cumple la misma función?

—No creo mucho en esas divisiones. Creo que hay narradores que son poetas y poetas que no son poetas. La poesía no es poner las líneas de determinado modo. Antes, a los escritores simplemente se les decía poetas y luego empezó a hacerse la división entre poetas y narradores. Hay poetas que me entusiasman mucho y hay poetas que, desde mi punto de vista, no valen la pena. Entonces creo que es una división engañosa y que la buena literatura, como todo lo que es bueno, te vuelve otra cosa. Hasta la comida, si tienes el privilegio de comer un buen platillo, eres otro. Si tomas un magnifico vino, te transformas. Si lees un libro maravilloso, no importa que sea una novela, un ensayo, un poema; si oyes una canción bien hecha, si vas a una sinfonía y los músicos están inspirados, si eres capaz de apreciar la noche, de gozar con un árbol, con las nubes. Tienes un impacto emocional y emotivo que te transforma y creo que eso lo puedes lograr con la literatura. Transformarte, y allí se pulverizan los géneros y sólo hay lo bueno y lo malo.

—¿Aún corre sangre por las avenidas y Mar en movimiento representan a dos Héctor Cortés Mandujano, el que ama con la verdad y el que enamora con la ficción?

—(Risas) No sé, me representas porque soy así de complicado. Hace tiempo acababa de presentar Carámbura y salió Beber del espejo, entonces me decían, oye, uno es un libro para niños y el otro es casi un libro pornográfico, a lo que respondí: es que así soy yo. (Risas). No tengo problema para aceptar la parte de niño que tengo, ni tengo problema para llamarme de cualquier modo y evidentemente no tengo tampoco ningún problema para decir las cosas que me parece que están mal; soy un hombre atravesado por un montón de factores, desde los meramente familiares hasta los que se han desarrollado a partir de mi visión del mundo, entonces, Mar en movimiento se me hace que es una novela muy imaginativa y espero que muy amable para quien la lea. Aún corre sangre por las avenidas, es un libro fuerte. Es un libro que te avienta demasiadas cosas violentas a la cara pero creo que al final de cuentas me muevo en esos extremos.

Terminé de escribí un libro que es exclusivamente para niños ingenuos y terminé recientemente una novela que se llama En memoria de los que hemos sido desdichados, que igual es una novela brutal que examina los componentes humanos del hombre y la mujer y del porqué decidimos matar a alguien. Es una novela también sobre la muerte violenta pero desde una perspectiva más ensayística, más filosófica del por qué somos violentos.

—¿Y esa cuando saldrá?

—No sé, cuando alguien la publique. (Risas).

—¿Alguna vez te has sentido encerrado en tu propio cuerpo?

—Bueno, siempre estoy encerrado en mi propio cuerpo, lamentablemente. Creo, hay varias posibilidades de salirte de tu cuerpo, una es el sueño, las otras son las drogas, el alcohol, las drogas duras, a las que no me he acercado demasiado. La otra, obviamente, es el placer. Cuando sientes mucho placer ya no sabes lo que eres. Y la más constante, para mi, ha sido la literatura, es decir, puedo llorar fácilmente con un poema, puedo sentirme conmocionado con la muerte de un personaje en una novela y en ese momento no sé quién soy, es decir soy placer, dolor, soy algo que no necesariamente está dentro de mí mismo y he logrado también como regalos magníficos: cuando veo un atardecer o como hace poco, que fui a San Cristóbal, y vi cómo iba subiendo la neblina, de veras, sentí que estaba a punto de morirme, son cosas que me producen mucho placer y ante las cuales estoy indefenso también y cuando algo me produce un placer inmenso, me hace suponer que soy algo más que este cuerpo que soy. Y me parece que esa es la función nuestra, la de todos los seres humanos: descubrir eso que llamaba sonidos negros Federico García Lorca. El momento en que no eres tú y que estás integrado a algo y ese algo te produce placer total. Qué me lo produce, ya te lo decía, la literatura, pero también la naturaleza y también el placer erótico y algunos otros placeres.

¿Qué ha hecho el tiempo con Héctor Cortés, el escritor?

—Me ha responsabilizado más. Algo que me gusta y que no me gusta. Me ha comprometido conmigo y me ha hecho darme cuenta de que entre más leo más ignorante soy, que entre más logros pueda adquirir más humilde tengo que ser. Creo que he avanzado como escritor porque he logrado entender que escribir o tener cierto éxito como escritor no es algo que te debe hacer vanidoso, no puedes creer que eres mejor que alguien porque puedas escribir una página relativamente bien escrita. Creo que te responsabiliza también contigo porque, ya lo he dicho, de repente estoy de madrugada leyendo o escribiendo y a veces pienso ¿para quién estoy haciendo esto? Nadie me lo pide, si dejara de escribir ahorita, si no publicara nunca más un libro el mundo seguiría tal cual sigue.

—Entonces, sí piensas en tus lectores.

—Sí, pero pienso más en mí. Es decir, de pronto estoy encerrado en la madrugada con un libro pero estoy tratando de dejar de leerlo porque me tengo que levantar temprano para venir al trabajo y estoy escribiendo y dejo de ir al cine, dejo de hacer otras cosas por meterme a escribir pero pienso, bueno, ¿por qué lo hago? Lo hago porque eso me hace feliz y si soy un hombre feliz, lo más feliz que pueda, evidentemente voy a hacer mejor las cosas y la gente que está en mi entorno va a tener más ganas de acercarse a mí y platicar conmigo y de verme porque no estoy amargado por las circunstancias. Tengo un gran agradecimiento para la gente miserable que he encontrado en mi vida porque me he dado cuenta que no quiero ser como ellos y también estoy profundamente agradecido por la gente maravillosa que he tenido la suerte de encontrarme porque aprendo que quiero ser tan generoso como tal amigo, tan sonriente como tal amiga, tan amable como este cuate, tan apacible como mi mujer, es decir, eso lo agradezco mucho pero también tienes que agradecer a esa mala gente que camina y va apestando la Tierra (risas), como decía Antonio Machado, porque te enseñan a no ser como ellos. A mí me parece que toda la gente mala con que te cruzas en algún momento de tu vida y toda la gente desagradable, grosera, prosaica, toda la gente que hace cosas que tú desprecias, te enseñan que te puedes convertir en eso y yo, en ningún momento de mi vida quiero convertirme en lo que son esa gente que lamentablemente he tenido que conocer.

—Con tantos premios obtenidos, ¿te preocupan las listas de ventas de tus libros?

—(Más risas) No. Tengo la fortuna de vivir en este estado y de haber publicado poco fuera, hasta el momento es una fortuna, porque no vivo de eso, lo que me da la total libertad. Es decir, el siguiente libro puede ser una verdadera tontería y no me preocupa porque no estoy a sueldo de una editorial, entonces escribo lo que se me pega la gana y me hacen, a veces, el favor de publicar eso que escribo y no está mal, a mí me parece maravilloso, y si de pronto hay tres personas que deciden leer mi libro digo, ay, Dios los bendiga y si son tres mil, pues qué maravilla. Tal vez no debería decirlo, pero en el caso de estos dos libros, Aún corre sangre por las avenidas lo editó el Coneculta y es un libro que tiene el cuidado de César Meraz que es alguien que sabe muy bien su oficio, por eso es un libro muy bonito, muy cuidado en todo; Mar en movimiento es un libro que no está cuidado, tiene líneas viudas, tiene errores de edición, tal vez no está bien pegado, etcétera, pero no me preocupa demasiado eso, lo que me interesa es que lo lean. Hay cosas en las que yo no tengo control y a mí me interesa que Mar en movimiento circule, que la gente pueda leerla así como está y que le guste, a esperar que venga Alfaguara y me diga: Papito te voy a editar tu novela. No estoy tan casado con el asunto de que se venda o no se venda. En realidad, lo que me importa es que la gente que lea un libro mío diga, este tipo me interesa.

—¿De todas las cosas que te han dicho tus lectores en torno a tus libros, cuáles te han conmovido?

—Híjole, sería un ejercicio muy vanidoso, porque sí me han dicho cosas muy lindas. He tenido suerte porque ha habido jóvenes, niñas, niños que me han dicho maravillas. Te doy dos ejemplos: Una niña que leyó Carámbura, me dijo que hasta ese momento la llevaba doce veces leída; su maestra, que sabía de la obsesión de esta niña por el libro, me la presentó y le pidió que me dijera una parte. Se sabía de memoria el primer capítulo, estaba realmente conmovido porque yo no me lo sé, por supuesto.

Foto: Alexis Sánchez
Foto: Alexis Sánchez

El otro caso: en Villaflores fui a presentar Beber del espejo y después del rollo que normalmente te echas, de en medio del auditorio se levantó una chava como de diecisiete años y dijo “El orden no existe, el mundo es un caos.” Reconocí la línea porque es de un cuento viejísimo mío, así empieza, y entonces ella siguió diciendo otra parte del cuento y cuando terminó la presentación se acercó a mí y dijo que ese cuento le sirvió para entender muchas cosas de su vida, algo que me pareció impresionante porque el texto habla sobre la indeferencia que tenemos hacia los alcohólicos. Es el caso de un hombre que se dedicaba a cargar muertos en Tuxtla hace muchos años y que era despreciado por todos. Escribí esa historia porque me la contaron cuando estaba borracho y me quedó tan grabada que, al otro día, con una cruda tremenda, escribí ese cuento que es muy furioso contra la naturaleza humana y contra la forma de contar cuentos. Es, entonces, un cuento que transgrede las formas de contar cuentos y habla mal de los seres humanos y habla mal de mí mismo. Por eso me conmovió la chava. Y hay una persona que tú conoces, no te voy a decir su nombre, que tiene Vanterros en su baño y dice que lee un capítulo todos los días y tiene súper subrayado el libro y cada vez que me ve me dice las nuevas cosas que ha descubierto al releerlo, algo que me parece realmente maravilloso. Dice que quiere escribir un ensayo sobre cada capítulo porque cada capítulo podría ser ensayístico. En general he tenido la suerte de que haya gente que me lea y gente que además de leerme le parece que lo que hago puede ser interesante o importante para su vida, un privilegio que no sé si merezca pero que me deja en claro que lo que hago toca algunos corazones, que es, al final de cuentas, lo que quiero hacer.

—¿Crees que el mundo tiene remedio?

—(Risas). Si nos fuéramos todos los seres humanos sí tendría remedio. (Risas). Creo que sí, no sé cómo, no sé cuándo. Siento que he caído en cierto triunfalismo literario, por ejemplo Vanterros iba a terminar con el Apocalipsis, sin embargo, a última hora se me ocurrió que ese no fuera el final y entonces el final es como un renacimiento, un nuevo empiezo del mundo. En Aún corre sangre por las avenidas su personaje central se iba a ir al carajo pero cuando se le aparece el ángel, en la novela, me di cuenta que el tipo no podía morirse, había que darle chance. Mar en movimiento es una novela del perdón. Así que, aunque te dijera lo contrario, la visión que tengo en mis libros es una visión de cierta esperanza, fundada. Te platicaba de la gente despreciable que me he encontrado pero en realidad me he encontrado mucho más gente maravillosa. Y hay gente que intenta hacerme daño pero hay mucho más gente que me quiere, me cuida. Entonces, en términos de mi mundo, del mundo que yo vivo, es evidente que no podría ser catastrofista, creo que hay más gente buena que mala, por lo menos en mi experiencia, y he aprendido a ser feliz y no tendría porque hacer infelices a mis personajes aunque estén en historias terribles como en Aún corre sangre por las avenidas. El mundo sí tiene futuro, por lo menos el mío, el que me toca y el que me gustaría para todos.

 

*Entrevista publicada en cinco partes en el diario El Heraldo de Chiapas, 9 de septiembre de 2005.