Última tarde

I

Nadie puede ser capaz de decirte
cuánto te quiero,
cuánto te quise ese año
en que el verano no se iba nunca.

Nadie puede tomar mi lugar
esta tarde
ni acercarse a tu casa para avisarte que me voy.

Me estoy yendo
y nadie más que yo podría decírtelo
y sumar a eso
que te quiero,
que te quise mucho ayer
y también aquel verano
interminable, que fue el primero
y el último.

 

II

Nadie puede ser capaz de nombrarte
las casas que vi,
la humedad en una viga
como la mancha
en un pie.

Nadie puede hablarte de los nombres,
mucho menos del miedo
que empuja a hacer cualquier cosa.

Pero yo puedo decirte
dos palabras y entenderías.

Qué idiota es el tiempo
cuando nos sobra
y qué astuto
cuando está tocando a su fin.

 

III Lety Bárcenas

III

Quedarme así en el medio de la pista
cuando la música nos divertía
y tus ojos estaban fijos en mí
como dos estrellas
fijas.

En ese momento sí, quedarme en el medio.
No después,
cuando la pista te aburrió
y se apagó la música, el cielo,
las dos estrellas, todo.

Que lo que vaya a ocurrir, pase
y me ponga en el costado
por primera vez en mi vida.

En el centro tiene que estar
tu nombre
alrededor del que orbité
siempre
pero tan exánime,
que no alcanzaste a percibirlo
y al final te fuiste.

 

 

Serie «Última tarde» poemas del libro inédito «Callao 1824» de la poeta argentina Cecilia Romana.

Fotografía: Leticia Bárcenas González

 

 

Adiós a Hugo Gutiérrez Vega

Hugo Gutiérrez Vega/Foto:María Auxilio Ballinas
Hugo Gutiérrez Vega/Foto:Mariauxilio Ballinas
Hugo Gutiérrez Vega/Foto: Mariauxilio Ballinas

Dame tú lo que el viento no me ha dado.
Se revuelve la sangre en el anhelo
de un país que nunca se precisa.
Recorrer los caminos,
las ciudades de noche,
pasar la tarde sentado junto al río
y después caminar,
redescubrir las calles olvidadas,
pensar que se regresa y saber luego
que la calle ha cambiado.

Hoy me despierto y la desolación,
pequeña como flor,
yace en la almohada.
Todo se va perdiendo.
Agradezco las noches que me han dado,
me inclino en la mañana
y agradezco estos rayos de sol,
pero sé que en la puerta
algo se habrá perdido,
«el esplendor tan encendido antaño»
se ocultará en la sombra,
y aquel muro ya sólo será un muro.
Han perdido las noches su misterio,
su eléctrico silencio,
los rumores de algo que nos espera.
Si fueran mías de nuevo
ya no las dejaría,
pero no lo serán.

En el salón los rayos de la luna
ya no anuncian el triunfo sobre el hueco.
El ser que ya no fui no se lamenta,
no se destroza, no hay desgarramiento.
La retirada se hunde
en un silencio antes desconocido,
la mañana se abre y ya camino
sabiendo que no iré a ninguna parte.

¿En dónde están los pájaros marinos?
¿Dónde la playa,
el cuerpo perseguido a la orilla del mar?
Sólo unas voces en el aire extraño
aplastan mi deseo,
el fatigado rostro de la hoguera
para siempre apagada,
la antigua exaltación hoy hecha trizas,
y este gusto de cal entre las fauces.

¿Regresará la antigua maravilla?
El espejo lo niega,
los conjuros no rompen
la superficie muda,
en su agua mansa flota
una cara cansada.

Y tengo entre mis manos
las naranjas del dia;
¿podré gozar su jugo incandescente,
su fresca carne,
la gentil caricia
de sus gotas de lluvia
en la garganta?,
¿podré volver al prado
donde enciende sus fiestas el verano?

Amaneció en la almohada
una desolación tan pequeñita
como una flor de libro;
encendió la mañana
sus luces enemigas.
Tiemblo sin exaltarme.
Estoy seguro de que mis huesos,
flautas antes llenas
del aire de la vida,
resentirán el frío.
Tal vez el sueño o la humildad,
o tal vez el desprecio
o la compasión tibia,
reemplazarán el exaltado amor.

Entre mis manos
se están poniendo oscuras
las naranjas del día.

Dormir debemos una noche eterna   – IV  – / Hugo Gutiérrez Vega
Poemario: Cuando el placer termine. Ed. Joaquín Mortiz. 1977
Premio de Poesía Aguascalientes 1976