Covid-19, contagiarse de esperanza

Tengo miedo, siento angustia. En el 2009 viví un proceso de tristeza, de depresión; mi padre estaba muy enfermo y aunque yo me mostraba optimista, en el fondo intuía que era cuestión de tiempo para el adiós.  Ante ese estado anímico, mi sistema inmunológico no reaccionó como debería, por lo que fui presa fácil para la influenza H1N1, esa enfermedad de la que muchos comentaban: no existe; es invento del gobierno para distraernos porque quizá suban la gasolina, quizá haya una devaluación, etcétera.

Texto y fotos: Leticia Bárcenas González

A todos los trabajadores del sistema de Salud,
con mi admiración y respeto

Lo cierto es que enfermé y estuve en cuarentena en casa; los médicos del sistema de salud estatal, a quienes agradezco infinitamente, llegaban a monitorear mi estado y el de mis hijos, a quienes no contagié, por fortuna. Tomé retrovirales y estuve en cama; sin embargo, el día que me darían de alta, amanecí con una sensación de cansancio que apenas me permitió bajar la escalera, además, descubrí en mis muslos unas pequeñas pero abundantes manchas de color rojo  violáceo, así que después de un examen químico, el diagnóstico médico fue: dengue hemorrágico, hay que hospitalizar.

Fue una etapa difícil, pensé que moriría antes que mi padre. Apenas recuerdo algunas cosas de ese periodo. Mis hijos dicen que no hubo clases algunos meses por la pandemia. No sé qué otras cosas ocurrieron.

Y hoy, en este 2020, estamos viviendo una crisis sanitaria que nos ha vuelto a enviar a casa, ese lugar que se da por hecho, es el refugio perfecto para estar a salvo no sólo de la violencia, sino también de contagiarnos y/o contagiar a otros del coronavirus llamado SARS-Cov-2 (COVID-19).

Ese pequeño intruso que se coló a nuestras vidas, obligándonos a reaprender a lavarnos las manos, a valorar la importancia de tener agua potable y jabón a nuestro alcance, a la importancia misma de tener una casa, un hogar donde refugiarte.

Y entonces, pienso en los que viven en la calle, los que carecen de sistemas de agua potable o algún río o lago cerca de su vivienda, los que tienen que salir a trabajar cada día porque de lo contrario “sus patrones” no les pagarán, pese al bien intencionado discurso del presidente o la secretaria del Trabajo. O en los comerciantes, formales e “informales”, los conductores del transporte público y en todos los trabajadores del sistema de salud, desde el que hace la limpieza en la clínica, hasta las enfermeras y médicos que se arriesgan cada día para que la sociedad se restablezca, sane.

Sin embargo, en esta aldea global en la que vivimos, la casa no sólo es un espacio privado, también se ha vuelto público, porque a través de las herramientas tecnológicas podemos estar en contacto, por medio de mensajes, llamadas, fotografías, mensajes de audio, videollamadas o chats en grupos y así estar cerca de quienes queremos o saber de ellos. Esto es bueno, no estamos acostumbrados a estar “encerrados”, a estar en casa, a estar tanto tiempo juntos, aun cuando deberíamos disfrutar un poco de la soledad o de la compañía de los hijos, de los padres, de los hermanos, de la pareja.

Ahora, en la casa puede entrar el mundo entero por medio de pantallas planas o pantallas del teléfono celular; estamos dentro pero también fuera y no estamos solos, mucha gente nos acompaña, aunque no podamos tocarla.

El mundo digital, se vuelve entonces, una alternativa para vivir la cuarentena decretada por las autoridades de salud, y también para estar informado de lo que pasa a nuestro alrededor y en la aldea global; el problema aquí, es cuánta y qué tipo de información estamos permitiendo que entre a nuestros hogares, a nuestra cabeza, a nuestras emociones.

De pronto me doy cuenta que me he vuelto monotemática, todo gira alrededor del virus: que si las medidas de higiene son éstas, que si el número de infectados en el país es tal, que cuántos son los muertos al día de hoy, los alimentos que cambian tu Ph y ayudan a no contagiarte, que si el cubrebocas es bueno o no, hasta los chistes se refieren a la enfermedad COVID-19.

Y me descubro invadida por el terror sicológico que genera tanta información, por el miedo a enfermar o que enfermen quienes amo. Tengo miedo de que esto se prolongue y no sepa disfrutar el valor de este tiempo, de escuchar las risas de mis hijos, de conversar con ellos, de comer junto a ellos. Entonces, me digo que no, no debo permitir que la angustia por no saber qué pasará mañana sea más fuerte que el valor del momento presente, el valor de la vida misma. De estar en este lugar y en este día.

El 19 de marzo, a las 21:50 horas del 2020, el Sol cruzó del hemisferio sur al norte y llegó la primavera, ofreciéndonos luz y calor, las flores de muchos colores y formas, las nuevas ramas de los árboles que nos brindan sombra y frutos, las aves que nos acompañan con sus cantos, como esas cotorras verdes que llegaron a los árboles que están frente la ventana de mi oficina, y con una conversación alegre e incesante entre ellas, nos hicieron, a algunos compañeros y a mí, detenernos un momento y apreciar la maravilla de estar vivos, de poder caminar, de ver, de escuchar.

Abracemos la vida, tomemos todas las precauciones que nos indican, la pandemia es grave, sin duda; por eso informémonos, sí, pero con mesura y de fuentes confiables, no hagamos eco a los rumores ni a información seudocientífica. Valoremos este tiempo, en el que la naturaleza se recupera un poco de todo lo que le hemos dañado y aprendamos a recuperarnos también, a valorar el abrazo cotidiano, la compañía y sabiduría de nuestros mayores, la amistad, el amor, un paseo por la playa, un libro, el olor de una taza de café.

Y pidamos a nuestras autoridades que fortalezcan el sistema de salud. Nuestro país lo vale, nosotros lo valemos. Estamos a tiempo.

 

El 8M en Tuxtla Gutiérrez

Es de tarde, Florencia sube a la combi y se encuentra con la mirada de una chica, quien viste playera morada, pantalón negro y paliacate verde al cuello; ambas sonríen cómplices, se dirigen al mismo lugar.

La joven se baja antes, pasará por otras compañeras.

Texto y fotos: Leticia Bárcenas González

Florencia llega al Parque de la Juventud. Se sorprende de ver tantas mujeres, a diferencia de otros años que habían llegado pocas; la mayoría son jóvenes, en grupos o solas, pero todas esperando la indicación de formar el contingente para iniciar la marcha del #8M, Día Internacional de la Mujer, en Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas, México.

Aún con diferencias teóricas, incluso de organización, todas dispuestas a visibilizar su hartazgo del machismo sistémico y la violencia que se ejerce contra las mujeres. Hay hombres, sí, como espectadores, que están ahí porque son reporteros o son compañeros de las manifestantes, pero a la distancia. La formación, las consignas, las pancartas, la lucha, es de ellas.

Inicia la marcha, las consignas se escuchan: “Vivas se las llevaron, vivas las queremos”; “alerta, alerta, alerta que camina la lucha feminista por América Latina y tiemblen y tiemblen, y tiemblen los machistas que América Latina será toda feminista”; “señor, señora que nos mira indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”; “escucha hermana, hermana, aquí está tu manada”.

Entre los contingentes, hay niñas y niños acompañando a sus madres; muchas de las niñas portan pancartas con mensajes que invitan a la reflexión: “Somos la voz de las que ya no están”; “tener un hijo a los 11 no es una bendición, es una violación”; “marcho porque estoy viva y no sé hasta cuándo”: «todas las niñas merecen respeto y la libertad de elegir qué les gusta».

La gente se detiene y ve con sorpresa a las mujeres que marchan, algunos dan muestras de respaldo, otros por el contrario, sonríen burlonamente o simplemente sacan el celular para tomar fotos. En algunos locales bajan las cortinas con temor.

El feminismo, como movimiento político, cuestiona y busca destruir el poder patriarcal como eje estructural de las relaciones entre hombres y mujeres. Y hoy, Florencia y sus compañeras, exigen un alto a la violencia, violencia física, violencia doméstica, violencia laboral. Violencia por ser mujeres. Piden justicia para las desaparecidas, las asesinadas.

Llegan al zócalo y un grupo sube a un templete. Hablan sobre casos muy específicos de violencia: asesinatos de sus madres, hermanas o hijas, hay un caso de violencia familiar con la sustracción de los hijos por parte del ex marido; la coordinadora de desplazadas de Chiapas también pide justicia para ellas. Florencia escucha atenta y levanta el puño al tiempo que grita las consignas de apoyo: “No están solas, no están solas”. Una representante de las periodistas habla del porqué de su participación en la marcha, no como trabajadoras de los medios nada más, sino como mujeres que exigen un alto a la violencia y respeto a sus derechos.

Escucha atenta cada participación; sin embargo, no puede evitar las lágrimas con las narraciones de las jóvenes que se han atrevido a hablar de sus casos y denunciar a sus violadores, aun cuando sus madres no les han creído. El tío, el padrastro, el maestro, los culpables.

Sin reponerse del todo, observa a las niñas que suben al templete con sus pancartas y también piden un alto a la violencia, alzan su voz para pedir seguridad y que puedan vivir una vida libre de violencia. Imagina el dolor de las madres que no ven regresar a sus hijas, el miedo de que cualquier día sus hijas, hermanas, madres, primas, sobrinas, sean violentadas.

Toca el turno a las mujeres lesbianas, quienes denuncian el acoso que viven por su preferencia sexual, que incluso les afecta en su ámbito laboral, por lo que piden pleno respeto a sus derechos.

Florencia observa a las mujeres del templete, la tarde está cayendo y empieza a oscurecer, el edifico del palacio gubernamental que está frente a ella, se ilumina de color morado, el color de la igualdad. De fondo se oye una voz que nombra a cada una de las desaparecidas y asesinadas de Chiapas. Es hora de marcharse.

 

 

Ignacio Ruiz, poeta y ensayista chiapaneco

En su reciente visita a Chiapas, el poeta y ensayista chiapaneco, Ignacio Ruiz Pérez, otorgó a Desmesuradas una tarde de amena charla.

Sin prisa y sin censura, Ignacio nos platicó cómo descubre a la literatura como profesión, de su oficio como poeta y ensayista, además de la vasta experiencia que tiene como catedrático en la Universidad de Texas, donde trabaja principalmente con estudiantes migrantes.

Sin darle tregua al silencio, Nacho, como le dicen sus amigos en Chiapas, nos cuenta de la literatura en su niñez: “Mi primer contacto directo con la literatura infantil fue a través de mi hermana, que me leía cuentos y que de alguna manera filtraba esos cuentos infantiles, esas historias de hadas. Hay una colección que a mí en lo personal me marcó muchísimo, se llama Mi libro encantado. ¡Es bellísima! Ahí está prácticamente todo el compendio de la literatura infantil universal. Ese fue mi primer acercamiento a la literatura.”

Ignacio Ruiz en entrevista / Foto: Lety Bárcenas

Leticia Bárcenas González y Gabriela Guadalupe Barrios García

¿Cómo fue tu primer acercamiento a la literatura, ya de manera formal?

Descubro que la literatura puede ser una profesión, un acto de fe, se puede decir, cuando ingreso a la preparatoria. Me doy cuenta que la literatura es lo mío, que me gustaba y además veía gente que la practicaba, que vivía de ella, enseñándola, y que era una posible profesión. Hay un profesor de la prepa que me marcó profundamente: Gustavo Ruiz Pascacio; creo que marcó a mucha gente de mi generación, para bien. A través de él entré en contacto directo con la literatura, la gran literatura, porque claro, antes, en la secundaria y en la primaria, se acerca uno a los libros de manera derivativa, a través de recomendaciones o de amigos con los que compartes algunas cosas, o porque ves literatura en algunas materias.

Pero mi acercamiento ya profesional con la literatura fue con Gustavo (Ruiz Pascacio), en la prepa. El último año de la preparatoria fue un periodo de decisiones, porque estaba un poco desorientado, no sabía si estudiar comunicación o literatura y también estaba la antropología, que era algo que me llamaba mucho la atención.

De alguna manera es algo de lo que no me he deslindado, porque la aproximación a la literatura es un poco interdisciplinaria. Cuando uno va descubriendo horizontes o va creando un corpus teórico, crítico, para acercarse a la literatura, uno tiene que acudir a distintas disciplinas para poder leerla de una manera más rica.

¿Cómo descubriste que escribir poemas era lo tuyo?

En la prepa (risas). Había un taller de creación literaria que se abrió en el tercer año, en el 93 (1993), por el mes de octubre o noviembre. Había un programa de la Secretaría de Educación y Cultura de Chiapas, que consistía en llevar literatura a diversas instituciones de nivel básico; entonces llegó un poeta llamado Ubel Vázquez, a la Preparatoria No. 2 (de Tuxtla Gutiérrez), donde yo estudiaba, y abrió un taller de creación literaria.

El primer texto que presenté fue justamente un poema, en mi vida me había imaginado que iba a terminar escribiendo poesía porque en realidad soy un narrador frustrado (risas). Lo que hubiera querido escribir es narrativa. Pero cuando me pongo a ver mi obra en perspectiva, me doy cuenta de que lo que hago es bastante narrativo, tiene muchísimo de prosa o tiene muchas de las inflexiones de la prosa, es algo de lo que no me he podido deslindar por distintas razones.

LA POESÍA ES UN ACTO DE FE, ES UNA PROFESIÓN

¿Para ti qué significa ser poeta?

Significa muchas cosas. Significa estar en contacto directo con la lengua. Desde pequeño me han gustado mucho los idiomas, los distintos sentidos que se pueden producir a través de eso, que Octavio Paz llamaba cópula de sonidos, que es muy bonito. Octavio Paz define la poesía como una especie de erótica verbal. De la misma manera que el erotismo sexual, físico, es en realidad una cópula de cuerpos, un acoplamiento de cuerpos, así la poesía es un acoplamiento verbal, una cópula verbal, una erótica verbal, lo cual me parece bellísimo y creo que define muy bien el sentido de la poesía.

La poesía es un poco tener el privilegio de acercarme al lenguaje y a través de él poder organizar las cosas de una manera muy distinta; explorar efectos de sentido, formas y estar un poco también en contacto con mi identidad porque estoy fuera de mi país y estoy escribiendo en mi lengua. Eso para mí es como recuperar un poco ese lado perdido o que dejo estacionado en muchas ocasiones para dedicarme a otras cosas. Sí que tiene mucho sentido, para mí la poesía es un acto de fe, es una profesión.

¿Cómo nace un poema?

De la manera más inusitada que te puedas imaginar. No existe una regla o una fórmula para crear un poema. Nace de la manera más inesperada, puedes ir caminando y de pronto te viene una imagen o una frase, que después se convierte en el pie que da lugar a toda una estructura verbal, por una parte. Por otra parte, también está el oficio, la poesía como un oficio. Desconfío un poco de la inspiración, creo más en el trabajo. Pienso de hay que sentarte una hora, dos horas, a escribir todos los días; en mi caso, intento hacerlo por lo menos dos horas en la semana, sentarme a escribir, es una práctica casi profesional.

También es cierto que hay momentos en que te llega la revelación, más que inspiración, de una frase. Hay un poema que escribí, que se llama precisamente Revelaciones, donde realizo una reflexión sobre la divinidad, sobre Dios y sobre esa alegría de encontrar las cosas en el mundo, de explorar distintas emociones y sensaciones, sentir el viento, por ejemplo. Y todo surge a raíz de una simple frase, dije: ¡esto es lo que quiero utilizar para crear un poema! Y resulta que el poema en realidad se me extendió y es un poema de cuatro o cinco secciones, pero de una sola frase: “Dios ha venido a verme”, surgió todo. Confluyen las dos cosas, tanto la revelación como el trabajo. Tienes la frase, la picas, la construyes, vas articulando alrededor de esa frase y luego viene un trabajo de pulimento.

¿A qué hora escribes?

Antes era nocturno. Sigo siendo nocturno, en el fondo no he olvidado lo que me gusta estar de noche, hasta la una o dos de la mañana trabajando, que es cuando me siento mejor, siento que hay más condiciones: hay silencio, puedo estar solo frente a la computadora. Antes escribía en el papel, cuando conseguí una computadora comencé a escribir directamente en la computadora. 

En los últimos años, desde que nació mi hija, he cambiado mis hábitos de escritura y los he cambiado de la noche a la mañana; dedico por lo menos un par de horas, cuando la burocracia o la administración me dejan (risas); intento dedicar las mañanas a la escritura, me dedico a escribir un par de horas o simplemente voy puliendo lo que he hecho en otros días. Actualmente, tengo un libro que precisamente estoy puliendo y tengo ya un año casi refinando, no tengo prisa, en realidad es que no hay prisa. Las noches las utilizo para leer. He invertido un poco mis horarios, mis hábitos.

Poeta Ignacio Ruiz / Foto: Lety Bárcenas

¿Cuál es la constante en tu trabajo poético?

Si hablamos de temas, pienso que el mar es uno de mis temas privilegiados. Viví cerca del mar muchísimo tiempo. Estaba en Xalapa, pero de Xalapa a Veracruz es una hora y media, dos horas, de camino. En realidad lo que hacía era viajar todos los fines de semana para ver a mi hermana, entonces iba al mar y estaba en contacto con el salitre, con toda la cultura que rodea el mar en Veracruz, que es un ambiente muy caribeño, con esa confluencia de distintas culturas, es una población muy abierta al Caribe y eso me parecía asombroso. En Xalapa estuve desde el 94 (1994) hasta el 2000, estuve seis años.

En el 2000 me voy a vivir a Santa Bárbara, California, que es mar también. Salí de un ámbito marítimo pero en la costa del Golfo a irme a otro ámbito marítimo en California pero en la costa del Pacífico. Fue como ver las dos caras. Además la costa norte no es la costa sur, no es el mar de un país tropical sino el mar de un país septentrional, más al norte. Eso me permite los contrastes.

Mi poesía está profundamente marcada por esa experiencia marina. Navegaciones es toda una recuperación de los colores, de los olores, del ambiente marino, de toda la cultura que rodea al mar, el vocabulario. Esta idea de la exploración, que está muy arraigada a los puertos o a la cultura de los puertos en general, está ahí presente.

Más recientemente los ángeles; soy un agnóstico pero un agnóstico creyente porque en el fondo mi poesía está conectando constantemente con referencias religiosas, por alguna razón, no sé, creo que es algo que tendré que revisar mejor (risas).

Desde muy joven te has hecho acreedor a diversos premios a nivel estatal, nacional e internacional, ¿qué ha significado para ti en esos momentos de tu vida ganar un premio?

Esos reconocimientos no son más que la culminación de todo un proceso creativo, vamos a ponerlo de esa manera, es derivativo porque uno no escribe para ganar un premio, si hay alguien que lo haga, quien trabaja para ganarse un premio me da la impresión de que es una actitud como mercenaria de la cultura, de la literatura.

Uno no escribe para ganar un premio, pienso que eso es un derivado de la escritura y en el caso de la poesía, que es un género poco publicado o en el que las vías o los canales para publicar hay muchos pero al mismo tiempo son muy limitados, porque es un género que no vende, que no reditúa, esa es la gran paradoja de la poesía a diferencia de lo que ocurre con la narrativa, sobre todo con la novela.

En mi caso, los premios han sido la salida de los libros que he escrito, una salida natural, ha sido la manera para publicarlos, es un poco como la coronación, la culminación de todo el proceso creativo.

Uno escribe de una manera natural, a partir de un tema que surge, estructura una serie de textos, después viene el proceso de revisión, ese proceso de revisión, en mi caso, es muy prolongado porque escribo lento, soy muy lento para escribir, esa es la verdad; luego enviar los libros a alguna editorial o a través de un premio para una posible publicación.

Para Ignacio Ruiz, ¿qué papel juega la poesía en estos tiempos?

Pienso que la poesía no deja de tener, en un sentido muy amplio, esa tarea de reconectarnos con nuestro lado más humano. Y si alguna función tiene la poesía es la de revitalizar el lenguaje, conectar con el lenguaje, recrear el lenguaje y a través del lenguaje nosotros, que somos seres de palabras, somos seres verbales, decirnos.

Es decir, la función de la poesía o el sentido de la poesía es mostrarnos nuestra condición humana en todas sus manifestaciones y con ello me refiero, en el sentido más amplio, no solamente a cuestiones metafísicas, existenciales sino también a cuestiones políticas, civiles, sociales.

Pienso que esa es la función principal del lenguaje y de la poesía. Entonces ¿qué sentido tiene la poesía? La poesía tiene el sentido de revelar el lenguaje, tiene la función de, no quiero utilizar esa palabra pero vamos a decir, de servir al lenguaje, no se sirve del lenguaje, la poesía se vale del lenguaje y el lenguaje se vale de la poesía en una especie de mutuo intercambio y beneficio.

EL ENSAYISTA TAMBIÉN TIENE UNA FUNCIÓN IMPORTANTE: SERVIR A LAS IDEAS

¿Cuál consideras que es la misión del ensayista?

Reflexionar sobre distintas facetas o áreas de la vida personal o simplemente la vida pública. Pienso que el ensayista también tiene una función importante: servir a las ideas; así como el poeta sirve al lenguaje, el ensayista sirve a las ideas y también se vale del lenguaje para ello.

¿El ensayo literario también genera debate?

¡Por supuesto! La función del ensayo es abrir el debate. La esencia del ensayo es la polémica y a partir de la polémica la generación de nuevas ideas; se abre el debate y se discuten cosas, se discuten distintas facetas de la vida pública o de la vida personal. Es un género que se vale de distintas disciplinas, pienso que eso es una de las grandes riquezas del ensayo.

Un buen ensayo debe dejarse leer, debe ser agradable su lectura.

¿Un ensayo puede ser al mismo tiempo un gran poema?

Por supuesto, hay ensayos poéticos. La gran introducción de Octavio Paz del Arco y la Lira es uno de los ensayos en prosa poética más hermosos que ha dado nuestra lengua. Hablar de la poesía como una revelación poética, eso es impresionante; esa manera en la que él va describiendo la poesía como salvación, pan de todos, como luz, sol, etcétera; hace una serie de metáforas para definir un fenómeno que es en sí mismo difícil de definir. Cuando me preguntan qué es la poesía digo puede ser todo y Octavio Paz lo sintetiza verdaderamente en un par de páginas que son un modelo de cómo escribir prosa poética sin dejar de ser un ensayo.

¿Qué relación tiene la ética con el ensayo?

Tu ética como profesional, como escritor, ¿influye en la difusión de la ideas o de lo que estás escribiendo? ¡Claro!, y hablo de mi disciplina. Todo especialista en estudios literarios, todo filólogo, parte de una serie de premisas dentro del área de formación, en mi caso los estudios literarios; a partir de ese tipo de premisas uno se enfrenta al fenómeno literario. Supongo que un ensayista político también parte de una propia ética o carece de ella también, porque pienso que esto depende mucho de la perspectiva de cada persona y del respeto que le da a su área o a su trabajo.

Depende mucho de la ideología de la persona, entendiendo como ideología ese sistema de ideas que va articulando una visión del mundo en un área particular, puede ser la política, puede ser la historia. Por supuesto que hay ensayos que pueden ser muy tendenciosos, por eso decía que dentro de mi área sí hay una ética. Número uno: no plagiar, por ejemplo. Estamos hablando de citar dentro de un texto, la primera regla que tiene un ensayista en estudios literarios, y me atrevo a decir en cualquier otra disciplina, es no plagiar y a partir de ahí se va derivando una serie de códigos que están implícitos dentro de la práctica literaria, docente o del investigador.

En general, ¿cómo ves la ensayística latinoamericana?, ¿tiene futuro?

Me muevo más dentro del área de la academia, eso no me permite ver qué es lo que hay fuera (risas). Creo que un ensayo debe estar bien escrito, para que se considere como tal debe dejarse leer. Hay grandes escritores, grandes ensayistas actualmente que están escribiendo muy bien en América Latina y en nuestro país en particular. Me gusta mucho lo que hace Emiliano Monge, por ejemplo, es un tipo que escribe muy bien su ensayística; en el ámbito académico me gusta mucho el trabajo de un colega de Estados Unidos que es mexicano también, me parece un tipo brillante Ignacio, Sánchez Prado; aquí en nuestro estado (Chiapas) está Gustavo Ruiz Pascacio, que es de los escritores, como ensayista, que me parece es de las personas que ha sido más congruente con su trabajo.

TRABAJO CON ESTUDIANTES QUE EN SU MAYORÍA SON MIGRANTES

¿Qué hace un poeta y ensayista mexicano en Estados Unidos?

Voy a Estados Unidos en primer lugar a estudiar, no tenía la intención de quedarme; mi objetivo era estudiar y regresar pero por distintas razones me quedé en Estados Unidos. Entonces ¿qué es lo que hago allá? Trabajar, dedicarme a la enseñanza.

Trabajo con estudiantes que son en su mayoría migrantes y eso me encanta porque es no solamente conectar con mi herencia inmediata o con mi identidad inmediata, que es México, que es Latinoamérica y lo hago a través de lo que más me gusta, la lengua española y la cultura mexicana, sino además porque creo que he encontrado en la enseñanza, y en particular, en el ámbito en el que lo hago, una suerte de satisfacción profesional, personal y para decirlo con estas palabras que ustedes mencionaban antes, ética.

Le he encontrado un sentido a lo que hago, no se trata de enseñar literatura por enseñarla solamente a estudiantes de licenciatura, migrantes, que sería lo más sencillo: llegar, abrir el libro, explicar, cerrarlo e irme a mi casa tranquilamente y dedicarme a mi investigación o a mi creación, ¡no! Se trata de trabajar directamente con ellos, de involucrarme en distintos proyectos porque además, mis estudiantes, es gente que está conectando directamente con la lengua; con una lengua que muchas veces se ha perdido, una identidad que se ha resquebrajado también, entonces para ellos es una revelación una clase de literatura mexicana, para ellos es como volver a conectar un poco con su pasado, con su herencia, con sus padres, con su lengua, y creo que ahí he encontrado el sentido de mi práctica docente y me gusta mucho lo que hago, la verdad.

Estar afiliado al Centro de Estudios Mexicoamericanos también como que le ha dado otra dimensión a mi práctica docente, estar más involucrado en cuestiones comunitarias, ¡me gusta!, es algo que ha resignificado mi labor como estudioso de la literatura.

¿Cuál es la situación de los latinos en la Universidad donde trabajas?

Alrededor de 25 por ciento es población latina, de un total de más de 50 mil estudiantes matriculados en la Universidad de Texas, Campus Arlington, la segunda universidad más grande del sistema de la Universidad de Texas. Hace algunos años recibió una distinción que solamente algunas universidades tienen, que es la de ser una “Institución de Servicio Hispano” (HSI por sus siglas en inglés), o sea es una institución dedicada al servicio de la comunidad hispana, de los latinos. Lo cual significa que la Universidad tiene acceso a recursos de la federación para atender precisamente a ese sector poblacional, que es un sector vulnerable y más ahora con esta cuestión migratoria en la que se está golpeando a esa parte poblacional. Trabajar en una universidad de ese calibre, para mí representa una responsabilidad muy grande.

Como mexicano en el extranjero, ¿cómo ves a nuestro país?

Estar en el extranjero te permite desdoblarte porque en primer lugar parece que nunca me fui, estoy aquí todas las vacaciones, estoy aquí cada vez que hay un congreso, cada que me invitan a dar una charla; es un poco artificial también porque estoy y no estoy. Mi vida también está allá por distintas razones profesionales y familiares.

Entonces, ¿cómo veo México?, ¿cómo veo nuestro país? Lo veo un poco con la mirada del local, del mexicano que nunca se fue porque sigue viniendo, sigo involucrado con la dinámica del país en todos los sentidos, el cultural, el político, el educativo y hasta el económico por distintas razones; por otra parte me siento un poco como extranjero también y eso es a lo que me refería cuando digo que es un poco artificial mi experiencia; claro, eso me permite tener también los ojos del extranjero, por eso decía, me desdoblo literalmente, me permite ver las cosas con distintos ojos, asumiendo que nunca me he ido.

Además me dedico a México; en el fondo nunca me he ido y trabajo con gente de origen mexicano, muchísima gente de origen mexicano y me la paso hablando español todos los días, es una especie de islote muy grande, por eso les decía que es un poco artificial tanto de este lado como del otro. Estando allá me siento muy conectado, además con las redes sociales, Internet, eso lo facilita mucho. El concepto de frontera es en realidad un concepto ya bastante estanco porque la frontera nunca es fija.

SI TE ORGANIZAS PUEDES INTENTAR DEDICARLE TIEMPO A TODO
Ignacio Ruiz en entrevista / Foto: Lety Bárcenas

Desmesuradas se pregunta, ¿cómo encuentra el equilibrio en el tiempo el poeta, el investigador y el catedrático?

Eso es lo más complicado (risas). Efectivamente es una labor de equilibrismo porque, por una parte, está la fase administrativa en la Universidad, desde hace algunos años ingresé al servicio burocrático, además de ser profesor y pues he tenido que equilibrar esa balanza entre el servicio, la enseñanza, la creación, pero también la familia porque uno es todo eso.

Al ingresar a hacer más servicio, siempre digo el año pasado fue horrible pero el que viene parece que viene peor por trabajo. Entonces parece ser que cada año o cada vez que va pasando el tiempo me resulta más complicado dedicarme a otras cosas.

En el fondo, les voy a confesar algo, haciendo servicio, enseñando incluso, no pierdo la conexión con la creación, que también me interesa mucho; uno diría es una de las cosas que más me interesan por sobre todas las cosas, ¡no! En realidad la creación está profundamente conectada con mi enseñanza, enseño lo que creo, en el doble sentido de la palabra, tanto lo que hago como lo que profeso y lo mismo ocurre en el servicio; en realidad estoy trabajando para estudiantes de origen mexicano, de origen latino, ¿qué es lo que hago? Pues enseñar eso mismo y ¿qué es lo que estoy enseñando? Pues español.

Entonces son cosas como interconectadas. No pienso que sean cosas divorciadas necesariamente o que una cosa me impida hacer otra; que sí es verdad que mi trabajo creativo se ha resentido pero ahora hay recursos para encontrar tiempo; pienso que si te organizas y haces un buen esquema, puedes intentar dedicarle tiempo a todo; así han salido muchas cosas, muchos proyectos.

¿Existe algún conflicto de intereses entre ellos a la hora de crear, que uno absorba más el tiempo al otro?

Un poquito aparente porque me quejo mucho pero lo hago y lo disfruto. No sé qué va a pasar cuando me vaya de la administración, es un puesto muy pequeño el que tengo pero me gusta.

Cuando eliges tus lecturas, ¿separas lo didáctico o formativo del placer?

Si hablamos del ámbito profesional, de la práctica académica, de mi trabajo ensayístico o de mi investigación hay cosas que disfruto mucho, indudablemente. Disfruto muchísimo el proceso de la investigación, el proceso de lectura, sumergirme en un archivo o sumergirme en una biblioteca o ir a visitar gente y entrevistarla para poder hacer el trabajo que estoy escribiendo en ese momento, todo eso lo disfruto muchísimo, todo el proceso me encanta.

Soy una persona completamente convencida de mi vocación, desde que era muy pequeño lo tuve bien clarito y vivo de esto. ¿Qué más le puedo pedir a la vida? Hago lo que me gusta, entonces lo disfruto. Es verdad que hay cosas y sobre todo en la academia donde precisamente te exigen que los trabajos tengan rigor crítico, rigor formal, teórico.

¿Te lees?, es decir, ¿lees tus trabajos una vez publicados?

Me da mucha pena porque digo ¡Dios en qué estaba yo pensando cuando hice esto! (Risas). A veces me da por hacer calas pero no, mejor dejo de torturarme con esto. Soy una persona que desafortunadamente me releo mucho, releo muchísimo lo que estoy escribiendo en el momento, soy bastante obsesivo con eso y bastante inseguro. Ahora, lo que he escrito mucho antes y ya ha salido de mis manos puedo releerlo pero no tiendo a modificarlo, a menos que lo vaya a republicar, cuando republico releo muchísimo y para mí releer significa reescribir en estricto sentido, de otra manera no.

LAS TECNOLOGÍAS HAN VENIDO A FACILITARNOS MUCHÍSIMO LA EXISTENCIA

¿Cómo han influido las nuevas tecnologías en tu oficio?

Como investigador pienso que las nuevas tecnologías son maravillosas. Tener un ensayo, un libro, un repositorio en línea que puedes consultar y descargar o simplemente ir a una base de datos y pedir un libro que está en tal universidad que está lejísimo, con el maravilloso préstamo interbibliotecario norteamericano, eso es invaluable y creo que las tecnologías han venido a facilitarnos muchísimo la existencia. Encontrar por ejemplo, una serie de libros o de documentos digitalizados y accesibles me parece maravilloso, por supuesto soy fan número uno de las tecnologías, no soy apocalíptico en ese sentido, para nada.

Como creador también creo que son positivas. Soy un poquito escéptico de las redes sociales, desconfío mucho de ellas aunque me gustan porque son muy útiles. No tengo twitter; mi facebook lo reviso poco y posteo poco.

¿Cómo ha impactado eso en mi creación? Sí que ha impactado, precisamente el libro que estoy puliendo ahora gira un poco sobre eso, no sobre las nuevas tecnologías en cierta forma pero sí hay un coqueteo con esas nuevas perspectivas que abre la tecnología y que abre también la fotografía que igual es una de las manifestaciones de la tecnología y las artes. Pienso que son cosas que han venido a cambiar nuestros paradigmas, nuestra manera de concebir la literatura, la cultura y la vida en general.

A propósito de la tecnología, se dice que ahora los públicos son efímeros, que leen lo mínimo porque se vive a contratiempo. ¿Crees que a pesar de ello, el trabajo del ensayista seguirá existiendo?

Sí. Es un poco iluso pensar que las nuevas tecnologías van a venir a destruir nuestra relación con los libros. Los libros están ahí, nosotros tenemos que adaptarnos a las tecnologías; si antes tenías un libro en físico ahora lo tienes en versión digital, es básicamente lo mismo, lo único es que hay gente que prefiere un libro físico, tocarlo, la textura del libro, el olor, el placer de ir a una librería o de ir a una biblioteca, sacarlo, hojearlo, enamorarte de las palabras, de la portada, de todo lo que implica la construcción de ese artefacto maravilloso que es un libro, pienso que es algo invaluable. Yo soy de los viejitos, a mí sí me gusta tener los libros en físico todavía, a pesar de que leo muchísimas cosas en línea.

¿Y los poetas, seguirán existiendo?

Mientras exista la humanidad seguirá existiendo la poesía. La poesía es una de las manifestaciones más connaturales al ser humano. Volvemos a Octavio Paz, cuando él hablaba de poesía decía que podía haber poesía en la fotografía, podía haber poesía en una estatua, podía haber poesía por supuesto en un poema, es decir, la poesía como tal es algo que es natural a nosotros, a nuestra dimensión humana.

El también poeta y ensayista, Eduardo Lizalde (1929), quien el 14 de julio pasado cumplió 90 años, dijo en una entrevista que le hicieron recientemente, que “toda la literatura universal es de decepcionados y escépticos”, ¿qué opinas?

Eduardo Lizalde me encanta, es uno de los poetas mexicanos, posiblemente el más importante de los poetas mexicanos vivos. Uno de mis libros de ensayo, es precisamente sobre Lizalde. Es un poeta al que admiro muchísimo, es uno de nuestros grandes. Y creo que tiene razón, aunque habría que ver en qué sentido lo decía, cuál es el contexto de la frase pero sí es verdad y creo que con Fernando Pessoa y quizá por ahí iba Eduardo Lizalde, que la base o el fermento de la literatura en general es la duda, es la ambigüedad, es la falta de seguridad, es decir la inseguridad; no por nada uno de los libros más espectaculares que he leído de Fernando Pessoa precisamente se llama así, Libro del desasosiego. Es un libro que surge a partir precisamente de esa condición que es del desasosiego, la de la duda.

No sé si es eso lo que ha querido decir (Eduardo) Lizalde pero desde luego, si vemos la historia de la literatura universal, nos daremos cuenta de que efectivamente está llena de escritores con desasosiego o desasosegados, llenos de dudas más que de afirmaciones.

EL LIBRO DE LA CENIZA Y ANTOLOGÍA DEL ENSAYO MODERNO EN CHIAPAS
Libro Antología del ensayo moderno en Chiapas / Foto: Gaby Barrios

¿Cuál es tu último libro?

De poesía, mi último libro se llama El libro de la ceniza y es del 2016, es un libro que se publicó en España, precisamente como parte de un reconocimiento que me dieron allá, el (XIV Premio Internacional de Poesía) León Felipe. Y es un libro un poco anacrónico porque hace una recreación del ambiente, de la tradición literaria, en cierta manera del contexto de los usos amorosos también, cortesanos, de la literatura, de la cultura medieval, que es una de las improntas que tengo; una de mis primeras grandes lecturas de la adolescencia, luego en la universidad fueron precisamente de la literatura medieval, entonces es un homenaje, una serie de homenajes a esa etapa de mi formación.

Es un libro profundamente marcado por esos códigos pero al mismo tiempo es un libro muy violento porque es un libro que habla sobre la metáfora del fuego en su doble dimensión, por una parte la amorosa, la erótica, la sexual, hay muchos poemas amorosos y eróticos en ese libro; por otra parte, también hay una sección en la que el libro explora los códigos de la violencia, de la guerra y por eso el libro se llama así, El libro de la ceniza.

Mi último libro de ensayos es la Antología del ensayo moderno en Chiapas, es un libro que acaba de salir en diciembre del 2018, tiene unos meses en circulación y es un libro que reúne una serie de textos que se podrían considerar fundacionales dentro del género en nuestro estado, en el que el lugar común dice que hay muchos poetas, hay algunos narradores pero que no hay ensayistas. ¿Qué significa esto? Que no hay una circulación de la ideas y parte del objetivo de este libro es demostrar exactamente lo contrario, es demostrar que en el estado (de Chiapas) los escritores, los intelectuales, los investigadores, los académicos han reflexionado de una manera constante en los últimos 200 años, desde fines del 1700 prácticamente hasta la fecha y lo han hecho de una manera apasionada, polémica en muchas ocasiones, es un libro que empieza con Fray Matías de Córdoba con un texto, que hoy diríamos bastante polémico por todo lo que intenta demostrar en ese ensayo y termina con una ensayista chiapaneca que es Viridiana Chanona, muy buena también, que habla sobre un tema completamente opuesto que es Octavio Paz.

El ensayo de Matías de Córdoba es sobre los usos y costumbres de los indígenas, es un ensayo un poco avanzado para la época en el sentido de lo que él está argumentando sobre que hay un beneficio en que los indígenas vistan y calcen a la española y el ensayo de Viridiana Chanona es sobre Piedra de Sol, el amor, el erotismo o la visión de la mujer en Piedra de Sol.

Son como dos conceptos diametralmente opuestos pero bueno qué nos demuestra esto, nos demuestra que los ensayistas o la gente interesada en crear debate de ideas, intercambio de ideas lo ha hecho a partir de distintas disciplinas, a partir de distintos temas, que en realidad no hay un solo tema nodal pero algo sí he encontrado como constante, que es una tradición digamos, una especie de repertorio de temas en la que se pueden ubicar los distintos ensayistas.

¿Algún proyecto en puerta?

Me acaba de salir una propuesta para hacer una antología de la poesía de José Carlos Becerra con un ensayito introductorio, esto iría para la Secretaría de Cultura de Tabasco y en teoría tendría que estar listo para septiembre, a eso me voy a dedicar. También pienso que ese es el pretexto para comenzar a reunir algunos ensayos que tengo sobre José Carlos Becerra que además fue el escritor sobre el que realicé la tesis. Es un poeta que me ha dado muchísimas satisfacciones, además lo admiro muchísimo, ha sido básico en mi formación.

¿Qué es lo que más extrañas de Tuxtla Gutiérrez?

La gente, la familia por supuesto. La gente acá es súper cálida.

¿Cuántos años llevas fuera de Chiapas?

¡Toda mi vida! Me fui en 1994, justo después del levantamiento zapatista. Me voy a estudiar a Veracruz en el 94 y no he regresado a radicar, entonces ya tengo muchísimo tiempo.

¿Piensas regresar?

Me encantaría, por supuesto, cuando pienso en un lugar de retiro pienso en Chiapas.

Ignacio Ruiz en la radio / Foto: Gaby Barrios

 

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PERFIL

Lugar de nacimiento: Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Fecha de nacimiento: 24 de agosto de 1976.

Edad: 43 años.

Número de hermanos: Uno.

Estado civil: Casado.

Número de hijos: Dos.

Pasatiempos: Leer, escribir, viajar.

Música: Rock. Me gusta mucho el rock mexicano y un tiempo escuché mucho lo que llaman el indie, rock independiente, el indie rock.

Película: Casablanca.

Libro de cabecera: «El otoño recorre las islas» de José Carlos Becerra.

Escritor: José Carlos Becerra, Juan Rulfo.

Poeta: José Carlos Becerra.

Ensayista: Octavio Paz.

Comida predilecta: Me encanta la bolita de chipilín.

Paisaje favorito: Selva, montaña.

Ritual: Como soy una persona súper maniática, acomodar todo en su lugar, eso creo que es mi ritual favorito, poner todos mis libros en posición, soy súper maniático, no me conocen (risas).

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EN CORTO

Poesía: Palabra

Mar: Amor

Palabras: Verbo

Investigar: Diversión

Caminar: Exploración

Contemplación: Asombro

Archivo: Memoria

Cátedra: Enseñanza

Libertad: Creación

Hermenéutica: Análisis

Viaje: Placer

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Tu Kung Fu no es poderoso

Hace unos días se presentó el libro “Tu Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad)”, del poeta Luis Daniel Pulido, en el espacio arte Telar Teatro, A.C., en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Con este libro se inaugura la colección Pinolillo, de Tifón Editorial.

El cartel

El diseñador, ilustrador y editor, Juventino Sánchez, dice al respecto: En la postura de editor, mi idea es publicar libros económicos; una colección pequeña, fácil de leer pero también un escaparate para nuevos escritores. Me ha costado, y quiero conseguir, dar a conocer nuevos autores. Hay quienes quizá no tengan el material suficiente para publicar un libro de gran formato, esta colección espara esos escritores.

La idea es entonces, una colección que sea económica en su costo de producción, en su costo de venta y con nuevos escritores, y así poder llegar a nuevos lectores, como los estudiantes de secundaria o preparatoria, que no tienen el tiempo para leer grandes textos y a veces, tampoco el poder adquisitivo.

En las presentaciones que he asistido a escuelas secundarias y preparatorias, he visto que los jóvenes se quedan con ganas de querer adquirir el ejemplar y seguir leyendo. Y al no poder tener esa capacidad económica, se quedan con ese anhelo, por eso la columna vertebral del proyecto es editar libros que en producción salgan más económicos que la línea que hemos editado anteriormente.

 

Diseño de portada e interiores: Juventino Sánchez

PINOLILLO

La colección se llama Pinolillo, y el subtítulo lo explica todo: libros chiquitos pero entretenedores, explica el escritor, Héctor Cortés Mandujano.

El pinolillo es una garrapatita que habita en el monte. Si vas al monte y se te suben los pinolillos te vas a pasar mucho tiempo rascando porque no los puedes sacar, son muy chiquitos pero muy fastidiosos; se meten en los recovecos del cuerpo –para no entrar en detalles, señala entre risas y precisa, la idea de la colección es que sean así de entretenedores.

Se trata de libros de formato pequeño, que tengan un máximo de 50 páginas, y que puedan ser leídos muy fácilmente, resume.

¿Cuál es el requisito para que un libro sea un pinolillo?, pregunta Desmesuradas, a lo que el escritor responde: Se  lo tendrían que preguntar a Tito (Juventino), porque esta colección, específicamente, se le ocurrió a él, pero creo que no hay algún requisito. La idea es no publicar un libro muy grande, extenso, sino que sean textos muy pequeños.

Los cuatro libros que ya publicó (Luis Daniel, Héctor Cortés Mandujano, Hugo Montaño y Marcelino Champo) y que se irán presentando, son de ese formato.

Los autógrafos

 

LUIS DANIEL PULIDO Y SU KUNG FU

Con un amplio público y en un entorno que inspira paz e invita a la contemplación, al disfrute del arte, Luis Daniel Pulido (1970. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, Méx.), presenta su libro “Tu Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad)”. Libro de pequeño formato con poemas de gran imaginación, sensibilidad y humor.

 

Héctor Cortés Mandujano

LA PRESENTACIÓN

En su más reciente publicación, Tu Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad), publicado en 2018 por editorial Tifón, Luis Daniel Pulido nos da sin vueltas intelectualoides ni visitas a los museos donde se consiguen las doctas improntas de los clásicos, versos iluminados por la inmediatez, la vivacidad, lo vagaroso del instante que, como mosca o mariposa, ahora mismo se posó en un lugar y al instante siguiente en otro.

Es la suya una escritura de momentos vivos, son los suyos poemas que no buscan la monumentalidad del aliento largo ni la receta perfecta que sin duda puede buscarse y hallarse en la página 438, del volumen nueve, de la poética in-dis-pen-sa-ble que nos hará volvernos bardos plenos y ganadores de becas y certámenes.

Sus versos sencillos, al contrario, tienen pálpito y sudor, dolor de muelas y hambre, bailes y respiración entrecortada, dolorcito y risas…

Y hay en sus versos el rastro de lo mucho leído, cómo no, sin el regodeo de la cita, y una extensa bitácora que apunta sobre lo fugaz que es la vida: una raya en el agua, un viento que se mueve por todos los rumbos, para que el microscopio del verso haga que aquel vago recuerdo, aquella instantánea (Marina, la miss tiburón, Albis, la que lo mandó a leer a Gonzalo Rojas, que fue algo así como mandarlo a la verga…), se vuelva un poema de este librito ilustrado por la mano amable y talentosa de Tito Sánchez.

Tu Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad), título largo como tesis de maestría en estudios regionales, no tiene la pesadez del plomo con el que se ganan exámenes de oposición y tiempos completos en la universidades públicas, sino la alegría volátil de vivir en el patio de recreo, en la cancha donde sólo están jugando los que quieren, en la infancia donde cada cual sólo tiene dos obligaciones primordiales, que son en el fondo una sola o tres o cuatro: vivir y ser feliz, y amar y escribir poemas ´que en realidad son veleros´.

Héctor Cortés Mandujano

 

Luis Daniel Pulido y las Desmesuradas

 

PEQUEÑA MISS TIBURÓN

Dos años sin hablarnos

de preguntar a terceros qué ha sido

de nuestras vidas, de no comprar

nuestro aderezo favorito,

de dibujar en el aire tranvías porteños

que no fueron a ninguna parte,

de dejar tras de mí un tercio de lluvia,

esos versos que tanto te gustan

 

Dos años de no decir “te extraño” por macho,

mamón: políticas de la empresa

 

O porque desde que te fuiste

los caramelos no me saben igual,

ni qué decir de las galletas,

los tacos de La Parrilla Norteña,

el café con pan

 

Dos años sin hablarnos

y mira, acá estoy, con la panza vacía

porque hasta la tarde me dan mis chilaquiles

en mole gratinados, mis tostadas de pata,

un postre de cincuenta pesos

 

Hoy –C´est la vie-

paso horas y horas construyendo

los puentes que bombardeé para no encontrarte

 

Va para eso un par de poemas míos, un pececito de goma

para tus dientes chuecos

Luis Daniel Pulido

 

Tornasol de días infinitos

Foto: Tomada de la Web

 

 

 

 

 

 

 

 

Te he visto feliz
enojada
indiferente
con perro
sin perro
triste
desnuda
con gato
sin gato
arrojándote
(en sueños)
de un noveno piso
en la mueca
de los que pierden
su vuelo
en los números
de mi teléfono
en todas partes
y con alivio
cuando sales del baño
y caminas hacia mí
y me dices
“se me acabó la coca”
y te abrazas a mi pecho
y pasan horas
–quizá días–
sin movernos

Luis Daniel Pulido (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 15 de diciembre de 1970)

Luis Daniel Pulido

Luis Daniel Pulido escribe en papel, en cuaderno, desde siempre; ha utilizado la escritura como una forma de sobrevivir situaciones complejas en su vida, ese contraste es lo que lo hace escribir algo divertido en una situación muy difícil.

Hoy jueves 7 de junio, este escritor apasionado de las mujeres, el rock, el futbol y la literatura, presentará su nuevo libro Baxter Memories (Vida y obra de Víctor Von Doom), en el Museo de la Ciudad, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, a las siete de la noche.

Por lo que Desmesuradas aprovecha este importante acontecimiento para compartir una extensa entrevista con el autor, en donde nos revela los más oscuros secretos de su vida y obra.

«Publicar un libro me emociona porque es como si yo hiciera un disco»

Gabriela G. Barrios García / Leticia Bárcenas González

¿Desde cuándo escribes?

Desde niño, porque fui fanático de los comics de Marvel Comics. Coleccionaba todas las series de los años 60, Spiderman, The Avengers, Daredevil,  Deadpool, etcétera. Y yo escribía  supuestamente guiones de comics. Hacía la historia. Siempre me identifiqué con el Hombre Araña porque tenía diálogos muy divertidos. Si ustedes leen Spiderman original, es un adolescente, quizá también por eso, iba a la prepa, estaba enamorado de una muchacha, era huérfano y uno se va identificando con él, y situaciones bien densas, sus peleas contra el Duende Verde, Rhino, Electro, los súper villanos. Él siempre tenía diálogos muy chistosos, era muy irónico, muy chispa; claro que se debía a los guiones de Stan Lee. Eso me llamó la atención.

¿El Hombre Araña es tu súper héroe favorito?

Mi alter ego. Sí, Spiderman. Ahora se han reinventado los súper héroes. Y por ejemplo la película de Batman, de  Christopher Nolan, me parece genial, alguien por ahí dijo que tiene mucho de (Samuel) Beckett. Me gusta mucho esa parte: El caballero de la noche.

Luis Daniel Pulido / Foto: Leticia Bárcenas González

Y de los comics a la poesía, ¿por qué?

Pues fue por accidente, quizá porque siempre quise tener mi banda de rock. De hecho tenía una banda imaginaria: Los Avaters, y yo escribía las letras en esa banda; en esa época escuchaba Led Zeppelin, The Doors, Black Sabath, bueno, Black Sabath no precisamente, Ozzy Osbourne era un poeta y algunas de estas cuestiones me gustaban, por ejemplo Paranoico, esa canción que las feministas convirtieron en una canción prohibida o la de Alice Cooper: Sólo las mujeres sangran. Esas letras a mí me gustaban, o la Canción del inmigrante de Led Zeppelin, que dicen es la más usada en secuencias de pelea, o la de La granja de ZZ Top. Entonces, eso me gustó, la poesía como adrenalina, no la poesía académica o de escuela. Yo escribo poemas sobre comics, sobre futbol americano, sobre futbol, lo que yo he jugado, no abordo temas bucólicos de la provincia, porque eso me ha marcado: la televisión por cable, el futbol americano, las corridas de toros, que casi no hablo de eso porque me linchan, me gustan pero ahora todo eso es muy difícil tocar, es políticamente incorrecto, me da miedo hablar de eso. Me gustan los toros, es una pasión que me heredó mi padre.

Mi papá me tuvo a los 70 años y vivió en el DF toda esa cuestión moderna de Miguel Alemán, de la fundación de las editoriales como el FCE, ERA, SEP 70, Siglo XXI y  por supuesto las grandes conversaciones con Joaquin Mortiz, Ali Chumacero, (Jaime) García Terrés, todo lo que se vivió en esa transición del supuesto México moderno.

¿Cómo nace un poema?

Soy mucho de adrenalina, muy explosivo y muchas de las cosas las compartía, quizás ya como poeta, si se puede decir, ya como vocación, como ejercicio, como compromiso lo hice ya de muy grande, quizá a los 28 o 30 años. A los 22 tuve un fanzine pero ustedes saben que de muy joven quieres cambiar el mundo.

¿Cómo se llamaba tu fanzine?

Vínculos, luego Cinético marginal, que terminó siendo un pegoste (risa).Una hoja de papel pegada en los puentes. Ahora nadie lo leería porque ya hay Facebook, Twitter, no se fijarían en un poema pegado en un puente. Me he dado cuenta porque yo salía en la madrugada a pegarlos y recuerdo que la gente me escribía, pero no éramos tantos. Ahora la gente pasa, por ejemplo el puente que va a Sanborns y no tiene tiempo; yo he observado el cambio de la actitud de la gente, y eso no involucra a la gente mayor sino a la gente joven que no se da tiempo de detenerse a reflexionar algo, a disfrutar algo. Claro que eso también desemboca en otro tipo de lenguaje, otro tipo de dinámica.

Ah, el poema. Mucho tiempo fuimos vecinos con Nadia Villafuerte y ella me decía, lee esto, luego gané unas becas y ya estuve en un taller con Alejandro Aura, con Elsa Cross, con Carlos Montemayor, con Enrique Lumbreras, mucha gente y ahí me di cuenta también de que lo que escribía, por dinámica, por estructura no era lo que esperaban, por ejemplo Elsa Cross me corrió de su clase (risas) ¡y qué bueno!, porque era en San Miguel Etla (Oaxaca, México) y para mí la poesía estaba afuera porque es un lugar muy bonito, hay unos espejos de agua, un teatro, está en la montaña. Y esa vez llovía y dije que bueno, para qué quiero estar encerrado si aquí estoy mejor. Pero tiene que ver con Nadia Villafuerte y Héctor Cortés Mandujano, también, porque fueron los que me dijeron aquí. Ponían ejemplos muy sui generis, decían es como un perrito desbocado (risas) pero ahí va a aprender. Finalmente, más que aprender para mí escribir es un goce, así como salir a correr, seguir jugando futbol.

Luis Daniel y el goce del futbol / Foto: Leticia Bárcenas González

¿Quién o quiénes son tus autores favoritos?

Ricardo Castillo, de Guadalajara, con El pobrecito señor X, porque se permite esto; la poesía mexicana y la chiapaneca es demasiado seria, esto de que están hablando con las musas, ese supuesto amor a la tierra, parece que estuvieran en trance. Pienso que Ricardo Castillo, Eduardo Lizalde, ¡Octavio Paz! Cuando leí a Octavio Paz dije es formidable, pero cuando hablas de Octavio Paz te quieren linchar, que porque la ultraderecha, bla, bla, bla y sí, pero él tiene realmente grandes poemas. José Eugenio Sánchez, él ganó un concurso de poesía con un libro que se llama Physical graffiti, que tiene que ver con un disco de Led Zeppelin, al leer los poemas veo que habla de futbol, habla de Eusébio (da Silva Ferreira), un goleador portugués legendario, vino a México 70. Habla de Led Zeppelin y de rock, dije no pues sí se permite. Jordi Soler, lo menciono aunque él es más conocido como locutor rockero, fue novio de Rita Guerrero. Cuando leo un libro que se llama La novia del soldado japonés, me pareció maravilloso y dije: escribió un libro y se ligó a Rita Guerrero, no pues yo puedo publicar un libro (risas), también por eso, ¿no? Y alguien que no es precisamente un poeta, aunque tiene un libro publicado, se conoce más como músico, es José Cruz, de Real de Catorce. José Emilio Pacheco, de los que me han marcado. Y en Chiapas hay un poeta que me gusta mucho, Gustavo Ruiz Pascacio, y un muchacho que se apellida Chaleco, de los jóvenes jóvenes, muy jóvenes, sólo sé que es amigo de Yolanda Gómez Fuentes, creo que es biólogo, estudió en Baja California. Leí unos poemas y me gustaron, por esta cuestión de la frontera y quizá es chiapaneco pero no parece chiapaneco.

¿Y tus músicos favoritos?

¿De toda la vida? Sigo escuchando a Led Zeppelin, Deep Purple, o sea el rock clásico. Frank Zappa es un músico difícil, hay momentos para escucharlo y generalmente lo hago con audífonos, es como el art rock, pero también me gusta Kiss, por mi edad disfruté el gran rock  y muchos dicen: ¡no, cómo escuchas Kiss! Disfruto a Frank Zappa pero también a Kiss. Disfruto Twisted Sister, cosas más acá, Mötley Crüe, yo siempre fui de Mötley Crüe, Metallica. Pero uno va creciendo y es como con los libros, los llamados clásicos, escucho a Led Zeppelin IV y me sigue siendo fenomenal.

 ¿Qué es el sarcasmo para Luis Daniel?

Una cosa muy fea. Espero que no se me identifique como sarcástico (risas). ¡No!, a mí me gusta el humor, el humor tipo G.K. Chesterton, Groucho Marx, Evelyn Waugh, Buster Keaton, para mí ese es el humor, a mí no me gusta por ejemplo, ahora que está de moda, tristemente, lo de la Rial Academia de la Lengua Frailescana, se me hace fatal; eso es ser sarcástico, vulgar, ese tipo de humor espero nunca hacerlo. Oscar Wilde -que escribió novela y teatro, en donde hay humor- decía que la vida es algo demasiado importante como para tomárselo en serio, eso es el humor; el sarcasmo, pienso que tiene que ver un poco más con la “mala leche” diría yo, no sé cómo llamarlo, mala onda.

A mí me gusta el humor / Foto: Leticia Bárcenas González

 ¿Te consideras un poeta irónico?

No creo. Bueno, soy irónico cuando hablo de política, o de ciertas sociedades culturales o intelectuales. Soy irónico como (Jorge) Ibargüengoitia, que siempre dicen que era humorista, y él decía que no. Les pareció chistoso y todo el mundo quedó muerto de la risa, eso ya no es problema de Ibargüengoitia.

Una anécdota, hace poco acababa de leer un libro que siempre leo cuando estoy triste: Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx, y escribo una reseña sobre una obra de teatro de Damaris (Disner), que realmente no era una reseña, era un texto humorístico, por llamarlo de alguna manera, pero todo el mundo lo tomó en serio, ella de hecho lo tomó como reseña para su semblanza, y son cuestiones que no tienen nada que ver con su obra de teatro, fue un texto para que pasáramos un buen momento y nos riéramos con estos elementos que vienen desde Chesterton, pero muchos piensan que el humor es Eugenio Derbez. Entonces pienso que soy irónico cuando se habla de quizá algo que se toma muy en serio, antologías, grupos literarios, ahí sí soy irónico, se presta, hasta eso, es como hasta humor involuntario.

 ¿En qué lugar escribes?

Hubo un momento, quizá donde más escribí. Yo viví mucho tiempo en un hospital, por mi mamá, y escribir fue una especie de supervivencia, inventé personajes y escribí poemas, ahí sale Chincho. O el Gran Jefe Apache, que le escribía a una muchacha, o escuchaba una canción de Jenny Beaujean, que ni me conoce Jenny Beaujean, pero sí me escribió (risas). Escribí mucho tiempo en un hospital pero como una manera de sobrevivir una situación muy difícil y ese es el contraste, escribir algo divertido en una situación muy difícil.

 ¿Escribes en papel, computadora o máquina de escribir?

En papel. Yo en cuaderno, y si es Scribe, mejor (risas). Escribo en cuadernos desde siempre, ya después lo paso a la computadora; la computadora me va haciendo flojo, hace 20 años me decían que tenía una letra bonita y ahora ya la tengo horrible. (Risas) Apenas tiene dos años que tengo una computadora propia, y ya ves que te va guardando tu correo y entras en automático; si entro a otra computadora y tengo que hacer un trabajo en un ciber, me quedo como un inútil, y qué hueva de escribir ahí, pero sigo haciéndolo en cuaderno.

Luis Daniel / Foto: Leticia Bárcenas González

¿A qué hora escribes, preferentemente?

Ahorita, casi ya no, pero siempre escribía en las madrugadas. Me levanto temprano, de 4 a 5 de la mañana, ahora corro. Hay un maestro, Humberto Pérez Matus, él es corrector, traductor, sabe muchas cosas, un gran lector, y sabe mucho de rock, y por Facebook, sé que él está despierto, porque toma fotos también, eso es bonito, bueno, imágenes, porque luego los fotógrafos dicen: No, eso no es fotografía. A mí me vale madres, es una imagen que estamos compartiendo y es bien bonito hacer la bitácora, y ahí está: Humberto Pérez Matus publicó hace doce minutos y yo ya subí mis rolas, compartí mi canción favorita –ahorita estoy clavado un poco en el rock en español, los Ravells, Barón Rojo, Barricada, Gatillazo- y los subo y like de Humberto Pérez Matus, like (risas), son como complicidades, ahí está el otro madrugador, ahora mis amigos me cotorrean que eso es síndrome de que ya estoy viejito (risas), ahí te llevo tu cocol (risas), cosas así dicen.

 ¿Qué redes sociales usas para difundir tu poesía?

Sigo teniendo mi blog Popotito 22, aunque ya escribo poco. Y tenía otro que hacíamos con Héctor (Cortés Mandujano) que se llamaba La liga de la justicia demoliendo hoteles, pero me censuraron, me quitaron la cuenta y también mi cuenta de Facebook, y nunca las pude recuperar, que por desnudos (risas) y nunca hubo un desnudo. ¡Ah! Tengo mi Facebook, el alterno, pero también ahí ya no publico mucho porque, bueno sí publico cosas, pero más de música, libros que he leído en el día, ahorita hay un libro que se llama El maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov, y volvemos a lo del humor, tienen que leerlo, es una  maravilla de libro.

 ¿Desde qué año tienes Popotito 22?

Desde el 2008.

 Decías que hace dos años apenas que tienes tu computadora, ¿tu blog era tu archivo?

Sí, lo que pasa es que mi mamá estuvo enferma mucho tiempo, y yo nunca he tenido una casa, mis libros se perdieron, mis comics se perdieron, mis discos, perdí todo, entonces uno se va acostumbrando, por eso me gusta la poesía o la literatura porque nada más necesito de un papel y una pluma, mis lecturas, mis experiencias e imaginación; no he desarrollado la fotografía o el fotometraje porque se requiere equipo, aquí, lo único que hago es sacar un cuaderno y tener una pluma, así me abro camino y escribo, hago lo que yo quiera. De hecho se perdieron muchos cuadernos, eran mis archivos, y se fueron perdiendo, se quedaron, los tiraron. Después que falleció mi mamá, entraron a la casa y se llevaron todo, libros, cuadernos, hojas, todo. Era un desorden ahí. Entonces, mi único archivo era el blog, ahora tengo una computadora, para mí es nuevo Netflix, Spotify, me quedé maravillado de escuchar ahí los discos con un click. YouTube también, porque pongo una canción, Tangerine de Led Zeppelin, vinilo, y sale con el sonido del vinilo, pero eso es nuevo para mí. La tecnología, tiene sus pros.

Luis Daniel Pulido, poeta / Foto: Leticia Bárcenas González

¿Por qué se llama Popotito 22?

Es una nave espacial del programa Odisea Burbujas, que viajaba en el tiempo, era un vinilo, con una tacita al revés, unas patitas y un popotito, de hecho está su canción en YouTube. Conocí a una de las guionistas, Pilar Obón, en el DF, en ese tiempo era jefa de redacción de una revista para mujeres adolescentes, la revista Tú. Y me dijo algo que me dejó impactado cuando le pregunté: ¿por qué escribes eso si puedes hacer una obra de teatro?, hiciste el guión y creaste muchos personajes de Odisea Burbujas, que era el negocio. Y ella me dijo: Porque a las mujeres mexicanas les gusta que les mientan. Me acuerdo de esa frase, algo así como, tú crees mis mentiras, yo creo las tuyas, era una revista rosa. Le pregunté, ¿por qué no escribes un libro? Contestó, no, porque me voy a morir de hambre, esto es un mercado. Esta es una de esas anécdotas que tengo guardadas, como que Liz Gallardo, una actriz, me escribió (risas) y yo dije, ¡ay!, me están cotorreando pero no, sí me escribió. Jenny Beaujean también, por cierto.

Tienes bastantes fans.

Chulpan Khamatova, ella no me escribió, yo me la inventé. (Risas). Traducía pues los videos, es que como habla ruso, y yo decía: ah, así saludo. Y me traducía. Me dolió cuando me quitaron mi Facebook porque ahí tenía una imitación de Octavio Paz increíble, me gustaba mucho, realmente sensacional, tipo Ponchivisión. Y le doblé la voz a Octavio Paz y hablaba sobre un poema mío. Sensacional.

¿Has tenido algún problema por tus escritos, aparte de la censura de tu blog?

No, el problema para mí es encontrar una editorial, publicar un libro. Pienso que  la sociedad chiapaneca es como una gran familia, tienes que tener los vínculos familiares, si tus abuelos son de acá, tener una historia. Para mí los libros de Coneculta son una basura, pero bueno son los amigos del amigo del amigo, el sobrino del sobrino del sobrino. A mí publicar un libro me emociona porque es como si yo hiciera un disco, o sea, yo no hago índices, hago tracklist y es como salir de gira, pero es muy difícil acá, quizá también por los temas que toco. Pero tengo el blog y con eso.

Pero has publicado libros.

Sí, pero yo, tirajes de 50, 70, autopublicados.

¿Cuántos libros has publicado?

El que me editó Public Pervert, que se llama “El apetito de los ciegos”; “Intencionalmente náufrago”, editado por Carámbura; los que me autoedité que se llaman “Prohibido degollar patos” y “Bruce Wayne y la Generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova)”, que está más largo el título que el libro (risas). ¡Ah! Y el señor Edgardo Nieves, de Puerto Rico, me editó “Nunca sonrías a Optimus Prime”; “Pollito Card” editado por la Unicach. Y ahorael libro que se llama “Baxter Memories: vida y obra de Victor Von Doom”.

Pero también me gusta esa condición. Mi única familia era mi mamá, entonces, si antes me sentía solo, ahora me siento más solo y no tiene que ver con que yo pueda ir a ver amigos, sino que tiene que ver con cuestiones de convivencia, de educación. Mi padre me tuvo a los 70 años, hay como una brecha generacional. Las cosas que a mí me enseñaron no tengo con quien platicarlas.

¿Qué es el amor para ti?

¡Es todo! Me voy a ver muy bíblico, muy Corintios, pero sí es todo. El amor involucra todo, vida, pasión, transición, paciencia, desencuentros. Ahora no se puede ser tan unilateral, pienso que el respeto es muy importante. Mi papá era muy educado, siempre enseñándome parámetros para hablar, yo tenía vecinos que hablaban en chiapaneco, y me decía: No hables así. Pero no lo decía en mala onda, para él eran incorrectas estas palabras, ey vos, miraló. Yo no hablo así, no por mamón, sino porque de niño eso me inculcó mi papá, entonces, esas cuestiones en vez de que me ayudaran me dejaron muy solo, porque nunca las olvidé y es mi forma de ser. Y en la escuela el rechazo y eso tiene que ver con el amor, con las diferencias, porque nunca vamos a ser iguales, y eso es lo bonito, el temperamento entre un hombre y una mujer, pero sí es bien importante la educación y el respeto hacia el otro. Y si es hacia la mujer, mayor, porque es nuestro complemento, uno va solo por la vida y siempre está ese vacío, te hace falta tu pareja, te falta con quien hablar.

Las veces que he vivido en pareja realmente han sido bonitas. Pero hay cosas que uno hace. Si una mujer está “clavada” es disciplinada, está preocupada por esto o aquello, y uno ya desde el jueves o el viernes se empieza a sustraer, hablo de un hombre viril (risas), un poeta… puñalón (más risas). No, hablo de que ya está uno pensando en quién va a jugar cuando hay NFA, viendo los juegos y hablándole al amigo; yo soy fanático y mis amigos también, del deporte.

En San Cristóbal (de Las Casas, Chiapas) viví con una persona y era increíble, con su hijo me llevaba muy bien, pero sí, hablo de esos detallitos maravillosos que tienen que ver con el amor, con la vida, o sea, el amor es la suma de detalles que parecieran insignificantes pero que hacen bonita la vida. Un día dije: mm ya barrió pero voy a comerme una mandarina y no se va a dar ni cuenta –fui muy cuidadoso, según yo-,  y de repente sale, voltea, ve el piso: Mandarina, ¡quién comió mandarina! Y dije, cómo es posible. Era una madrecita, y me regañaron por esa pinche mandarina, o sea, ¡la vio! (Risas).

Tengo muchas anécdotas, como cuando me habla por teléfono en el año 2000 y sale con que: Es que, no sé porque ando contigo. Me dije, ya valí madres, y me aclara, no eres guapo pero estás curiosito. (Risas) Las dos novias con las que mejor me he llevado ha sido una de Tijuana y la otra, de Guadalajara. Ella, cuando nos despedimos, lo último que me dijo fue sensacional: ¿Qué pasó mis ojos de Furby? (Risas) Un día platicábamos: Uy, se murió el rockero Jimmy Bain; ella, ¿quién chingados es? El bajista de Rainbow, le aclaro. Me pregunta, ¿cuantos años tenía? 70 años, respondo. Dice, ya estaba ruco. Y yo, ¿qué te pasa?, ¡es una leyenda! Y ella, ¡ay, no mames!, leyenda el chupacabras (risas). O cuando mi ojo estaba rojo: Ella, ¿qué te pasó? Es que tengo una infección en los ojos, y ya hablando de la tecnología, dice, a ver, mándame una foto por whatsapp. Se la envío y me dice, oye tienes los ojos verdes. Le digo, ¡ay, no mames!, ¿cómo los ojos verdes? Contesta, entonces es pus (risas).

Esas cuestiones que me han acompañado, entonces, cuando no están, ya no sé ni para dónde irme, quizá por eso corro. Esa es una forma también desesperada y escribir también me ayuda o leer.

El amor involucra todo / Foto: Leticia Bárcenas González

¿O sea que corres tras del amor?

¡No!, como Forrest Gump (risas). Tengo un problema con mis nervios ópticos y ya estaba,  como dicen mis amigos, como viejecito, el caso es que me llevaron al doctor y bla bla bla, tuve un tratamiento muy agresivo con cortisona pero el doctor no me dijo los efectos secundarios y me encontré dos horas corriendo. Me dijeron, ¡ey, ya!, te va a dar un infarto. Al otro día, desde las cuatro de la mañana, a correr y a jugar futbol y hablaba y hablaba. Cuando regresé a mi cita con el doctor: ¿Cómo estás? Bien y sudaba. Es por el medicamento, me explica. Y tengo la boca reseca, le dije. ¡Ah, se me olvido decirte que vas a tener una pinche energía!, me dice ¿Por qué no me dijo?, no puedo dormir. Ya vele bajando, de una pastilla vas a tomar media, ya después vienes y nada más un cuartito. Y ya que se estabilice lo dejas.

Pero no me dijo antes. Todo el día estaba corriendo, llegaba, vivo con unos cristianos y hasta me metía a opinar, no podía dejar de hablar, no podía dejar de correr. (Risas).

Ahora háblanos del futbol, ¿qué es el futbol para Luis Daniel?

El futbol, como todos los deportes, es maravilloso. Creo que el profesionalismo o comercialización le vino a dar en la torre a todos los deportes. Pienso que el futbol americano es formativo y puede ayudar a los jóvenes, a los niños, te vuelve disciplinado, te vuelve educado, te vuelve solidario, igual el futbol soccer. Lo que pasa es que  ahora con los sueldos que se pagan, con la excesiva comercialización, realmente se han deshumanizado como muchas cosas; la misma literatura. Fui a la feria del libro en Guadalajara y pienso que es lo menos literario que he visto; sí es bonito, es enorme, pero es tan grande que se pierde, no captas nada.

El futbol como deporte es bonito, te hace competitivo, te hace valiente, te hace audaz, si no hubiera sido por el futbol ya me hubiera doblado; con el futbol enfrenté fracturas, enfermedades, tristezas. Como deporte es maravilloso, sigue siendo un deporte muy bonito, aparte de que el futbol, cualquiera lo puede jugar, claro que viene la técnica individual, cosas que tú vas trabajando, pero para divertirte, aunque no sepas jugar muy bien, pones dos piedritas y la armas, dos y dos o yo solito, juego contra la pared. Es un pretexto para reunirte con tus amigos.

¿Y el rock?

¡El rock es todo! Para mí una de las grandes pasiones siempre van a ser las mujeres, el rock, el futbol y después la literatura. Para mí hay prioridades.

El futbol es maravilloso / Foto: Leticia Bárcenas González

Hablando de mujeres, ¿cómo eliges a las mujeres para dedicarles tus poemas?

No, ellas me eligen a mí (risas). Es también esa cuestión de querer vivir, que te emocione algo, aunque es un cliché, yo no veo tan descabellada la idea de un goleador que dice que cuando mete un gol es como un orgasmo, porque el amor es eso, es la emoción, no solamente tratar de ligarse una mujer si no es todo lo que conlleva, una conversación, compartir una comida, una canción que te marca. Por ejemplo, yo me acuerdo de mis novias de la prepa por las canciones, y ya las veo y esos momentos son como ¡uy! Y te sientes así como Hulk: humanos miserables (risas). Te sientes así por esos momentos que después permanecen porque aparentemente uno termina y dicen que todo lo que termina no termina bien, eso es un cliché. Yo tengo muchos problemas, bueno, antes tenía más problemas; sin embargo, hoy me encuentro a mis ex parejas y todo muy bien, creo que eso también me da pauta para seguir disfrutando la vida y no sentirme tan mal.

Pero y las mujeres de tus fotos, las fotos que publicas.

Es una historia muy larga, Héctor (Cortés Mandujano) me manda su columna, y yo ponía un texto, porque estaba en competencia con (José) López Arévalo, pero no en competencia mala onda, sino de que mi columna está más chingona que la tuya y ahí empiezan de que no, que era una posición machista o algo así, igual yo, dije, si está en bikini o va en pelotas (risas), pero fue una cuestión así, y al momento de estar publicando fotos, los mismos amigos te mandan archivos. A mí me contactaron con un latino, se llama Carlos Núñez, pero como ya no está la Ñ ahora se llama Carlos Nunez y tiene unas fotos muy chingonas; una alemana, Lili Panic, me mando fotos de ella. Ya en Facebook, mis mismos conocidos me mandan los links. El doctor Fanatic, él tuvo una banda de rock, se llama La Sociedad de las Sirvientas Puercas, que ahí estuvo José Manuel Aguilera de La Barranca, Saúl Hernández de Caifanes, él es artista plástico, artista visual pero también hace canciones muy locochonas, yo pienso que es alguien realmente no valorado. Tiene una propuesta interesante, es un cabrón muy arrebatado, él también comparte fotos.

Entonces, las fotos que publicas no son de internet, son imágenes que tienes en tu archivo personal.

Son de fotógrafos, Carlos Nunez, Marco Onofri, Roberto Girardo de los que me acuerdo, y otros. Tuve una novia que estudió en el ITESO, que es una universidad jesuita de Guadalajara, una universidad muy bonita y con mucha lana, de ahí es Kunamoto y también es egresado Gis, yo conocí amigas de esa exnovia, ellas mismas se tomaban fotos y me las empezaron a mandar, entonces se hizo como una sociedad, pero ya no publico muchas porque me quitaron el Facebook.

Siempre escribo pensando en rock / Foto: Leticia Bárcenas González

¿Luis Daniel es voyeurista?

Sí, pero voyeurista, no de que ande espiando a mis vecinas, solitas salen cuando tiembla (risas). Yo no ando espiando a la gente, más como están las cosas, y nunca lo he hecho, realmente, y espero nunca hacerlo, si alguien me va a denunciar por algo, es por irresponsable, o no sé, por infantil, pero por ejemplo que mandan un video, sí, sí lo veo. Y tengo mi escala de calificación, hay unos que son novatos (risas), pero ¿eso es voyeurista, no?, ver porno.

Trabajé un tiempo en Cancún, y eso me marcó, así como disfruto ahora escuchar cantar a los pajaritos, el olor a tierra mojada cuando amanece, realmente yo agradezco, y bendigo a Dios. Igual en Cancún, que es otro escenario, yo decía –No, Dios se pasa de lanza, (risas) hay mujeres muy guapas. Bromeo diciendo que no soy gay por eso, sí están bien chidas. Y era muy joven cuando fui a Cancún, entonces me quede así, ¡impresionado! Aparte, el mar es bonito (más risas).

Luis, ¿cuáles son tus temas recurrentes para escribir?

El libro que me publicó Héctor, lo leo y me mareo, me da vértigo, es un libro doloroso. Héctor me dijo vamos a publicar pero ni un poema juguetón –él los llamó juguetones-, y tienen que ver con el dolor, con el vacío, y principalmente de una época donde yo luché mucho por mi adicción a la cocaína, entonces, es un tema recurrente, en ese momento. No es una apología de la droga, al contrario, es el dolor, es el infierno, entonces creo que sí, es un tema que está ahí. Yo nunca me creí Bukowski ni esa cuestión, ni decía ‘este es el camino’. Al contrario, si había la oportunidad de decirle a alguien que no la probara, que te engancha y es un camino muy doloroso, lo hago.

Pollito card es un libro de unas cartas que escribe un niño, y les voy a ser honesto, esos textos yo los escribí en un colchón sucio, en un cuarto sucio, sudando, donde yo quería ya dejar de consumir. Y me cree –porque no soy como este niño- toda esta visión infantil, era como sacarme de las drogas, entonces escribí textos que realmente son muy lindos, muy transparentes, pero yo era un monstruo. Construí a ese niño que después me dio la mano y me sacó, realmente es un tema que está ahí, lo de las drogas, pero como dolor, como sufrimiento.

El amor, las mujeres, el rock, yo siempre escribo pensando en rock, yo no quiero escribir un poema como Efraín Bartolomé, ni como Jaime Sabines, quiero escribir un poema como Megadeth, como Black Sabbath, que un poema suene como eso. Como los Ramones, sin tanto estilo, que sea descarnado, frontal. Julio Trujillo, un ensayista, poeta de (la revista) Letras Libres, hace mucho tiempo lo dijo, tenemos que meterle algo de hip-hop, yo lo voy a cambiar por rock. Tenemos que meterle algo de rock a nuestros poemas, porque si no, vamos a matar de aburrimiento hasta nuestras madres. Yo pensé que era el único que llegaba a las pinches presentaciones y estaba de ya me quiero ir, me aburro, igual no soy un buen lector de poesía ¡y no me interesa serlo! A mí lo que me interesa es la vida, y el rock y las muchachas en bikini (risas).

¿Te consideras poeta, escritor o bloguero?

No, me considero un buen rockero, rockanrolero.

Luis Daniel Pulido / Foto: Leticia Bárcenas González

 

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SILUETA

Lugar de nacimiento: Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Nombre completo: Luis Daniel Pulido Aguilar.
Fecha de nacimiento: 15 de diciembre de 1970.
Edad: 47 años
Número de hermanos: Uno, Marco Pulido.
Estado civil: ¡Eh! Viudo (risas). No, soltero.
Número de hijos: No sé, no me han avisado.
Pasatiempos: Leer, hacer ejercicio y mirar futbol.

Libro de cabecera: Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx; Extrañando a Kissinger, de Etgar Keret; Diecisiete tomates y otras historias de  Cachemira, de Jaspreet Singh. Como diría un amigo, te gustan libros que nadie conoce, pero son libros de travesuras, esos libros me encantan. Nuestro lado oscuro: Una historia de los perversos, de Élisabeth Roudinesco.

Y en música: Tengo tantas, no las tengo así, a la mano, pero de cabecera: de rock and roll. Me gustan Los Suaves, una banda de rock de España, me gusta mucho, y anglosajón me quedo con Iron Maiden, me gusta esa banda, quizá porque los discos me marcaron, y yo sigo escuchando a Iron Maiden, sobre todo los primeros discos.

Tu comida predilecta: ¡Ay, tengo tantas! Me gusta mucho la carne asada, con cerveza (risas).

Ritual: Tengo uno porque jugué futbol, y era como una cábala. Yo dejaba que mi mamá me doblara mi sudadera, si no, no jugaba. No me sentía cómodo, y así viajaba. Ahora que no está mi mamá, procuro hacer los mismos dobleces, aunque ya no juego, ya no estoy en un equipo pero ese es mi ritual.

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EN CORTO

Arte: Dolor
Imaginación: Todo
Versos: No me gustan
Blog: Archivo
Leer: Pasión
Mujer: Vida
Barco: Navegar
Disco: Rock and roll

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Leyendas

Foto: Carla Morales

Por Gabriela Guadalupe Barrios García

La historia de Chiapas, nuestro estado, está llena de leyendas que lo hacen un territorio mágico, enriquecido con narraciones de los abuelos que en el pasar del tiempo se quedan en la mente de quien las escucha. Las siguientes historias son leyendas contadas por la señora María del Carmen Hernández Solís, de 78 años de edad, originaria de San Andrés Larráinzar:

Era muy chica cuando pasó —cuenta doña Carmelita con mirada melancólica— tenía un tío que era muy paseador y mujeriego, según me platicaban mis abuelos que salía mucho por las noches, pero en una de tantas salió de la casa de la amante para trasladarse a su casa; en el camino se encontró a la Yelguacihualte, una mujer muy delgada, un esqueleto con vestido muy frondoso, que lo llamaba por su nombre: — José, José, sígueme.

Entonces se lo fue llevando —según él iba a la casa de ella pero en realidad lo sacó del centro del pueblo-, cuando de pronto se dio cuenta de que estaba enterrado en una ciénaga que había. Aquella mujer de blanco se carcajeaba y se burlaba de él.

Después ella misma procuró que saliera de donde estaba enterrado y cuando él estaba fuera corrió inmediatamente a su casa porque tuvo mucho miedo.

Cuando mi tío llegó a su casa estaba completamente frío y mi tía le preguntó: —¿De dónde vienes José?

Él ni siquiera le contestó, se quitó la ropa y se metió a su cama: cuando en eso mi tía escuchó que llegó la mujer a su casa y tocaba la puerta, entonces mi tía preguntó: —¿Quién?

La mujer dijo tres veces: — Yo, ¿aquí está José?

Al escuchar esto mi tía mencionó: — No, no ha venido.

Por lo que la Yelguacihualte se alejó por la calle que llega al panteón.

Mi tía, llena de curiosidad, se levantó de la cama y se asomó a la ventana cuando la mujer se alejaba del lugar. Al verla se dio cuenta que era un esqueleto y hacía mucho ruido al caminar.

Mis antepasados cuentan que cuando era luna llena esta mujer se colgaba de los árboles, jugaba y se burlaba de la gente que la veía. Se enredaba su cabello entre las ramas y brincaba de árbol en árbol y la gente le tenía miedo porque decían que era el demonio convertido en mujer, por eso los hombres le tenían miedo, más los que eran mañosos.

Después de un profundo suspiro y una pausa prolongada doña Carmelita se prepara para contarnos la siguiente historia.

Otra historia que escuchaba mucho era de un hombre que iba a caballo dentro de los chorros de agua, de pronto en el camino escuchó que lloraba un «pichi» tierno. Entonces se bajó del caballo y vio a una criatura envuelta, que a pesar de los chorros de agua estaba completamente seca. Abrazó a la criatura y lo puso dentro de la capa, el niño dejó de llorar y se reía, él contento pensó que se lo iba a llevar a su mujer.

Después de haber recorrido un largo camino, casi al llegar al pueblo, al hombre le dio curiosidad de verle la carita al niño, entonces hizo a un lado la capa y el niño le preguntó: — ¿ya viste mis dientitos? Al verlo se dio cuenta que eran unos dientes muy grandes.

El niño preguntó otra vez: — ¿Ya viste mis ojos? Sus ojos eran grandísimos.

— ¿Ya miraste mis uñas? Las uñas de las manos eran grandes y horrorosas.

— ¿Ya viste mis piecitos? En los que tenía las grandes uñas.

Al ver esto el  hombre dejó botada a la criatura y se dirigió a toda prisa al pueblo, mientras que la criatura con risas le dijo: — ¡Ya te gané, sí, yo soy el diablo!

Ese hombre era muy malo, maltrataba a su esposa. Al llegar a su casa todo asustado. Le comentó lo sucedido y ella le contestó: — Ya ves por ser tan malo, por eso se te manifestó el diablo.

Es así como doña Carmelita recuerda esas historias que generación tras generación han hecho temblar de miedo a quien las ha escuchado o incluso hasta las han vivido.

Recopilación realizada en noviembre del 2001.

 

Cataclismo

Porque viste el primero,
esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre
y la gente se junta.

Juan Villoro

Foto: Carla Morales

Por Leticia Bárcenas González y Gabriela Guadalupe Barrios García

Después de los terremotos sufridos en nuestro país, nada es igual. 7 y 19 de septiembre de 2017 son fechas que están ancladas entre nuestros recuerdos más próximos. A poco más de un mes del último terremoto, falta el consuelo ante la pérdida de un ser amado, del hogar, del trabajo, del único patrimonio. Damnificados, rescatistas y voluntarios llevan tatuado en su memoria el sufrimiento vivido por horas en la caótica realidad.

Pero están también las personas que sin pérdidas humanas y materiales que lamentar, han perdido la tranquilidad de sentirse a salvo del todo; existe un miedo latente en la memoria colectiva.

Y a pesar de ser los fenómenos que todos quisiéramos olvidar, sus efectos en nuestras emociones vuelven una y otra vez durante las réplicas, que a veces sentimos o sólo sabemos de ellas porque escuchamos las alarmas sísmicas que, aunque no sintamos movimiento alguno, nos ponen alertas, tensos, angustiados.

Los testimonios que a continuación compartimos, no pretenden más que construir un relato colectivo de esos eternos segundos, en el que el miedo y la sensación de fragilidad se apoderó de nuestro cuerpo y pensamiento. Es a través de estas narraciones que buscamos conocer diversas experiencias, diversas perspectivas y maneras de afrontar un mismo hecho, lo que quizá nos ayude a comprender más al otro.

Gracias a las niñas, niños, mujeres y hombres, que sin inhibiciones nos compartieron su experiencia.

Entre la tierra y el olvido

“¡Hola, Dios enojado!” exclamó sonriendo una pequeña que al salir a la calle, levantó la vista y se encontró con el inquisidor ojo de luna que se asomaba en el cielo, luego de aquel furioso movimiento que sacudiera la tierra, el sueño, el miedo y la serenidad que desde aquel día no volvería más.

Fue la ira de Dios ante los ojos de una niña que, sin duda, fue la primera en obtener una respuesta para lo ocurrido y, al mismo tiempo, fue la primera en contagiar sonrisas de aprobación, temor y desconcierto entre el resto de las personas que apenas alcanzaban a formularse las preguntas para cuestionar eso que los había hecho huir de sus hogares.

Y es que no era fácil encontrar una explicación porque era casi media noche y estaban “a salvo” en casa cuando ocurrió lo impredecible y el miedo buscó escaparse a través de todos los sentidos. Fue entonces cuando el corazón acelerado debió luchar para conservar la calma, la mente cansada debió ser ágil, los ojos adormitados debieron despertar lúcidos, las piernas cansadas debieron caminar a prisa, las manos temblorosas debieron ser firmes, los oídos debieron ignorar los rugidos de la tierra y atender los llamados de ayuda, la boca a punto de explotar debió ser presta y precisa con las palabras. La relatividad del tiempo fue manifiesta, no parecía haber suficientes segundos para salir de casa, pero la espera mientras la tierra calmaba sus ansias fue una eternidad.

El suelo convulso dio una pausa y en medio de la oscuridad y el caos, unos a otros se reconocieron, cada uno había librado una descomunal batalla contra el miedo; el saldo mostraba vencedores y vencidos, pero todos en el mismo bando cuidándose unos a otros.

El paso de las horas y los días vinieron de mano de la duda, ¿Fue Dios, la naturaleza, los seres humanos o el destino? La información daba cuenta de un terremoto, réplicas, derrumbes… muertos; la desesperación por la certeza en medio de lo impredecible parió la desinformación que trajo consigo el pánico, cayendo de golpe palabras como “mega terremoto” y “fin del mundo”; las preguntas sin respuestas definitivas arrojaron la incertidumbre que inmediatamente transformó la cotidianidad. La zozobra, la angustia, el miedo, el insomnio se sentaron a la mesa cada día. Cocinar, darse un baño, dormir pasaron a ser verdaderas proezas.

Pero la verdadera batalla la peleaban quienes lo perdieron todo y despertaron en una pesadilla. Para ellos el miedo fue el menor de los problemas, pues ahora enfrentaban la intemperie, el hambre, la inseguridad, el abandono. La solidaridad llegó poco a poco, intermitente, unos ayudaron, otros pocos continúan la tarea.

Doce días después, la calma parecía volver cuando nuevamente la tierra se estremeció en el centro del país abriendo viejas heridas y mostrando la vulnerabilidad de hombres, mujeres y niños, pero también lo inquebrantable de su espíritu, virtud -con precedentes- que atrajo los ojos del mundo. El miedo, el grandísimo miedo, no fue obstáculo para mostrar los valores que sorprenden sólo a quienes no conocen a los habitantes del ombligo de la luna. Ese ejemplo de unidad dejó postales que quedarán grabadas en la historia y en la memoria ¿Cómo olvidar ese puño en alto conteniendo toda la esperanza en una sola mano?

Fueron vistas las dos caras de la moneda, el caos también sacó a flote témpanos de hielo, máquinas insensibles ante el sufrimiento, impávidos gobernantes y líderes religiosos reaccionando lentamente ante la tragedia, no es posible empatizar con lo que resulta ajeno. Sin embargo, el alma del pueblo dio cátedra de humanidad, y para actuar no fue necesario declarar el estado de emergencia, lo dictó el sentido común.

Hoy, con el transcurso de los días la emoción languidece. El ciclo tiende a repetirse y la esperanza es para el pasado lo que el olvido es para el presente y el futuro. La histeria es fugaz y la conmoción efímera. Lo que se avanza a pasos agigantados se retrocede en pequeñas pisadas.

La mayor tragedia es el olvido, vivir en el olvido, lo cotidiano hecho de olvido. El desafío no es levantarse sino sostenerse, el reto es recordar. No olvides la tierra, la que te alimenta, la que removió sus entrañas; no olvides el agua, la que rodó por tus mejillas, la que ansiabas; no olvides el silencio, en el que orabas, en el que gritabas; no olvides el tiempo, el que era eterno, el que se acababa; no olvides el corazón, el que entregabas, el que lloraba; no olvides los brazos, los que sostenían, los que se cansaban; no olvides los ojos, los que lloraban, los que encontraban; no olvides el miedo, el que te paralizaba, el que derrotabas; no olvides la compasión, por la que sufrías, por la que auxiliabas; no olvides la voz, con la agradecías, con la que buscabas; no olvides la fuerza, la que te abandonaba, la que regresaba; no olvides el dolor, el que te conmovía, el que te dominaba; no olvides el llanto, el que te animaba, el que te desgarraba; no olvides la angustia, la que vivías, la que consolabas; no olvides que un día te importó tanto alguien, a quien desconocías, a quien ayudabas.

Si existe un mensaje cifrado en la naturaleza, si la historia no está condenada a repetirse o si hay un Dios enojado, pequeña, no olvides lo que viviste hoy, no lo olvides nunca.

Indira Trujillo / 36 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Más amor por la vida

Hubo mucho susto. Salir corriendo a la calle con todos los vecinos y no poder dormir me causó inestabilidad emocional.

Analizándolo bien (con el temblor), aprendí a tomar decisiones para mi bienestar; tengo que vivir feliz. Me nació más amor por la vida.

Roxana Velasco / 40 años /  Comitán de Domínguez, Chiapas

Foto: San Cristóbal 7-S / Carla Morales

Que Dios nos protegiera

El día del terremoto, estábamos durmiendo como la mayoría de los mexicanos y pues el estruendo comenzó. El movimiento fue muy fuerte. Abracé a mi esposa fuertemente, le dije que se calmara, que ya iba a pasar; pero en verdad se me hizo eterno. En mi mente le pedía a Dios que cuidara de mi familia, que nos protegiera. Cuando al fin todo terminó, inmediatamente no pararon los mensajes por whatsapp.

Jorge Esteban / 28 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Tengo miedo aún

Ese día sentía que se me iba a salir el corazón. Estaba muy asustada y quería llorar, tenía muchas emociones juntas y desde ese día no puedo dormir bien. Siento que como a las 12:00 pasará otro, así todos los días. Quedé traumada.

Ahora me siento cansada ya que no puedo dormir bien ni descansar; tengo miedo aún. Creo que hasta el cuerpo te queda temblando porque cuando duermo siento que tiemblo y ya no sé si soy yo o de verdad está temblando.

Cecilia Moreno / 17 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Se detuvo dejando henchida nuestras almas de miedo

Cuando era pequeña en Tuxtla hubo un sismo muy fuerte, recuerdo que mi padre se quedó con mi hermano y conmigo adentro de la casa, no pudimos salir, tampoco teníamos luz. Sólo escuchaba las cosas caer y a mi padre gritándole a mi madre que no entrara. Aun así no le temo a los temblores, no suelo salir de casa cuando está ocurriendo uno. Pero esa noche fue inusual.

Estaba por dormir, mi hermanita, con quien comparto dormitorio, estaba ya (dirían aquí) en su quinto sueño. Sentí el primer movimiento telúrico, lo que provocó que me sentara en la cama, no pretendía salir. Escuché a mis padres afligidos por salir de casa, imaginé que me pedirían que saliera con ellos, razón por la que desperté a mi hermana, le expliqué que estaba temblando, que debíamos bajar y salir. Mi hermano bajó antes que nosotras, tomé a mi hermana del brazo y descendimos con cuidado las escaleras mientras la casa se movía, a mi mente llegaron las historias del terremoto del 85.

Los temblores no suelen durar tanto, éste era diferente.

Logramos bajar y nos que damos un segundo en el marco de la puerta del baño, al vernos mi padre nos pidió que saliéramos con cuidado, la casa tiene tejas y por el movimiento podían caer sobre nosotras. Estábamos los cinco fuera de casa, ahora, el terremoto no dejaba de sacudir nuestros cuerpos y espíritus.

El ruido tan impresionante del crujir de la tierra, me hizo creer por un momento que ésta se abriría, del mismo modo que en muchas películas hollywoodenses, con sus muchos efectos especiales describen. Poco a poco el meneo se detuvo dejando henchida nuestras almas de miedo, de llanto que no corrió el cause de nuestras mejillas, de los abrazos y los ya pasó, ya pasó.

Comenzaron las reuniones informales de los vecinos, contando de manera relajada lo sucedido, con risas nerviosas y aliviadas de que terminara todo. Regresó a nosotros la memoria de los familiares que tenemos en la ciudad, junto a la pregunta ¿cómo lo habrán pasado? Y esa necesidad desesperada de poder contactarlos en medio de la noche.

Mientras mis padres intentaban comunicarse con nuestros familiares, yo quería saber por los noticiarios, qué tan cerca de nosotros había sido el epicentro y cuánto daño pudo haber causado en la ciudad, de qué magnitud había sido, habría réplicas, etc. Prendí la computadora de escritorio que tenemos, ahí estaba toda la información, la advertencia de tsunami, el enorme 8.2, la palabra terremoto, las entidades que fueron afectadas. A las dos de la mañana, después de llenar mi cabeza con tonterías de facebook, decidí dormir. Puedo decir que, más que miedo, tengo respeto hacia el planeta que habitamos. Que no podemos controlar, ni mucho menos predecir. Pero sí ayudar a las personas que no les fue, por así decirlo, mejor que a nosotros.

Estefanía Coutiño Hernández / 27 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Portada Periódico Milenio. Septiembre 20 2017

Sí, sentí mucho miedo

Todo transcurría normalmente, sin poder evitar que ese día tuviera impregnado un toque de nostalgia, recordé mi niñez, cuando tenía once años; el tema en el desayuno fue el sismo del 85 y cómo nos había marcado a cada uno de nosotros aquella amarga experiencia.

Los relatos entre los que estábamos sonaban como un hecho histórico.

Poco después nos preparamos para el «macro simulacro». Nadie, incluyéndome a mí, teníamos idea de lo que ocurriría dos horas después.

El tiempo siguió corriendo.

13:40, hora de la Ciudad de México. Volvió a sonar la alerta sísmica.

No tuve tiempo en notar la diferencia entre aquel sonido escalofriante y el movimiento que comencé a sentir.

Salí de la oficina de Dirección, del colegio en el que trabajo, en el centro de Coyoacán. Era el momento preciso; alumnos, compañeros docentes y administrativos se concentraban en los patios centrales.

Sí, sentí mucho miedo.

Corriendo llegué al primer grupo de alumnos; había miedo en los rostros de todos nosotros.

Las horas pasaron y nadie regresó a su salón. La comunicación se interrumpió así como la energía eléctrica. Poco a poco comenzaron a llegar los padres de familia. Tuve que disimular mi terror y reír contando uno que otro chiste para transmitir un poco de la tranquilidad, que obviamente carecía.

Cinco de la tarde, el último niño fue recogido por su padre angustiado y agradecido por haber resguardado a su hijo, agradecido ya que «Gracias a Dios» no había pasado nada en el colegio.

Y como es común en estos casos, las noticias corrían como pólvora, la tienda de autoservicio se había desplomado, un colegio perteneciente a la misma delegación había corrido con la misma suerte. Los medios de comunicación no funcionaban, salí rumbo a casa con un nudo en la garganta.

Calles vacías, sin transporte.

Yo, con incertidumbre hasta que mi pareja, familia y amigos lograron comunicarse conmigo. Todos ellos preocupados por mi integridad física: «Se había caído una escuela en Coyoacán».

Desde ese día volvió a surgir en mí esa angustia que había dejado de sentir, ya hace mucho tiempo.

Y las noticias daban los reportes de otro día trágico en mi amada Ciudad de México.

Miguel Ángel / 43 años / Ciudad de México

Pasó una replica y sentí mucho miedo

Estaba durmiendo bien rico en mi cama y entonces empieza todo  a moverse y en eso me levanto, me había quedado en la puerta cuando me llegó a traer mi papá y me dijo que nos pusiéramos en una columna cerca del lavadero. Recuerdo que mi mamá estaba llorando y rezando, llorando por mi hermana, por mi padrino, por Santiago, por Genaro, por mi madrina. En eso vi que el árbol se movía de un lado a otro y la lámina de arriba a abajo. Entonces en eso se va la luz, nos quedamos en el poste todavía y mi mamá seguía llorando y rezando. Cuando acabó el temblor entré a mi cuarto y ahí encontré un afocador, lo saqué y nos pusimos a buscar más linternas, mi mamá prendió velas y se puso a rezar en el altar. Se sentó, tomó un té y mi papá y yo salimos. En eso llega mi madrina Edith con Genarito y ella abraza a mi mamá. Salimos otra vez y llega mi padrino Coqui y mi abuelo. Mi padrino Coqui nos abrazó y nos dijo que iba a ir a ver a mi hermana. Mi mamá nos dijo que nosotros también fuéramos a ver a mi hermana para ver cómo estaba. Después volvimos y pasó una replica y sentí mucho miedo. Tuve mucho miedo y pensé que toda la casa se iba a caer y me iba a morir.

Ángel / 10 años / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Una nueva oportunidad de disfrutar nuestro aquí y ahora

Hace tiempo no se sentía una removida como la del 7 de septiembre, recuerdo la noche del ’95, cuando el crujir de la tierra me hacía pensar en aquellas películas de acción donde la tierra se separaba, y era más realista aun cuando escuchaba los gritos de quienes se encontraban en la escuela que se ubicaba frente a la casa de mi abuela, donde yo estaba en ese momento.

Ésta vez no fue igual, parecía que la tierra decidió brindar un gran espectáculo, largo, intenso, que incluyó un espectáculo de luces de colores el cual había sido anticipado por la lluvia.

Cada uno lo vivió de diferente manera, hubo quienes decidieron sentirlo a la primera, otros se tomaron su tiempo, en mi caso sólo pensaba en que ya iba a pasar. Me dio tiempo de ponerme mi mejor atuendo, de implorar a todos los santos con un intento de rezo que más bien parecía una mezcla de las pocas oraciones que recuerdo.

Entre decidir salir o quedarme, me daba tiempo de observar todo lo que me rodeaba, en un intento de fotografiar con mi mente cada espacio de mi casa, por si no permanecía igual. Mis pasos inseguros me hicieron caer y a la vez levantarme. Y fue así que cuando decidí salir, la gran sacudida había terminado.

Han pasado los días y entre lluvias y temblores, entre fisuras y formas, estoy tratando de olvidar lo sucedido; sin embargo, parece que la tierra se encarga de que recordemos en nuestro día a día que nos brindó una nueva oportunidad de disfrutar nuestro aquí y ahora.

Carla Morales / 38 años/ San Cristóbal de Las Casas, Chiapas

Él nos da prestada la vida y en cualquier momento nos la quita

El día del terremoto prácticamente todos ya estaban durmiendo. Yo estaba revisando unas cosas en el cel, cuando de repente se comenzaron a mover unas cosas, supuse que sería algo leve. Al momento de ver que no paraba, salimos mi abuelito, mi hermanito y yo. Pero pues aún faltaban mis papás y una tía. Fue allí donde nos preocupamos más.

Mi hermanito tuvo mucho valor y entro a la casa a sacar a mi tía, que estaba muy asustada y no sabía qué hacer, según ella, quería meterse abajo de la cama.

Mi hermanito también fue por mis papás al ver que ellos no salían, porque entraron en pánico. Salimos todos de la casa, al igual que unos tíos vecinos y nos quedamos en el patio. Fue un día lleno de angustias, llantos y oraciones

Fue triste ver que prácticamente la casa se quería caer, tantos años viviendo allí y que de repente todo termine así. Todos estábamos muy nerviosos por la réplica que aun pasaría. Nadie pudo conciliar el sueño, lo único que hicimos fue pedirle a Dios. Si ya era su decisión que ese día fuera el último para nosotros, lo entendíamos, ya que él nos da prestada la vida y en cualquier momento nos la quita.

Como nuestra casa es de adobe pensamos que se caería, los postes tronaban bien feo, algunas paredes están lacradas pero, gracias a Dios, no pasó a mayores, como en otros lugares.

Paola Cristel / 21 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Xochimilco 19-S / Antar Hernández

Ansiedad en las manos por ayudar

Del terremoto del 19 de septiembre me enteré en Tuxtla Gutiérrez (Chiapas) y no lo sentí. Mi madre me habló por teléfono y me dijo que tembló, que ella lo sintió, y que el epicentro había sido cerca de Puebla. Rápidamente me comuniqué con una amiga que vive en esa ciudad, me comentó que fue sólo el susto, que el hospital donde trabaja fue desalojado pero que todo estaba bien. En eso me empezaron a llegar mensajes de un grupo de Facebook que tengo con compañeros de la universidad, donde muchos de ellos estaban tomando clases, otros saliendo; comentaron que vieron explosiones, que uno de ellos pasó por el Soriana que se derrumbó cerca de Taxqueña, nos envió fotos y a partir de ahí empecé a dimensionar la magnitud del desastre que había ocurrido.

Traté de comunicarme con todos mis conocidos y compañeros que viven en el Distrito Federal; no pude contactarme al instante con todos, de hecho con una amiga que vive en Xochimilco, una de las zonas más afectadas, me pude comunicar hasta el jueves por la tarde. Con otros compañeros también se me dificultó localizarlos porque no había señal de internet, no había línea telefónica, no había luz.

Entré a internet a buscar información; pronto aparecieron los comentarios: se cayó tal edificio en tal lado, se necesita ayuda, y empecé a replicar los mensajes en Facebook. Así estuve martes y miércoles, y seguía tratando de comunicarme con mis amigos hasta que los localicé. El jueves por la tarde salí de Tuxtla Gutiérrez para llegar al Distrito Federal el viernes por la mañana. No tuve ningún contratiempo, el viaje fue normal.

Apenas llegué, fui a checar una zona de desastre que estaba por mi casa, en el metro Lomas Estrella, se derrumbaron dos edificios. Ya no había personas con vida, al parecer, sólo faltaba rescatar dos cuerpos y ya el Ejército estaba tomando el control de la zona, entonces me moví por la tarde hacia la colonia Obrera.

Esa noche del 22 de septiembre entré a los escombros de la fábrica textil que se ubicaba en Bolívar y Chimalpopoca. Se dice que aproximadamente 400 costureras asiáticas, sin papeles migratorios, quedaron atrapadas; entonces se puede deducir que cuando llegué todavía faltaba sacar poco menos de 300 cuerpos, digo cuerpos porque no creo que alguien haya sobrevivido a eso, el edificio estaba compactado, no había espacio en donde alguien pudiera refugiarse. Los autos que igual quedaron debajo de los escombros, estaban compactadísimos, destrozados. Fue muy fuerte la impresión y también fue eso lo que me hizo pensar que no habría sobrevivientes.

En el momento en que entré, lo hice con otros 19 compañeros y compañeras. Nos avisaron quienes estaban coordinando el rescate, que había peligro de derrumbe y en el ambiente se podía percibir olor a gas. Nos estuvimos coordinando con brigadistas que ya habían estado ahí desde la noche del sismo, el día 19. Ellos tenían un poco de experiencia, nos organizaron para sacar los escombros con las manos; nos brindaron todo el equipo, yo ya llevaba un casco, un chaleco y mis botas, ellos me dieron el cubrebocas, guantes y la vacuna contra el tétanos.

Estuvimos sacando rocas por casi dos horas, hasta que encontramos un cuerpo. Fue impresionante ver que se trataba de un cuerpo humano, estaba desfigurado prácticamente. Lo sacaron otros compañeros paramédicos.

En ese momento me encabronó el pensar en la corrupción que hay por parte de las autoridades al permitir ese tipo de construcciones, sin seguridad, con materiales de poca calidad y sin atender las normas de protección civil, justo por el riesgo de sismos. Las autoridades y los dueños de la fábrica, que trabajaba para Liverpool, por cierto, sabían que de alguna manera el edificio no era estable, no era seguro, y aun así estaban trabajando allí.

Quién sabe qué habrá pensado, qué habrá dicho el dueño de la fábrica en el momento del sismo, para no permitir que salieran las trabajadoras. Aquí se pone una vez más en evidencia la naturaleza voraz del capital, el máximo beneficio al menor costo, sin importar quién perezca.

Afortunadamente, la gente se organizó, la gente llegó, era la llamada “sociedad civil” –no me gusta mucho ese término–, prefiero decir que la gente, el pueblo, la organización popular se estaba formando para tratar de recuperar gente con vida y también los cuerpos, antes de que entraran las máquinas a llevarse los escombros, llevarse la evidencia de los malos materiales con que estaba construida la fábrica, etcétera.

Se dijo mucho de esta solidaridad aparente de la gente, pero fue increíble recorrer varios puntos de la Ciudad de México, sobre todo de la Roma, Del Valle, la Condesa, donde efectivamente había mucha gente organizada, tanto en los centros de acopio, los albergues, como en las tareas de rescate en Gabriel Mancera y Eugenia, en Álvaro Obregón, etcétera. Pero también fue impactante ver que se desbordaba la ayuda, había más gente, más herramientas, más víveres de los que se necesitaban, según mi consideración; incluso señoras que aspiran a ser parte de la burguesía, tenían cena preparada para todos los voluntarios, tenían por ejemplo lasaña; y fue muy desgarrador contrastar, cuando me fui acercando más al sur, sobre todo al área de Xochimilco, San Gregorio, Santa Cruz y otras zonas de la misma delegación, donde la ayuda, el acopio, llegó seis días después del terremoto. Fue impactante.

En San Gregorio la iglesia sufrió daños, se cayó una barda, se cayó una casa. Cuando llegué ya habían parado las labores de rescate, incluso ya habían demolido la casa que se había caído cerca de la iglesia, ya había paso. Platicando con la gente, me comentaron que los militares llegaron al siguiente día del terremoto, las autoridades empezaron a llegar un día después y que los soldados y los policías entorpecieron los trabajos de rescate, que sólo se quedaban viendo y que traían armas en lugar de palas, que fueron en realidad pocos los que ayudaron en el rescate y que casi nadie apoyó con víveres. Fue la gente, la organización popular la que se encargó de eso.

Definitivamente, esto fue algo que rebasó las instituciones, pues más que ayudar, entorpecieron las labores. Hasta el día 27 de septiembre en varias zonas de Xochimilco, de Tláhuac e Iztapalapa no teníamos agua. Donde yo vivo, hasta el día jueves 28 nos llegó el agua. En Xochimilco hay varias zonas donde no tienen electricidad todavía. Y hay zonas, como la colonia El Paraíso, que es de las más conflictivas de toda la Ciudad de México, a las que apenas les llegó la ayuda ayer, ocho días después del sismo. Y ya ni se diga en Morelos, en Oaxaca, en Chiapas, y eso fue lo triste.

Lo que me repugna de cierta manera es que se habla de que los mexicanos son muy solidarios y bla, bla, pero en realidad se apoya en donde están las cámaras. Creo que esta solidaridad desbordada en la Ciudad de México fue porque tembló en su casa ¿no?, tembló en el patio de su casa, cayó una bomba ahí, entonces era visible. Se apoyó donde estaban las cámaras, la zona “nice” de la ciudad.

En Xochimilco sí llegó gente, sí llegó ayuda, un día después pero empezó a llegar, sobre todo a San Gregorio; Santa Cruz quedó un poco olvidado. La zona de las trajineras, la zona chinampera está muy dañada, se levantó el suelo. Hay lugares en donde se ve el desnivel.

No es que los mexicanos sean solidarios como tal, porque ¿dónde está la ayuda en Oaxaca?, ¿dónde está la ayuda en Chiapas?, ¿dónde está la ayuda en Morelos? Tardaron en llegar, sí es que ya han llegado. Y lo que hay de acopio y brigadistas, es por la misma gente de ahí y no de la Ciudad de México. Aquí se dio un exceso de voluntarios, de herramientas para el rescate, de acopio porque está sobrepoblado y porque es la capital del país. Oaxaca, Morelos, Chiapas, están relegados y eso me encabrona un chingo, porque como ahí no están las cámaras, como ahí no hay nada aparentemente importante, se olvidan de ellos. Entonces, no es que sean solidarios, es simplemente que les golpeó en su casa.

Este tipo de situaciones saca lo mejor de nosotros como humanidad pero también saca lo más mierda. Gente que no le pasó nada se va a formar tres, cuatro veces, para recibir despensa y acopio.

La impresión que me queda de esto es que sí hay una sobrepoblación y en cada punto de la ciudad en que se solicitaba ayuda, llegaban brigadas, se amontonaron, ocasionando tráfico pero ahora llevando solidaridad. Inundamos las calles, se solicitaba ayuda en un punto y se llevaban herramientas, comida. Y luego en las redes aparecía: ya no más, aquí ya no. Pero esto ocurrió en el centro de la ciudad, había mujeres y hombres con guantes, con cascos y con picos, que se movían en todas direcciones. Había ciclistas con palas en la mochila, cajas, grandes bultos, como se dice por acá “ratoneando” entre los autos para mover los víveres de un lugar a otro, las batas blancas que volaban con el viento por la velocidad de la motocicleta. Los servicios médicos de casa por casa, no se compararon con esta movilidad de los brigadistas.

Después, se convocó a estas brigadas que estaban inundando el centro de la ciudad hacia la periferia, hacia los pueblos a los que ni los medios (de comunicación) han querido llegar. Y llegamos, los voluntarios inundamos las calles, como siempre lo hacemos, pero ahora las cajuelas de los autos estaban llenas de víveres, tiendas, y nerviosismo, ansiedad en las manos por ayudar.

Aquí, sándwiches y tortas es lo que más había de ayuda para los rescatistas, para los brigadistas, quizá un plato de arroz. Un gran contraste con las cenas en el centro de la ciudad y en donde cada 48 horas, más o menos, preguntaban que si la comida que sobraba se podía llevar a otro lado. Tristemente, en Xochimilco la ayuda no llegó a ciertas regiones hasta dos días después. En esas fechas los voluntarios empezamos a ir a los estados aledaños, sobre todo al estado de Morelos, llevando víveres y ayudando a levantar los escombros de la casa de otro, que vivía en un lugar del que nunca habíamos escuchado y que incluso nos costaba trabajo pronunciar.

Había que hacerlo nosotros mismos, la gente, el pueblo, porque no confiábamos en el Estado, no había tiempo para su burocracia ni sus simulaciones fantoches. El pueblo como tal fue el que se movilizó, el que sufrió y el que se solidarizó, tomando el control; por eso fue que los militares que llegaron a estos puntos de apoyo, sobre todo los más mediáticos, lo hicieron justo para aparentar que tenían un control, que más que nada, los militares sirvieron para entorpecer las labores de rescate. Porque no hay duda, hicimos las calles nuestras, rebasamos al Estado y a los medios de comunicación oficiales. Y podríamos decir que sí, aparentemente la gente, el pueblo, se movió no sólo por el terremoto, algo se movió en las conciencias; escuché gente que estaba indignada porque Televisa les volvió a mentir, con eso de la niña Frida Sofía. Al parecer movió (el terremoto) algo y no sé qué tanto vaya a volver a la calma. El Estado nos tuvo miedo y eso es lo que no hay que olvidar.

Antar Hernández / 23 años /Ciudad de México

Pensé que me iba a pasar algo

Mi papá me despertó. Pensé que era un ladrón, lo vi y lo conocí. Entonces, se fue la luz y estábamos arriba y mi mamá estaba abajo con Genarito, no podíamos ver, mi papá buscó una lamparita y pudimos bajar. Después nos fuimos corriendo afuera con la lamparita y a salvo. No sentí cuando estaba temblando. Ya había pasado el temblor cuando me despertó. Después sentí miedo porque pensé que se había ido la luz en la calle y no podíamos ver. Sentí miedo porque pensé que me iba a pasar algo. Y después dijeron que iban a suspender las clases y yo grité ¡he he! Dije voy a ir a jugar maquinitas, es mejor jugar maquinitas que ir a la escuela.

Santiago / 7 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Juntarse, es la palabra del mundo

Yo sobreviví el sismo del 85. He sobrevivido el del 2017. Soy, pues, un sobreviviente.

Mientras estaba en Facebook, empezó a temblar. Mi hija, embarazada, lo primero que hizo fue tomar a su hijo Mateo y salir corriendo, yo la detuve, porque pienso que las escaleras son lo primero que se caen en un sismo muy fuerte (no sé de dónde lo sé, pero eso es parte de mi creencia sísmica).

Mi otra hija y mi nieta fueron y volvieron de abajo, rumbo a la calle, porque olvidaron las llaves: ya no las dejé bajar, por aquello de las escaleras. En este lapso, mi yerno se nos unió y nos quedamos en la puerta que da al pasillo rumbo a las escaleras y la calle.

Por experiencia, vi que la fuerza era mayúscula, de pronto pensé que “ahora sí, esto se va a caer”, por duración e intensidad. Mientras mi hija embarazada hablaba a gritos, desesperada, y yo retenía a todos para que no salieran corriendo, volteaba a ver la estructura buscando los primeros indicios de fracturas que precedieran a la debacle, lo que no sucedió.

La luz no se fue, tampoco el internet. En cuanto acabó, bajamos a la calle, donde la gente había salido de sus casas y cada quien manejaba su crisis, casi sin vernos. En cuanto nos sentimos seguros, subimos de regreso, asustados, mi hija embarazada en crisis, lo que me preocupaba.

Ella vive en la Ciudad de México, pero vino a Tuxtla a “desembarazarse”. Pensé que era desafortunado el hecho de venir porque le tocó uno de los peores sismos jamás vividos en Chiapas. Sin embargo, se salvó del sismo trágico del 19 de septiembre que devastó a la Ciudad de México. Una ciudad tan cara a mis recuerdos.

En estos días, un amigo ideó que tomáramos cursos de protección civil y comenzamos a hacer las gestiones y a informarnos. Lo que sé ahora es que debemos capacitarnos en muchos rubros. Algo urgente son los planes familiares, porque luego de estos sismos nada será igual, nunca.

Formé parte temporal de un grupo de ciudadanas y ciudadanos que acopiaron víveres y los han estado entregando en varios municipios. Me tocó el primer fin de semana empaquetar víveres y estar en un centro de acopio. Es esperanzadora la gran solidaridad de las personas. Personas que se preocupan por otras personas que no conocen.

Hemos visto la tragedia, pero hemos comprobado que el alma de la gente de este país es gigante, poderosa, amorosa. Eso me da fuerza.

Estoy consciente que la Naturaleza está viva. Viviendo en su superficie estamos expuestos a sus movimientos y a sus modos. Tenemos que armonizar nuestra vida con la de la Tierra.

Entre estos eventos, cuya tragedia no la he vivido tan descarnadamente como otros seres humanos, he vivido la dicha: nació mi quinto nieto, Gael (cuarto varón). Él sólo duerme y llora por hambre. Mi hija está profundamente estresada y deprimida, pero el amor por sus hijos le dan fuerza y ánimo. Todos procuramos atenderla, pero “no muy se deja”. Este fin de semana todos mis nietos estuvieron juntos. Verlos juntos me dio una gran felicidad.

Por mi familia, es tiempo de juntarse, de ser realmente socios en esta aventura del mundo llamada sobrevivencia.

“Juntarse, es la palabra del mundo”, José Martí.

Francisco Gordillo/ 58 años/ Tuxtla Gutiérrez

Me espanté

Estaba durmiendo y que luego me espanté y ya salimos al patio. Luego vino más fuerte y ya salimos. Sentí miedo. Pensé que se iba a caer mi casa.

Aranza / 8 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Juchitán 7-S / Alcides Díaz

Dios nunca muere en la tierra de la inmortal sandunga

Actualmente me encuentro radicando en (Santo Domingo) Tehuantepec, Oaxaca; mi mamá con mis dos hermanos, en Matías Romero (Oaxaca), aproximadamente a unos 100 km de Tehuantepec; y el día del terremoto mi papá se encontraba de viaje en Mérida (Yucatán), lugar conocido por su escasa actividad sísmica, pero que en este caso no fue así.

En Tehuantepec vivo con una tía, sus dos hijas y sus dos nietos. Mi tía y una de sus hijas profesan una religión, desconozco cuál sea pero son ajenas a la iglesia católica, y desde mi punto de vista la religión ha cruzado su límite y ha llegado al fanatismo, en ellas.

El 7 de septiembre, después de un “día normal”, eran las 11:20 pm cuando me disponía a descansar, sabedores que antes de dormir uno revisa por última vez su celular para checar redes sociales o culminar charlas e ir a descansar, en esta ocasión no me llevó mucho tiempo, puesto que deje mi teléfono en el buró como a las 11:38 pm.

Apenas estaba logrando conciliar el sueño, se oye un ruido que viene lejos, un temblor supongo (normal en la región), un leve zangoloteo, pero ese leve zangoloteo no paraba e incrementaba su fuerza. Al momento de empezar el sismo el sistema eléctrico se vino abajo dejando a todo Tehuantepec sin energía eléctrica, oscuro y temblando, que pésima combinación; el tiempo se hizo eterno, no paraba el temblor, yo varado en el dintel de la puerta por seguridad, sólo miraba cómo la casa se movía como gelatina. Mi tía intentando abrir la puerta para salir, mi prima con sus hijos en su cuarto intentando pararse.

Por fin se abre la puerta, salimos todos, aterrados, los vecinos afuera; en ese momento no te interesa cómo saliste, algunos descalzos, otros en ropa interior con una media sabana envuelta en el cuerpo, no importa, lo importante es que estamos bien todos. La taquicardia invadió mi cuerpo, nunca en mi vida había sentido un temblor de tal magnitud, además, lejos de mis papás, de mis hermanos, esa sensación de querer comunicarte con tus familiares y que la red telefónica esté sin servicio, ¡es una sensación horrible! Nunca se lo deseo a nadie, a cada rato miraba mi teléfono para ver si ya tenía señal y nada. Varados en el corredor con el temor de otro sismo y de entrar a casa. Mi tía y mi prima empezaron con sus cosas de religión, una imprudencia para ese momento, recuerdo que mi tía decía: “este terremoto lo dijo el hermano fulano, él nos dijo que estuviéramos alerta, porque tuvo una revelación”, mi otra prima exclamando que dejara de aterrar a los niños con sus cosas.

Seguíamos fuera de la casa, sin energía eléctrica, sin telefonía, y con el sonido de las ambulancias de fondo. Yo con la incertidumbre de saber cómo estaban mi mamá y mis hermanos y sin poder hacer nada, ¡aterrador! Mi mente en ese momento pensando cosas malas.

Sentados en el patio sin saber del sismo magnitud, epicentro, nada; de repente llega mi primo, un paramédico, a ver cómo estábamos, y nos trajo todas las malas noticias: “Dos personas muertas hasta ahorita, porque la casa se les vino encima. En Salina Cruz dieron alerta de tsunami, los de la Marina andan alertando”; esas noticias sonaban en la región. De pronto, ¡otro sismo!, todos con miedo de su magnitud. Y así pasamos toda la noche. Sentados en el patio sin dormir, y yo angustiado por no saber algo de mi familia, sólo le pedía al creador que estuvieran bien.

Dieron las seis de la mañana, empezaba a aclarar cuando llegó otro primo con su familia para ver cómo estaba su mamá, y nos dice que toda la carretera Transístmica estaba llena de carros de familias de Salina Cruz; por miedo al tsunami durmieron en sus coches en la carretera. No hay transporte, se respira en el ambiente mucha tensión.

Son las 8:00 horas y mi tía recibe una llamada de sus hijos que viven en Oaxaca; yo enseguida reviso mi celular para poder comunicarme con mi familia, pero no corro con esa suerte, sigo sin servicio. Le pido el teléfono a mi tía para llamarles, entra la llamada: Bueno. ¡¿Flaca están bien?!, ¡bueno!, ¡bueno! La comunicación era pésima. “Sí, estamos bien, ¿y tú?” “¡Sí, lo estoy!, ahorita me voy a Matías (Romero)”, eso fue lo único que pudimos decir.

Transcurrió otra hora, Tehuantepec con un silencio impresionante. Normalmente, a esta hora se oye el murmullo de la gente, los autos que pasan por la carretera Transístmica, los aparatos anunciando vendimias o una fiesta; hoy, están muertos. Con un sentimiento feo, una sensación que ahora que escribo no puedo expresar.

Busco un carro que me dirija a Juchitán, me subo y son pocos los usuarios, todos hablando del temblor, de las noticias locales, es inevitable viajar y ver las afectaciones que causó en Tehuantepec, pero ese no es el problema… el verdadero problema se ve cuando vamos llegando a Juchitán (Oaxaca); desde el famoso Canal 33, una de las entradas a Juchitán, empiezan a notarse las afectaciones, fue impresionante ver cómo tiendas y casas desaparecieron y se transformaron en escombro. Bajo del camión y estoy aproximadamente a una hora de distancia de mi familia, tomo otro carro con dirección a Matías Romero. Ese viaje fue una hora de sueño, mi única hora de sueño. Entrando a Matías, se notan las afectaciones, empiezan a circular imágenes de los daños que ha causado el terremoto y lo más triste, empieza la cuenta ascendente de personas fallecidas.

Llego a casa, veo a mis hermanos y a mi mamá, mi corazón descansa, es un alivio ver que están bien, les pregunto por mi papá, y me dicen que ellos se comunicaron con él desde el terremoto, que se sintió también en Mérida. Mi mamá estaba nerviosa y espantada por no poderse comunicar conmigo o con mi tía o alguna de mi primas; fue una angustia tremenda. Y me empiezan a platicar su experiencia, mi casa es de dos pisos, ellos encerrados en un cuarto de la segunda planta sin poder salir, mi mamá me dijo que tenía mucho miedo, pero tomó valor para que sus hijos no lo notaran y nadie entrara en crisis, solo les decía: “Tranquilos, ya va a pasar, tranquilos, Padre nuestro que estás…”

Me entero que un primo lo perdió todo; en serio no sé cuál fue mi cara cuando me dijeron eso, y pues tenemos que ir a Santo Domingo Petapa, un pueblito pegado a Matías Romero, aproximadamente a unos 15 km, lugar de donde mi madre es originaria, un pueblito muy humilde, lleno de sabor y muchas tradiciones.

Ya eran como a las 3 pm, nos preparamos para ir a visitar y auxiliar a mi primo, en el viaje comentábamos de todas las fotos que circulaban por la red, de lugares, de familias, ¡de todo!

Llegando a Santo Domingo, fuimos a visitar lo que era la casa de mi primo y ver cómo la gente lo ayudaba a sacar las pocas pertenencias que le quedaban, me movió muchas cosas; en serio, ver a jóvenes, señoras y lo que más me conmovió fue ver a un niño de tal vez unos 5 años de edad, ayudando. Sólo saludamos y manos a la obra, a trabajar, a acarrear cosas y acomodarlas en una casa que le prestaron para poder vivir mientras. Llegó la noche, teníamos que regresar a Matías, no hubo platica de cómo fue la tragedia, sólo muchas cosas que acarrear y acomodar.

Llegando a Matías tras un día en el que no dormimos –la verdad tampoco recuerdo haber comido, no tenía estómago para eso-, pero sobre todo tras un día con muchas réplicas, venía la noche y con ella el miedo a que se repitiera, la incertidumbre de entrar a la casa, el temor de que estando dormidos dentro nos agarre otro sismo en la planta alta.

Durmiendo con puertas abiertas y en la sala pasamos la noche, al siguiente día nos dirigimos a Santo Domingo a visitar a mi primo y llevar un poco de víveres, ya estando con ellos platicamos y nos contaron su experiencia sobre el terremoto: “Empezó a temblar, le dije a Lulú, sal, está temblando, yo voy por los niños”, así empezó su narración mi primo, “el pequeño no quería despertar y regresé por él, todos afuera, sin luz, nos abrazamos los cinco y solo deseábamos que parara, y empezamos a escuchar ruidos y más nos abrazábamos, pasó el temblor, sólo escuchábamos ruido de cosas que caían y empezamos a toser por el polvo, en mi mente no imaginaba lo que estaba pasando. Minutos después saco el teléfono y enciendo la lámpara, mi mujer empezó a llorar, también mis hijos, de ver que no teníamos nada, todo estaba destruido”…

Y así pasaron los días en el Istmo, con miedo por las réplicas que aún no paran, ver edificios emblemáticos e históricos que colapsaron. Queda un Matías Romero sin historia, queda un istmo de Tehuantepec dolido por las pérdidas, materiales y humanas, pero ¿sabes algo?, en el istmo la gente es muy unida, porque así como nos vamos a las tan famosas velas donde la mujer porta el hermoso traje regional y el hombre su guayabera y pantalón negro, en la que cooperamos todos para las fiestas, así también saldremos adelante de esto, todos, unidos, apoyándonos unos a los otros. Y como dice una de las canciones características y me atrevo a decir que es el himno de los oaxaqueños, ¡Dios nunca muere, mucho menos en la tierra de la inmortal sandunga!

Alcides Díaz Sosa / 24 años/ Santo DomingoTehuantepec, Oaxaca

Se tambaleaba todo el suelo

Cuando fue el terremoto ya estaba dormido, mi mamá estaba apagando la tele, entonces si no me hubieran despertado ni siquiera lo hubiera sentido literalmente, pero mi mamá se levantó, se levantó también mi papá y mi mamá levantó también a mi hermanita y me andaban grita y grita que me levantara, hasta que me levanté. Cuando me levanté tenía mucho sueño pero empecé a sentir cómo se tambaleaba todo el suelo y las láminas se movían. Estaba prendida la luz, se volvió a apagar y seguía el temblor y después de eso mi papá dijo que ya iba a pasar pero siguió, entonces es cuando nos fuimos afuera y todas las vecinas salieron. Después volvió la luz pero sólo en mi casa. A toda la colonia no volvió la luz y toda la colonia estaba afuera de sus casas. Entonces se sintieron más replicas y como las dos de la mañana empezó a llover fuerte y todas las vecinas se metieron en mi casa para quedarse ahí hasta que terminara la lluvia porque tenían miedo de que hubiera una réplica más fuerte. Entonces a mí no me importó y tendí mi cobijita y me dormí hasta las cuatro de la madrugada que ya se habían ido las vecinas y cuando se fueron mi mamá me levantó para que me fuera a dormir al sillón porque mi mamá tenía miedo de que nos fuéramos a dormir de nuevo a los cuartos porque tenía miedo que tuviera un terremoto más fuerte y se cayera la casa y ya.

Ciro Alberto / 11 años/Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Foto: Sí, todo va a estar bien / Leticia Bárcenas

Parece que fue una eternidad lo que vivimos

Compartir mi experiencia respecto al sismo de 8.2 grados que aconteció en el estado de Chiapas, el 7 de septiembre, me pareció muy interesante e importante, es por ello que se los cuento:

Ya me encontraba durmiendo, por casualidad esa noche dormía junto a mi hija, que ya tiene 16 años. Sentí que empezó a temblar y me despertaron del todo los gritos de mi madre, que vive en el piso de abajo: ¡Chamacos levántense!, ¡Sofi!, ¡Kary! ¡Párense, está temblando!

Párate aquí, Sofiíta, hija, ven. Decía yo, que erróneamente me posicioné en el marco de la puerta de la recámara. Mi madre seguía gritando que bajáramos. Como no paraba de temblar bajamos, lo admito, corriendo. Afuera se escuchaba que tronaban cristales, eran de la casa del vecino de a lado. Nos quedamos cerca de mi madre. Vi a mi hermano salir de una recámara con su hija de tres años, inmediatamente la tomé en mis brazos y busqué la salida; afortunadamente y con la gran bendición de Dios, ese día habían olvidado poner el candado a la puerta principal, jalé el pasador y salimos a la calle, ya que la casa es de dos plantas y no tiene un punto, del todo seguro, para guarecerse.

Mi madre gritaba: ¡la niña está en el cuarto durmiendo! La hija mayor de mi hermano, de nueve años, se había quedado a dormir en la recámara de mi mamá. Mi hermano fue a buscarla, mi cuñada salió de su habitación con su niño, un varón de siete años.

Salí y busqué el lugar menos peligroso para quedarnos, ahora me doy cuenta que la calle tampoco es un lugar adecuado, no esa calle, pero esa noche, en ese momento, era el lugar menos peligroso para quedarnos.

Los postes parecían que se iban a caer, no dejaba de temblar; salieron dos chispas fuertes, eran de los postes de luz que, automáticamente habían “botado” las pastillas, en realidad no sé qué es eso de las pastillas, después comentaron los vecinos, que afortunadamente son automáticas.

Durante el temblor ninguno de ellos salió. Nadie. Sólo nosotros nos encontrábamos afuera. Mi madre gritaba el nombre de una vecina, que tiene 65 años de edad y vive sola, pero no pudo salir porque no encontró las llaves de su casa en ese momento.

Todo pasó tan rápido, pero yo sentía que nunca iba a dejar de temblar, tuve muchísimo miedo. Me da pavor, aunque en esos momentos he sabido controlarme y afortunadamente recuerdo lo poco que he aprendido en protección civil.

Ahora que lo cuento parece que fue una eternidad lo que vivimos; algunos dicen que fue un minuto y segundos, otros que fueron tres minutos, en realidad no lo sé.

Roxy Karina/ 39 años/Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

¡Estaba temblando!

Me acuerdo que estaba a punto de dormirme y de repente empieza a temblar, me paré y todos estábamos en una esquina, como abajo de un avión, en una cadena y todos nos reunimos ahí. Luego mi papá cuando terminó el temblor se fue a buscar a mi abuelita que si estaba bien y a mis tíos, mi tía y de ahí regresó. No dormí, me desvelé. Al siguiente día sólo dormí un poquito, me volví a despertar, hablé con Ángel y ya. Tenía miedo ¡Estaba temblando! Pensé que me iba a morir.

Ángel David / 11 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

En mi interior me invento que este sismo es bueno

Esa noche mi hijo no se quería dormir, tenía tarea pendiente y por no hacerla temprano a penas nos estábamos acostando, eran las 11 cuarenta quizá. Él seguía inquieto, me di la vuelta y le dije: ¡Duerme de una vez! Yo ya tenía sueño y mi hija dormía a mi lado. La cama comenzó con un movimiento leve y me levanté; le dije al niño: «Está temblando» y le pedí que saliera, la intensidad comenzó a ir en aumento y no alcanzaba a mi hija para sacarla de la cama, así que la jalé de los pies sin violencia para no asustarla mientras la fuerza del sismo seguía incrementando. La abracé y mi hermana que estaba cerca abrazó a mi hijo. En medio del patio, mi mamá oraba y ahí nos unimos los cinco. Abrazados veíamos cómo los árboles se sacudían como plumeros y yo pensaba: «De que pase el temblor ¿cómo nos comunicaremos con los demás? Las líneas se bloquean… Todos trataremos de saber si estamos bien… ¿Se caerá nuestra casa? ¿Dónde andan mis hermanos, mi padre? Todo eso pensé mientras la tierra seguía acomodándose y callada abrazaba a mi niña y veía hacia donde estaba mi pequeño.

¡Somos pecadores! – Escuché. ¿Somos pecadores? Me respondí en la mente que sí. Recordé que México está muy sucio, muy cochino por todo lo que no hacemos.

Pobre hombre. Pobres seres minúsculos, indefensos y engreídos. Parece que después de las catástrofes todo cambiará; somos amables, humanitarios por segundos pero, unos segundos más, la voracidad nos vuelve al cuerpo y comienza lo de siempre: La gente roba en las calles y alguno hasta intenta abusar sexualmente de una chica en medio del colapso. Los políticos – los peores – fingen preocupación mientras se soban las manos pensando en cómo robar los recursos destinados a los damnificados. Tiran croquetas al pueblo para sentir que sirven de algo mientras se guardan para sus campañas políticas las donaciones que otros aportan caritativamente.

Durante los temblores, el tiempo es elástico, algunos de pocos segundos te hacen sentir que duran semanas ¿y éste de minuto y medio? Eterno. Siento fascinación de este fenómeno, oigo la tierra rugir y a pesar del miedo siento una poderosa energía transformadora.

No. Nada cambió en el fondo. Somos pecadores. Y yo sola, en mi interior me invento que este sismo es bueno, la tierra se renueva, es bueno porque movió mi cuerpo, sacudió mis hombros para hacerme despertar, es esperanzador, debe serlo, – quiero creer – dentro de mí.

Anaïs Fight / 34 años/ Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Derrumbes

Iglesia San Vicente, en Juchitán, Oaxaca, México / Foto: AP

 

Las palabras son huellas enmohecidas,

alejadas ya de las cosas que nombran,

espacios vacíos, fisuras, restos.

Afasia temporal.

Nada que decir, nada que las palabras colmen.

 

Lo futuro se desmiembra.

El tiempo, descentrado,

se alarga,

pero está lejos de ser un espejismo.

 

Después del derrumbe,

las cosas se reafirman como cifras que se abren.

Miro a un perro y me veo dibujada en sus entrañas.

Por una vez, mi cuerpo no se escinde,

no se ancla en su destierro

ni insiste en el ritual de sus heridas.

 

Después del derrumbe,

en este centro del mundo mana un lenguaje

lejano a las palabras.

 

Derrumbes (fragmento) / Julieta Gamboa (D.F., 1981). 

Quemar las naves

Foto: Leticia Bárcenas González

es bueno que se sepa desde ahora
que no habrá posibilidad de remar nocturnamente
hasta otra orilla que no sea la nuestra…

Mario Benedetti