Existe cierto orden
que ella advierte
en la disposición
de las ollas, el gato, los chicos,
antes que en los astros.
Asomada
a la ventana
mira más allá de los techos
y augura:
va a llover fuerte
el diluvio.
Recoge la ropa de la soga
cuando
un relámpago azul cruza la tarde,
quiebra un cristal
y estalla el trueno.
Todo pasa.
Siempre es así:
se reparan los daños,
retornará el orden de la ropa tendida
de las ollas,
el gato,
los chicos.
Con los ojos en el cielorraso,
los brazos en jarra,
piensa en el día sosegado:
¿acaso no debiera ser así?
Sin embargo
hay algo que espera
de la intemperie,
lo que no nombra ni regresa
la curiosa fugacidad de una ruptura,
una hoguera que no es un hogar
encendido
sólo para ella.
Ahora puede llorar.
Carlos Bernatek
Fotografía: Jindrich Streit